Llamando a las puertas del Cielo (y del Infierno)

La dimensión Mítica de Doña Urraca

De todos los personajes de Bruguera tal vez sea Doña Urraca el más atemporal y totémico. Su encarnación de la maldad humana contiene una cualidad especial que la dota de un carácter singular. Prueba de esta singularidad es esta historieta publicada en el Pulgarcito número 90, en marzo de 1949, en la que la malvada solterona, tal como dice el título, “Visita el otro barrio”. Tal como podremos comprobar, la dimensión mítica se la confiere a Doña Urraca el hecho de que tanto en el Cielo como en el Infierno, a Doña Urraca se le conoce y se le teme.

De ordinario, los personajes Bruguera transitan por un mundo anexo al mundo real en el que respiran sus lectores. Sus andanzas suelen inscribirse en terrenos tangibles y cotidianos, fácilmente contrastables con la peripecia del día a día de la España de su tiempo. Por eso llama especialmente la atención esta doble página en la que Doña Urraca, víctima de una pulmonía doble, visita consecutivamente el Cielo y el Infierno.

Conmoción mundial
La noticia del deceso de la repugnante señora provoca un entusiasmo galopante entre la población, que ve ante sí un futuro esplendoroso, libre de la maldad de la mujer-rapaz: “Hacía mucho tiempo que los periódicos no publicaban una noticia así de despampanante”, comenta un lector. “Gracias a Dios, que podré sacar a mi hijo de casa, se estaba apolillando”, exclama otro.

El Cielo no es para ti
La llegada de Doña Urraca al Paraíso es digna de su categoría. Lo primero que hace es propinar un puntapié a un ángel al que llama “mequetrefe”. Se las promete muy felices ante el panorama de una eternidad abusando de aquella gente “tan inocente” que habita entre las nubes del Cielo, pero es expulsada sin miramientos y enviada al Infierno, pues su fama le precede y en el Gran Libro del Cielo hay un aviso tajante en el sentido de que Doña Urraca debe ser rechazada y el lugar en el que haya estado presente, desinfectado con DDT.















El infierno, tampoco
No se amilana Doña Urraca al verse arrojada al averno. Al contrario, comprende que aquel es su elemento y que va a disfrutar de la compañía de los diablos (sus iguales) y de presenciar las torturas de los condenados. En este sentido, la historieta nos brinda los momentos más memorables cuando asistimos a los tormentos que padecen estraperlistas, especuladores de la vivienda y conductores de tranvías. Finalmente, Doña Urraca es también expulsada del infierno. Ni siquiera los demonios pueden tolerar su compañía. Según sus propias palabras, si la dejaran quedarse, el lugar se convertiría en algo “peor que el infierno”.




El mal existe
La existencia del demonio no se ponía en tela de juicio en la España franquista. Desde el catecismo que se aprendía memorísticamente en las escuelas, hasta las películas en las que la presencia del Ángel Caído era primordial (tales como “Faustina” (José Luis Sáenz de Heredia, 1957) o “El diablo toca la flauta” (José María Forqué, 1953) o “Las cinco advertencias de Satanás” (Isidro Socías, 1937 y José Luis Merino, 1969), el Príncipe de las Tinieblas rondaba por las vidas de los españoles con harta frecuencia. Reflejo de esta realidad, el Pulgarcito número 90 contenía no sólo la visión del Infierno de Jorge en sus páginas de Doña Urraca. También Eugenio Giner, con guión de Francisco González Ledesma, incorporaba el demonio a las aventuras del Inspector Dan en la serie que se publicaba entonces: “Satán vuelve a la tierra”.

Imaginería ortodoxa
Así como el Satán de Eugenio Giner se corresponde a la imagen más ortodoxa que de tan popular personaje tenía la población en general, también Jorge propone unos diablos dentro de la imaginería más comúnmente aceptada, con tridentes, cuernecitos y bigotillos incluidos, y un infierno formado por cavernas comunicadas por galerías, debidamente horrible.

Jorge, el justiciero: Los condenados
Resulta especialmente gratificante para el lector que los condenados escogidos sean personas que han dedicado sus esfuerzos en el mundo terrenal a la tarea de amargar la vida de sus semejantes. En una sociedad atenazada por la escasez y las carencias de tipo económico (entre otras), condenar al tormento eterno a estraperlistas y a propietarios de viviendas supone actuar con justicia poético. La presencia de un conductor de tranvía es más bien una humorada, pero que tampoco deja de corresponderse con la revancha del sufrido usuario que Jorge, en el papel de dibujante justiciero, propone.

Otro espantajo en el infierno
Diecisiete años después de que Doña Urraca fuera expulsada por unos aguerridos demonios de las cavernas del averno, otro ser intrínsecamente malvado y con pinta de fantoche siniestro se encontró también de excursión en los dominios de Belcebú.
El cineasta brasileño, hijo, por cierto, de un torero español, José Mojica Marins (1929) legó a la posteridad la creación (guión, dirección y producción incluidos) de una serie de películas absolutamente demenciales, transgresoras y adorables en su arrogante descaro de entre las cuales nos hemos acordado de la que supuso su segundo largometraje: “Esta noite encarnarei no teu cadáver” (1966). En ella, el personaje creado por Mojica Marins, Zé Do Caixao (un malvado tan puro como la misma Doña Urraca), visita el infierno en un sueño morrocotudo que supone la venganza de sus múltiples víctimas. La versión del infierno y de sus torturas mostrada en el film se corresponde con su desquiciada personalidad del autor y resulta tan perturbadora como desconcertante. En la única secuencia en color de la película asistimos a los diversos tormentos a que someten los demonios a sus indefensas víctimas. No faltan los tridentes punzantes, ni los latigazos. Se clavan enormes puntas en sendos cráneos, y se laceran cuerpos semi-enterrados. Todo ello entre los gritos de un desafiante Ze Do Caixao quien pregona la falsedad de la religión (y por tanto, la inexistencia del infierno) y la superioridad del hombre libre.
La existencia de Zé Do Caixao, como la de Doña Urraca, como la del propio Diablo, responden a la misma necesidad ancestral: la de trasladar a una figura bien diferenciada y dotada de notorios signos externos visibles todo el mal que atesoramos en nuestro interior. En la afilada nariz de Doña Urraca, en las desmesuradas uñas de Zé Do Caixao, en el refinado afecto de ambos por el dolor ajeno, se alojan nuestro reprimido lado oscuro, ese que queremos negar y negamos transfiriéndolo al ogro, a la bruja, a Ángel Acebes...

ANOTACIÓN: un personaje invisible
Ya lo habíamos mencionado con ocasión de comentar el Almanaque para 1950 de Pulgarcito, pero el caso es que en este número corriente aparecen nada menos que tres alusiones directas al ídolo mexicano de la canción y del cine, Jorge Negrete, lo que le coloca en la categoría de “estrella invitada” de los tebeos Bruguera, por derecho propio. Al idolatrado charro, que había puesto patas arriba (es un decir) a la mitad de la población española (la femenina) con su llegada a España en 1948, se le nombra en la historieta de Doña Urraca, en la de Leovigildo Viruta, en su viñeta final (ambas de Jorge), y en la historieta de Peñarroya de Calixto “Calixto y su novia”.

2ª ANOTACIÓN: trazas del Universo Bruguera
En la labor que venimos realizando (todo lo desmañadamente que quieran, sí) estos dos burgomaestres bajitos y atolondrados de tratar de delimitar los confines y aledaños del Universo Bruguera no puedo dejar de anotar que en este mismo Pulgarcito número 90 y en la sección “Dígame Ud.”(por Cifré) encontramos una mención directa de la película “13 Rue Madeleine”, el film de Henry Hathaway protagonizado por el explosivo James Cagney y estrenado en 1946, cuyo título contiene resabios de la futura (1961) “13 Rue del Percebe”. Por otro lado, y en la historieta de Leovigildo Viruta “La novia del otro” encontramos otra dirección de las propias del Universo Bruguera, de esas tan características que constituyen prácticamente una marca de fábrica: “Calle del Pescado Frito, nº 13”. Anotado queda.