Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

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Lugar: El Escorial, Madrid, Spain

martes, octubre 16, 2007

Promociones by Vázquez y compañía

La vida está llena de paradojas. Las vidas de los genios, por ser las más estudiadas, son las que suelen presentar este fenómeno de manera más frecuente. En el caso de Bruguera, su genio máximo, indiscutible e indiscutido, se llamó Manuel Vázquez Gallego, quien dedicó la mayor parte de su vida a la creación de historietas, fundamentalmente, para la editorial barcelonesa del gato negro. Su dimensión genial se ratifica en cada aproximación a su obra, producida desde sus diecisiete años de edad, en 1947, hasta su fallecimiento en 1995. Y su obra se gana el calificativo de genial por su cualidad de prisma de innumerables facetas, siempre dominada por un punto de vista personalísimo y, por tanto, intransferible. El reconocimiento que otros creadores ganan a base de multiplicar esfuerzos y de perseguir el aplauso popular por cualquier medio, él lo obtiene aún hoy mismo, cada día, con la vigencia de cada uno de sus dibujos. Porque la suya es una obra cargada de personalidad y de significado. En sus creaciones suma a la pericia del mejor dibujante, la intención de la que sólo una inteligencia despierta puede dotarlas. En su búsqueda de la risa, nos revela el fondo de las cosas, como sólo los grandes satíricos de la historia han sabido hacer.

Pues bien, este artista libre como pocos, que supo vivir y que hizo disfrutar al lector de tebeos como nadie más supo, presentaba, dada su naturaleza genial, no pocas aparentes contradicciones. A este burgomaestre, sin apenas tiempo para pensar, se le ocurren a bote pronto algunas. La primera que acude a su memoria fue confirmada en este modesto weblog por un testigo directo, el amigo Jaume Rovira, discípulo aventajado de Vázquez. Me refiero a su evidente sentimiento contradictorio en relación al ámbito campestre. El amigo Jaume, que nació en un pueblo catalán (Sentmenat), nos contaba en un comentario cómo el gran Vázquez se explayaba en idealizar las bondades del campo, parafraseando a sus propios personajes, a la Abuelita Paz, a Hermenegilda, a Feliciano, que siempre estaban escapando a la campiña para disfrutar de su solaz. Ese mismo Vázquez urbanita irredento cuyo modo de vida tan ajeno era a la vida campestre (que, en su vertiente agrícola se encargó de desmitificar concienzuda y eficazmente en su “Familia Gambérrez”) suspiraba, en cambio, por la paz de la campiña. Otra contradicción aparente, la hallamos en los personajes que creó para la innovadora “Gran Pulgarcito”, la revista que Bruguera quiso imponer como propuesta definitiva en 1969, una apuesta por el futuro, con renovación de personajes, aplicación de tinturas europeizantes y un aumento de precio de signo también propio del Mercado Común. Como si fuera para él una cuestión de amor propio demostrar que era capaz de doblegar al antojo de su genio cualquier desafío, Vázquez propuso dos personajes que eran dos ancianos, Don Polillo (paradigma del esquema más rancio de la editorial: el viejecito metomentodo) y la Abuelita Paz (una anciana al estilo de la protagonista de “El quinteto de la muerte” –Alexander MacEndrick, 1955) y les hizo protagonistas de las historietas más modernas (por arriesgadas) de la revista.

Aún una tercera paradoja, acude pronta al caletre de este burgo, y es que Vázquez, el cínico, el vividor sin escrúpulos capaz de entregar tarde mal y nunca, de “ausentarse” forzosamente, de los sablazos y de los anticipos sobre historietas que al cabo no serían más que un montón de folios en blanco (según cuenta la leyenda) era, al mismo tiempo, el dibujante más fiel a Bruguera, que permaneció en la casa cuando la mayor parte de sus artistas desfilaron para hacer su revista independiente, el Tío Vivo. El díscolo indisciplinado capaz de burlarse del todopoderoso Rafael González en las páginas de sus historietas (incluso cuando difícilmente el lector del tebeo podía ser consciente de ello, como vimos en la entrada “¡Que viene González!”) era probablemente, el más firme baluarte de la Casa. Pocos como Vázquez se implicarían en la marcha de las publicaciones de tebeos Bruguera, o , al menos esa es la impresión que se tiene viendo los distintos anuncios que, en esta apresurada entrada, hemos ido colocando.

Los anuncios y las promociones

La expansión comercial, el incremento vertiginoso de las tiradas, la multiplicación de las cabeceras, marcaron el final de la década de los sesenta y el inicio de la siguiente. Muy presente en la promoción de estos movimientos de crecimiento está el arte de Vázquez, ejemplificado por las muestras aquí aportadas.

¡Quiero un coche nuevo!

Ese señor de ahí arriba que, harto de su desvencijado automóvil, no encuentra mejor solución que comprarse un “Gran Pulgarcito” encarna al español de toda la vida, ese que a los grandes males prefiere oponer los remedios más peregrinos, con tal de no haber de disciplinarse y superarse a base de esfuerzo. Ha dejado que su vehículo se deteriore hasta extremos peripatéticos. Hasta se caen los números de la matrícula. El bueno del conductor, un calvo malhumorado de la escuela del difunto y admirado actor Agustín González, ha sustituido el limpiaparabrisas por una brocha y frena con ayuda del zapato que calza su pie derecho. Es hora de poner manos a la obra y, claro, qué mejor que adquirir al quiosquero más próximo, un ejemplar del “Gran Pulgarcito”. Asomando por la boca de una alcantarilla, vemos a un chavalillo, quizá un Angelito algo crecido que ha sustituido el chupete por la colilla de un cigarrillo, pegando cupones para hacerse con un bólido que difícilmente podrá conducir. Tal vez esté ayudando a rellenar los boletos que presentará su padre, que bien podría ser Martín Jiménez Gracia, del San Sebastián de entonces, hoy Donostia, (si no fuera porque este señor ganó una promoción anterior, la correspondiente a la aparición de la revista), dado que el tal señor Jiménez tenía mucha descendencia (hasta 8 vástagos a los que, tal como podemos leer en el artículo adjunto, pensaba embutir en un SIMCA Mil). Este reportaje de incalculable valor sociológico y de regocijante lectura (acaso de poso agridulce, es cierto) se publicó en el Pulgarcito 1983 , de fecha 5 de mayo de 1969, y el anuncio de Vázquez, justo un año después, en el Din Dan 118, de 18 de mayo de 1970, cuando el Gran Pulgarcito iniciaba una reforma que lo llevaría a la desaparición.

¡¡La autoridad competente!!

Hasta los más inflexibles servidores de la Ley pueden ser comprensivos con los delincuentes. Eso no quiere decir que se aparten un ápice del cumplimiento de su deber. Detendrán al infractor, sí, pero llenos de comprensión hacia la comisión del delito cuando, como es el caso, la tentación sea demasiado irresistible. Un coche era una aspiración que podía colmar las aspiraciones de cualquiera en la España de 1970, fuera un probo empleado o un caco, y eso lo sabían los gendarmes (trasuntos -evasores de la censura- de la policía real española). Uno de los escasos medios honrados y factibles de hacerse con un automóvil era encomendarse a los Sellos de la Suerte de Editorial Bruguera, tal como presenta Vázquez en su anuncio en forma de historieta breve inserto en el Din Dan 117 de fecha 11 de mayo de 1970.

Tanto de este anuncio, como del que cuelga allá arriba, al principio de la entrada, quisiera destacar la siempre gratísima visión del quiosco, como emblemático centro difusor (para la mirada ingenua del niño, hasta productor) de tebeos, atendido por un diligente y sonriente quiosquero. Vázquez, que sabe comunicar la psicología humana como ningún otro valiéndose de los trazos más ágiles y más simples (de una sencillez a la que sólo los genios pueden aspirar), también, cómo no, supo describir con llaneza y eficacia la magia del quiosco, de las calles, de sus aceras, sus farolas y sus vallas.

Thanks, Heaven, for little girls

Eso cantaba un más que otoñal Maurice Chevalier en Gigi, el musical que dirigió el esteta Vincente Minnelli en el Hollywood de los muy críticos años cincuenta. Un artista que, sin duda, debió conocer Manuel Vázquez y al que nos referimos a propósito de una entrada dedicada al afortunado Feliciano en este weblog (o lo que sea), la titulada “Un tipo con suerte”. A la vista del anuncio que dibujó el artista y que publicó en el Din Dan 117 (citado previamente y en el que, por cierto, también se halla la ilustración del gran primate repartidor de Gran Pulgarcito), no dudamos que la melodía cuyo título encabeza este párrafo debió, con toda probabilidad, sobrevolar su imaginación. Un punto rijosillo, el maestro Vázquez se recrea en la brevedad de la minifalda de una majorette y, aunque claramente queda fuera de sus mejores aciertos, pone voluntad en tributar homenaje a la belleza femenina en su versión más fresca y espumeante. Si, de paso, cumpliendo los deseos del patrón, anunciaba la remozada revista “Lily”, tanto mejor.

Recordatorio

Sí, algo así como un recordatorio se nos antoja este pequeño anuncio en el que Bruguera, inmersa en cambios en pos de un futuro próspero y venturoso, pone el acento en su revista decana, el fundacional Pulgarcito y Vázquez se vale de su ingenio para el “Absurdo aplicado” y pone a un detective fuera del globo terráqueo siguiendo las huellas de un Pulgarcito con zapatos. Este es un Vázquez del espacio (tema que le era grato, como pudimos comprobar en “Un vázquez sideral”) y un Vázquez de detective (tema que tampoco le era en absoluto ajeno, como prueban sus inspectores O’Jal y Yes). Apareció en las páginas del Din Dan 152, de fecha 1 de enero de 1971.

Una jugada que salió mal

El “fichaje” del ídolo televisivo, el amigo de los niños, Félix Rodríguez de la Fuente, parecía una apuesta segura, pero, indudablemente, el trasvase del medio catódico al papel aviñetado no prosperó. Lo fascinante de los programas del naturalista descansaba en la vivas imágenes y en la magia hipnótica de su voz. El tebeo no fue capaz, en ningún momento, de suplir la ausencia de ambas bazas y el fracaso comercial acompañó al nuevo “Gran Pulgarcito”, excesivamente basado en la figura del citado astro televisivo, con nada menos que tres secciones dedicadas a él y entregándole, prácticamente, los honores del título. Una de las cosas buenas que nos dejó ese periodo de la revista la encontramos en la promociones vazquianas que podemos ver aquí. De un lado, la estampa “con gorila y explorador estupefacto”, tan simple como eficaz y divertida que se puede ver más arriba. Del otro, la plasmación del “elenco habitual”, tranquilizando al lector a propósito de que su presencia en los números futuros está garantizada. Una ausencia significativa en esta comparecencia de estrellas bruguerianas es la de Mortadelo y Filemón. Vázquez dibuja a sus Abuelita Paz y Anacleto, a la Panda y a Pepe Barrena, de Segura, a Manolón, Campeonio y Flash el fotógrafo, de Raf (y a un gusanito inexplicadamente agobiado). Pero de los archifamosos agentes de la T.I.A. ni rastro. El anuncio apareció en la contraportada del Gran Pulgarcito 71, de fecha 1 de junio de 1970 (del mismo número que tomamos la viñeta de Don Polillo vista previamente). Sólo tres meses después, la revista fenecía y su lugar en los quioscos lo ocupaba la muy exitosa “Mortadelo”, con la creación de Ibáñez acaparando título, portada y favor popular.

Resultado de una promoción anterior. Vista del señor González

Datada varios años antes de la campaña ilustrada por Vázquez de la que nos hemos ocupado someramente en esta entrada, la promoción de la “Quiniela Cultural Bruguera” prometía ya un jubiloso desbordamiento de premios para los fieles lectores. Justamente, de dos años antes del lanzamiento del nuevo Gran Pulgarcito es el reportaje en el que se daba cuenta del resultado del sorteo con el que concluía la edición correspondiente de la citada campaña, inserto en el Din Dan número 20, de fecha 1 de junio de 1968. De valioso documento cabe calificarlo, toda vez (y especialmente), que contiene uno de los más bien escasos retratos del máximo responsable de la existencia del fenómeno cultural al que podemos denominar “Tebeos Bruguera”, Rafael González, verdadero creador “en la sombra” de la manera de entender el tebeo que se impondría en España el pasado siglo XX. Un genio celoso de su privacidad, entregado a su oficio, inspirador, cuando no directo creador de algunos de los personajes más famosos del tebeo español (según testimonio de su sobrino (y abogado durante muchos años de la editorial), el galardonado escritor Francisco González Ledesma, de todos los de Cifré), Rafael González lo fue todo en Bruguera. Y eso, por estos lares de Lady Filstrup significa mucho, muchísimo. Hombre de dualidad maravillosa que excita la curiosidad, Rafael González poseía esa mirada escrutadora, con la que parece recontar mentalmente las 2030 quinielas acertantes amontonadas en el cesto (cuévano, tal como reza el texto, para maravilla del lector actual, demasiado dado al castellano empobrecido de la tele y otras miserias) cuyo poder acerado reforzaba sus gafas de gruesa montura y, al momento siguiente, la misma mirada podía transformarse, excepcionalmente dulcificada, cuando, desde una postura de reserva (esos brazos cruzados ante el pecho), miraba al lector. Uno quiere sospechar que buscando su afecto (y no sólo su dinero, como se apresurará a apuntar el cínico).

Epílogo: La marca del discípulo

En esta magra galería de anuncios vazquianos y promociones bruguerianas no he querido dejar fuera una muestra del que habría de ser directo heredero de algunas de las mejores cualidades del maestro creador de Ángel Síseñor. Por eso incluyo, a modo de epílogo, una muestra del arte de Jaume Rovira, para este burgomaestre, verdadero émulo de Vázquez. Se trata de un anuncio que promociona la publicación del nuevo Súper Pulgarcito, la revista que, en su nueva etapa (la anterior databa de casi veinte años atrás) conjuntamente con Mortadelo, había de sustituir (y superar) a la fenecida Gran Pulgarcito. Rovira, que encarna con su entrada en Bruguera a sus juveniles 19 años, ese momento concreto de la evolución de las revistas de la editorial, publicó este anuncio en el DDT 170 (3ª época) de fecha 19 de octubre de 1970. Y será el objeto de la próxima entrada de este weblog. Cosa que pasará en un futuro más o menos cercano.

domingo, octubre 07, 2007

Infieles


Quizá sea este el momento oportuno de hablarles de la grandeza del oficio del creador de historietas. Porque, en el fondo, esto es lo que venimos haciendo después de casi dos años transcurridos desde su estreno y de subir 273 entradas a este weblog (o lo que sea) y no será esta la ocasión para dejar de hacerlo. Y tal vez sea ya hora de hablar de que, en el fondo, todo esto de Lady Filstrup es una especie de trampa. Porque venir aquí con historietas que tienen a sus espaldas casi sesenta años de antigüedad igual es jugar con trampa. Poner de relieve las paradojas que contienen los cambios de la sociedad en todos estas décadas es trampa, como lo es sacar a relucir la grandeza evidente de estas obras destinadas a ser consumidas por el tiempo, porque nacieron para ser pasto del olvido. El caso es que este burgomaestre, ayer mismo, 6 de octubre del 2007, en pleno siglo XXI, tuvo acceso a un par de pulgarcitos llenos de historietas magistrales, sensacionales, lúcidas, espléndidas y sintió la necesidad de, valiéndose de las mágicas capacidades de internet, compartirlas con el Universo (modestamente hablando).

Todas y cada una de las páginas de estos dos ejemplares (los números 121 y 142 de la mentada revista) merecen la atención del público actual. Por su emocionante calidad intrínseca y, por si ésta no fuera bastante, también por su cualidad testimonial de otros tiempos pretéritos y, muy especialmente, por su vigencia incuestionable, que se refrenda por el hecho mismo de que hoy existe interés por recuperarlas. El trabajo de artistas como Sabatés, Vázquez, Cifré, Peñarroya, Conti o Jorge y sus respectivas historietas publicadas en los citados tebeos merecen la admiración presente y futura tanto como el estudio y el análisis de mentes más preclaras que la francotirador que se hace pasar por burgomaestre, pero , por centrarse en algún aspecto concreto y porque es domingo y porque tiempo habrá para ocuparse de las demás cuestiones, hoy sólo vamos a dedicar nuestra atención a un par de las historietas contenidas en los antedichos semanarios. La explicación que se encuentra detrás de la elección hecha, como casi siempre, es deudora de la casualidad, que ha querido que nos topemos con una evidente coincidencia argumental, la que se da entre la historieta de Nadal de Casildo Calasparra, del número 142 y la de los hermanos Zipi y Zape, del número 121. En ambas se da un falso caso de infidelidad conyugal por parte del elemento masculino de la pareja, como sustancia fundamental de la trama. La resolución, eso sí, es bien diferente.

Casildo Calasparra

En la viñeta de cabecera, bajo el título, vemos a Casildo recitando el dicho “en este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”. Y así Casildo nos pone sobre aviso de que la historieta que vamos a leer contiene una enseñanza práctica que nos puede ser de alguna utilidad en el cotidiano devenir vital. Este Casildo Calasparra, que coincide tanto con los Heliodoro de Vázquez y el Calixto de Peñarroya o con el Leovigildo Viruta de Jorge, que se pone un canotier para disimular los tres pelos que demuestran que son siempre el mismo personaje, tiene, a diferencia de ellos, una bellísima esposa, la encantadora Berta, una mujer capaz de hacer feliz a cualquier hombre, especialmente, si tiene tendencias masoquistas, dada la facilidad que posee para sacudir palizas. Este hecho diferencial constituye la esencia de la serie, una verdadera radiografía de la vida en pareja.

Pues bien, la historieta del Pulgarcito 142 (que vió la luz en marzo de 1950) narra la anécdota de Casildo llegando tarde al domicio conyugal por causa del trabajo extra que le impone el jefe. Berta, intransigente, acusa al pobre Casildo de haberse retrasado por causa de una infidelidad conyugal y , de buenas a primeras, espeta a su enclenque marido: “¿Estas son horas de llegar a casa? ¡Tranochador, vampireso!”. Sin atender a razones, expulsa al pobre Casildo, arrojándole al exterior del hogar por la puerta de entrada. Éste, rehaciéndose en el duro suelo del golpe recibido, retorna al seno del hogar exigiendo respeto, no ya a él, sino a la misma justicia, pues le asiste la razón, ganándose el ser expulsado violentamente, esta vez, por la ventana. Al recapacitar en un banco del parque, con la luna por testigo, Casildo comprende que su esposa está dispuesta a consentir una traición confesada y miente para poder dormir a cubierto, aceptando la culpa de una infidelidad jamás cometida. Entonces Berta lo acoge amorosamente, lo mima con agasajos varios y la historieta termina con la reconciliación total y el desconcierto absoluto del protagonista que concluye que las mujeres son “los bichos más raros que hay”. Dejando a un lado la lectura moderna de la anécdota, que pondría el acento en la “cosificación” de la mujer, la historieta contiene el Arte (así, con mayúsculas) de un dibujante como ha habido pocos en la historia del tebeo español, capaz de dar al trazo una elasticidad y una elegancia a la que sólo los elegidos serían capaces de acceder.

La historieta, más allá de su evidente machismo (que sería del todo injusto censurar hoy, con todo lo que ha llovido en las últimas cuatro décadas), propone un mundo en el que la luna, ese satélite al que debemos tantas locuras y tanta poesía, es testigo de las tribulaciones del protagonista. Nos regala con la belleza de Berta, una especie de Linda Darnell (aquella reina de la Fox de los cincuenta, a la que podemos ver en este fotograma de “Infielmente tuya”, una de las geniales comedias de Preston Sturges, rodada en 1948) y con el dinamismo brillantísimo de viñetas como esta de aquí al lado, en la que Casildo es arrojado fuera del hogar a través de una ventana, así como con un exacerbado dramatismo, rayano en lo patético, cuando Casildo se rebela contra su negra suerte y asegura que mantendrá su declaración "mientras viva", en histrión. Una historieta, en definitiva, que venía a desmentir el enunciado de la revista toda, teniendo en cuenta (y muy presente), que, desde la portada, se nos habla de un “Álbum Infantil”. ¿Es para niños una historieta que termina con el protagonista dirigiéndose a los lectores como “señores”? Eso sí, Casildo sabía que se dirigía a adultos, pero Nadal, por su parte, sabía que algunos de los que le leían (justamente, aquellos que detentaban el poder) no le permitirían que las atenciones de Berta llegaran demasiado lejos. Por eso ella le dice, cuando llega el momento de acostarse, a su maridito (al que ha agasajado gastronómica y confortablemente) que "procure dormir". Hasta ahí podíamos llegar.

Zipi y Zape: El perfume delator

La historieta de Zipi y Zape del Pulgarcito 121 (publicado en octubre de 1949), a diferencia de la de Casildo que acabamos de comentar, sí tiene título (ése que pueden leer ahí encima). El tema, plenamente coincidente con el anterior: un marido injustamente acusado de infidelidad. Acusado y castigado sin atender a sus posibles alegaciones, don Pantuflo Zapatilla se ve apaleado por su amada Jaimita bajo el peso de la prueba de algo tan tenue y volátil como un aroma. Zipi y Zape, los gemelos universales de Bruguera, con la intención de otorgar a su progenitor del intangible aura de la caballerosidad, lo rocían con un perfume varonil, el “Colillas de de Buby” (probablemente, el nombre se corresponde a la parodia de algún perfume de la época), para lo que han ido a la perfumería “La nariz oliente” pertrechados de todos sus ahorros (los cuales comprenden siete pesetas de Zipi, cinco de Zape, dos botones y una barra de regaliz del rubio y una hebilla y una bola de cristal del moreno). Obtenido el frasco de la milagrosa esencia, rocían al probo don Pantuflo y, no bien llega éste a su hogar, la pituitaria de Jaimita se declara en rebeldía y hace que su propietaria monte en cólera, provocando que se provea de una fenomenal garrote de reglamento. Don Pantuflo, es apaleado y bateado sin contemplaciones y tachado de “¡Barba Azul!”, de “¡Tenorio!” y, lo que es el colmo de la perversión, de “¡Peñarroya!” (exabrupto que da una pálida idea de lo bienmerecida que era la fama que el genial creador de Don Pío tenía de crápula). Al igual que la esposa de Casildo Calasparra, doña Jaimita está muy bien dispuesta a esperar lo peor del orondo catedrático de filatelia y colombofilia, Don Pantuflo. Y, a diferencia de lo visto en la historieta anterior, ni siquiera le es dado al lector asistir a la reconciliación de la pareja. El malentendido no es deshecho, porque lo único que interesa es castigar a los gemelos en la última viñeta, cosa que se produce por la mediación de un auténtico león, dispuesto a devorarlos.

Como casi todas las historietas bruguera, ésta contiene interesantes apuntes de la actualidad más inmediata. Una, que mencionamos antes, debe ser el nombre del perfume responsable del desastre, ese “Colillas de Buby”, que suena a parodia de algún nombre real de aquel lejano 1949, la otra, también una sospecha de este osado burgomaestre, es el apelativo de “la Rubia” para algún modelo de coche en boga por aquel entonces. Seguro que algún amigo de Lady Filstrup podrá confirmarlo.

Por otra parte, la excusa del pobre don Pantuflo, ese tranvía averiado, desgraciadamente, está de plena actualidad, toda vez que en la Barcelona del 2007 lo más habitual es llegar tarde a casa (lo cual, me apresuro a subrayar, en ningún modo nos permite establecer un paralelismo entre la situación socio-política de antaño y la de hogaño). Como don Pantuflo asegura para disculpar su retraso, el transporte público lo deja a uno en la estacada con demasiada frecuencia, dando pábulo a los peores pensamientos, también ahora, casi sesenta años después y con una democracia constitucional, mediante .

Dos tebeos, separados por unos pocos meses, dos pulgarcitos en los que se relatan sendas historias de pareja en las que la confianza mutua queda triturada y convertida en una broma, en un chascarrillo. Sendas historietas memorables, de viejos maestros, sí, pero ¿historietas para niños? No queda muy claro. Lo que sí queda clarísimo es que las dibujaron e idearon hombres.