Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

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domingo, junio 22, 2008

Valeriano Andrés, espléndido "hombre vulgaris"

Este burgomaestre no puede evitar, ni quiere, hacer de esta tarea que se ha impuesto de ofrecer un espacio al recuerdo y homenaje a nuestros actores, un acto de cariño permanente. En tal disposición de ánimo, ciertas familiaridades y confidencias son obligadas, como las que se dispone a tomarse y a hacer (respectivamente) a propósito del protagonista de hoy, Valeriano Andrés. Y es ello que, este gran actor, cada vez que asomaba a la pequeña pantalla del modesto hogar familiar de este burgo, cuando este burgo todavía era un crío, era saludado y reconocido con un amistoso mote, que todos compartíamos: “¡Mira, sale “El Sopas”!” Y era un apelativo que, a pesar de que hacía referencia a cierta imprecisa dicción, nacía de la admiración y del aprecio, porque sabíamos que “El Sopas” nos haría reír, casi con toda seguridad.

Valeriano Andrés Pascual (Madrid, 1/7/1922, Madrid 21/4/2005), en la época en que menudeaban sus intervenciones en espacios dramáticos deTVE, explotaba con talento una vis cómica insuperable, idónea para ser desarrollada en papeles en los que las circunstancias ponían a prueba a su personaje. Valeriano Andrés hacía reír, especialmente, cuando su personaje se encolerizaba o cuando no podía disimular su inquietud. Un hombre de mediana edad, coronada su cabeza por una ahuevada calva, dotado de una mirada algo obtusa y de una voz varonil, sí, pero que pronunciaba las palabras en forma vacilante, resulta cómico cuando su mediocridad se ve envuelta en situaciones extremas que le superan. Este tipo, así descrito, fue el que al actor impuso el ejercicio de su profesión, ya en la madurez, pero, como veremos, no fue el único registro que, a lo largo de cinco décadas de labor, ofreció al público.

Veinteañero y con pelo, en el TEU

En los primeros años cuarenta, sobre un país arrasado por la barbarie de la guerra y machacada su mitad por una cruel posguerra, de algún modo, la sociedad española trató de reconstruirse y elevarse por encima del erial en que se había instalado. Los organimos oficiales, primordialmente obligados a esa tarea, y aún entorpecidos por el revanchismo más abyecto, dieron pasos que propiciaron la normalización de una vida que, forzosamente, había de continuar. Uno de esos pasos fue la creación, por parte de Modesto Higueras de un grupo de teatro juvenil, por encargo del Delegado Nacional del Movimiento, Sancho Dávila, que se llamó el TOJ (Teatro de Organizaciones Juveniles), el cual terminará abandonando para crear el TEU (Teatro Español Unviersitario). Es en este grupo donde Valeriano Andrés, veinteañero y con pelo, inicia su andadura como comediante. De este periodo data la fotografía adjunta, que testimonia al elenco y personal técnico del montaje teatral de “Entre bobos anda el juego” y en la que podemos distinguir a un juvenil José Luis López Vázquez, de pie, a la izquierda de la imagen, separado de Valeriano por otras cuatro personas.

El joven e incipiente actor es, como suele decirse, contaminado por el veneno del teatro y decide interrumpir con carácter definitivo sus estudios, dejando inconclusa su carrera de ingeniería en Peritaje Agrícola. Las tablas del escenario y, muy pronto, las cámaras de cine, van a acaparar todo su interés profesional.

Debutando de la mano de un debutante

Tal como dijimos en su día de Camino Garrigó, nuestro protagonista de hoy inició su carrera cinematográfica siendo dirigido por un novel.“Consultaré a Mister Brown”, la película con la que en 1946 Valeriano Andrés debutó en el cine le brindó, caso poco frecuente, el papel de protagonista a la muy temprana edad de veinticuatro años, cuando era un actor prácticamente en formación, todavía miembro del TEU. La cinta suponía, también, el primer largometraje de su director, el igualmente joven (pues contaba entonces veintiséis años) Pío Ballesteros, que hasta aquel momento sólo había dirigido un puñado de documentales y que, por cierto, sólo se encargaría de la dirección de dos largometrajes de ficción más, en toda su carrera, desarrollando, más frecuentemente, la labor de escritor (interviniendo en los guiones de títulos tan dispares como, por citar algunos ejemplos, “Don Lucio y el hermano Pío” (José Antonio Nieves Conde, 1960), “La mano de un hombre muerto” (Jesús Franco, 1962), “Una isla con tomate” (Tony Leblanc, 1962) o “Cerrado por asesinato” (José Luis Gamboa, 1964). “Consultaré a Mister Brown” era una adaptación al cine de la novela de Jenaro Prieto, “El socio”, en la que se narraba cómo Anselmo García (Valeriano Andrés) se inventaba a un adinerado e influyente socio con el que respaldar su posición en el complicado mundo de los negocios y terminaba siendo víctima de su propia creación, al dotarla de excesivo poder y relevancia, llegando a anularle a él. Fuera porque la novela del escritor chileno, publicada en 1928, resultaba un tema quizá en exceso original e innovador para el panorama cinematográfico español de la época o tal vez por causa del completo desconocimiento por parte del público de sus jóvenes protagonista y director, lo cierto es que la película no obtuvo ningún éxito, a pesar de contar con algunos valores seguros en el reparto como los sólidos Guillermo Marín y José Franco y la joven actriz francesa Monique Thiebaut (que no prolongó su carrera más allá de aquel año 1946) como estrella femenina. La novela fue llevada al cine, casi simultáneamente, por la cinematografía mexicana con dirección de Roberto Gavaldón, y mucho después, en la televisión chilena (en 1968), en el cine francés (mediante “L’associé”, 1979) y hasta el cine norteamericano hizo su versión, en 1996, con Whoopi Golberg de protagonista, dirigida por el vulgar Donald Petrie. Sobre la película de debut de Valeriano Andrés planea la presencia del escritor Camilo José Cela responsable, según la base de datos del ministerio de cultura español, de los diálogos. La imprescindible “Guía del cine” de Carlos Aguilar, lo sitúa como uno de los guionistas, mientras que en IMDB le atribuyen la autoría de la novela en que está basada, nada menos que “El socio de Jenaro Prieto” (incluyendo al auténtico autor en el título de la obra). El error de la omnisapiente IMDB está subsanado ya por este burgomaestre (a veces puntilloso) , mientras que, de acuerdo con la entrevista recogida en la revista Cámara número 89, de septiembre de 1946, según el propio Pio Ballesteros, los guionistas fueron él mismo, José Luis Monter, José Luis de Feliú y Julián Ayesta, lo que no descarta la colaboración del autor de “La colmena” en la forma recogida por la base de datos del ministerio de cultura. Su presencia como actor en el siguiente film de Ballesteros (“Facultad de letras”, 1950) sugiere una relación amistosa entre ambos. Sea como fuere, con Cela o sin él, la carrera en el cine del joven actor Valeriano Andrés había comenzado y se iba a prolongar por espacio de cerca de 60 años, hasta que en “Historia de un beso” (José Luis Garci, 2002) ofrecería al cine su última actuación.

Valeriano, bigote en negro

El año 1950 fue, en la cinematografía española, pródigo en títulos de género policíaco o criminal, ideal para producciones de bajo presupuesto, que, haciendo de la necesidad virtud, se rodarían en escenarios naturales, al estilo del neorrealismo italiano. Alguno de ellos, como “Apartado de correos 1001” (Julio Salvador) ha quedado como paradigma de un cierto tipo de cine que intentaba acercarse a la realidad social, dentro de un orden y sin descuidar la premisa de que la función de las películas en un país como España era fundamentalmente, distraer y procurar evasión al público. De ese año es “Hombre acosado”, una de las primeras realizaciones de Pedro Lazaga, uno de los directores más prolíficos de la historia del cine español, que por aquel entonces y provinente del terreno de la crítica y el estudio cinéfilos (como dijimos en la entrada dedicada a Ángel Picazo) iniciaba la que había de ser una larga trayectoria tras las cámaras. El film, protagonizado por Mario Berriatúa, tuvo que esperar dos años para verse estrenado y no obtuvo del Sindicato del Espectáculo más que una paupérrima calificación de 3ª categoría, lo que no le proporcionaba ni un céntimo de subvención. La taquilla tampoco fue generosa con él, pues duró tan sólo 14 días en el cine madrileño en que se estrenó y únicamente la mitad de esa cantidad en el local barcelonés donde fue exhibida. La película supuso, por lo que se refiere a Valeriano Andrés, la primera de una larga serie de colaboraciones con su director, que volvió a llamarle repetidamente en años sucesivos, especialmente, tras especializarse éste en el género de la comedia popular. Pero en 1950 el ex-divisionario Pedro Lazaga tenía unas intenciones autorales que no hacían presagiar la acomodación a presupuestos artísticos amparados en la comercialidad más descarada cual habría de venir, sino que pretendía ofrecer un cine inquieto y vigoroso, que provocó en la prensa especializada esperanzas de hallarse ante el alumbramiento de un director ambicioso y de fuste. Por su parte, “Hombre acosado” apunta maneras de cine negro americano si bien que mitigada su intensidad por la idiosincrasia española. De entrada, la narración explica cómo un inocente se ve envuelto e inculpado en los actos criminales de un delincuente sin escrúpulos cuya figura es digna de los mejores títulos del género. La elección de un Alfredo Mayo que tan sólo una década atrás había sido máxima estrella del cine nacional y arquetipo del héroe franquista (de hecho, había sido el alter-ego del propio dictador en “Raza”) para encarnar al malvado Fusot, un villano de alma tan negra como el peor maleante de los que pueblan clásicos del género como“Los sobornados” o “La jungla del asfalto” es un acierto pleno. Con total frialdad, hace que su chófer despeñe a un impedido Gérard Tichy para apoderarse de unos brillantes que trae ocultos en el hueco de sus muletas. Luego asesina a su amante (María Asquerino), por cuyos favores compite con Mario Berriatúa y deja su cuerpo de modo que señale la culpabilidad de su rival. Los amigos del protagonista, los juveniles Paquito Cano y Rafael Arcos, que una década más tarde van a popularizar su presencia en la televisión, y la joven ingenua que ayudará al héroe a probar su inocencia (la enigmática Anita Dayna, de brevísima carrera) son también idóneos para los papeles encomendados, como no lo es menos, María Asquerino, en un rol de mujer fatal muy similar al que representaba en otra película, también de tintes criminales, de ese mismo año, la interesantísima “Séptima página” dirigida por Ladislao Vajda (película que, por cierto, supuso la otra única actuación en el cine de la citada Anita Dayna). El papel de Valeriano Andrés, homologable con otros similares que representó en producciones norteamericanas Elisha Cook jr. es el de secuaz del malvado Adolfo Fusot (concretamente, su secretario) que ostiga primero y es vapulado después por el héroe.

Participando de la gloria de CIFESA

Un año antes de rodar la modestísima “Hombre acosado”, Valeriano Andrés intervino en la primera de cuatro superproducciones de la productora valenciana CIFESA, “La duquesa de Benamejí” (Luis Lucia, 1949), adaptación de José María Pemán y Ricardo Blasco de la obra en verso de los hermanos Machado “La reina de Sierra Morena” (1932), en el papel de teniente que secunda las acciones del marqués de Peñaflores, capitán de su ejército, que interpreta Eduardo Fajardo, el cual persigue al bandido Lorenzo Gallardo (interpretado por el popularísimo Jorge Mistral) quien ha secuestrado a la duquesa del título, encarnada por la hermosa Amparo Rivelles, estrella máxima de la productora que, en un doble papel, incorpora también a Rocío, la gitana que convive con los bandoleros que forman la partida de Gallardo. Al año siguiente, el actor madrileño participa en dos nuevos rodajes en los que representa una pequeña pieza en el engranaje de la maquinaria CIFESA. Se trata de dos nuevas superproducciones, ambas de lo más ambicioso que produjera nunca la empresa valenciana y ambas dirigidas por su más característico director, Juan de Orduña. Las dos películas contaban con la misma protagonista, la mítica Aurora Bautista, que se había convertido, merced al éxito de “Locura de Amor” en la mayor y más cotizada estrella de la casa. En la primera, estrenada en marzo, titulada“Pequeñeces”, Valeriano Andrés tenía un breve papel como cronista de sociedad el cual debía recoger los pormenores de la fiesta que un amanerado Félix Fernández había organizado en honor de la controvertida condesa de Albornoz, “Curra” (Aurora Bautista). El film, la adaptación de la novela del padre Coloma que supuso, por un lado, la primera aparición en pantalla de un infantil Carlos Larrañaga, y por otro, la primera mitad de un díptico con el que CIFESA hacía ostentación, al estilo de las grandes productoras hollywoodienses, de su poderío y pujanza. La segunda mitad, estrenada en septiembre del mismo año, lo constituyó “Agustina de Aragón”, un éxito popular todavía mayor que el precedente y que incluía, si cabe, un más numeroso desfile de astros de la pantalla hispana. En la epopeya dedicada a la catalana que se erigió heroína de los Sitios de Zaragoza, se reservaba para Valeriano Andrés un diminuto rol de capitán de coraceros de Napoleón, que recibía de Fernando Fernández de Córdoba la orden de interceptar al fugitivo Fernando Nogueras el cual se había apoderado de unos documentos militares decisivos para la suerte de la ocupación. El esplendente uniforme que lucía Valeriano Andrés en tan señalado y exitoso film, venía a suceder al no menos impecable que vestía en “La duquesa de Benamejí” y ambos fueron, como veremos en el próximo epígrafe, tan sólo eslabones de una larga cadena de ellos.

Valeriano, un hombre uniformado

Hasta situarse como especialista característico en el género cómico, nuestro protagonista de hoy se vio obligado a enfundar su desgarbada figura en un buen número de diferentes uniformes en breves intervenciones en otras tantas películas. Sin abandonar todavía la férula de CIFESA, en la que sería la última de sus superproducciones de tipo histórico, Valeriano Andrés aparece en un solo plano de “Jeromín”, intento de reverdecer el éxito de “Pequeñeces” dirigido por Luis Lucia y estrenado en 1953 que adaptaba nuevamente una novela del padre Luis Coloma y que ponía también en danza a un actor infantil, Jaime Blanch, quien, como en el caso del título precedente, Carlos Larrañaga, tendría continuidad en el futuro. La contribución de Valeriano Andrés a este melodramón que incluía las figuras de Carlos I (Jesús Tordesillas) y Felipe II (Adolfo Marsillach) se cifraba únicamente en una frase, que exclamaba vistiendo su uniforme de los Tercios, al ingresar el emperador en el palacio de Yuste, construido en el recinto del monasterio de los Jerónimos, para concluir en él sus días. “¿De qué nos sirven ya estas lanzas, si ya no pueden guardarle a él ?”pregunta, arrojando al suelo su pica, acción a la que se unían sus compañeros en un plano en el que ya sólo se veían las armas cayendo al suelo. De toda la película merece destacarse muy especialmente la creación que del escudero Diego Ruiz hace Antonio Riquelme, sencillamente sublime y absolutamente memorable, digna de figurar en las antologías.

En cuanto a otras intervenciones “uniformadas” de Valeriano Andrés, por citar los ejemplos que este burgo ha podido constatar, diremos que le encontramos caracterizado como miembro de la Guardia Civil en “Cerca de la ciudad” (1952, Luis Lucia), y, un lustro después, en “Amanecer en Puerta Oscura” (1957, José María Forqué). En ambas caracterizaciones persigue, con cierto tono calmoso y afable, a los malhechores amigos de lo ajeno. En la primera, un melodrama (bastante difícil de tragar, a pesar de su maravilloso reparto) en el que Adolfo Marsillach encarna a un sacerdote entregado a la loable causa de llevar la Fe a los deprimidos suburbios madrileños, Valeriano Andrés, acompañado por Francisco Bernal, le echa el guante a Juan (Ángel Álvarez), un ladronzuelo de cuantías algo por encima de la media usual en la barriada. En la segunda, una película del género de bandoleros, con guión de Alfonso Sastre que incluía apuntes no resueltos de crítica social y una lograda inspiración en el western, (muy diferente del film de Lucia antes mencionado, donde los bandidos forman una especie de jovial coro de aficionados capitaneados por un solista) el protagonismo corre a cargo de Paco Rabal, secundado por Luis Peña y el italiano Alberto Farnesse. En el film, que fue premiado en el Festival de Berlin de 1958 con un Oso de Plata para su director, Valeriano Andrés interpreta al cabo Alonso, quien persigue, de manera casi familiar, al bandido Juan Cuenca (Paco Rabal). También guardia civil, como defensor del Santuario de la Virgen de la Cabeza, junto al río Jandula, en “El santuario no se rinde” (1954, Arturo Ruiz Castillo), drama bélico de exaltación patriótica del bando vencedor de la Guerra Civil con Alfredo Mayo, Tomás Blanco y Carlos Muñoz como protagonistas, Valeriano Andrés encarna al típico soldado que, tras una escaramuza, hace un comentario casual para morir víctima de un disparo inesperado, muerte anecdótica que siempre impresiona mucho al público.

Antes de la producción de la prestigiosa “Amanecer en Puerta Oscura”, José María Forqué ya le había colocado a Valeriano Andrés en el bando opuesto (ideológicamente hablando). En “Embajadores en el infierno” (1956), una película que se había ofrecido en primer lugar al falangista José Antonio Nieves Conde y que entroncaba su inspiración dramática en “Traidor en el infierno” (Stalag 17, Billy Wilder, 1953), le encontramos como uno de los más crueles oficiales en un campo de concentración soviético en el que se las hace pasar canutas a los valientes divisionarios Antonio Vilar, Manuel Dicenta y Rubén Rojo, caracterizado con unas narices postizas y una perilla a lo Lenin.

En la vida civil, Valeriano no se libra de lucir más uniformes. Así sucede en “Aeropuerto” (Luis Lucia, 1953) una nueva producción CIFESA repleta de luminarias (una de las últimas la empresa de los Casanova ofreció al público) en la que interpreta a un piloto de unas líneas aéreas comerciales. Hasta en su último film, “Historia de un beso” (2002) José Luis Garci le viste de uniforme en un plano general en el que almuerza en familia, haciendo su papel del “tío Casimiro” del protagonista, un viejo militar comprensivo con la chiquillería.

Algo más ligero

En la proximidad de las sotanas, como en “Cerca de la ciudad” se encontró Valeriano en “El milagro de sacristán” (1953, dirección y argumento de José María Elorrieta), donde interpretaba el papel de un pescador de caña, uno de los escasísimos amigos de Tomás, el misantrópico sacristán interpretado por José María Lado en un poco habitual papel protagónico. Su breve intervención, dominada por el tono cachazudo y relajado que le caracteriza, consistente en “chinchar” amistosamente a Tomás para que reemprenda una antigua relación con Milagros Leal, constituye uno de los momentos más agradables del film.

En 1959, Valeriano Andrés se pone a las órdenes de otro director novel, nada menos que Mariano Ozores, que iniciaba con “Las dos y media …y veneno” una carrera que alcanzaría altísimas cotas de seguimiento popular y aproximadamente un centenar de títulos estrenados. Se trataba del primer proyecto que emprendía Cinematografía Hispánica SA (CI-HI-SA), la productora que la familia Ozores ponía en marcha con el loable propósito de obtener cierta seguridad económica en previsión de que su faceta estrictamente artística sufriera los eventuales reveses de la caprichosa audiencia. El rodaje de este primer film tuvo lugar en las Costas de Garraf, cercanas a la barcelonesa Sitges y se produjo bajo la dirección de Mariano Ozores porque su hermano José Luis, que era quien estaba originalmente destinado a realizar esa labor (según acuerdo alcanzado con los también hermanos, los distribuidores Luis y José García Ramos) convenció a éstos de que Mariano estaba perfectamente capacitado para ello y conseguía así, de paso, diversificar esfuerzos y fuentes de ingresos para la recién nacida productora. En los papeles principales, además de Peliche, estaba su hermano Antonio y su cuñada Elisa Montés (además de la hermana de ésta, Terele Pávez), recursos excelentes para confeccionar un buen reparto y asegurarse, además, que los sueldos de las estrellas no iban a ser un obstáculo para la salud económica del proyecto. Completaban el elenco Fernando Rey, Fernando Delgado y el siempre excelente Félix Fernández, además de Teresa del Río, esposa entonces de Adolfo Marsillach y madre de sus famosas hijas Cristina y Blanca.

La historia de “Las dos y media y …veneno” narraba los esfuerzos de dos hermanos, los personajes interpretados por Fernando Rey y Fernando Delgado, para obtener dinero por el procedimiento de simular la muerte de su tío, Félix Fernández. José Luis Ozores, secundado por su hermano Antonio, tiene que ocuparse de los servicios funerarios, ya que el padre de su novia (Teresa del Río) le ha montado tan fúnebre negocio como medio de vida, dejando así el puesto de gasolina de su tío (papel que interpreta Valeriano Andrés). Los líos que se desarrollan a vueltas con el presunto difunto que asusta a unos y otros paseándose ante sus espantados ojos suponen el fundamental mecanismo de comicidad de la película que, vista hoy, resulta escasamente divertida. No obstante,consiguió una clasificación del Sindicato del Espectáculo de 2ª B, que era poco, pero era algo y, por otro lado, las críticas fueron en general positivas (con la excepción de Miguel Pérez Ferrero “Donald”, que tenía recientes cuentas pendientes con Mariano Ozores de cuando éste era director de programación de TVE y que fue demoledor) y, en general, destacaron los originales títulos de crédito, en los que los principales protagonistas tenían que cantar una letra alusiva a la temática de la película. Fernando Rey conserva, a propósito de estos títulos, el recuerdo más vívido de este rodaje, en el sentido de que era incapaz de entonar correctamente. Valeriano Andrés contribuye a la confusión reinante en la parte final de la cinta, con las frases más divertidas, al presentarse inopinadamente en el domicilio del difunto que es un vivo, con el ánimo de pasar tan ricamente la velada. Cuando comprende que se ha quedado sin distracción exclama: “Esto no es serio. Cuando se viene a un velatorio, lo menos que deben poner ustedes es el muerto”. A lo que añade, poco después, por si no había quedada clara su decepción : “Un momento. Yo he venido con mucha ilusión al velatorio y ahora me salen con que no tienen ustedes ni muerto”. De su primera experiencia como director de cine (ya había sido realizador en TVE), Mariano Ozores recoge en sus memorias ( “Respetable público. Cómo hice casi cine películas”, Planeta 2002) que ésta le sirvió para desechar la idea de hacer un “story board”, toda vez que la confrontación de los dibujos previos con la realidad del rodaje le descorazonó de seguir con ella en lo sucesivo, definitivamente.

Con los mitos hispánicos

No falta en la carrera de Valeriano Andrés, contacto con los mitos más universales que ha dado España, cuales son Don Quijote, Don Juan y Di Stéfano. En relación al primero, tiene en su haber el anecdótico papel de barbero en “Don Quijote cabalga de nuevo” (1973, Roberto Gavaldón), junto a Cantinflas, Fernando Fernán-Gómez, María Fernanda d’Ocón, Alberto Fernández, María Luisa Ponte, José Orjas y Javier Escrivá (que representa a Cervantes). La película estuvo muy lejos de acercarse a la altura del mito invocado, aunque los integrantes del reparto no pueden ser responsabilizados del desaguisado.

La relación de Valeriano Andrés con Don Juan es mucho más directa, pues en la prehistoria de TVE, en 1959, encarnó al héroe de la obra de José Zorrilla, al lado de Maruchi Fresno y bajo la dirección de Juan Guerrero Zamora, en riguroso directo, como se hacía la televisión en aquellos tiempos del famoso Paseo de la Habana. En 1963, el papel que le reparten es el de Luis Mejía, pasando Ismael Merlo a encargarse del Don Juan. La doña Inés de esta versión, que dirigió Gustavo Pérez Puig, la hizo Maite Blasco. A propósito de la relación con el burlador de Sevilla, este burgomaestre pone en duda la versión que atribuye IMDB del mito con Javier Armet de protagonista (¡despropósito sumo!) datada en 1963 y que coloca a Valeriano Andrés en el reparto.

Por último, al lado de otro mito hispánico, el astro del balompié, el argentino Di Stéfano, encontramos a Valeriano Andrés en “Saeta rubia”, film dirigido por Javier Setó estrenado en 1956, en el que nuestro protagonista de hoy incorporaba un locutor radiofónico cuyo aspecto recuerda poderosamente la figura de Matías Prats (padre).

Muchas comedias en teatro y en televisión

Simultáneamente a sus intervenciones, de carácter secundario, en el cine, Valeriano Andrés desarrolló su labor en el medio radiofónico y, sobre todo, en el teatral, donde continuó de la mano de Modesto Higueras, pasando del grupo del TEU al Teatro Español. Con posterioridad, formó parte de las compañías de Manuel Dicenta, José Luis Ozores , Isabel Garcés , Carlos Lemos y José María Rodero. La mayor popularidad, sin embargo, dada su masiva difusión, se la brindó el medio televisivo. Desde sus inicios en España, como ya hemos mencionado antes, Valeriano Andrés tuvo presencia en la televisión, especializándose, claramente, en el género cómico. Las mejores prestaciones de su arte las ofreció siempre en comedias de Jardiel Poncela, como “Eloísa está debajo de un almendro”, “Cuatro corazones con freno y marcha atrás”, “Tú y yo somos tres” o “Carlo Monte en Monte Carlo”, de Pedro Muñoz Seca, como “La venganza de Don Mendo”, o de Miguel Mihura y Álvaro de la Iglesia, como “El caso de la mujer asesinadita”, o de Edgar Neville, como “Alta fidelidad”. Por espacio de unos diez años, durante la década de los sesenta, Valeriano Andrés supuso una presencia constante, al lado de compañeros como Luis Varela o Pablo Sanz en todos los espacios dramáticos de TVE, ya fueran éstos “Estudio Uno”, “Gran Teatro”, “Estudio tres” , “Teatro de Humor” o “Teatro de siempre”, además de numerosas “Novelas” y series como “Historias de nuestro pueblo” o, ya en los inicios de los años setenta, la serie de Alfonso Paso “El último café”. A título de ejemplo, de esta etapa televisiva, podemos citar el Estudio Uno emitido un martes trece de mayo de 1969, “De profesión sospechoso”, comedia de Alfonso Paso, que realizó Cayetano Luca de Tena y en cuyo reparto figuraban Luis Varela, Rafael Navarro, Valentín Tornos, Mary González, Álvaro de Luna, Magda Rotger, Verónica Luján, Ana Carvajal, Pedro Mari Sánchez y Ignacio de Paul. De unos años más tarde es la producción de un “Pequeño Estudio”: “Han robado al niño”, con guión original de Hermógenes Sainz y realización de Domingo Almendros. En ella, acompañaban en el cartel a Valeriano Andrés (que hacía el papel de alcalde) el “cura” Carlos García Lemos, un pobrecillo apodado “El lentejas”, que hacía José Sacristán (antes de convertirse en el icono de la transición gracias a las “asignaturas” de José Luis Garci) y un guardia municipal que interpretaba Alberto Fernández. En esta serie de relatos dramatizados de media hora de duración que se emitía por el UHF, “Han robado al Niño” contaba la sustracción de una figura de un valioso niño Jesús de un belén de una ermita y de cómo se resolvía el misterioso robo. Adecuadamente, el programa salió al aire en plenas fiestas navideñas, la víspera de Reyes (y no el día 3, como dice IMDB) de 1973, a las once y media de la noche.

En la década de los setenta, si bien con menor intensidad, las participaciones de Valeriano Andrés en la única televisión de España continuaron y tuvo intervenciones en series muy populares, como las protagonizadas por Sancho Gracia, “Los camioneros” y “Curro Jiménez” (en esta última, en un episodio muy especial, emitido el 20 de noviembre de 1977 titulado “Los desalmados” en el que más de uno quiso ver algo más que una mera coincidencia en la elección de la fecha, toda vez que el personaje de Valeriano Andrés resultaba ser una especie de dictador que se apoderaba por la fuerza de un pueblo al que lanzaba discursos desde su balcón, un poco en plan “caudillo”. Cuando justamente se celebraba el segundo aniversario de la muerte del tirano, el paralelismo era inevitable. Era la transición, y todo se interpretaba en clave política). Otra serie también muy popular en la que tuvo su participación nuestro protagonista de hoy fue la dirigida por Antonio Mercero y protagonizada por su compañero de mocedad en el TEU, José Luis López Vázquez, la serie original de Antonio Mingote, “Ese señor de negro”, concretamente, en el episodio titulado “La aventura”.

Culminando la década de los setenta, Valeriano Andrés protagoniza, en el papel de Juan Sebastián Plaff, una serie dedicada a los niños, “La mansión de los Plaff”, que contó con la realización de Miguel de la Hoz y los poemas de Gloria Fuertes. En el reparto, María Fernanda d’Ocón, María Luisa Seco, Francisco Racionero y Violeta Cela.

Y muchas comedias también en el cine

Si en la televisión y el teatro, Valeriano Andrés fue asentando su personalidad en el terreno de la comedia de forma claramente predominante, en el cine esta especialización puede constatarse de forma aún más clara. El cine popular en la España del desarrollismo apuesta por un género de comedias amables, moralistas y sencillas, hoy claramente desfasadas, que sólo merecen preservarlas del olvido por la profesionalidad de sus intérpretes, que echaban mano del “oficio” para sacar adelante guiones a menudo imposibles. Como por ejemplo, el de “Escuela de seductoras”, debido a José María Elorrieta y José Manuel Iglesias, film dirigido por Leon Klimovsky que se estrenó en 1962. En el curso de su metraje, hallamos que el arquetipo de Valeriano Andrés en este tipo de comedias populistas del desarrollismo queda definido “científicamente” por Mary Carrillo en su papel de Lisistrata Pérez cuando, en una secuencia en la que la directora de la academia de seducción a la que se refiere el título se lleva a sus alumnas Conchita Bautista, Susana Canales, Marta Padován y Gracita Morales a hacer una práctica sobre el terreno y escoge a un señor de mediana edad que lee el periódico como víctima propiciatoria para que la pizpireta Conchita Bautista ponga a prueba sus recién adquiridos conocimientos, se refiere a él como “un hombre de la clase vulgaris, grupo primero”, y la alumna aventajada seleccionada para provocar la desazón del calvo conejo de indias apostilla “subgrupo C”. La película, aparte de la rareza que representa su conexión con el mundo clásico por la vía de Aristófanes, no dejaba de ser un remedo de las comedias “tri-protagonizadas” de Pedro Lazaga entonces en boga, y padecía la torpeza inherente a la dirección de Klimovsky (más sangrante en el exigente género de la comedia) pero se beneficiaba de la presencia de , por ejemplo, Ismael Merlo en un papel relevante. Contenía, además, la curiosidad de la presencia de Jorge Martín (internacionalmente conocido como George Martin) en el papel del futbolista “Cachito”, estrella del Real Madrid en la ficción, a quien persigue una siempre destacable Gracita Morales, quien tiene un su haber una de las pocas frases con gracia de la película: “Yo me llamo Filiberta, aunque de eso no tengo la culpa”.

Leon Klimovsky volvió a dirigir a Valeriano Andrés en “Los hombres las prefieren viudas” (1970), otra comedia de fondo amargo, tristón y fúnebre, propio de la falsa alegría que se instauró en los años del tardo-franquismo y que citamos a propósito de la entrada dedicada a Tomás Blanco. En ella, el actor madrileño, desempeña el típico y agradecido papel del representante de la autoridad (en este caso un comisario) que se tiene que enfrentar con un nutrido grupo de personajes que han protagonizado algún lío, que no acaba de entender. Concretamente, el enredo consiste en la simulación de un crimen y de la supresión del falso cadáver. Cuando se presenta en la comisaría el presunto asesinado, Juanjo Menéndez, Valeriano le espeta una pregunta de difícil respuesta: “¿Y usted, por qué no está muerto?”

Por su parte, Pedro Lazaga, olvidadas ya sus veleidades de juventud, apuesta decididamente por este género de cine de consumo, en el que frecuentemente encontramos a Paco Martínez Soria. Como sabemos, el director nacido en Tarragona, conoce a Valeriano Andrés desde sus comienzos profesionales y confía plenamente en su capacidad, por lo que lo llama reiteradamente y le reparte papel en tres films con el cómico aragonés: “Abuelo made in Spain” (1969), “El abuelo tiene un plan” (1973) y “Estoy hecho un chaval” (1977), pero no son estas las únicas ocasiones en las que el actor madrileño comparte la pantalla con Martínez Soria, pues también coinciden en “Don erre que erre” (José Luis Sáenz de Heredia, 1970). No concluyen en los títulos con el protagonista de “La ciudad no es para mí” las colaboraciones de Valeriano Andrés con Pedro Lazaga, se extienden también al dúo de películas que éste dirigió sobre guiones suyos y de Luis G. De Blain (del que algo dijimos en la entrada sobre Ángel Picazo) que adaptaban comedias de Enrique Jardiel Poncela, “Las siete vidas del gato” (1970) y “Blanca por fuera, rosa por dentro” (1971) pues contaban ambas con la actuación de Valeriano Andrés, que, significativamente, era el único intérprete destacado que repetía al lado de su protagonista, Esperanza Roy. No hablamos, ciertamente, de las mejores comedias de Jardiel. Corresponden a su postrer periodo y no son especialmente distinguidas. De la primera, subimos una foto en la entrada dedicada a Rosanna Yanni y hacemos hoy lo propio con la segunda, colocando junto a estas líneas una imagen en la que podemos apreciar la caracterización de Valeriano Andrés como “Fonseca” uno de los doctores ineptos y estrambóticos que Jardiel gustaba de crear para sus juguetes cómicos. El actor aparece flanqueado por el poco convincente Pepe Rubio y el siempre brillante López Vázquez. Los tres se inclinan ante la desvanecida y estupenda Esperanza Roy (¡¡y quien no!!)

Un epílogo

Valeriano Andrés, un actor al que este burgomaestre nunca podrá retribuir la diversión proporcionada, especialmente, desde la pequeña pantalla, con una trayectoria tan abultada como digna, que consiguió con sus desmañados gestos excelentes interpretaciones en todo tipo de ficciones, tuvo su epílogo artístico en “Historia de un beso”(2002), película que, como todas las últimas de José Luis Garci, reserva, en el capítulo actoral, algún momento que sirva de homenaje a los actores veteranos y venerados, como lo fue el bueno de Valeriano. Su frase, dirigida a los niños de la película quizá no pasará a la historia por su contenido (una de esas cosas sentimentales que tanto le gustan al director madrileño), pero quedará en la memoria del espectador por el modo en que está dicha.

Y un enigma:

Según la filmografía de Valeriano Andrés que se puede consultar en IMDB, éste interviene en “Historias de la Televisión” (1965) y, efectivamente, en los títulos de crédito del film, figura en el reparto, el cual está escrito por orden de intervención. Lo sorprendente es que, realmente, el actor no aparece en la película. Una posible explicación a este enigma sería que su papel se cortó en la sala de montaje y que esta decisión se debió tomar con posterioridad a la confección de los títulos de crédito. Otra posible explicación sería que , por increíble que parezca, fuese confundido con Manuel Gas, quien efectivamente aparece al lado de José Orjas y Adrián Ortega formando con ellos el triunvirato rector del certamen internacional de canción moderna en el que quiere participar la bellísima Concha Velasco. Como se puede comprobar, siguiendo el orden de intervención en que figuran los integrantes del reparto en los títulos de crédito es su nombre el que debía estar en el lugar del de Valeriano Andrés. Anécdota esta significativa quizá de hasta dónde puede llegar la falta de rigor en todo lo que se refiere a la cultura popular y dónde se encuentra la raíz de las dificultades que acechan a quien pretenda estudiarla.

Bibliografía: Libros manejados no citados en el texto ni en entradas anteriores:

“José Luis Ozores. La sonrisa robada”, César Combarros Peláez. 48 Semana Internacional de Cine Valladolid 2003.

“José Luis López Vázquez. Los disfraces de la melancolía”, Eduardo Rodrígez. 34 Semana de cine Valladolid 1989.

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martes, junio 17, 2008

Galería: don José Bódalo fue don Francisco de Goya

Probablemente sea la existencia de José Bódalo el hecho que más responsabilidad tenga en que este burgo decidiera un día ponerse a dar la lata con esto de los actores. Verle “trabajar”( como nos gustaba decir en casa) suponía un espectáculo fascinante y, afortunadamente cotidiano, que se producía, casi milagrosamente, en la modesta sala de estar-comedor del hogar familiar. De esa fascinación por el enorme talento interpretativo que poseía José Bódalo y quizá en aún mayor medida, por la convincente exhibición de humanidad que irradiaba en cada intervención, nace una parte muy importante del deseo de retribuir en forma de homenajes la labor de todos nuestros actores. Con la parrafada precedente este burgo pretende poner de relieve la altísima estima en que tiene la figura de José Bódalo y, en consecuencia, hacer casi innecesario advertir que la presente entrada no es más que una ligerísima pincelada, un apunte o una estampa de lo que habrá de ser, en un futuro más o menos cercano, otra mucho más extensa dedicada a su larga y fructífera carrera.

El 6 de febrero de 1970, José Bódalo (Córdoba –Argentina 24-3-1916, Madrid, 24-7-1985) estrenaba en el teatro Reina Victoria la obra de Antonio Buero Vallejo “El sueño de la razón”, en la que incorporaba a su personaje protagonista, el pintor aragonés y universal, verdadero gigante de la Historia del Arte, Francisco de Goya y Lucientes. La obra, que obtuvo aquel año los premios “El espectador y la Crítica” y el “Leopoldo Cano”, estaba ambientada en el año 1823, en el momento histórico en el que Fernando VII aplastaba con crueldad criminal a sus sojuzgados súbditos culpables del delito de ser partidarios del liberalismo. El genial pintor, recluído en su quinta, asiste a esa barbarie absolutista sumido en una profunda sordera, efecto que lleva en la obra a los demás personajes a no emitir sonido alguno cuando dialogan con el pintor, por lo que se limitan los actores que los interpretan a mover los labios únicamente. Estos actores eran, para los principales papeles, María Asquerino (que accedió al personaje después de descartar a Mary Carrillo, en quien se había pensado en primer lugar) en el papel de la pareja del pintor de aquellos años, Leocadia Zorrilla de Weiss (casada todavía con Isidoro Weiss), Ricardo Alpuente, en el papel de Fernando VII, Miguel Ángel, como Don Eugenio Arrieta, Antonio Queipo como don Francisco Tadeo Calomarde, y Antonio Puga encarnando a don José Duato y Latre. Dirigiendo el espectáculo, José Osuna, y los decorados y figurines fueron obra de Javier Artimaño. En el montaje teatral, la presencia de las “pinturas negras”, la obra que el pintor llevó a cabo sobre las paredes de su residencia de entonces, la famosa “Quinta del Sordo” se resolvió mediante proyecciones sobre fotografías del gran fotógrafo del mundo teatral, Gyenes.

Aquel acontecimiento que supuso el estreno de lo nuevo de Buero en febrero de 1970 se había venido fraguando desde el verano del año anterior, cuando el autor finalizaba la escritura de su obra en el hostal del Arcipreste en Navacerrada. Para encarnar a su protagonista se pensó en un primer momento en Fernando Fernán-Gómez, pero pronto se desistió de aquella idea y se planteó la opción de José Bódalo, que se encontraba descansando en su residencia en Mazarrón. El actor se entusiasma enseguida con la obra e inicia una preparación concienzuda de su comprometido y exigente papel, que le lleva, no sólo a aprenderse de memoria el texto íntegro (que es de hecho casi un monólogo) con mucha antelación (desde el mes de octubre), sino también a documentarse hasta la extenuación tanto de la biografía como de la obra del pintor nacido en Fuendetodos, haciéndose, por ejemplo, habitual del Museo del Prado, donde examina detenidamente los cuadros del artista, o leyendo los libros publicados por Lafuente Ferrari y Sánchez Cantón sobre el mismo, o llevando, según cuentan las crónicas, en su cartera, una reproducción del retrato que Vicente López pintó del creador de “La carga de los mamelucos” para tener su imagen siempre presente.

José Bódalo, aquel hijo de actores (Eugenia Zúffoli y José Bódalo) que fue locutor en las ondas venezolanas en Radio Caracas y futbolista profesional en sus años mozos, que llegó a intervenir en más de mil espacios dramáticos en TVE (desde los años cincuenta hasta los ochenta), cosechó aquel febrero de 1970 un éxito rotundo y merecido. Sirvan estas fotografías de Rogelio Leal, en las que vemos al actor preparándose para salir al escenario y ya completamente caracterizado, plantado en él, publicadas entonces en la revista “La Actualidad Española” dentro del reportaje firmado por Arcadio Baquero, como testimonio y homenaje de aquel sonado triunfo y (más aún) del profesional, entregado y apasionado esfuerzo que lo hizo posible.

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domingo, junio 08, 2008

Angel Picazo: actuar con nobleza

Hidalguía en la voz

Cualquiera que haya tenido alguna vez la inmensa fortuna de presenciar alguna actuación de nuestro protagonista de hoy, Ángel Picazo, quedaría sin duda impresionado para siempre por su excelente voz. Era la suya una voz de terciopelo, que producía efectos balsámicos en el oyente con su elegante sonoridad de oboe bien templado, que transmitía serenidad acariciando el oído, como el suave crepitar de una hoguera milenaria. Una voz, la de don Ángel, portentosa, que se extendía en el aire sin el menor crujido, desplegándose con la ligereza del vuelo de una garza y que se correspondía con una presencia noble, sin afectación, idónea para encarnar ideales que hablaban de estabilidad, de templanza, de sosiego, de la autoridad que da la razón y que tan llena está de esa servidumbre que conocemos como responsabilidad.

Ángel Picazo Alcaraz nació en Murcia en 1917 y murió ochenta y un años después, en Madrid según unas fuentes y en Barcelona, según otras, víctima de un cáncer, cuando hacía ya dos lustros que había culminado brillantemente una carrera profesional como intérprete que se había prolongado a lo largo de más de cuatro décadas, vinculada al escenario del teatro, a los estudios de doblaje, a los platós de televisión y a los “sets” cinematográficos, poseyendo, prácticamente desde su comienzo, la categoría de primer actor en todos esos ámbitos. Para el público en general, que le conoció especialmente a través de la pequeña pantalla, era un intérprete similar a otros excelentes colegas suyos, también habituales del medio, como Tomás Blanco, con el que fácilmente podía intercambiar papeles, aunque en lugar del matiz a menudo malicioso de éste, su personalidad se mostraba noble y serena, con una cualidad aristocrática que, sin duda, le hizo idóneo para encarnar algunos de sus personajes más característicos, siendo, de entre todos ellos, el más personal, el de Alfonso XIII, por el asombroso parecido físico que mantenía con el borbón.

Ahora que nos hallamos tan faltos de actores dignos de tal nombre, recordar la ejecutoria de uno de los que más honraron su profesión en el siglo pasado resulta más oportuno que nunca, en el año en el que se han de cumplir diez años de su desaparición.

En el principio era Jardiel

Como ya dijimos a propósito de Carlos Lemos, o de José María Escuer, en entradas anteriores, o como podríamos decir si nos atreviéramos a hacer lo propio con aquel gigante pelirrojo que fue Fernando Fernán-Gómez, la figura imprescindible de Enrique Jardiel Poncela estuvo presente en los comienzos de la carrera de Ángel Picazo. De hecho, su debut en la escena se produjo representando un pequeño papel en “Los ladrones somos gente honrada” (precisamente la misma obra en la que tuvo su primer papel “con nombre” el citado Fernán-Gómez), en 1942, en la gira por provincias que llevando la obra realizaba la compañía de López Llauder. Por aquel entonces, años de hiriente penuria económica en España, el joven actor nacido en Murcia y formado en Barcelona, cobraba por sus servicios la estupenda cantidad de veinticinco pesetas (al cambio actual estrictamente aritmético, quince céntimos de euro).

Simultáneamente a sus primeras experiencias teatrales, el actor murciano se inicia en el mundo del doblaje, prestando su prodigiosa voz a las actuaciones de Charles Boyer, Walter Pidgeon y Gregory Peck, entre otras estrellas del cine norteamericano. De sus trabajos en este campo no han sobrevivido muchas muestras, aunque todavía hoy se le puede oír en la versión española de “Duelo al sol” (King Vidor, 1946) ofreciendo una versión nasalizada y con matiz canallesco de su propia voz, al servicio del personaje de Gregory Peck.

La valía del joven Picazo le sirvió para mejorar rápidamente de estatus e ingresar en la compañía del gran Rafael Rivelles como galán joven, donde se mantuvo seis años en los que no hizo sino mejorar su técnica y madurar su arte. En el transcurso de este fecundo periodo se produjo su debut en el cine, un medio de expresión que, como en los casos de otros colegas suyos, como José María Rodero o Manuel Dicenta, no brindó a Ángel Picazo las oportunidades que su talento interpretativo merecía. No obstante lo cual, su paso por el mundo del celuloide está adornado con sus mejores cualidades, de las que le era imposible prescindir: sobriedad, eficacia y rigor.

Entrada en el cine de la mano de Miguel Iglesias

Aprovechando un parón profesional motivado por la contratación del titular de la compañía, Rafael Rivelles, para el rodaje de la cinta que había de protagonizar a las órdenes de Rafael Gil, “Don Quijote de la Mancha” (1947), Ángel Picazo se pone a las órdenes de Miguel Iglesias para debutar en el Séptimo Arte, haciendo el papel protagónico de “Las tinieblas quedaron atrás”, una película argumentalmente emparentada con recientes éxitos de las carteleras de aquel entonces debidos a Alfred Hitchock, como “Rebeca” (1939) o “Sospecha” (1941) o a George Cukor, como fue “Luz que agoniza” (1944). Con guión de Luis G. de Blain (Herrerías, Almería 1916 – Barcelona, 2001), en el que fue su debut en el cine, que adaptaba una historia suya destinada a la radiodifusión, “La sonrisa de terciopelo”, se trató de una película inscribible en el subgénero del melodrama criminal con tintes psicológicos, entonces muy de moda. Se nos narra que una actriz, Diana Loriarte, es pretendida por dos hombres, Ricardo Marbán y Jorge Santillana y cómo se decide, finalmente, por el primero, que se la lleva a vivir a una apartada mansión en lo alto de un acantilado. Empiezan entonces a sucederse hechos tan inquietantes como amenazadores que llevan a la recién casada a sospechar que su vida está en peligro y que es su marido (cuya auténtica identidad sería la de un famoso criminal, un tal Gregar) el responsable de ello. Cuando está más convencida de que su existencia está a punto de ser suprimida, aparece súbitamente el otro pretendiente, Jorge, para dar un vuelco a la excesivamente emocionante vida conyugal de Diana. El creador de esta trama, Luis G. de Blain (Luis Gossé Cleyman), creador, por cierto, del popular Mr. Belvedere de la revista FOTOGRAMAS, quien había cosechado éxitos indiscutibles en la radio, como las series de género policíaco realizadas en Radio Barcelona “Un buen detective” y, especialmente “Las aventuras de Taxy Key” (cuya popularidad la llevó a ser trasladada a la fotonovela, a la historieta –a través del lápiz de Vicente Roso- y al cine en “Las aventuras de Taxi Key” –Juan Fortuny,Albert G. Nicolau y Arturo Buendía, 1959 ), y su protagonista masculino, Ángel Picazo, no fueron las únicas figuras debutantes en el film. También su estrella femenina, la cantante Rina Celi, que sólo había intervenido antes en otra película (“El hombre de los muñecos”, Ignacio F. Iquino, 1941), pero estrictamente para cantar, era debutante. Rina Celi vivía aquellas fechas un momento de esplendor que le permitía simultanear su presencia en programas radiofónicos, actuaciones en salas de fiestas y en revistas como “¡Taxi, al cómico!”. Su interés en iniciar una carrera como actriz dramática, potenciado financieramente por un amigo, contribuyó decisivamente a la realización del film, en el que interpretó un par de canciones. La carrera dramática de Rina Celi, no obstante sus buenas intenciones, no alcanzó la misma dimensión que su trayectoria canora y sólo volvió a actuar en otras dos películas, “La casa de las sonrisas” (Alejandro Ulloa, 1948) (en la que por cierto, también actuaba nuestra amiga Camino Garrigó) y “Sabela de Cambados” (Ramón Torrado, 1949).

“Las tinieblas quedaron atrás” fue una producción modestísima que contaba con 300.000 pesetas de presupuesto (aproximadamente, la mitad del coste de un film de nivel medio de la época), de las cuales 55.000 constituyeron el sueldo de su director. A pesar de tener muy interesantes resoluciones técnicas debidas, en parte, a los buenos oficios del decorador Alfonso de Lucas, no tuvo éxito y se ganó malas críticas por parte de los comentaristas más “nacionalistas”, que arremetieron contra el estilo mimético del cine americano. Críticas que, precisamente, nos hacen pensar que esta película sería hoy mucho más “visible” que la mayoría de la producción española de aquellos años y especialmente más que otros títulos que recibieron mucho mejores calificaciones en las reseñas de la prensa oficialista.

Al servicio del novato Rovira Beleta

Ángel Picazo rodó en 1948 a las órdenes de un debutante Francesc Rovira-Beleta la película “Doce horas de vida”, una producción Aureliano Campá para Cifesa que se estrenó en Madrid el 10 de noviembre de 1949 y más de un año y medio más tarde, en Barcelona, con el habitual de las producciones Iquino, el italiano Adriano Rimoldi como protagonista, en una historia bastante semejante a la posterior “Con las horas contadas” (“D.O. A”, el clásico de la serie B dirigido por Rudolph Maté en 1950). En ella, Ángel Picazo se hace cargo del papel de Montalvo, el amigo del protagonista. La trama narra cómo, en 1925, en Tetuán, Miguel Duval, un oficial de la Legión, espera la hora de su ejecución por el delito de alta traición al haber extraviado unos valiosos documentos. En las horas previas a su final, consigue convencer al capitán Montalvo, el oficial de guardia, de que puede demostrar su inocencia si le concede doce horas de libertad para reunir las pruebas de su inocencia, para lo que deberá localizar a una misteriosa mujer. El argumento, debido a Manuel Tamayo y Alfredo Echegaray se basaba en un hecho real y el reparto incluía nombres tan interesantes como los de Ana Mariscal (otra habitual en las producciones de Iquino del momento), Rafael Luis Calvo, José Vivó o Félix de Pomés. Picazo vuelve a rodar nuevamente, un año después, a las órdenes del director de “Los Tarantos”, en esa ocasión como protagonista masculino una especie de vodevil titulado “39 cartas de amor”, una historia de Carlos Blanco con Tony Leblanc, Gustavo Re, Antonio Riquelme, Julia Caba Alba y Roberto Font haciéndose cargo de la parte más cómica de la función, y con Irasema Dillian como Julieta, la belleza que provoca los celos de su marido, Alberto (Ángel Picazo), el cual, como el personaje de la popular canción de los setenta de la cantautora Cecilia, “Un ramito de violetas”, le escribe cartas de amor a su esposa (hasta totalizar la cantidad reseñada en el título) simulando ser un admirador secreto con la sana intención de pillarla en una infidelidad. El film, que sobre el papel parece una comedia alocada y muy divertida, fue víctima de la incomprensión de los exhibidores y tardó seis años en estrenarse (como curiosidad sea dicho, en Madrid en una versión artesanalmente coloreada), pasando, comprensiblemente, dado el desfase, inadvertida.

Seis años de primer actor en el María Guerrero

“La Carreta”, obra del portorriqueño René Marqués, se estrenó en el Teatro María Guerrero el 28 de noviembre de 1957, con Pepita Serrador en el papel principal y con la participación destacada de Joaquín Roa y Mari Carmen Díaz de Mendoza, con Ángel Picazo como protagonista masculino. La imagen que acompaña, correspondiente al segundo acto, muestra al actor reclinado en el regazo de Pepita Serrador, que interpreta el papel de su madre. El estreno constituyó un gran éxito que cosechó excelentes críticas, y despertó el “fervor popular” a lo que tal vez no fue ajeno, además de los muchos méritos artísticos, la coincidencia con la Semana que organizaban anualmente los estudiantes portorriqueños en Madrid. El hecho es que en la carrera teatral de Ángel Picazo, supuso tan sólo una más de las 33 obras que representó en el mismo escenario y siempre con dirección de Claudio de la Torre, entre noviembre de 1954 y abril de 1960, como primer actor de la compañía nacional de ese teatro. Aún volvería, veintitrés años después, en diciembre de 1983, al María Guerrero, entonces con dirección de José Carlos Plaza, para una lectura dramatizada de textos de Max Aub, que se tituló “La gallina ciega”, con José Luis López Vázquez, Ana Belén, Fernando Delgado, Juan Ribó, José Sacristán, Núria Espert, Julia Guitérrez Caba y Enriqueta Carballeira como excepcionales compañeros, y, por último, una vez más, en febrero del año siguiente para interpretar un papel en la escenificación de “Eloísa está debajo de un almendro”, nuevamente con el mismo director y acompañado sobre las tablas por Mari Carmen Prendes, Enriqueta Carballeira, Asunción Sancho, Rafael Alonso y José Luis Pellicena, entre otros.

En su etapa de actor de la Compañía Nacional, entre 1954 y 1960, actuando siempre en el escenario del María Guerrero, Ángel Picazo, intervino en eventos tan destacados como el estreno de la reputada obra “Hoy es fiesta”, de Antonio Buero Vallejo, con María Francés, Teófilo Calle, Pastor Serrador y su esposa, Luisa Sala, Javier Loyola y Elvira Noriega, como compañeros de reparto, el cual se produjo el 20 de septiembre de 1956. Precisamente a esta obra pertenece el momento fotografíado por Juan Gyenes en la imagen que puede verse junto a estas líneas, en la que aparecen Elvira Noriega y Ángel Picazo. Signo de su innegable popularidad, el autor Alfonso Paso aparece por tres veces en la lista de las obras que Ángel Picazo representó en escena en este periodo: la más prestigiosa de todas, “Los pobrecitos”, se estrenó en marzo de 1957; justo un año después, le llega el turno a “Catalina no es formal” y, en enero de 1960, se pone en escena “La boda de la chica”. El elenco de las dos primeras es en gran parte coincidente con el citado para “Hoy es fiesta”, mientras que en la obra citada en tercer lugar encontramos la participación del veterano Mariano Azaña, del brillante Pedro Sempson, de Lina Rosales, de Montserrat Blanch y de Gabriel Llopart, por citar sólo algunos. Otras obras que nuestro protagonista de hoy representó en el escenario del María Guerrero durante aquellos seis años como actor principal de la compañía de este Teatro Nacional que han resistido, por una razón u otra, el paso del tiempo, venciendo al olvido, son, por ejemplo, “La casa de té de la Luna de Agosto” y “La desconcertante señora Savage, ambas del autor norteamericano John Patrick, “La loca de la casa”, de Benito Pérez Galdós, la versión de 1955 de “La malquerida” de Benavente, o “La vida en un hilo” y “Alta fidelidad”, de Edgar Neville.

Más cine, por favor

El mismo año en que Ángel Picazo habrá de pisar el escenario del María Guerrero como primer actor de la compañía, se ha estrenado la película “¡Crimen imposible?” (1954) en la que encarnó a Luis Escobedo, uno de los sospechosos de haber cometido el asesinato del escritor Certal (Gerard Tichy), de quien es amigo, en la que luce espléndidamente una gabardina tipo trinchera y en la que fuma con gran distinción “Lucky Strike” (“Golpe afortunado”, según traducción del personaje). La película, el complejo relato de un asesinato misterioso narrada en clave de drama psicológico, que comentamos aquí con motivo de la entrada dedicada a Gerard Tichy (la víctima del crimen que, precisamente se ha encargado de instigar), obtuvo importantes premios, tales como los del Círculo de los Escritores Cinematográficos al mejor director (César Fernández Ardavín), mejor fotografía (Manuel Berenguer) y mejores actor y actriz principales (José Suarez en el papel del policía inspector Rafael y Nani Fernández, como Isabel, su novia y amante ejecutora de la víctima). Además, la Junta de Clasificación la distinguió con la categoría de 1ª A, lo que suponía una concesión por parte del Crédito Sindical de un millón cincuenta mil pesetas. La película, a pesar de reunir todas estas distinciones y méritos objetivos, no contó con una resonancia popular destacable. Duró 14 días en el cine de Madrid en que se estrenó en septiembre de 1954 y una docena tan sólo en el de Barcelona, donde se estrenó siete meses más tarde.

“Han matado un cadáver” (1961) supuso el retorno de su director, Julio Salvador, a los derroteros de su película más conocida, que supone un hito en la historia del cine de ficción criminal, “Apartado de correos 1001”, once años después. Nuevamente, como en el título anterior, nos encontramos con una trama policíaca que transcurre en las calles de la ciudad Barcelona, escenario espléndidamente aprovechado, con un final en un lugar tan pintoresco como es el Pueblo Español, en evidente analogía con el final del film previo, cuya acción concluía en las conocidas atracciones Apolo del Paralelo barcelonés. Nuevamente, las fuerzas del orden se desdoblan en una pareja de policías formada por un veterano y un novato que mantienen una relación de características paterno-filiales. El papel del policía experimentado, el comisario Jorge Rivera, corre a cargo de Ángel Picazo, que cuenta, para disfrute del espectador, con largas parrafadas que decir. Con el papel de Antonio Martín, el policía bisoño, apechuga José Campos, que aparece bastante inseguro pero que cuenta con la inestimable ayuda de la voz del gran Manuel Cano para sacar su actuación adelante. En la trama, llena de sorpresas y duplicidades, donde se produce el asesinato doble de Teresa Montes, una cantante de cabaret a la que la policía suplanta por su hermana gemela, Margarita, para hacer caer al criminal (papeles interpretados ambos y de manera sucesiva por la macizorra Colette Ripert) se encuentran ecos del clásico “Laura” (1944) de Otto Preminger, en el enamoramiento del joven policía por la víctima del crimen y de la más reciente “Vértigo” (1958) en la conversión de la segunda mujer en un duplicado de la desaparecida.

Si “¿Crimen imposible?” cosechó un buen número de premios, no es inferior el palmarés de “Ensayo general para la muerte” (1963), película dirigida por Julio Coll, con argumento y guión de Pedro Mario Herrero (autor que mencionamos a propósito de la entrada sobre Mayra Rey, al ser el escritor responsable del guión de “Los elegidos”). A los premios del Círculo de Escritores Cinematográficos a la mejor dirección, mejor guión y mejor interpretación masculina (para Roberto Camardiel, por su esforzada creación de un policía francés), se sumaba el premio Nacional del Sindicato del Espectáculo a la mejor película y también a la mejor actriz secundaria. En esta película, tan importante en su momento como olvidada hoy, Ángel Picazo representa el papel del torturado Henri Torgelais, un empresario teatral que había sido estrella del violín y que, al quedar manco en un accidente perdió la gloria de la fama y, simultáneamente, fue abandonado por su mujer, lo que desencadenó en él un sentimiento de acerada misoginia. Estas circunstancias le colocan en la posición de sospechoso del crimen de la esposa del escritor encarnado por Carlos Estrada, sospechoso también, a su vez. La alambicada trama del film contiene un crimen perfecto y adulterios varios, además de la obligada investigación criminal. Por otro lado, la galería de personajes, además del descrito anteriormente que incorpora Ángel Picazo, incluye a un autor teatral desquiciado, a su infiel esposa (Susana Campos), a un médico mujeriego encarnado por el gran José Bódalo, al inevitablemente tosco, pero voluntariosamente refinado inspector que interpreta Roberto Camardiel, a un agente de policía seductor de empleadas del hogar, a cargo de Carlos Ballesteros y a una suculenta criadita joven (Irán Eroy) que canta acompañada de la guitarra lánguidas tonadas francesas en su acogedor cuartito. Por si esto fuera poco, el film incluye un breve interludio cómico-costumbrista a cargo de María Luisa Ponte y Antonio Riquelme los cuales están, como es natural, estupendos, en los papeles de prostituta y cliente que acaban en comisaría.

Irrupción en TVE

A partir de 1964, Ángel Picazo se incorpora a la excelente nómina de actores de la producción de espacios dramáticos de Televisión Española convirtiéndose en un rostro popular entre su multi-millonaria y unívoca audiencia. Interviene con especial frecuencia en las inolvidables “Novelas” de emisión seriada, llegando a actuar en once de ellas, de entre las que citaremos a modo de ejemplo “Un noviazgo”, dramatización de la obra de Carmen Laforet a cargo de Hermógenes Sainz, dirigida y realizada por Manuel Aguado, que salió “al aire” en julio de 1966, con la inmensa Irene Gutiérrez Caba como protagonista femenina y con Tina Sainz, Josefina Serratosa, Ana del Arco, Francisco Melgares, Adolfo del Río y Roberto Cruz completando el reparto.

Del resto de espacios dramáticos en los que intervino Ángel Picazo, que incluyen un buen número de “Estudio Uno”, por supusto, hemos elegido hablar de la adaptación de Jean Anouilh de la tragedia de Sófocles “Antígona”, dirigida por Juan Guerrero Zamora, con Nuria Torray, Maite Blasco, Jesús Puente y José Calvo, que fue emitida dentro del espacio “Primera fila” y en la que nuestro protagonista hacía el papel de Creonte. Elección que hemos hecho, entre otras razones, además del valor artístico intrínseco, para mostrar cómo las gastaba TVE a la hora de programar el “prime time” (la obra se pasó a las 22:30 de un miércoles por la única cadena que había).

En 1969, le cabe a Ángel Picazo el honor de intervenir en la primera realización para TVE del entonces innovador y hoy mito televisivo, el rumano Valerio Lazarov, “El irreal Madrid”, un espacio diseñado y encargado con la finalidad prioritaria de cosechar algún premio internacional que, a modo del “La, la, la” eurovisivo, proyectara una imagen de modernización y normalización del régimen franquista. Al margen de los propósitos que generaran su engendramiento (que se vieron recompensados con una Ninfa del Festival de Montecarlo, la correspondiente al mejor guión), lo cierto es que el programa permanece en la memoria de la historia televisiva como uno de los más originales y transgresores (dentro de un orden) de la época, resultando un agitado cóctel de delirio “pop” y de humor absurdo, en el que se encuentran, chocantemente a sus anchas, actores tan tradicionales como el propio Ángel Picazo o el entrañable Ángel Álvarez, o los bruguerescos Emilio Laguna y Luis Morris, o la impagable Lola Gaos o las estupendísimas Claudia Gravy, Iran Eroy, Elisa Montés y la malograda Soledad Miranda. El leve hilo argumental del programa, entreverado de actuaciones de ídolos de la música ligera, consistía en unas alucinantes pruebas de resistencia que habían de forjar los indestructibles espíritus de los seguidores de un equipo de fútbol que no era otro que el más internacional y sólido valor “mediático” de la España de entonces, el Real Madrid.

En un línea decididamente divergente, y hasta opuesta, se situaría la serie de películas que Juan de Orduña dirigió adaptando al cine las zarzuelas más populares y reconocidas. Se trataba de films que se estrenaron en salas de cine, pero que había producido TVE y que ésta emitió semanalmente, una vez la corta carrera comercial de las películas había terminado. De entre todas ellas, a Ángel Picazo le correspondió intervenir en “El huésped del sevillano”, encarnando, con la hidalguía serena que le caracterizaba, a Miguel de Cervantes. A su lado se hallaba la pareja formada por el gracioso habitual de toda la serie, Antonio Durán y su mujer (a la que conoció precisamente, durante el rodaje de estas zarzuelas), la increíblemente hermosa María Silva, también intervenían la más cercana María José Alfonso, los galanes Manuel Gil y Rubén Rojo y los maravillosos característicos José Franco y José Orjas.

Algunas películas más en las que salió y dos en las que no sale

Si alguna película, en la carrera de Ángel Picazo, necesitaba imperiosamente de su presencia para aspirar a existir, esa fue, sin duda, la que dirigió el zaragozano Santos Alcocer en 1964, “Las últimas horas”, drama histórico cuya credibilidad se sostenía en gran parte en la asombrosa creación que nuestro protagonista hacía del personaje de Alfonso XIII, con el que, no nos cuesta repetirlo, le unía un parecido más que remarcable. La película, por desgracia para sus responsables, no estaba bien resuelta. A su evidente intencionalidad ideológica de signo reaccionario sumaba las carencias de Santos Alcocer a la hora de ejercer la dirección. La carrera del cineasta aragonés, trasladado ya desde niño a Madrid, se inicia en el terreno de la producción, trabajando en un primer momento para la “Emisora Films” de Iquino y luego para “Paesa Films” y “Amsara Films” (empresa con la que produciría los primeros éxitos de Pedro Lazaga, como “La patrulla”-1954-) hasta que funda su propia productora, “Santos Alcocer Producciones Cinematográficas”. En ese momento decide asumir él mismo las tareas de dirección, pero conservando el que considera su “olfato comercial”, con lo que elige temas que considera éxitos seguros para llevarlos a la pantalla. Lamentablemente, sus apuestas, de tan timoratas, se saldan con rotundos fracasos. Confía en el fenómeno del cine folklórico racial y se estrella con “La novia de Juan Lucero” (1958) y “Puente de coplas” (1961), convencido que las fuerzas combinadas de “estrellas “ como el torero turolense Ángel Peralta y Juanita Reina por un lado y Antonio Molina y Rafael Farina por otro, van a reportarle sendos taquillazos, pero se equivoca estrepitosamente. Si bien no con la rotundidad de lo acaecido con el estomagante film “Pachín, almirante” (1961), insufrible intento de repetir el respaldo popular que obtuviera “Recluta con niño” (Pedro L. Ramírez, 1955) con el pobre Julio Riscal y un niño en verdad repelente llamado Angelito. Al escaso resultado comercial del film protagonizado por Ángel Picazo sobre las últimas horas del reinado de Alfonso XIII, tuvo que sumar todavía los fracasos de sus dos películas que intentaban emular la rentabilidad del entonces de moda “sello Corman”: “El enigma del ataúd” (1966) y “El coleccionista de cadáveres”(1967) film que contiene, al menos, el valor histórico de presentar la última actuación (con permiso de “Targets”, de Bogdanovich) del gran Boris Karloff. Una carrera, la de Santos Alcocer, que ejemplifica hasta qué punto puede uno equivocarse en sus decisiones pues, si como productor las cosas le iban bastante bien, cuando tomó la decisión de encargarse de dirigir sus propios films, encadenó un fracaso tras otro, logrando no sólo demostrar que no era director, sino también perdiendo el tino que parecía haberle acompañado como productor. Con todo, suyo es el mérito de haberle dado a Ángel Picazo un papel tan idóneo que permite identificar al actor con el personaje a pesar del paso del tiempo y también, dar pábulo a habladurías tan inauditas como la que se sustenta en la base internáutica IMDB, según la cual el actor nacido en Murcia era hijo del propio monarca Alfonso XIII.

En “Estambul 65” (Antonio Isasi-Isasmendi,1965), Ángel Picazo hace el papel del calmoso comisario Mallouk, ostigador de las actividades delictivas del protagonista, el simpático Tony Mecenas (Horst Buchholz cuando estaban frescos aún sus éxitos en “Los siete magníficos” – John Sturges, 1960- y “Uno, dos, tres” –Billy Wilder, 1961-), propietario de un garito de juego clandestino en el que trabajan sus secuaces Álvaro de Luna y Gustavo Re. El film supuso el inicio de una racha de éxitos internacionales de su director, dignos de competir en su propio terreno con el cine comercial norteamericano, mérito extraordinario de Antonio Isasi-Isasmendi, que nunca se ha reconocido lo bastante, en una cinematografía tan paupérrima como la española. A la habilidad de su realizador para facturar productos competitivos en las taquillas de todo el mundo no es ajena la eficacia de los competentísimos actores empleados. A los ya citados, en la “bondiana” “Estambul 65” debemos citar, por ejemplo, a Jorge Rigaud, Luis Induni, Klaus Kinski, Gerard Tichy, Agustín González y la guapísima Sylva Koscina. La participación de Ángel Picazo no representa parte significativa del metraje, pero su composición, elegante y discreta, del servidor de la ley encomendado está a la altura de las mejores creaciones análogas por parte de sus colegas de Hollywood. Debido al sistema de producción empleado, Ángel Picazo, experimentado doblador, vio en esta ocasión su prodigiosa voz sustituida por la de otro sensacional profesional, Felipe Peña, uno de los dobladores habituales de John Wayne.”Estambul 65” contó con un presupuesto de 100 millones de pesetas que en pantalla daban una sensación de aún mayor holgura, de los cuales, un millón y medio correspondía a los emolumentos de Isasi-Isasmendi, dato que invito a contrastar con los apuntados antes sobre el film de debut de Ángel Picazo en el cine, rodado unos veinte años atrás por Miguel Iglesias, “Las tinieblas quedaron atrás”: 300 000 pesetas de presupuesto y 55000 para pagar a su director. Efectivamente, si las tinieblas pueden equipararse a la precariedad económica, da la sensación de que “quedaron atrás” con el transcurso de esos veinte años.

Otras películas en las que Ángel Picazo intervino fueron “Pacto de silencio” (1949, Antonio Román), que constituye la única ocasión en la que el gran crítico de cine Alfonso Sánchez firma un guión; “La bella Mimí” (1960, José María Elorrieta), “Encrucijada para una monja” (1967, Julio Coll), “La curiosa” (1972, Vicente Escrivá), “Las verdes praderas” (1976, José Luis Garci) y también (lamentamos decir que) puso su extraordinaria voz, como narrador, al servicio del documental “Franco, ese hombre” (1964, José Luis Sáenz de Heredia). Por último, citemos, hablando de cosas demoníacas, “Las joyas del diablo” (1970, José María Elorrieta), una exótica coproduccion hispano-canadiense-tunecina de la que hemos colgado una imagen junto a estas líneas, donde aparece al lado de Ángel Picazo un actor argentino que trabajó profusamente en aquellos años, especialmente en producciones de género de aventuras o terror, Vidal Molina.

Dos películas en las que Ángel Picazo no sale son las dos versiones que de la famosa zarzuela “La Revoltosa” realizó José Díaz Morales. Tal afirmación, que puede parecer gratuita, tiene una justificación y es ella que, por un lado, la base de datos IMDB coloca a Ángel Picazo en la versión en color estrenada en 1963, con Germán Cobos y Teresa Lorca como protagonistas, mientras que el magnífico libro de Carlos Aguilar y Jaume Genover, “Las estrellas de nuestro cine”, lo sitúan en la versión en blanco negro que se había estrenado quince años antes, en 1949, con Carmen Sevilla y Tony Leblanc en los papeles principales. El hecho cierto es que no aparece en ninguna de ellas. Tomás Blanco, de quien hemos dicho que podía intercambiar papeles con nuestro protagonista de hoy, actúa,en cambio en las dos, haciendo el papel del prestamista. Por emplear un símil futbolístico, en lo que se refiere a “La Revoltosa”: Tomás Blanco: 2, Ángel Picazo: 0.

Siempre, el teatro

Después de sus seis años en el María Guerrero, y compatibilizándolo con sus actuaciones en televisión y cine, Ángel Picazo pasa a ocupar con su arte, de manera sucesiva, y también por periodos de media docena de años, los escenarios de los teatros Lara, Arlequín, Goya, e Infanta Isabel, prolongando más allá de los cuarenta años una carrera teatral que se había iniciado en 1942. A lo largo de esas décadas, representa obras como “El charlatán”, de Rodríguez Buded, “El vicario de Dios”, de Juan Antonio de Laiglesia, “Tres testigos”, de José María Pemán, y, por ejemplo, “Encuentro en otoño”, de Aleksei Arbuzov, con Conchita Montes y “Salvar a los delfines” de Santiago Moncada, con Amparo Rivelles, las dos últimas, estrenos de 1979. Ya en los años imposibles años ochenta, Ángel Picazo obtiene dos grandes éxitos personales con la representación de dos clásicos del Siglo de Oro. En 1982, representa el papel de Basilio en una versión de “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, con Luis Prendes como compañero de reparto, y obtiene el premio “Ricardo Calvo” de los “Villa de Madrid” de aquel año, concedido en las vísperas de San Isidro por un jurado formado por José Luis Pellicena, Eduardo Haro Tecglen, José Luis Alonso, Alberto González Vergel y Enrique del Moral, que aunque premia en principio a todo el conjunto de su labor, mucho tiene que ver con la actividad del momento en que se concede. Tras afirmar que “había tenido suerte” y tras mostrar su admiración por la figura que daba nombre al premio recibido “Yo le vi. En el verso era excepcional”, Ángel Picazo, en unas emocionantes, por lo que contienen de ilusión y deseo de mejorar en alguien que cuenta con una experiencia tan prolongada, declaraciones, afirma: "todo premio aumenta la moral y las ganas de luchar, la afición a este oficio y sobre todo, la necesidad de superarse. A eso es a lo que obliga que la próxima interpretación sea mejor que la anterior".

La culminación de la carrera teatral de Ángel Picazo podemos situarla en su interpretación de don Lope de Figueroa en el montaje de 1988 de “El alcalde de Zalamea”, de Lope de Vega, en versión de Francisco Brines, con Jesús Puente, como Pedro Crespo. El enfrentamiento dialéctico que mantienen ambos personajes, entre el honor del individuo y la honra de los estamentos, al decir de las crónicas y libros que recogen la historia del Teatro en España, ha merecido el honor de figurar en ellos con la máxima distinción. Ciertamente, resulta difícil pensar en un intérprete más capacitado que Ángel Picazo para respaldar con gallarda solvencia la posición antipática de lo que podríamos llamar “lo establecido”, pero si alguien puede hacer despertar complicidad con una cosa tan desprestigiada como ese concepto, ese era el gran actor murciano. Prueba de la categoría del suceso obtenido por nuestro protagonista de hoy son las siguientes líneas, extraídas del libro de memorias de quien era por aquel entonces director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y programador, por tanto, de sus espectáculos, Adolfo Marsillach (“Tan lejos, tan cerca” Tusquets): "Me alegré muchísimo del gran éxito de Ángel Picazo en el don Lope de "El alcalde de Zalamea" -un sólido actor marcado ya por la edad y la desventura, al que los más jóvenes desconocían y que a todos deslumbró-." Sirva este reconocimiento público de una gran figura de la cultura española, como fue Marsillach de colofón a esta entrada, homenaje al enorme actor que fue Ángel Picazo. Sólo nos queda una duda que planea un tanto desazonante sobre nuestro ánimo: ¿Cuál fue la desventura que le había marcado?

Bibliografía

Además de diversa hemeroteca internáutica, entre la que destacaría la necrológica que a Ángel Picazo le dedicó Javier Villán en la edición virtual del diario El Mundo, este burgomaestre ha manejado los siguientes libros:

“Las estrellas de nuestro cine” (Carlos Aguilar Jaume Genover, Alianza Editorial);“Miguel Iglesias Bonns. Cine de género y cult movies” Ángel Comas (Cossetània edicions); “Rovira-Beleta. El cine y el cineasta” Carlos Benpar (Laertes, 2000);“Cineastas aragoneses” Javier Hernández Ruiz, Pablo Pérez Rubio (Ayuntamiento de Zaragoza,1992);“Antonio Isasi-Isasmendi, el cineasta de la acción”, Jordi Battle Caminal (Filmoteca de Catalunya,2005);“Brumas del franquismo” ,Francesc Sánchez Barba (Universitat de Barcelona, 2007);“Teatro español (de la A a la Z)” Javier Huerta Calvo, Emilio Peral Vega, Héctor Urzáiz Tortajada (Espasa)

Muestra con valor :

Breve fragmento de la película “Han matado a un cadáver” en el que Ángel Picazo demuestra que es posible hablar con claridad, sin atropellarse, aturullarse ni farfullar, y decir una serie de frases que resultan perfectamente inteligibles para todo el mundo. El guionista, Enrique del Río, por añadidura, regala en esta secuencia una simpática sentencia a propósito de la siempre controvertida inteligencia de la policía.

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