Luis Arroyo, galán truncado en la mitad del camino
Hasta ahora, en este weblog habíamos dedicado nuestros tesoneros y bien intencionados esfuerzos a procurar, mal que bien, repasar la trayectoria profesional (y vital, cuando ello ha sido posible) de actores y actrices que habían completado una carrera que se había prolongado durante décadas. En algunos casos, prácticamente, desde la cuna hasta la senectud. Tal dedicación continuada, naturalmente, aunque no supone una garantía contra el olvido (desgraciadamente el público y los servidores públicos guardianes de la cultura son igualmente desmemoriados) sí que facilita perpetuar en la memoria a quienes consiguen completar sus buenos, pongamos, treinta o cuarenta años de servicios en la escena y las pantallas. Este hecho, en sentido contrario, contribuye a constituir una doble injusticia para aquellos quienes, a la desgracia de perecer en plena juventud se suma la de ser olvidados con mayor premura. Tal es el caso de nuestro protagonista de hoy, Luis Arroyo.
El retrato inserto en las páginas de la revista Cámara, en la sección “Grandes planos” de su número 41 de fecha 15 de septiembre de 1944 nos muestra a un hombre joven de agradables y regulares facciones. Su mirada, dirigida hacia lo alto, denota elevados objetivos de trascendente espiritualidad. Los redactores del pie de foto, más terrenales, destacaban por aquel entonces que el joven galán “comparte éxitos con su hermana, Ana Mariscal” y citaba las películas en las que había intervenido, concretamente los títulos “El último húsar”, “A mí no me mire usted”, “Escuadrilla”, “Raza”, “Éramos siete a la mesa”, “Idilio en Mallorca” y “La danza del fuego”. Estaba por llegar la breve etapa en la que desempeñaría las funciones de director de cine. Un cruel destino le tenía dispuesto que sólo una docena de años después, su un día prometedora carrera se había de ver truncada en fatal y prematuro desenlace. Entre el uno y otro momento, intervino como actor todavía en media docena de películas, dirigió dos largometrajes y un cortometraje. Y con todo, quizá su mayor contribución a la historia del cine continuaba siendo haber introducido a su hermana (la menor de cinco) en el séptimo arte.
Luis Arroyo no fue un gran actor. No fueron sus interpretaciones de las que dejan huella en la memoria. Ni su presencia ni su insignificante voz conseguían imponerse al espectador. El público apenas le recuerda y su imagen en la pantalla muestra una incomodidad ante la cámara pareja a la indiferencia que ésta parecía tenerle destinada. Su paso por el cine español se corresponde, además, con la etapa más negra y bochornosa de éste. Sus intervenciones se dan frecuentemente en un género de películas vinculados al cine propagandístico del régimen franquista y sus facciones delicadas parecen reservadas a encarnar jóvenes mártires de la fe católica o gallardos soldaditos del glorioso ejército español. Luis Arroyo siempre reveló, tanto en su carrera de actor, como en su breve periplo como director, su inclinación por los temas religiosos, e hizo de la espiritualidad, la clave de su trabajo. Lo cual, dados los tiempos que corren, no contribuye en modo alguno, a recuperar la memoria de su labor. En temas trascendentes, las modas son tan tiranas del interés público como en cualquier otro ámbito y pocas cosas quedan más anticuadas que las muestras de espiritualidad de tiempos pretéritos.
Luis Rodríguez Arroyo nació en Madrid un 19 de noviembre de 1915. Era el cuarto de los cinco hijos de un matrimonio de clase media alta, propietario de una fábrica de muebles. Sus inclinaciones artísticas, que contaban con la aprobación de su madre y la oposición de su padre y de sus tres hermanos mayores, le llevaron desde muy joven a formar parte del club “Anfistora”, donde se inició en el arte interpretativo. Su debut en el cine se produce en el film “El último húsar”, realizado en coproducción con Italia, bajo la dirección del experimentado Luis Marquina, en el país transalpino. Ya en este primer film, protagonizado por la mítica Conchita Montenegro, Luis intercede ante el director para que incluya en el reparto a su hermana Ana, que cuenta entonces apenas diecisiete años. Desde el primer momento, el éxito va a sonreír a la jovencísima actriz, que va a superar en fama y reconocimiento a su mentor y hermano mayor desde los mismos inicios de su carrera.
Tras la película de Marquina, estrenada en febrero de 1941, a Luis Arroyo se le ve también en “A mí no me mire usted”, comedia de José Luis Sáez de Heredia poblada por excelentes cómicos de la escena, tales como Valeriano León, Fernando Freyre de Andrade, Manuel Arbó o la simpática Rosita Yarza, estrenada, de manera casi simultánea, en Barcelona y Madrid en septiembre del mismo año y, sólo un mes después, llega a la pantalla del cine Callao de Madrid “Escuadrilla”, el primer largometraje de Antonio Román, un título especialmente decisivo para el cineasta por haber accedido a su realización justo en el momento en el que expiraba el plazo que su padre le había dado para o bien dedicarse definitivamente al cinematógrafo o bien, caso de fracasar, estudiar farmacia, tal como era deseo del progenitor. Por suerte para el joven director, cuya verdadera vocación era el cine, el film cosechó un resonante éxito. Bajo la atenta tutela de su amigo José Luis Sáenz de Heredia, el principiante Román puso en pie una ficción de ambiente bélico, en la que dos pilotos de la aviación franquista, en acción durante la Guerra Civil, se enamoran de la misma mujer . Los rivales son el teniente Alarcón (Alfredo Mayo) y el capitán Campos (José Nieto ) y el objeto de sus atenciones, la hermosa Ana María (Luchy Soto). A Luis Arroyo le corresponde un papel secundario, como alférez Lázaro, engrosando la nómina de jóvenes “en pie de guerra”, al lado de Carlos Muñoz o Raúl Cancio, que incorporan, respectivamente al alférez Solís y al teniente Guillermo.
Sólo un par de meses después del estreno de “Escuadrilla”, en enero de 1942 se produce el de “Raza”, la famosa película basada en un argumento del dictador Francisco Franco. Un auténtico delirio digno de un profundo estudio psiquiátrico que arrojaría mucha luz sobre las tinieblas que habitaban la mente del individuo que detentó el poder en España durante casi cuarenta años, hasta hace sólo tres. La película, al margen de esta destacable peculiaridad (sin parangón en ninguna otra cinematografía del mundo), presenta una no escasa continuidad con el título comentado previamente. Una vez más, Alfredo Mayo y José Nieto son los antagonistas (esta vez encarnando a los hermanos José y Pedro Churruca, respectivamente), y además del propio director (que había colaborado decisivamente en el firmado por Antonio Román, quien colabora en el guión, a su vez, de “Raza” ), repiten otros miembros del equipo, empezando por Luis Arroyo, que se hace cargo del papel de Jaime Churruca, el hermano menor de los dos citados anteriormente y continuando con Raúl Cancio, que hace el papel de Don Luis Echevarría y Montes, cuñado de los personajes antes citados por matrimonio con su hermana, doña Isabel de Churruca y Acuña (Blanca de Silos). Asimismo, repetía Julio Rey de las Heras, que incorporaba al digno padre de los Churruca, don José. La película, que ofrece la particular visión de Franco sobre la legitimidad del ejército para “salvaguardar las Españas” de la insidia y los turbios manejos de los políticos en general y de la masonería internacional en particular, se articula en torno a una familia española, los Churruca (de alguna manera, ideación basada en la del propio dictador), formada por un matrimonio (de una nobleza espiritual sobre-humana) y sus cuatro hijos, los cuales representan las distintas opciones vitales del ser humano. El nobilísimo y leal guerrero (un temerario iluminado capaz de sobrevivir a un fusilamiento), el materialista y abyecto político (que, afortunadamente, en el último momento, se “reforma” y se vuelve contra sus correligionarios), el mártir religioso (que , como el soldado, rechaza la intervención del hermano “maculado” en su defensa, a costa de la propia vida) y la hermana hembra que, como es lógico en la particular óptica franquista no tiene más función que la de ser esposa y madre, completamente supeditada a las majaderas acciones de los hombres. La actuación de Luis Arroyo, como monje de un convento sito en Catalunya que está al cuidado de unos pobres niños enfermos, a los que adoctrina dulcemente cuando es llevado por las “hordas rojas” a ser ejecutado inmisericorde y fríamente, no pasaría de discreta si no fuera por cierta cualidad de sinceridad subterránea que parece adivinarse en la mirada iluminada del actor. De todos modos, es constatable que Luis Arroyo apenas interactúa con nadie. Su intervención más extensa la supone una conversación telefónica con su hermano Pedro, al que le pide que se ocupe de los niños que quedarán desamparados, sin aceptar su protección para sí mismo. En otro momento, aparta a José del enfrentamiento que ha iniciado con su hermano cuando éste, a la muerte del padre, ha reclamado su parte de la herencia, pero prácticamente, es ignorado. Su ejecución, con la que concluye el segmento que representa su participación en el film, es un momento plásticamente impactante, pero aislado del resto.
Tanto “Escuadrilla” como “Raza” fueron (de forma nada sorprendente) premiadas generosamente por el Sindicato Nacional del Espectáculo, con 250.000 y 400.000 pesetas respectivamente (un quinto y un primer premio). La segunda película, además, contaba con la producción de la Cancillería del Consejo de la Hispanidad, lo que sin duda debía representar toda una garantía de que el film, por encima de todo, llegaría a las pantallas sin contratiempos insalvables. En lo que a este weblog respecta, “Raza” contiene el interés de ofrecer apariciones de un infantil Francisco Camoiras (en el papel de José Churruca, niño), de un pre-adolescente Mario Berriatúa (no acreditado) y de un todavía joven Erasmo Pascual. Actores todos tres que merecerán sendas entradas en un futuro más o menos cercano.
Un registro totalmente diferente tiene “Éramos siete a la mesa”, película dirigida por Florián Rey y estrenada igualmente en 1942, concretamente, el 4 de abril, en el cine Callao. Como en otra película del mismo año y director, “Orosia” (de la que algo dijimos a propósito de la entrada dedicada a José Sepúlveda), los protagonistas eran Blanca de Silos y José Nieto (a lo que acabamos de encontrar también en “Raza”). En ella se cuenta la caída en desgracia de Elena Doval (Blanca de Silos), una de las cuatro hermanas que viven en armonía con su respetable padre, el catedrático profesor Luciano Doval (Alberto Romea) al ser relacionada con un estafador, lo que provoca que el oprobio se abata sobre toda su familia. Luis Arroyo hace el episódico papel de un vecino en este film que marca el periodo de decadencia de su artífice. En roles de escasa extensión, las siempre gratificantes presencias de Julia Lajos y Guadalupe Muñoz Sampedro.
“Idilio en Mallorca”, una nadería dirigida por Max Neufeld, contaba una tenue trama de enredo entre una jovencita (Antoñita Colomé) que ha de casarse con un joven con el que ha concertado matrimonio desde la distancia y al que decide dar plantón durante el viaje que ha de reunirle con él. En el transcurso del mismo, conoce a un hermano de su futuro marido y, naturalmente, se enamora de él, tras constante disputa previa en la mejor tradición de la comedia del género de la “guerra de sexos” (con perdón).
A pesar de estrenarse el 15 de abril de 1943, “Danza de fuego” había sido realizada entre 1940 y 1941, en co-producción con Francia. De ella dicen las crónicas de la época, en términos telegráficos y más bien demoledores (que vendrían a explicar el retraso del estreno), lo siguiente: “Mejor es no comentarla. ¿Qué se han propuesto con esta película? El olvido es su pago merecido”. Los deseos del autor de la reseña, diríase que viéronse cumplidos pues nadie recuerda hoy este título (el único que dirigió Jorge Salviche) que protagonizaron nuevamente Antoñita Colomé y Luis Arroyo.
De “Santander, la ciudad en llamas” (Luis Marquina, 1944), la siguiente película en la filmografía de Luis Arroyo, ya dijimos algo en su día con motivo de la entrada dedicada al gran Antonio Riquelme. Recordemos que esta trama dramática con el telón de fondo del histórico incendio de la ciudad cántabra no mereció, pese a estrenarse simultáneamente en dos céntricas salas de Madrid, más de siete días de permanencia en pantalla.
“El obstáculo” (Ignacio F. Iquino, 1945) no supone más que otra película disparada con la celeridad de una bala de la “Factoría Iquino”, cuando el cineasta catalán era la mitad de “Emisora Films”, antes de abandonar la empresa por desavenencias personales con su socio y cuñado, al parecer motivadas por la ruptura conyugal del director. Se narraba la vida pasada de Enrique Díaz (Adriano Rimoldi), un joven español que se encontraba en Guinea expiando sus culpas y tranquilizando su conciencia por el método de ayudar a los misioneros a cuidar apestados, de tal suerte que cae contagiado. En trance de muerte, relata los hechos que le llevaron a tan insalubre paraje al padre Elías (Rafael Bardem), que básicamente consisten en una despiadada práctica abusiva en el terreno de los negocios, en su fracaso matrimonial con Cari (Mery Martín) y en sus devaneos con Carmen (Ana Mariscal), hechos a los que sucede el fallecimiento de su esposa Cari. El sentimiento de culpabilidad le impele a romper con todo y a sacrificarse por los demás. El final, no obstante lo acostumbrado en el cine franquista, es misericordioso con el arrepentido y consigue la felicidad sin tener que irse al otro barrio, consiguiendo curarse de la peste y ganar el amor de Carmen. El reparto del film volvía a reunir a los hermanos Luis y Ana, reservando para el primero el anecdótico papel de “Alberto”.
“Cero en conducta” fue una coproducción con Portugal que dirigió el ruso Fyodor Otsep (al que hemos encontrado acreditado como. Pedro Ozup o Pedro Otzoup, y Fedor Ozep, según diversas fuentes) que adaptaba la obra de Mildos Kadar “Magdalena, cero en conducta”, que ya había sido llevada al cine en 1940 por Vittorio de Sica. A pesar de haber sido rodada en marzo de 1944 (en los barceloneses estudios Orphea, en doble versión, con actores portugueses y españoles) no se produjo su estreno en Madrid hasta el 12 de noviembre de 1951. En el film, Luis Arroyo hace el papel de Esteban, el amigo que acompaña a Alfredo Rivera (el magnífico e internacional Julio Peña) desde Buenos Aires para conocer a la autora de una carta que ha recibido. La misiva es obra de Magdalena (Irasema Dilian), una de las alumnas de la academia de Elisa Heredia (Leonor María), que dotada de una calenturienta imaginación, ha llegado a enamorarse de un personaje ficticio, el Alfredo Rivera que la profesora ha inventado como destinatario de las cartas de la correspondencia mercantil que practican en clase. Las compañeras de Magdalena, al descubrir su secreto y delirante enamoramiento le gastan la broma de enviar la carta que, como ya hemos dicho, moviliza no sólo a un auténtico señor Rivera, sino también a su amigo Esteban. Ambos terminan felizmente emparejados, el primero con Magdalena y el segundo, con Elisa.
“La próxima vez que vivamos” es una obra personal de su director, argumentista y guionista, Enrique Gómez, auxiliado en la tarea de dirección por Carlos Serrano de Osma, que supone uno de los primeros papeles protagonistas de Fernando Rey, quien representa en ella el papel de Óscar, el hijo aficionado a la ictiología del magnate Mulden, quien trata de hacer de su vástago un hombre de provecho, para lo que le concierta una boda de interés y le diseña un plan de “acceso al mundo real” dándole unos meses de desfogue en la ciudad, apartado de sus queridos peces. Fernando Rey, que, como hemos leído en el libro de Pascual Cebollada dedicado a su insigne figura, recordaba a Enrique Gómez como un director muy vehemente, muy extraño y nervioso, que hablaba constantemente a los actores desde detrás de la cámara conservaba del rodaje el valioso recuerdo de haber experimentado, por vez primera, el placer de interpretar al compartir una secuencia con Fernando Fernán Gómez, que interpretaba el rol de Pablo. El film contaba con dos estrellas femeninas, Ana Mariscal era Lina, la joven propuesta por el padre del protagonista para ser su esposa, la otra, la candidata propuesta por otro financiero (el señor Foresten, encarnado por Alberto Romea) era Diana (Margarita Andrey), que era la que finalmente se hacía con “el Óscar”. Del papel de Luis Arroyo, como Carlos, ni de su labor interpretativa hemos encontrado ninguna referencia. De la película sólo han quedado algunas reseñas, todas negativas, siendo la más misericordiosa la del crítico del diario “Pueblo”, que recomendaba a Enrique Gómez que continuara dirigiendo, pero sin llevar a la pantalla, en lo sucesivo, sus propios argumentos. Cándido, de “Ya” era más cruel y afirmaba que lo único bueno que se podía destacar del film era su brevedad.
Díptico virtuoso y últimas actuaciones
Luis Arroyo prueba fortuna con la dirección en dos películas de cargados tintes religiosos, “Dulcinea” (un guión propio que adaptaba la obra teatral de Gastón Baty que su hermana Ana Mariscal había interpretado en el escenario), y “Aquellas palabras”(1949), una historia de Enrique Llovet que narra las vicisitudes y el sacrificio del padre Carlos (José María Seoane), un cura vasco, misionero en Filipinas. Para ambos films contó Luis Arroyo con el auxilio en la dirección de quien le dirigiera en la anteriormente citada "Cero en conducta", el ruso Pedro Ozup, así como con la actuación protagónica de Ana Mariscal y con una muy destacada aportación pública en su financiación, al estar acogidas al Crédito del Sindicato Nacional del Espectáculo en la cuantía de, respectivamente, 275000 y 450000 pesetas.
“Dulcinea”, en algunos puntos coincidente con la visión de la caridad que se encuentra en “Nazarín” o en “Viridiana”, muestra la transformación que sufre Aldonza Lorenzo (Ana Mariscal) al recibir la declaración de amor del caballero don Quijote, de ignorante moza de una venta, a princesa y cómo esa transformación se acrecienta al recibir de labios de Sancho Panza (Manuel Arbó) el (falso) mensaje de Alonso Quijano, Don Quijote, desde su lecho de muerte, que le hace tomar conciencia de que debe continuar su interrumpida y elevada misión en el mundo y que la impulsa a recorrer los caminos haciendo el bien, sanando enfermos y llevando la fe a los más desfavorecidos. Como una especie de Santa Juana de Arco de la Mancha, Dulcinea termina en la hoguera, víctima de la Inquisición, en una acto de entregada admisión del martirio al conocer que sus “altos designios” no tenían fundamento real. Igualmente hagiográfica, aunque algo más terrenal, es “Aquellas palabras”, un nuevo ejemplo de “cine trascendente”, generosamente subvencionado y rotundamente rechazado por el público. Claramente deudora de “La mies es mucha” (José Luis Sáenz de Heredia, 1948) , este retablo, ideado por Enrique Llovet, de las hazañas del misionero padre Carlos en las Filipinas, tales como enfrentarse a tifones y sufrir cautiverio en un campo de concentración japonés se estrenó en el cine Palacio de la Prensa de Madrid el 5 de abril de 1949 y contaba, al menos, con las bellezas de Ana Mariscal como “Tala” y de Isabel de Pomés en el papel de Esther.
Los batacazos comerciales de sus propuestas como director y su moribunda carrera como actor no se revitalizaron precisamente con su participación como protagonista en “Barco sin rumbo”, una película ínfima que dirigió José María Elorrieta, todavía inmerso en la primera etapa de su carrera, y que se estrenó en los cines Fantasio y París de Barcelona el 16 de octubre de 1952 y, casi dos años más tarde, en agosto del 54, en el cine Salamanca de Madrid. Contaba con las prestaciones de nuestro ya tratado Gerard Tichy y de una juvenil Emma Penella.
No es “El diablo toca la flauta” una comedia redonda, pero supone el título más notable de los que cuentan con la actuación de Luis Arroyo. Producida en 1953 y estrenada el 15 de mayo de 1954 en el cine Roxy de Madrid, fue debida su existencia germinal a la imaginación de Noel Clarasó, y acusa la profunda amargura de su creador hacia la raza humana, esa que rezuma por los poros de la superficie humorística en toda su obra. El director del film, un casi principiante José María Forqué, apunta maneras de maestro artesano de la comedia (género en el que realizará sus mejores películas), pero no consigue sobreponerse a la naturaleza fragmentaria del film. Con el hilo conductor de un despistado diablillo (el siempre entrañable y genial José Luis Ozores) que se aparece a los sucesivos poseedores de una estatuilla que representa precisamente a la tradicional figura de un ángel caído, se nos cuentan las anécdotas de Momo (excelente Félix Dafauce), un megalómano personaje descubridor de un arma definitiva con la que aspira a dominar el mundo poniendo a su servicio a todos los mandatarios del planeta; de un matrimonio “moderno” (con un todavía inseguro Antonio Garisa en el rol del marido dominado y Carmen Vázquez Vigo como esposa tiránica); de Pablo, un infeliz protagonista de una heroicidad que le vale una condecoración (Ricardo Acero, uno de esos actores de difícil aceptación por parte del público, como el propio Luis Arroyo, o como Javier Armet, por poner dos ejemplos, que hace de hijo del jardinero –José Prada-), y del falazmente excéntrico pintor Bernaldino (Luis Prendes en un remedo de Salvador Dalí). Es en el sketch de “El gran Momo” en el que interviene Luis Arroyo, en un papel que le permite, a través de sus diálogos, hacer gala de su profunda religiosidad y de su escaso magnetismo para la cámara a un tiempo. Su papel del relojero, que recuerda, en prolongado flash-back (retrocediendo de la actualidad a 1908), la primera intervención en el mundo de los hombres del diablillo de la flauta, podía, en manos de un actor más dotado de carisma, haber resultado emocionante, pero en las suyas no pasa de suponer la encarnación de un testigo de los hechos que esgrime sus creencias religiosas frente al materialismo de Momo con íntima convicción, pero sin el necesario calor. A su lado, el Momo de Félix Dafauce se agiganta, tanto en sus momentos de desprecio hacia las debilidades de las almas sensibles, como en el de su caída final. La película, que se ha editado recientemente en DVD por el sello “Divisa”, es disfrutable todavía pese a sus imperfecciones y contiene una fugaz y divertida intervención de Miguel Gila (colaborador en la escena teatral, por aquel entonces, de los Ozores). También es destacable el empleo de la sátira política para la secuencia en la que el hijo del jardinero debe ser condecorado por su heroica audacia, en la que el habitualmente especializado en papeles de gente humilde, Xan Das Bolas desempeña el papel de máximo mandatario, al lado de un colosal Manolo Morán, como Don Cosme Santaclara Remolinos, fatuo prócer financiero. Por último, anotemos que el responsable de los figurines de la película no fue otro sino el inmenso José Luis López Vázquez, cuando todavía compaginaba esta tarea con la interpretación.
Con mucho retraso (en octubre de 1955, en Barcelona y en enero del año siguiente, en Madrid) se estrenó “Bella, la salvaje”, film realizado en 1953 en régimen de coproducción con Cuba, dirigido por Raúl Medina (un cineasta que no estrenó ninguna otra película en España). La película reunía algunas estrellas que se apagaban, como la de Roberto Rey, con otras que justamente comenzaban, como la de Esperanza Roy en una comedia musical de nulo impacto comercial.
La última aparición en pantalla de Luis Arroyo se produjo en un film alemán, nunca estrenado en España, titulado “Solange du lebst”, que dirigió en 1955 Harald Reinl, director célebre por su serie de películas sobre el héroe del “Far west”de Karl May, el indio Winnetou (el francés Pierre Brice), sus continuaciones de la serie del temible doctor Mabuse y sus adaptaciones de novelas de Edward Wallace. La acción, situada en un pueblecito español durante la Guerra Civil, describe la evacuación del mismo por parte de sus habitantes ante la inminente llegada de las tropas del bando republicano y cómo una enfermera (Marianne Koch, premiada por su labor interpretativa en el film), que se ha enamorado de un piloto alemán a su cuidado, decide quedarse. El papel más destacado, según las crónicas , es el de la apetecible Pepita, la hija del burgomaestre, papel que interpretó con sólo diecisiete tiernos años de edad Karin Dor, quien alcanzaría el estatus de símbolo sexual al interpretar a una “chica Bond” en 1967, en el título de la serie “Sólo se vive dos veces”.
El último trabajo de Luis Arroyo, la dirección del cortometraje “Las horas que pasan” sobre un guión propio, tal vez pueda considerarse como su propio epitafio si es que presentía o tenía consciencia de su próximo final. No conociendo nada más que su título y la cercanía a la muerte de su artífice, este burgomaestre se cree con argumentos suficientes para considerar esos once minutos de cine la despedida del mundo de Luis Rodríguez Arroyo, el hermano de Ana Mariscal, aquel prometedor galancito que había visto su cara reproducida a toda página en una revista sólo doce años antes, que había dirigido dos largometrajes de notable presupuesto, y que moriría el 4 de noviembre de 1956, quince días antes de poder cumplir cuarenta y un años, zambulléndose, casi completamente, en el olvido.
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30 Comments:
Tiende uno a identificar actor de reparto con "característico". De ahí que habitualmente se le escapen estos otros intérpretes que encajan mejor en la tipología de "segundo galán". Cuando el físico y la voz ayudan suelen encarnar al villano -José Nieto supo compaginar ambos cometidos-. El que tuviera aptitudes cómicas y suerte podía dar en protagonista de comedia, los demás debían mantenerse a la sombre de los viriles Mistrales y Mayos.
Nunca me había fijado en el hermano menor de los Churruca, ni mucho menos se me ocurrió que pudiera ser el relojero de "El diablo toca la flauta". Demasiado joven en la primera, caracterizado de viejo en la segunda, religioso en otras según señala usted... Una especie de galán emasculado muy común en el cine de los años cuarenta. Luis Arroyo encajaría así en el mismo molde que Carlos Muñoz, que se moría irremediablemente en "Frente de Madrid", "Sin novedad en el Alcázar", "Escuadrilla", "Los últimos de Filipinas" y no sé cuántas más.
No he visto ninguna de las películas que dirigió pero compruebo que se trata de las dos únicas producciones de Galatea Flms, firma del falangista Eduardo Manzanos, habitual del Café Gijón y promotor de algunos títulos curiosos antes de dedicarse en exclusiva a la coproucción de género.
Siga abriéndonos los ojos, el tuerto Feliú
Una pena que fuera tan breve la carrera de este artista.
Bravo por estos artículos.
>>>la más misericordiosa la del crítico del diario “Pueblo">>> (Burgo)
¿Se refiere a Rodríguez De la Puerta, el cínico aquel que era ciego...
Porque entonces...
JC
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Efectivamente, estimado señor Felíu, Luis Arroyo vendría a ser una especie de Carlos Muñoz, con la diferencia que éste tuvo la oportunidad de acceder a la televisión y, por añadidura, a una serie tan popular como "La casa de los Martínez". Luis Arroyo, esta oportunidad de tener una "segunda carrera", ya de "señor maduro de su casa", no pudo tenerla. Seguramente los años le habrían dado algo más de personalidad a su imagen, bastante desvaída. Lo de Eduardo Manzanos, efectivamente, es un apunte que me quedó en el tintero y que celebro mucho que lo haya aportado usted, siempre oportuno, siempre al quite.
Amigo Mortadelón, qué alegría me da leerle!! Pensaba que ya no contaba con su compañía... Sea siempre bienvenido. En cuanto a la brevedad de la carrera de Luis Arroyo, déjeme confiarle que me alegro de que, de vez en cuando, se me ocurra hablar de alguien que tenga hechas menos de cien películas. Representa todo un descanso, la verdad.
Maestro don Jesús, siento decirle que en el libro del que saqué la reseña mencionada (el de Pascual Cebollada sobre Fernando Rey)no figura el nombre del crítico. Si le parece que encaja con el estilo de Rodríguez de la Puerta y con el tiempo en que se publicó (1946, si no recuerdo mal), pues ese es. Lo de la "misericordia" uno lo decía con alguna ironía... Entre un "palo" y otro, este me pareció más suave... Pero cuente, cuente... ¿Cómo era este tal Rodríguez de la Puerta? Me intriga, me intriga...
Pues era ciego.
Y ejercía como crítico de cine.
Y llevaba un acompañante... que le narraba la peli.
La gente huía/huíamos de su fila de bitacas...
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También había un sordo.
Y ejercía de crítico escénico.
Y su esposa la iba contando todo lo que ocurría...
También le huíamos (bueno, alguno hasta se cagaba en su padre. Yo mismo, sin ir más lejos. Por eso y por más cosas; aún más tristes, si cabe).
Es que el Emilio Romero, dicen, reinventó el Periodismo...
Y así nos fue.
Ahora está el amiguete de la Exuperancia.
Y así nos va.
JC
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¡Recórcholis! Me deja usted estupefacto... Y nuevamente intrigado, porque como uno no está en el mundo (por así decir), no acierto a identificar a la persona a quien se refiere la cual entiendo que es tan ineficaz (por no decir incapacitada) como el crítico ciego de cine o el sordo de teatro... (Amigo de Exuperancia...) Disculpe mi ignorancia, pero si no le pregunto... seguiré igual de ignorante. No me deje así. Cuente, cuente...
Sí, compa, al de teatro le conoce usted: escribió (por así decir) un libro, "El teatro que yo he visto" (1969).
Ver, I supose, vería, pero oír... dúdolo; del todo.
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Había más joyas: el del "Abc" (que, en un verano, para ganar horas extras, hizo una crónica de los Roling pidiendo que los expulsaran del país...); el de "El Alcázar", que daba vergüenza ajena y hablaba de los fusilamientos de intelectuales a lo Lorca habían sido escasos...
Duros tiempos para quienes, en el entonces, dirigíamos; o lo intentábamos para cambiar el concepto del recitado a voces... y el foco frenel en plan chafarrinón.
Esa era la España real; luego había otra: en las páginas de "Teatro" (con el desaparecido Haro Tecglen), "Primer Acto" (con Monleón), "Yorik" (Gonzalo de Olaguer, muerto, ay, hará un mes).
Y unos y otros decían -decíamos- amar lo escénico.
Amores que matan, sí.
Teatro: divino pentimento de la vida.
JC
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Excelente amigo burgo, sinceramente no tenía ni la más remota idea de quien era D. Luis Arroyo. Ya sabemos gracias a tí su camino y no su olvido.
Fantástico Burgo.
Con todos mis respetos,"sus críticos encajan en la película "NO ME CHILLES QUE NO TE VEO", mala leche parecían tener esos críticos señor Cuadrado.
Saludos.
Gracias, amigo Óscar por su siempre amable comentario. Tampoco yo conocía a don Luis Arroyo y, la verdad, no creo conocerlo mucho todavía, aunque sí he procurado enterarme un poco y contárselo a los amigos de Lady Filstrup lo mejor que he podido.
Maestro don Jesús, ya veo un poco de lo que usted ve con claridad. Me falta su agudeza,pero voy aprendiendo poco a poco...
Por otro lado... ¡¡ya goleamos!
Meterle seis al antiguo Matagigantes...
No sé...
Está bien... o así parece (que dijo el otro).
Pero... ¿por qué se disfruta, perdón, disfruto más con un partido cualquiera de los británicos en La 2 que con otro idem de los nuestros?
Me reconcome la angustia estética...
JC
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Desde luego, los espectáculos son muy diferentes. De hecho, el gusto por uno prácticamente excluye el otro, tan distinto es el ritmo y hasta el sentido de uno y otro fútbol. Mi consideración particular nada tiene que ver con la estética, ni con la ética. No primo el juego físico sobre la alquimia, ni al revés. Uno es, simplemente, un forofo. Sólo me gusta el futbol para ver ganar a mi equipo (o ver perder al eterno rival). Es así y ya dispensarán la confesión. Si ganan jugando bonito, mejor que mejor, pero perder haciendo filigranas no me complace en absoluto. Y por dar mi visión sobre el fútbol de las islas británicas... reconozco que es pura potencia y adrenalina, pero... me deja indiferente porque no me importa quién gane.
Y hablando de ganar... ¿a qué viene premiar a Javier Bardem con el Nacional de Cinematografía? ¿No tiene bastante con el Óscar? ¿Por qué no se premia a alguien con una trayectoria más larga y sacrificada? Esto de ahora es superfluo y, en mi opinión, devalúa el premio concedido. ¡¡Y hablamos de un actor al que raramente oímos la voz en las películas (fuera de ellas sí, mucho)!! Y no me refiero sólo a cuando le doblan, cuando no le doblan, tampoco se le oye.
(Vaya, se me nota el mal humor que me trae el otoño... Ya disculparán...)
No pasa nada Burgo a mí el verano si que me enoja y de que manera, no aguanto el calor. Al contrario que a tí esta temporada otoñal me encanta. Entiendo perfectamente el placer que le da ver perder a su eterno rival, ya lo dice el refran, " fin de semana feliz pierde el Barsa y gana el Madrid ".
En cuanto a Bardem, pues que quiere que le diga, no es santo de mi devoción, me parece buen actor, pero demasiado recompensado. De todas maneras creo que un "Oscar" no es muy de fíar. A uno de mis favoritos "Paul Newman" le dieron el Oscar por una de sus peores películas, creo recordar que fué " El color del dinero", más bien fué por vergüenza torera que por su actuacíon. Creo que hizo grandes películas y con grandes repartos en los cuales se puedo llevar más de un Oscar.
Y en cuanto al fútbol inglés señor Cuadrado,no creo que un WIGAN-FULHAM, sea mejor que un SPORTING-DEPOR, y un MANCHESTER-CHELSEA tenga más emoción que un MADRID-BARSA, aunque sí que es cierto que el escenario el público y el ritmo de los partidos te invitan a verlos con un poco más de atención.
Un saludo para todos.
Oscar.
Bueno... esto... creo que es lo que dije...
El concepto "espectáculo"... lo llevo en mis genes...
Creo.
(Y lo del 7-1 con repecto al 6-1... será premonitorio... al final de la Liga. Ya digo).
JC
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Llego tarde esta vez, pero el arte es eterno, y tus posts, como éste, son arte. Con ellos uno aprende a ver personas metidas a actor donde sólo hay luz y sombras.
Vaya, JuanCarlos, también he leído hoy en la prensa que ayer murió Ramon Calduch.
Abrazos y hasta el sábado
Javier, cero en conducta (versión viguesa)
Vaya, Javier, muchas gracias por tu comentario de hoy, que me ha parecido especialmente bonito. Eso, tratar de descubrir a las personas que hay bajo la piel de celuloide de los actores es quizá mi principal objetivo. O sin quizá. Y sí, he leído lo del buen Calduch, que cantaba como un "senyor". Y aún más, también ha fallecido Pedro Masó, que quizá no tenía mucha mano para la sutileza, pero era un cineasta "de batalla" único e irrepetible.
Óscar, maestro don Jesús, de fútbol no sé qué decir... porque sólo miro a mi equipo y mi equipo es harto desconcertante. Ora juega como los ángeles, ora habita las más oscuras cavernas del infierno. Con su mejor versión, son imbatibles, con la peor, no son nadie. En fin...
Ah, amigo Óscar, eso de los premios anuales da lugar a injusticias como la que cita o como esto de ahora del Bardem. Sí, es muy posible que este año sea el merecido ganador del Nacional, pero a base de ir premiando a los personajes del año, se nos quedan sin premiar los personajes de nuestra vida.
Y , ah! sí! Este sábado, como siempre, compañero y amigo burgo!!
¡Jo, el Piqué relevando a Olaguer...!
JC
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Naturalmente, admirado don Jesús! El Barça es un equipo fiel a sí mismo. La plaza del valladar "de la terra" estaba vacante y... bien, ya hemos encontrado ocupante. Y nada, a seguir por donde solíamos...!! ¡Qué latazo!
Temas colaterales y casi off- topic: Antonio Román.....¿Orensano?
Antonio Román.....¿Con cierto grado de parentesco con la famosa doctora orensana Elena Ochoa?
Ja, la señora aquella que de sexo sabía lo que una hermana claretiana.
Ahora ya edita sobre arte y así.
O sea, la última filopena.
JC
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Efectivamente, amigo filomeno, Antonio Román era de Orense... pero intuyo que esto lo sabía usted de sobras... En cuanto al parentesco con la ¿doctora? Ochoa... pues... ¡usted sabrá, amigo! ... ¡Ay, maestro, por poco que supiera Elenita... seguro que sabía más que este tonto burgo, que siempre ha sido un analfabeto en TODO! Por ejemplo: a mí no me pareció un atraco...
A Galicia se la ha cargado de tópicos, y ser gallego es casi como tener una profesión o un estado (dice el turolense Don Pascual Cebollada, en su monografía sobre Don Fernando Rey)
He econtrado esta entrada por casualidad, buscando informacion sobre este actor tras mi lectura del libro de Ian Gibson sobre Garcia Lorca "Lorca y el mundo gay". Parece que Arroyo interpretó un papel destacado en la obra de teatro de Lorca "Así que pasen cinco años" en su esteno en 1935. Creo que esta faceta teatral no se menciona en su, por otra parte, muy documentado artículo.
Sencillamente, amigo Anónimo, no lo mencioné porque lo desconocía. Es muy interesante su aportación. Y convendría, por mi parte, revisar lo escrito e incluir estos extremos que usted ha vertido en su comentario. Muchísimas gracias.
Desgraciadmaente, la obra no llegó a estrenarse debido al estallido de la guerra civil, aunque se realizaron los ensayos pertinentes
Pero si luis arroyo era gay... vean ian gibson. Lorca y el mundo gay. P. 276
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
hola!! mi abuelo fue actor de teatro y dulcinea 1947 fue la unica pelicula en la que hizo un papel secundario, me gustaria saber cóomo podría conseguir una copia o un visionado.
se lo agradeceria muchgisimo esta informacion!!!!
gracias
hola!! mi abuelo fue actor de teatro y dulcinea 1947 fue la unica pelicula en la que hizo un papel secundario, me gustaria saber cóomo podría conseguir una copia o un visionado.
se lo agradeceria muchgisimo esta informacion!!!!
gracias
hola!! mi abuelo fue actor de teatro y dulcinea 1947 fue la unica pelicula en la que hizo un papel secundario, me gustaria saber cóomo podría conseguir una copia o un visionado.
se lo agradeceria muchgisimo esta informacion!!!!
gracias
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