El invento

Ahora, vamos, este 2006, se cumplen cuarenta años de la aparición en Tío Vivo de la serie “Doña Pura y doña Pera, vecinas de la escalera”, que son un poco las Hermanas Gilda de Ibáñez, como “La familia Trapisonda” fue su familia Cebolleta, y la Rue del Percebe fue, pues, eso, otro invento de Vázquez (a este último respecto, mi compañero el burgomaestre tiene por ahí una plancha monumental y fundacional, y le rogamos encarecidamente que nos la cuelgue cuanto antes en la red para nuestro disfrute y conocimiento). En realidad, podría decirse que Ibáñez, grosso modo, fue el gran invento de Vázquez, el cual como era el ­máximo dibujante no quería dibujar. Vázquez se inventa así a Ibáñez, que es un dibujante que trabaja como un negro, y viéndole a él sudar la tinta china de la viñeta, Vázquez se queda a gusto y se marcha a sus arreglos y a sus cárceles. A Vázquez los negros se los ponen porque se escaquea, y a Ibáñez se los ponen porque no da abasto, ésta es la diferencia entre el inventor y el invento. Vázquez le sopla a Ibáñez ideas de primera, y de segunda, y acto seguido agarra y va a hacerse un traje a medida, que no piensa pagar, y por su parte Ibáñez se queda junto al flexo dibujando caracoles, colillas y la Rue del Percebe. En Ibáñez, abundan los personajes encerrados en pisos, en oficinas, en despachos, y cuando se asfixia manda a Rompetechos a respirar a la calle, que para algo es su trasunto. Y en Vázquez, a la primera de cambio, los personajes se van al campo a tomar el viento fresco. Ibáñez, que viene de la oficina de un banco, ha visto que dibujando dobla y triplica su salario, y se pone a trabajar como un salvaje, y Vázquez, que siempre ha sido dibujante, ha descubierto que sin dibujar es posible ganar lo mismo y más. Lo que le pasa a uno es quiere a los dos maestros por igual, al uno por su cinismo y al otro por su salvajismo.

(Vaya, acaban de fallar el Nadal 2006 de novela. Tenía la tele puesta... El premio se lo han dado a un señor con ojeras negras y orejas moradas, y americana de pana, como vieja, y cara de haber vivido y haber bebido bastante. Parece auténtico el tipo... Eeeh: Eduardo Lago, y la novela se titula Llámame Brooklyn. En realidad, los únicos que se muestran dignos ahí en el Ritz son los camareros y este escritor.)