Promociones by Vázquez y compañía
Pues bien, este artista libre como pocos, que supo vivir y que hizo disfrutar al lector de tebeos como nadie más supo, presentaba, dada su naturaleza genial, no pocas aparentes contradicciones. A este burgomaestre, sin apenas tiempo para pensar, se le ocurren a bote pronto algunas. La primera que acude a su memoria fue confirmada en este modesto weblog por un testigo directo, el amigo Jaume Rovira, discípulo aventajado de Vázquez. Me refiero a su evidente sentimiento contradictorio en relación al ámbito campestre. El amigo Jaume, que nació en un pueblo catalán (Sentmenat), nos contaba en un comentario cómo el gran Vázquez se explayaba en idealizar las bondades del campo, parafraseando a sus propios personajes, a la Abuelita Paz, a Hermenegilda, a Feliciano, que siempre estaban escapando a la campiña para disfrutar de su solaz. Ese mismo Vázquez urbanita irredento cuyo modo de vida tan ajeno era a la vida campestre (que, en su vertiente agrícola se encargó de desmitificar concienzuda y eficazmente en su “Familia Gambérrez”) suspiraba, en cambio, por la paz de la campiña. Otra contradicción aparente, la hallamos en los personajes que creó para la innovadora “Gran Pulgarcito”, la revista que Bruguera quiso imponer como propuesta definitiva en 1969, una apuesta por el futuro, con renovación de personajes, aplicación de tinturas europeizantes y un aumento de precio de signo también propio del Mercado Común. Como si fuera para él una cuestión de amor propio demostrar que era capaz de doblegar al antojo de su genio cualquier desafío, Vázquez propuso dos personajes que eran dos ancianos, Don Polillo (paradigma del esquema más rancio de la editorial: el viejecito metomentodo) y la Abuelita Paz (una anciana al estilo de la protagonista de “El quinteto de la muerte” –Alexander MacEndrick, 1955) y les hizo protagonistas de las historietas más modernas (por arriesgadas) de la revista.
Aún una tercera paradoja, acude pronta al caletre de este burgo, y es que Vázquez, el cínico, el vividor sin escrúpulos capaz de entregar tarde mal y nunca, de “ausentarse” forzosamente, de los sablazos y de los anticipos sobre historietas que al cabo no serían más que un montón de folios en blanco (según cuenta la leyenda) era, al mismo tiempo, el dibujante más fiel a Bruguera, que permaneció en la casa cuando la mayor parte de sus artistas desfilaron para hacer su revista independiente, el Tío Vivo. El díscolo indisciplinado capaz de burlarse del todopoderoso Rafael González en las páginas de sus historietas (incluso cuando difícilmente el lector del tebeo podía ser consciente de ello, como vimos en la entrada “¡Que viene González!”) era probablemente, el más firme baluarte de la Casa. Pocos como Vázquez se implicarían en la marcha de las publicaciones de tebeos Bruguera, o , al menos esa es la impresión que se tiene viendo los distintos anuncios que, en esta apresurada entrada, hemos ido colocando.
Los anuncios y las promociones
La expansión comercial, el incremento vertiginoso de las tiradas, la multiplicación de las cabeceras, marcaron el final de la década de los sesenta y el inicio de la siguiente. Muy presente en la promoción de estos movimientos de crecimiento está el arte de Vázquez, ejemplificado por las muestras aquí aportadas.
¡Quiero un coche nuevo!
Ese señor de ahí arriba que, harto de su desvencijado automóvil, no encuentra mejor solución que comprarse un “Gran Pulgarcito” encarna al español de toda la vida, ese que a los grandes males prefiere oponer los remedios más peregrinos, con tal de no haber de disciplinarse y superarse a base de esfuerzo. Ha dejado que su vehículo se deteriore hasta extremos peripatéticos. Hasta se caen los números de la matrícula. El bueno del conductor, un calvo malhumorado de la escuela del difunto y admirado actor Agustín González, ha sustituido el limpiaparabrisas por una brocha y frena con ayuda del zapato que calza su pie derecho. Es hora de poner manos a la obra y, claro, qué mejor que adquirir al quiosquero más próximo, un ejemplar del “Gran Pulgarcito”. Asomando por la boca de una alcantarilla, vemos a un chavalillo, quizá un Angelito algo crecido que ha sustituido el chupete por la colilla de un cigarrillo, pegando cupones para hacerse con un bólido que difícilmente podrá conducir. Tal vez esté ayudando a rellenar los boletos que presentará su padre, que bien podría ser Martín Jiménez Gracia, del San Sebastián de entonces, hoy Donostia, (si no fuera porque este señor ganó una promoción anterior, la correspondiente a la aparición de la revista), dado que el tal señor Jiménez tenía mucha descendencia (hasta 8 vástagos a los que, tal como podemos leer en el artículo adjunto, pensaba embutir en un SIMCA Mil). Este reportaje de incalculable valor sociológico y de regocijante lectura (acaso de poso agridulce, es cierto) se publicó en el Pulgarcito 1983 , de fecha 5 de mayo de 1969, y el anuncio de Vázquez, justo un año después, en el Din Dan 118, de 18 de mayo de 1970, cuando el Gran Pulgarcito iniciaba una reforma que lo llevaría a la desaparición.
Hasta los más inflexibles servidores de la Ley pueden ser comprensivos con los delincuentes. Eso no quiere decir que se aparten un ápice del cumplimiento de su deber. Detendrán al infractor, sí, pero llenos de comprensión hacia la comisión del delito cuando, como es el caso, la tentación sea demasiado irresistible. Un coche era una aspiración que podía colmar las aspiraciones de cualquiera en la España de 1970, fuera un probo empleado o un caco, y eso lo sabían los gendarmes (trasuntos -evasores de la censura- de la policía real española). Uno de los escasos medios honrados y factibles de hacerse con un automóvil era encomendarse a los Sellos de la Suerte de Editorial Bruguera, tal como presenta Vázquez en su anuncio en forma de historieta breve inserto en el Din Dan 117 de fecha 11 de mayo de 1970.
Tanto de este anuncio, como del que cuelga allá arriba, al principio de la entrada, quisiera destacar la siempre gratísima visión del quiosco, como emblemático centro difusor (para la mirada ingenua del niño, hasta productor) de tebeos, atendido por un diligente y sonriente quiosquero. Vázquez, que sabe comunicar la psicología humana como ningún otro valiéndose de los trazos más ágiles y más simples (de una sencillez a la que sólo los genios pueden aspirar), también, cómo no, supo describir con llaneza y eficacia la magia del quiosco, de las calles, de sus aceras, sus farolas y sus vallas.
Thanks, Heaven, for little girls
Eso cantaba un más que otoñal Maurice Chevalier en Gigi, el musical que dirigió el esteta Vincente Minnelli en el Hollywood de los muy críticos años cincuenta. Un artista que, sin duda, debió conocer Manuel Vázquez y al que nos referimos a propósito de una entrada dedicada al afortunado Feliciano en este weblog (o lo que sea), la titulada “Un tipo con suerte”. A la vista del anuncio que dibujó el artista y que publicó en el Din Dan 117 (citado previamente y en el que, por cierto, también se halla la ilustración del gran primate repartidor de Gran Pulgarcito), no dudamos que la melodía cuyo título encabeza este párrafo debió, con toda probabilidad, sobrevolar su imaginación. Un punto rijosillo, el maestro Vázquez se recrea en la brevedad de la minifalda de una majorette y, aunque claramente queda fuera de sus mejores aciertos, pone voluntad en tributar homenaje a la belleza femenina en su versión más fresca y espumeante. Si, de paso, cumpliendo los deseos del patrón, anunciaba la remozada revista “Lily”, tanto mejor.
Recordatorio
Sí, algo así como un recordatorio se nos antoja este pequeño anuncio en el que Bruguera, inmersa en cambios en pos de un futuro próspero y venturoso, pone el acento en su revista decana, el fundacional Pulgarcito y Vázquez se vale de su ingenio para el “Absurdo aplicado” y pone a un detective fuera del globo terráqueo siguiendo las huellas de un Pulgarcito con zapatos. Este es un Vázquez del espacio (tema que le era grato, como pudimos comprobar en “Un vázquez sideral”) y un Vázquez de detective (tema que tampoco le era en absoluto ajeno, como prueban sus inspectores O’Jal y Yes). Apareció en las páginas del Din Dan 152, de fecha 1 de enero de 1971.
El “fichaje” del ídolo televisivo, el amigo de los niños, Félix Rodríguez de la Fuente, parecía una apuesta segura, pero, indudablemente, el trasvase del medio catódico al papel aviñetado no prosperó. Lo fascinante de los programas del naturalista descansaba en la vivas imágenes y en la magia hipnótica de su voz. El tebeo no fue capaz, en ningún momento, de suplir la ausencia de ambas bazas y el fracaso comercial acompañó al nuevo “Gran Pulgarcito”, excesivamente basado en la figura del citado astro televisivo, con nada menos que tres secciones dedicadas a él y entregándole, prácticamente, los honores del título. Una de las cosas buenas que nos dejó ese periodo de la revista la encontramos en la promociones vazquianas que podemos ver aquí. De un lado, la estampa “con gorila y explorador estupefacto”, tan simple como eficaz y divertida que se puede ver más arriba. Del otro, la plasmación del “elenco habitual”, tranquilizando al lector a propósito de que su presencia en los números futuros está garantizada. Una ausencia significativa en esta comparecencia de estrellas bruguerianas es la de Mortadelo y Filemón. Vázquez dibuja a sus Abuelita Paz y Anacleto, a la Panda y a Pepe Barrena, de Segura, a Manolón, Campeonio y Flash el fotógrafo, de Raf (y a un gusanito inexplicadamente agobiado). Pero de los archifamosos agentes de la T.I.A. ni rastro. El anuncio apareció en la contraportada del Gran Pulgarcito 71, de fecha 1 de junio de 1970 (del mismo número que tomamos la viñeta de Don Polillo vista previamente). Sólo tres meses después, la revista fenecía y su lugar en los quioscos lo ocupaba la muy exitosa “Mortadelo”, con la creación de Ibáñez acaparando título, portada y favor popular.
Resultado de una promoción anterior. Vista del señor González
Datada varios años antes de la campaña ilustrada por Vázquez de la que nos hemos ocupado someramente en esta entrada, la promoción de la “Quiniela Cultural Bruguera” prometía ya un jubiloso desbordamiento de premios para los fieles lectores. Justamente, de dos años antes del lanzamiento del nuevo Gran Pulgarcito es el reportaje en el que se daba cuenta del resultado del sorteo con el que concluía la edición correspondiente de la citada campaña, inserto en el Din Dan número 20, de fecha 1 de junio de 1968. De valioso documento cabe calificarlo, toda vez (y especialmente), que contiene uno de los más bien escasos retratos del máximo responsable de la existencia del fenómeno cultural al que podemos denominar “Tebeos Bruguera”, Rafael González, verdadero creador “en la sombra” de la manera de entender el tebeo que se impondría en España el pasado siglo XX. Un genio celoso de su privacidad, entregado a su oficio, inspirador, cuando no directo creador de algunos de los personajes más famosos del tebeo español (según testimonio de su sobrino (y abogado durante muchos años de la editorial), el galardonado escritor Francisco González Ledesma, de todos los de Cifré), Rafael González lo fue todo en Bruguera. Y eso, por estos lares de Lady Filstrup significa mucho, muchísimo. Hombre de dualidad maravillosa que excita la curiosidad, Rafael González poseía esa mirada escrutadora, con la que parece recontar mentalmente las 2030 quinielas acertantes amontonadas en el cesto (cuévano, tal como reza el texto, para maravilla del lector actual, demasiado dado al castellano empobrecido de la tele y otras miserias) cuyo poder acerado reforzaba sus gafas de gruesa montura y, al momento siguiente, la misma mirada podía transformarse, excepcionalmente dulcificada, cuando, desde una postura de reserva (esos brazos cruzados ante el pecho), miraba al lector. Uno quiere sospechar que buscando su afecto (y no sólo su dinero, como se apresurará a apuntar el cínico).
Epílogo: La marca del discípulo
En esta magra galería de anuncios vazquianos y promociones bruguerianas no he querido dejar fuera una muestra del que habría de ser directo heredero de algunas de las mejores cualidades del maestro creador de Ángel Síseñor. Por eso incluyo, a modo de epílogo, una muestra del arte de Jaume Rovira, para este burgomaestre, verdadero émulo de Vázquez. Se trata de un anuncio que promociona la publicación del nuevo Súper Pulgarcito, la revista que, en su nueva etapa (la anterior databa de casi veinte años atrás) conjuntamente con Mortadelo, había de sustituir (y superar) a la fenecida Gran Pulgarcito. Rovira, que encarna con su entrada en Bruguera a sus juveniles 19 años, ese momento concreto de la evolución de las revistas de la editorial, publicó este anuncio en el DDT 170 (3ª época) de fecha 19 de octubre de 1970. Y será el objeto de la próxima entrada de este weblog. Cosa que pasará en un futuro más o menos cercano.