Veinte años sin Carlos Lemos
Recordando la figura de Carlos Lemos
Para un espectador de los de la generación de este burgomaestre, Carlos Lemos representa la figura del anciano cuya alma se encuentra cargada por la melancolía. Con un rostro mofletudo y unos labios prestos a hacer pucheros, su voz cálida y dulce, propensa al temblor, sugiere suavidades propias de un tazón de caldo o de cacao caliente, tomado en cama, afectado por algún constipado fuerte o por una gripe suave. Era don Carlos el hombre mayor aquejado de ofensas de largo recorrido que, enfermo de bondad superlativa, no puede revolverse contra ellas como correspondería. Pero, claro, es esta una visión parcial e injusta de la capacidad del intérprete, que debe completarse con el conocimiento de una carrera previa, en el escenario, tan larga y honorable como su propia vida. Junto a estas líneas podemos verle encarnando nada menos que a la figura de Jesús en un reportaje gráfico de cuatro composiciones que el fotógrafo “Manuel” le hizo para la revista “Mundo Hispánico” , en las que Carlos Lemos hace otras tantas poses de Jesús: ternura, ira, sed y muerte. Esta de aquí, huelga decirlo, corresponde a la primera de ellas.
La labor de Carlos García Lemos (tal era su nombre completo) en los escenarios, le llevó, a lo largo de las décadas, a cosechar los más importantes premios y reconocimientos, como el Premio Nacional de Teatro, el Premio Ricardo Calvo y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, además de la consideración general de ser uno de los más grandes. Fue la suya una profesión indisolublemente unida a su propia vida pues, nacido en Ciudad Real en 1909 (así queda escrito en “Teatro español (de la A a la Z)”, Varios Autores, Espasa), hijo y nieto de actores, realizó su primera interpretación a los tres años en la escenificación de “La reina mora” y, desde ese momento, no dejó de vivir para el teatro. Con una recomendación en el bolsillo, de su tío, el actor Gaspar Campos, ingresó, muy joven, en la compañía de Rosario Pino y Emilio Thuillier, de la que pasó, cinco años después, a la de Manolo París. Todavía veinteañero, marchó a Buenos Aires con la compañía de Juan Bonafé. Fue entonces llamado por Lola Membrives, y representó en Madrid “Bodas de sangre”, durante la temporada de 1935. Más tarde dio el paso de formar compañía propia, lo que hizo con Isabel Pallarés, y en 1937 interpretó “Los intereses creados”, “Otelo”, “La vida es sueño” y “Don Juan Tenorio”. Estuvo bajo contrato en la compañía del Teatro de la Comedia, de Madrid, donde permaneció varias temporadas, junto a Elvira Noriega, Manuel González y Mariano Azaña. En este teatro, sus compañeros ya habían estrenado varias comedias del maestro y renovador del humor, Enrique Jardiel Poncela y el mismo Carlos Lemos hizo lo propio con algunas más, destacando, entre todas ellas (por su mayor difusión y popularidad) “Eloísa está debajo de un almendro”(estrenada en mayo de 1940), en la que nuestro protagonista de hoy hacía el papel principal de la obra, Fernando, acompañado en el reparto por artistas como Guadalupe Muñoz Sanpedro, Amelia Noriega, Maruja Asquerino, José Orjas, Mariano Azaña, Antonio Riquelme y un principiante que habría de alcanzar las más altas cimas de la gloria: Fernando Fernán Gómez. Similar elenco estrenó en el mismo teatro, en enero del siguiente año, “El amor sólo dura 2000 metros”, y “Los ladrones somos gente honrada” en abril de ese mismo 1941. Las tres con protagonismo de Lemos y con Fernán Gómez mejorando en su oficio y aumentando su importancia en el reparto de obra en obra.
Con posterioridad a su etapa en el Teatro de la Comedia, Carlos Lemos es contratado por José Tamayo y realiza una gira de dos años por América, a donde volvería, con su propia compañía, poco después. De regreso a España fue contratado en el teatro Español, en cuyo escenario alcanza sus mayores éxitos y su nombre adquiere la dimensión definitiva de artista consagrado y prestigioso protagonizando grandes clásicos universales como “La vida es sueño”, “Otelo”, “El rey Lear”(montaje de 1966, con dirección de Miguel Narros y con Berta Riaza, Julieta Serrano y Ana Belén en los papeles de Gonerila, Regania y Cordelia), “El alcalde de Zalamea”, “Tierra baja”, “La muerte de un viajante” y “Los intereses creados”. Este largo periodo de primacía se coronó con brillantez en 1971, a través de su enorme triunfo personal haciendo el papel de Max Estrella en el montaje de”Luces de Bohemia” y tuvo un postrer brillo con “Farsa y licencia de la reina castiza”, ambos textos debidos a don Ramón María del Valle Inclán.
Como muestra del trabajo de Carlos Lemos en las tablas hemos encontrado estas fotografías del estreno que hizo con su propia compañía en Valladolid de “Con la vida perdonada”, drama en verso de Ángel Lázaro (a quien se le puede ver, por cierto, en una de las instantáneas, con los actores) , cuya acción transcurre en Toledo, sobre un capitán español, Diego Luján, conquistador de las Américas que ha vuelto a la patria. La primera actriz era Lolita Villaespesa y las fotografías están tomadas del ejemplar de marzo de 1955 de la revista “Mundo Hispánico”.
“Yo, cine, he hecho muy poco...”
La pantalla grande no mima al igualmente grande Carlos Lemos. Sus muchos méritos cosechados en la escena no le reservan, sin embargo, para el cine, un lugar correspondiente. A pesar de tener en su haber interpretaciones excelentes y reconocidas en papeles fundamentales, quizá se le considera actor “excesivamente teatral” y no tiene buenas ofertas en el mundo del celuloide. Su debut, no obstante, lo constituye un título lleno de pretensiones y firmado por un autor que quiso ser reconocido como genial, el nada humilde y hoy justa o injustamente olvidado Manuel Mur Oti. Nos referimos a la cinta “Condenados”(1953), un dramón bastante estilizado de ambiente rural en el que Carlos Lemos formaba con Aurora Bautista y José Suarez un triángulo trágico a los compases (en ocasiones bastante difíciles de aceptar) de la música de Ludwig Von Beethoven. El resultado final es insatisfactorio, aunque es justo reconocer que la película contiene secuencias de tremenda fuerza. Una constante pugna entre lo sublime y lo ridículo, un cóctel de pasiones, represiones y fatalismo en el marco opresivo del campo castellano. Las interpretaciones de Lemos y de Aurora Bautista, en consonancia con la grandilocuencia impuesta por el director, resultan hoy muy exageradas, pero no dejan de representar un ejercicio de virtuosismo. José Suarez, un actor de mucha menor pericia y prácticamente inexpresivo “queda”, en cambio, mucho mejor, actuando mucho menos.
Tras este inicio en el cine, con categoría de protagonista, Carlos Lemos, tal vez algo desengañado, trabaja en algunos títulos muy por debajo de su categoría, y que, prácticamente, no han dejado huella en la memoria del espectador, como el díptico de colaboraciones con el director Miguel Iglesias: “Después del gran robo” (1964, en contra de lo que consta en IMDB) y “Muerte en primavera”(1966). Se trata de dos películas de bajo presupuesto, poco más que sendos intentos de ofrecer un cine comercial basado en sucesos de actualidad: el primero expone el argumento de una familia media española involucrada nada menos que en un complicado atraco similar al del tren de Glasgow y se beneficia del trabajo actoral de Lemos y de Rafael Alonso, además de la belleza y de la efímera popularidad de Elena Duque (rostro conocido del momento por ser la protagonista de la campaña publicitaria del brandy Veterano); el segundo, con protagonismo de Francisco Morán y Mónica Randall (a los que vemos en una foto del film, acompañados por Carlos Lemos y Carlos Miguel Solá) se inspiraba en un oscuro suceso de 1935, con muerte incluida, en el que había estado envuelta la millonaria Barbara Hutton. Las dos películas se vieron muy poco en su momento y todavía menos, con posterioridad. Más espectadores, por causa del fanatismo que el género provoca, tuvo la infecta “El buque maldito” (1973) , tercera entrega (algo peor que las precedentes) de la saga de los templarios de Amando d’Ossorio (a quien, casualmente, ya mencionamos en la entrada de Rosanna Yanni), en la que Carlos Lemos interpreta el papel del científico de turno, el profesor Gruber. Por los caprichos de un sistema de producción que desprecia de forma bochornosa cualquier planteamiento artístico, el trabajo de Lemos queda mutilado al haber sido doblado (por un profesional imponente, Vicente Bañó, eso sí. Nada menos que el mejor doblador de Groucho Marx, por más señas). También con voz prestada (esta vez, la de Manuel de Juan, otro grande del doblaje) aparecía en “El filo del miedo”(1967), de Jaime Jesús Balcázar, en la que hacía el papel del anciano jardinero Sebastián, quien se revelaba clave en una serie de misteriosos asesinatos familiares en un final que permitía un lucido sólo interpretativo en su especialidad, el dramatismo peripatético. Con su propia voz, interpreta a Vicente Baleiro, un poderoso promotor de espectáculos taurinos en la película de Pedro Lazaga “Las cicatrices”, donde se ve obligado a repudiar a su hijo Simón (encarnado por un Pepe Rubio “doblado”) por haber arruinado su prestigio al tratar de perjudicar al pujante matador, Pedrín Benjumea, intentando sobornar al irreductible crítico taurino incorporado por Antonio Martelo. Una película, en definitiva, insignificante, sin ningún interés para un no aficionado a la fiesta de los toros, si no fuera porque, además de los citados, se puede ver en ella a José Bódalo (el padre del diestro), Alfredo Landa (amigo para todo), o a Alfonso del Real y a Luis Barbero (dos alcaldes que se disputan contratar al prometedor novillero para sus plazas). De muy similares características y equipo artístico es el título estrenado un año antes, “Nuevo en esta plaza” (Pedro Lazaga, 1966), de la que prácticamente sólo varía el torero de turno, en esta ocasión, el popularísimo Sebastián Palomo Linares y el guionista de la función (en aquella, Gregorio Almendros y en esta Vicente Coello).
Para salvar el honor del séptimo arte en relación a la figura magnífica de Carlos Lemos, hay que resaltar que su última colaboración para la gran pantalla se produjo en una película excelente, que cosechó un buen número de premios y que, además, se constituyó en un homenaje personal a su carrera. Hablamos de “El viaje a ninguna parte”, quizá la película más conocida y difundida de todas las que el gran Fernando Fernán-Gómez firmó, una auténtica ofrenda a los dioses de la interpretación y a los demonios del ser humano. Una película sobre el mundo de los cómicos y sobre la memoria. Un inteligentísimo discurso sobre la existencia y un magnífico retrato de la condición humana, valiéndose del ambiente que su creador mejor conocía. Además de otros muchos méritos, la cinta incluye un reconocimiento personalizado para Carlos Lemos, pues el actor, prácticamente, se interpreta a sí mismo. En el papel del gran Daniel Otero, Lemos tiene la oportunidad de repasar su propia y brillante trayectoria, de encarnar al referente que sobre la escena española había sido. Muchos de los detalles que llenan la conversación con el protagonista, el patético Carlos Galván, en el asilo en que están recogidos, transmiten fielmente momentos de la ejecutoria de Lemos, tales como sus éxitos en el Teatro Español haciendo “shakespeares” (Macbeth, Otelo), o sus giras en Hispanoamérica o su escasa participación en el cine: “Yo, cine, he hecho muy poco...” confiesa Lemos/Otero También hace otra confesión: asegura tener poca vis cómica, lo que le imposibilitó para que “le saliera bien” “El avaro”cuando lo representó en Buenos Aires. Su intervención, sustanciada en la referida conversación con el protagonista, cercano ya el final de la cinta, es todo un homenaje que viene de parte , precisamente, de quien le tuvo como modelo inspirador y maestro, allá en el lejano 1940, un jovenzuelo espigado y zangolotino, meritorio que empezaba a hacer papelitos en el Teatro de la Comedia, en piezas de Jardiel: Fernando Fernán-Gómez. Pocas veces en el cine se han dado unas circunstancias tan felizmente hermosas, como estas.
Todo su exuberante riqueza interpretativa, su impresionante legado como primer actor en obras clásicas universales no conseguiría, sin embargo, alcanzar la difusión que el nuevo medio, la televisión, había de otorgarle a partir de la mitad de los años sesenta. Su figura, felizmente ganada para la causa del departamento de espacios dramáticos de Televisión Española, se hizo familiar para el tele-espectador en docenas de “Estudios Uno” y “Novelas”, así como en la serie de ambiente histórico y de importancia histórica (primer serial de ficción con presupuesto holgado y rodaje en exteriores) “Don Diego de Acevedo” (1966). De entre todos sus papeles para la pequeña pantalla, quizá el que ha dejado un recuerdo más indeleble sea uno de los más breves, el que le permitió interpretar la escena que incluimos aquí, momento clave de “Doce hombres sin piedad”, la obra de Reginald Rose escrita para el espacio de la televisión norteamericana homónimo al de Televisión Española que la adaptó (Studio one: Twelve angry men, 1954). El director de la emisión original fue Franklin J. Shaffner, y Sydney Lumet realizó la versión para el cine tres años más tarde. La adaptación a la pantalla española la llevó a cabo Gustavo Pérez Puig en 1973 y contó para su realización con el reparto más espectacular de la historia de la televisión, completa, absoluta y dolorosamente irrepetible hoy en día. Un reparto que, como buen aficionado al fútbol, este burgomaestre se sabe de memoria, como la alineación de un equipo ideal, y que se repite de vez en cuando para sentirse mejor: José María Rodero, Ismael Merlo, José Bódalo, Manuel Alejandre, Rafael Alonso, Jesús Puente, Antonio Casal, Pedro Osinaga, Fernando Delgado, Luis Prendes, Sancho Gracia y el gran Carlos Lemos. “¡Lo ha repetido! ¡Ha vuelto a pellizcarse la nariz!”
Etiquetas: Monografía
16 Comments:
Todo un gran tipo, en efecto: un claro ejemplo del actor que entendió pronto todo el asunto de que la preferencia para el primer actor de las tras primeras zonas de la caja escénica... habían pasado a la historia.
Es de los pocos que, al cambiar la mirada hacia el antagonista, no usa el parapadeo (una legítima "arma" en el primer plano, ya lo sé; pero, a veces, su "abuso" evidencia una falta de control gestual, por así decir).
(Con permiso: yo le conocí en 1968: en Catalunya, en la su asocaición gremial Peña Carlos Lemos; me felicitó y tal por el enfoque que hice del "Cristo" en "Oraciones laicas del siglo XX". Aunque -recalcó- le parecía que bordeaba el sacrilegio...).
JC
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Gracias, maestro don Jesús, sus comentarios, tanto técnico-profesionales, como personales son un verdadero lujo, del que nos beneficiamos todos. Este burgo, el primero.
Como siempre quiero dejarte un saludo y contarte que no dejo de pasar por aquí para sorprenderme con lo que escribes del mundo del tebeo. Saludos!
Pues, amigo Budokan, su sorpresa debe ser mayúscula al comprobar que ya no escribo casi nada del mundo del tebeo. Espero que, no obstante, pueda seguir contando con sus visitas aunque las entradas sobre tebeos escaseen. Lo de los actores también tiene su "gracia". O eso me parece a mí.
Gracias por sus visitas y por su comentario.
Me hubiera gustado verle haciendo de Max Estrella. No me lo imagino; pero seguro que se transformaba y lo bordaba. La verdad; Juan carlos, es que lo tengo grabad a fuego como el Jurado nº 9, bueno, esto ahora que lo veo; pero en realidad, eso, el hombre apocado de los doce sin piedad. Lo de frotarse la nariz... menudo homenaje a ¡Embrujada!
Abrazos hoy quijotescos, que es al conde de Lemos a quien Cervantes de dedica su libro.
Tampoco a mí, amigo javier, me da el tipo de Max Estrella, que uno se imagina muy parecido al propio Valle Inclán. Pero, bueno, es lo que tú dices, el señor Lemos era todo un actor y seguro que bordaba la interpretación. Para mí ha sido una gozada hacer esta entrada, porque me ha permitido saber algo que ya sabía. Al repasar los repartos de las obras de Jardiel y ver que Fernán Gómez dio sus primeros pasos en la escena con Carlos Lemos de primer actor he entendido mucho mejor lo que había visto en "El viaje a ninguna parte". En fin, que esto de hacer blogs, como muy bien sabes, es ideal para aprender, que es una de las cosas mejores que se pueden hacer (dicho sea de paso y para animar a las nuevas generaciones).
Gracias por estar ahí, compañero y amigo.
Mira que me lo preguntaba cuando veía "El viaje a ninguna parte" ¿Quién será ese actor tan buenísimo que hace de vieja gloria en el asilo? Ahora ya lo sé... Y encima veo que tiene componente biográfico y todo.
Gracias por subir lo de los hombres sin piedad, qué colección de voces magníficas tenía la escena en aquella época.
Amigo Choko, ¡qué alegría me da verle por aquí! Y todavía más que diga que la entradita le ha sido de alguna utilidad. Espero seguir contando con sus visitas. Gracias por su atención.
Casi fuera de contexto... recomiendo:
http://pulpnivoria.wordpress.com/
JC
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Anda, y yo recomiendo esto, con espléndido artículo de JC.
“De Madrid a los Tebeos”, Una mirada gráfica a la historieta madrileña.
Texto: varios autores.
Producción: Colectivo Lápiz de Tinta.
Edición: Ayuntamiento de Madrid, Área de las Artes.
Formato: cartoné con sobrecubiertas, 24’5 x 29 cms.
216 Páginas, 40 €
¡Excelentes recomendaciones!!
¡Oh, gracias!
Fue un trabajo agotador; lo de dirigir el libro, digo. Y donde si me cansé hasta arriba (junto con mi compa Lorenzo F. Díaz, sí) fue en las secciones hemerográficas (lo que en el libro nos avenimos a denominar como "Mercado"). Todo un abrumador esfuerzo… que casi nadie agradeció.
Una curiosidad… curiosa para curiosos: en su origen, el libro se títuló “Agua, azucarillos y tebeos”. Pero tanta poética “viciosa” por el medio… no fue estimada y se tildó de "zarzuelera"; y el título lo cambiamos por otro… tan refranista como matritense, je je je).
JC
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Amando de Ossorio, Gallego Universal
no hay dudas de que fue un excelentisimo actor, y segun los dichos de mi madre(su nieta) y mi abuela, ya que yo no tuve la dicha de conocerlo, la mejor de las personas.
mi abuelo paterno tuvo la oportunidad tambien de conocerlo y sus palabras de admiracion, respeto y gratitud fueron mas y las mismas que expresaban mi madre y mi abuela.
mi madre nos crio y hoy cria a mis hijos dandonos cada uno de los consejos que el le dio, es dia a dia su ejemplo de vida, su ser mas amado, su recuerdo mas feliz y quien aun el dia de hoy le falta.
Gracias por su comentario-testimonio. No cabe duda que Carlos Lemos no engañaba al espectador ni a nadie. Transmitía una bonhomía acrisolada y sólida, de las que causan admiración y sano instinto de emulación. Si se le admiró mucho como gran actor que fue, no fue menos admirado como persona.
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