Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

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Lugar: El Escorial, Madrid, Spain

jueves, diciembre 31, 2009

Nota para despedir un año aciago

Amigos, el implacable 2009 se va y se lleva con él a la pareja protagonista de “El pisito”. Este weblog (o lo que sea), que no tenía más pretensión que glosar modestamente las glorias de multitud de actores más o menos anónimos, con el único fin de poner nombre a las caras que pueblan nuestra desmemoriada memoria de espectadores, se ha visto obligado a decir adiós para siempre a muchos de ellos. Además de los (magníficos y eternos) aludidos unas líneas más arriba, José Luis López Vázquez y Mary Carrillo, verdaderas referencias en la vida española, este año que termina también ha dejado a una legión de admiradores del cine de terror sin su ídolo patrio, Jacinto Molina, Paul Naschy. Además, para los que crecimos amorrados al calor del “Estudio Uno” y de los demás programas dramáticos de la TVE de sus años dorados, los fallecimientos de Francisco Piquer, de Fernando Delgado, del eterno alcalde de un pueblo, Fernando Cebrián, y de la gran Lola Lemos han supuesto también una dolorosa pérdida. Por si tan macabra cosecha fuera aún insuficiente, también quiso la Parca poner fin a la vida del ubicuo característico en mil películas de género Víctor Israel, a la del actor y director escénico Manuel Collado, que ha dejado viuda a la gran Julia Gutiérrez Caba, a la del impecable doblador (y también excelente actor de teatro y televisión) Pedro Sempson, y a la del inolvidable “Taranto”, Daniel Martín.

Este es un sitio muy pequeño en la gran red internáutica, al que, felizmente, acceden invitados magnánimos y sabios que lo hacen grande con sus comentarios. El iletrado que lo alimenta, poco más que un fogonero perezoso, no da abasto a la ingente tarea de taponar los agujeros por los que se cuela su ignorancia. Para colmo de dificultades, los últimos meses apenas logra encontrar el tiempo necesario para atender a la misión que se ha impuesto. Y sin embargo, continúa en ello, más voluntarioso que atinado, dispuesto a continuar en el año 2010 ofreciendo su esfuerzo y su amistad a los amables visitantes de Lady Filstrup, tratando de honrar a los actores y actrices que nos han regalado tantas vidas que vivir.

Amigos de Lady Filstrup: feliz año nuevo.

PD: ilustra esta nota apresurada una imagen que simultáneamente se incluye (junto a un sucinto comentario) en la pasada entrada dedicada a Jesús Tordesillas. De su periodo profesional en el cine mudo muy poco pudo aportar este indocumentado burgomaestre, por lo que el valor documental del presente fotograma resulta (al menos, en las reducidos parámetros de este weblog) remarcable.
PD2: La tercera parte de la entrada de José María Tasso no se hará esperar demasiado. Es una promesa.

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martes, diciembre 15, 2009

Último mutis de Francisco Piquer

“La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y se agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más” (William Shakespeare, de “La tragedia de Macbeth”, acto V, escena V).

Por el obituario del diario “El País”, que recogía el comunicado de la Fundación AISGE, hemos sabido hoy que Francisco Piquer falleció, a los 87 años de edad, y como consecuencia de una enfermedad, el pasado viernes 11 de diciembre del presente año 2009. Se va con él uno de los últimos representantes de cierta estirpe de actores de dicción precisa y timbre de sonoridad crujiente, dotados de una agradable presencia, pareja a la luminosidad de su imponente voz.

Nacido en Valencia el 2 de junio de 1922, Francisco Piquer Chanza se inició en la interpretación desde muy joven, apenas cumplidos los dieciocho años, contrariando las preferencias paternas que le habrían preferido formándose para ejercer la profesión médica. Pero desde 1940, año de su debut como actor, Francisco Piquer cultivó el oficio de la representación, iniciándose en los escenarios, primero, interviniendo en el medio cinematográfico en la década siguiente y, haciéndose habitual de la pequeña pantalla después, medio que le dio la adyacente popularidad masiva e hizo de su sereno y varonil rostro y de su impecable voz una presencia familiar para el público español a lo largo de los años sesenta y setenta. Concentrando su actividad, finalmente, en la escena, Francisco Piquer continuó trabajando hasta que la enfermedad que padecía se lo impidió, interrumpiendo su participación en las representaciones de “Desnudos en central Park”, de Mark Rowell, obra que, protagonizada por Emma Ozores y Manuel Galiana, fue estrenada este mismo año que ahora está próximo a concluir. Francisco Piquer ha dejado tras de sí prácticamente sesenta años de labor actoral y un recuerdo imborrable en varias generaciones de espectadores, que hemos tenido ocasión de admirarle en películas tan sólidas como el excelente “thriller” “El cerco” (Miguel Iglesias, 1955), donde daba vida a uno de los atracadores protagonistas, que resultaba herido al recibir una lluvia de plomo fundido en un brazo, en el transcurso del robo, o en el apreciable policíaco “Cita imposible” (Antonio Santillán, 1957), film en el que encarnaba la patética figura del payaso Juanón, claroscuro personaje inolvidable, (y del que algo hablamos aquí con motivo de la entradas dedicadas a EstanisGonzález y a Fernando Rubio). Mucha mayor que en el Séptimo Arte, fue su presencia en televisión. Sus repetidas actuaciones en los espacios dramáticos de la Edad de Oro de TVE, tales como “Novela” o “Estudio Uno”, ostentado rango similar de “galán-primer actor” al de sus compañeros Fernando Guillén, Germán Cobos o Rafael Arcos, son todavía recordados por el buen aficionado, tales como la que brindó en la hoy recuperada en DVD, “Las brujas de Salem”, obra de Arthur Miller que protagonizó para el espacio “Gran Teatro”, bajo dirección de Pedro Amalio López y acompañado en el inmejorable reparto por Irene Gutiérrez Caba, Tina Sáinz, Gemma Cuervo, Lola Gaos, Pastor Serrador, Antonio Ferrandis y un inseguro Vicente Soler, la que se incluía en la adaptación del “Macbeth” shakespeariano que dirigió igualmente Pedro Amalio López, en la que Francisco Piquer representó el inmortal papel del ambicioso noble escocés secundado por los espléndidos Tomás Blanco, José María Escuer, Julio Núñez y con la inmensa Irene Gutiérrez Caba compartiendo el protagonismo como Lady Macbeth, o la que realizó en la adaptación de “Casa de muñecas” de Ibsen, que protagonizó en 1967 junto a Berta Riaza, Agustín González y Andrés Mejuto según la adaptación de Pedro Gil Paraleda y con la dirección a cargo de Ricardo Lucia.

Hoy despedimos a Francisco Piquer, al que admiramos muchas veces (y no sin causa) por su natural elegancia, su sobriedad en el gesto y por su luminosa voz, heredera directa de la de otro galán que le precedió, el inolvidable Rafael Durán. Despedimos a Francisco Piquer, quien obtuvo reconocimientos en el curso de su carrera tales como el premio del Círculo de Escritores Cinematográficos por su interpretación en “Manos sucias” (José Antonio de la Loma, 1957), acerada (y acertada) muestra de cine negro, rodada en régimen de coproducción con Italia, en la mejor tradición del género, o como el premio Ercilla al Mejor Actor de Reparto en el reciente año 2004 por su actuación en el montaje de “Los árboles mueren de pie”, de Casona. Despedimos al eficaz trabajador que en cine secundó a Pepe Isbert en “Lo que cuesta vivir” (Ricardo Núñez, 1958), a la pareja folklórico-coplera formada por Dolores Abril y Juanito Valderrrama en “El emigrante” (Sebastián Almeida, 1960), a Manolo Gómez Bur en “El grano de mostaza” (José Luis Sáenz de Heredia, 1962) o a Fernando Fernán Gómez en la galdosiana “El abuelo” (José Luis Garci, 1998). Decimos el último adiós a otro excelente cómico que se nos va, a un galán riguroso, ajustado, brillante, dotado de voluntad para el arte y forjado en el oficio. Es decir, se nos va otro de los últimos irrepetibles.

PD: de los labios de Francisco Piquer, que tuvo que morir tantas veces en el escenario y en la pantalla (como, por citar dos ejemplos, en las mentadas “El cerco” y “Cita imposible”), salió la frase que hemos extraído de la tragedia de Macbeth con la cual se abría esta entrada-homenaje al fallecido actor, cuando ante las cámaras de televisión representaba dicho papel. Por aquellas cosas de las adaptaciones, la versión de TVE hacía que el protagonista de la obra la pronunciara tras recibir la estocada mortal de Macduff, en la última escena de la obra, teniendo así un final más relevante que el que originalmente había sido escrito por el inmortal poeta de Stratford upon Avon, que se la hacía decir dos escenas antes, dejándole mudo a la hora de expirar (cosa que hacía, además, fuera de la vista del espectador). Sirva la cita, en todo caso, para consolarnos un poco ante las irreparables pérdidas que lamentablemente hemos de padecer. Tan breve es la vida, tan insignificante, que la muerte, que no es sino su fin, no puede ni debe asustarnos ni afligirnos, amigos. Es sólo el telón, que cae.

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martes, diciembre 08, 2009

José Rubio, que una vez fue Marlon Brando (o así)

Los actores son personas. Las personas, a menudo, se convierten en actores. Los actores, además de ser personas (obviedad de esas que quizá convenga recordar en un sitio como este, dedicado a hablar acerca de ellos), nos sirven para entender mejor qué somos o cómo somos los humanos. Así, sucede con los actores que los catalogamos, clasificamos y encasillamos en un determinado rol, dentro de unos estrechos márgenes y bajo el yugo de rígidos esquemas. Dictaminamos que tal papel no le va a fulano, o que a mengano, que se le da tan bien la comedia, es imposible tomárselo en serio cuando trata de conmovernos. Con infinita frecuencia etiquetamos a los actores con un determinado y definitivo sello, del mismo modo que adjudicamos a nuestros semejantes tal o cual perfil, fuera del cual nos resulta imposible concebirles. Y tan injusto es actuar de esta manera tanto con los actores como con el resto de los mortales, con la única diferencia de que, en el primer caso, esta discriminación influye decisivamente en su faceta profesional, mientras que a los que no nos dedicamos a interpretar vidas ficticias, sino tan solo a vivirlas, tal proceder difícilmente repercutirá en nuestros prosaicos quehaceres. Muchos son los ejemplos que servirían para ilustrar esta cuestión que tan ineficazmente trata de plantear aquí y ahora este burgomaestre. Actores y actrices a los que el público ha marcado con el hierro candente de un pensamiento perezoso y pragmático, forman una verdadera legión. Y siempre, siempre, con injusticia, porque la complejidad de un actor, versión regulada por los dramas, retablos y guiones nacidos de la imaginación, de la complejidad humana, no puede nunca hacerse encajar en una casilla, aunque la comodidad utilitaria de nuestro juicio nos conduzca inevitablemente a ello. El caso es que, de toda esa miríada de intérpretes condenados a la administrativa sepultura en un determinado nicho indeleblemente etiquetado, ha sido una imagen con la que este burgo ha tropezado, la que le ha movido a realizar las presentes (y poco originales, reconozcámoslo) reflexiones. Se trata de una fotografía que se publicó en la página 2 del décimo segundo número de la revista teatral “Primer acto” (enero-febrero de 1960), un retrato del actor José Rubio (José Rubio Urrea, Lubrín –Almería-, 10-9-1931) en la que parece estar a punto para ofrecer al público español su versión de los anti-héroes más o menos juveniles que al otro lado del Atlántico habían encarnado Marlon Brando o James Dean. Sólo un año y tres meses después, José Rubio ya ocupa la portada de la revista, en su número 21, y un nuevo retrato suyo figura en su página 2, representando el papel de Val Xavier en la obra de Tennessee Williams (Thomas Lanier Williams, 1911-1983), “La caída de Orfeo” (Orpheus descending, 1957), que había sido recientemente llevada al escenario del teatro Español por la compañía Lope de Vega, con José Tamayo como director y con Ana Mariscal (como Donna Torrance) y Nuria Torray (en el papel de Carol), como oponentes femeninas.

José Rubio, al que vimos recientemente por aquí, con motivo de las primera y segunda partes de la entrada dedicada a José María Tasso, a causa de su participación en la versión de Rafael Gil de “La casa de la Troya” (1959) y de la adaptación del mismo director de la comedia homónima de Jardiel Poncela, “Tú y yo somos tres” (1962), y al que veremos también en la tercera parte de la misma entrada, pues coincide nuevamente con Tasso en “Don Erre que erre” (José Luis Sáenz de Heredia, 1970), y al que citamos, probablemente, en la entrada dedicada a Fernando Delgado, por haber hecho su debut cinematográfico en “Todos somos necesarios” (José Antonio Nieves Conde, 1956), uno de los primeros títulos de la filmografía de este recientemente fallecido actor, empezó en la profesión introduciéndose en ella indirectamente, desde su puesto de botones, siendo un muchacho, en una empresa de producción cinematográfica. Desde tan “privilegiada” posición, Pepe Rubio tomó contacto con muchos representantes de actores y consiguió introducirse, como meritorio, nada menos que en la prestigiosa compañía del Teatro Español, “Lope de Vega”, en cuyo escenario alcanzará la categoría de primer actor. En la misma época del estreno en Madrid y Barcelona de “La caída de Orfeo” (1961), obra masivamente conocida por el público gracias a la difusión de la versión cinematográfica que filmó Sidney Lumet en 1959 (“Piel de serpiente”, se llamó en España, "The fugitive kind", en su estreno en USA) con dos gigantes de la interpretación en sus papeles principales (Marlon Brando, como Valentine Xavier, y Anna Magnani representando a su jefa, Donna Torrance, quienes dieron al film el aspecto de un monstruo de dos cabezas), José Rubio representaba roles destacados en “Seis personajes en busca de autor”, de Pirandello, “Muerte de un viajante”, de Arthur Miller o en la versión de “La Celestina” a la que hicimos referencia recientemente por estar protagonizada por quien fue nuestro último motivo de comentario en este weblog, la perturbadora Irene López Heredia. Sin embargo, pese a haber, por ejemplo, compartido durante un tiempo, el mismo alma que llevó sobre los hombros el mismísimo Marlon Brando, cuando sobre el tablado dio vida al mismo guitarrista vagabundo y buscavidas que imaginó Tennessee Williams, para varias generaciones de espectadores, José Rubio no ha sido ni será nunca otro que aquel que protagonizó durante décadas la comedia de Alfonso Paso “Enseñar a un sinvergüenza” (llevada al cine por el inoperante Agustín Navarro en 1969) y que, especializándose cada vez más en representar piezas escasamente distinguidas de vodevil, recorrió los escenarios españoles sin más pretensión que distraer a un público con deseos de pasar el rato sin exigir el menor esfuerzo a su intelecto. Haciendo de la exhibición ruidosa de una simpatía agobiante su carta de presentación, a José Rubio le vio este burgomaestre repetidamente recorrer los platós de televisión en innumerables programas de tipo “magazine”, cantando las excelencias de su última comedia en cartel, empleando siempre, para atraer a la audiencia, el viejo reclamo de que la suya era una representación en la que “la gente disfruta, se ríe, y olvida durante dos horas sus problemas cotidianos” . Y sin embargo, don José Rubio, claro está, no sólo era eso. No sólo es eso. Por más que, por así decir, y en pos del éxito, hayamos de convenir en que “él se lo haya buscado”.

PD 1: Otro día hablaremos de Arturo Fernández, quien, de similar manera, y en vista de la escasa capacidad del cine español para dar salida a sus reales posibilidades de ser una estrella del celuloide (medio en el que trabajó denodadamente y en todos los géneros), se acomodó en una única clave en la que desarrollar un solo acorde, proceder el cual le ha proporcionado fama, fortuna y estabilidad, pero que le ha privado, sin duda, de una gran parte de su capacidad, de su oficio, y, en cierto modo, de sí mismo.

PD 2: Para los amigos seguidores de Lady Filstrup: sigo teniendo dificultades para dedicarme como sería mi deseo al blog. La tercera (y última) parte de la entrada dedicada a José María Tasso sigue en marcha, pese a todo. Próximamente, en sus pantallas.

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martes, diciembre 01, 2009

Adiós Paul Naschy, adiós...

Ignorantes como somos de tantísimas cosas, los burgomaestres desconocíamos el pasado 6 de septiembre que Jacinto Molina estaba cumpliendo su último aniversario a causa de que un cáncer de páncreas, más mortífero que las innumerables balas de plata o dagas rituales que le habían atravesado el corazón, lo estaba matando. Quisimos entonces (repasando someramente su trayectoria) felicitarle por sus muchos e indiscutibles logros y porque, a pesar de los pesares, más allá de análisis críticos de carácter técnico o artístico que limitaran el valor intrínseco de su cuantiosa obra, Paul Naschy fue, y será ya para siempre, una referencia, una celebridad mundial de reconocida relevancia. Hasta en el modestísimo confín de este weblog (o lo que sea), la polémica acompañó a aquella mención a la figura del licántropo español, al alter ego madrileño de Waldemar Daninsky, y, en pocos días, un buen número de detractores y defensores de su ejecutoria expresaron sus encontradas opiniones. Hoy, todos, conscientes de que la suya será una ausencia muy notable, de las más notables que el (paupérrimo en estrellas) cine español puede sentir, deberemos, desde el respeto, aullar un solitario adiós, a esta luna llena que nos contempla con su cara fría, redonda y asombrada.
Jacinto Molina amaba al cine casi tanto como a sí mismo. Tenía la poderosa convicción motora (que los demás perdemos con la infancia) de ser un genio y vivió de acuerdo con esa convicción. Muchos le dieron la razón mientras que otros tantos se escandalizaron ante tal atrevimiento. Este burgo, poco dado, por lo demás, a las confidencias personales, quiere esta noche fría de diciembre recordar otra noche, aquella de verano, de su ya muy distante niñez, cuando tras ver “La rebelión de las muertas”, una de las películas que, dirigida por el argentino León Klimovsky, Jacinto Molina ideó y en la cual encarnó a tres personajes distintos (siendo uno de ellos el propio Satanás), pasó una noche en vela, aterrado, sumido en la impenetrable oscuridad de una habitación extraña, justo al lado de un cementerio. Con toda su torpeza narrativa, con todo su grueso trazo, con su gratuito derroche de sangre y con sus trucos baratos, aquella simple película chillona de encendidas aristas y diálogos pueriles consiguió su objetivo, produjo un efecto en mí. Y no la olvido. Y tampoco olvidaré a Paul Naschy... Que descanse en paz, hasta la próxima resurrección.

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