Grandes repartos: "El gran galeoto"
NOTA PREVIA: dentro del caótico rumbo que, obediente a la deriva de la voluntad de quien lo alimenta, sigue este weblog, se distinguen en sus entradas, hasta el momeno, dos variedades. Una, la más habitual, consistente en glosar la carrera y trayectoria vital de un actor o actriz; la otra, a la que este burgo bautizó como “Galería”, se limita a comentar alguna imagen cuyo contenido represente por sí misma algún aspecto destacable dentro del tema de los actores españoles. Con la presente entrada, añado una nueva modalidad, a la que he puesto el nombre de “Grandes repartos”, en la que, como su nombre indica, se tratará de dar relación, lo más completa posible, de los integrantes de algún reparto en concreto que, por el caprichoso criterio de este burgo, parezca especialmente representativo de una época, de un estilo o de una facción determinados, dentro del cine, la televisión o el teatro españoles.
Drama decimonónico
Melodrama de época, sólido, cimentado sobre una base literaria, bendecida con el Premio Nóbel, de José de Echegaray, “El gran galeoto” (1951), cuyo estreno se verificó en el cine Callao de Madrid el 15 de octubre de 1951, forma parte del periodo más fecundo y brillante del cineasta Rafael Gil. Afortunada conjunción de los esfuerzos de un buen número de profesionales técnicos y artísticos, esta producción “Intercontinental Films”, que se rodó entre los meses de diciembre de 1950 y abril de 1951en los madrileños estudios Ballesteros y en exteriores en Madrid y Bilbao, tiene en su gran reparto una de sus más destacadas y valiosas virtudes, mas no siendo la única, ni mucho menos. Sus dos directores de fotografía, el ruso Michael Kelber para las escenas de interiores y el austríaco Enrique Guerner, para los exteriores; el músico, Manuel Parada, y el decorador, Enrique Alarcón, se cuentan entre los mejores de su profesión de todos los tiempos y en cuanto a la excelencia de los figurines diseñados por José Luis López Vázquez (sí, el inconmensurable intérprete de tantas grandes películas), los resultados en la pantalla son suficientemente elocuentes. Para elaborar el guión cinematográfico, Rafael Gil contó con la muy estimable colaboración de José Antonio Pérez Torreblanca, que se encargó de adaptar el drama en verso de Echegaray, y para auxiliarle en la dirección del film, contó con José Luis Robles y el luego autor de sus propias películas, Pedro Luis López Ramírez.
Rafael Gil, siempre proclive a edificar sus proyectos sobre bases literarias de indiscutible firmeza, que en 1951 ya había llevado al cine a Wenceslao Fernández Flórez, a Cervantes, a Jardiel Poncela, a Armando Palacio Valdés, a Vicente Blasco Ibáñez, a Jacinto Benavente o a Pedro Antonio de Alarcón, debía ver en la obra de José de Echegaray un valor comercial seguro, a tenor de que había sido ésta repetidamente adaptada para el medio radiofónico con invariable éxito. Con la perspectiva de hoy, sin embargo, “El gran galeoto”, estrenada el mismo año en que se produjeron los estrenos de “Día tras día” (de Antonio del Amo) y “Surcos” (de José Antonio Nieves Conde), dos apuestas por un cine de raíz neorrealista, que intentaba aproximarse a la realidad cotidiana, se percibe que nació ya anticuada, lo que, por otra parte, es un mal que se remedia con el paso de las décadas. En 1951, dando cuenta del estreno, Alfonso Sánchez publicó en “El Alcázar”: “Rafael Gil ha cuajado una realización importane. Es, quizá, su mayor acierto la disciplina que ha impuesto a los actores para limitar cualquier fácil exceso declamatorio, el punto justo en que frena las escenas para que sean justa expresión de la época sin caer en ridículo, el clima en general de contención que preside obra tan peligrosa”. En parecido sentido se expresaban “Donald” (Miguel Pérez Ferrero) en ABC y “Graciella”, en “Dígame”. Los tres críticos destacaban la habilidad de Rafael Gil para hacer admisible un drama tan folletinesco sin pretender trasladarlo a la época actual, sino ambientándolo escrupulosamente en la época original de la acción (hacia 1890). En pleno siglo XXI, la película “El gran galeoto” continúa siendo la misma obra intemporal, magníficamente narrada, interpretada ajustadamente y ambientada con iguales rigor y gusto. Valores que, quizá sí, es cierto, la convierten en una pura antigualla.
Lo narrado
“El gran galeoto” cuenta la historia de cómo se unieron las vidas de Ernesto Acedo (Rafael Durán), el ocioso y adinerado hijo del naviero don Ángel Acedo y de la primera actriz Teresa La Bisbal, que abandonó la escena para casarse con el banquero y parlamentario don Julio Villamil, precisamente por causa de la maledicencia que había propagado sus inexistentes amores adúlteros. La acción se inicia cuando Ernesto está asistiendo a cada función de la actriz, abandonando la localidad en el momento en que ésta hace mutis. El joven corteja a distancia a la diva mientras que ella se compromete con el prócer Villamil (José María Lado) pese a la notable diferencia de edad que los separa. Paralelamente, el padre de Ernesto le hace abandonar Madrid pretextando que le necesita a su lado por causa de los negocios, por los cuales intenta que su vástago tome algún interés, y le envía a Inglaterra y a Bilbao. Ernesto, que no se apasiona en absoluto por la construcción de barcos y sí por la composición de operetas, tiene un fuerte enfrentamiento con su padre, el cual se obstina en hacerle sentar la cabeza (“Nosotros hemos sido siempre gente de trabajo”, aduce don Ángel, despreciando a los bailarines con quien trata su hijo –“¡Esos titiriteros!”). Tras la ruptura paterno-filial, se produce un atentado anarquista como consecuencia del cual, don Ángel resulta malherido. Agonizante, hace prometer a su hijo que tomará la recta senda del trabajo honrado y que, sobre todo, se dejará aconsejar por su amigo don Julio Villamil, quien le ayudará a llevar a buen puerto su sociedad naviera. Ernesto, incapaz de negarle nada a su padre en situación tan delicada, accede a sus deseos. Cuando acude a don Julio, éste le auxilia sabiamente en el consejo de dirección de su empresa y salva la papeleta con su experiencia. Don Julio, además, al pasar a administrar los negocios de los Acedo obtiene una sólida posición que le beneficia en un momento difícil de sus propias finanzas. Ernesto debe establecerse en Madrid y don Julio le abre las puertas de su casa. Entonces se produce el inesperado encuentro del joven con su todavía amada Teresa. Muy pronto, la convivencia entre los tres produce un río de comentarios en la sociedad matritense, que se acrecienta al “perderse” los dos jóvenes durante una jornada de caza, cuando don Julio ha sufrido un accidente y se hace patente la ausencia de Ernesto y Teresa. De ese incidente surge una coplilla que los enemigos políticos de don Julio se encargan de convertir en un “Schotis” que rápidamente adquiere gran popularidad, “De campo, ¿eh?”. La situación va haciéndose tan insostenible que Ernesto termina por establecerse en otra casa, pero ello no hace sino dar más alas a la difamación, que les cuesta a los implicados sonrojos varios y hasta una bronca en el parlamento, que demuestra que ni siquiera en un ámbito presuntamente respetable, sirve de nada la argumentación seria contra la burla difamatoria. Finalmente, el propio don Julio duda de la honradez de su esposa y se interpone en el duelo que había concertado Ernesto con el más encarnizado adversario de Villamil, el bellaco vizconde de Nebreda (Fernando Sancho). Villamil muere en el lance, convencido de la culpabilidad de su esposa y del amigo que acogió en su casa. A continuación, Ernesto mata a Nebreda y, finalmente, se une irremediablemente con Teresa, viuda y arrojada de su casa por la familia Villamil, resultando así que los rumores malintencionados obtienen el resultado inesperado de unir aquello que no estaba destinado a hacerlo.
El elenco. Papeles principales
Encabezando el reparto de “El gran galeoto” hallamos a la tan bella como inteligente Ana Mariscal (Ana María Rodríguez Arroyo, Madrid, 1921-1995), que ya era una veterana (tras haber debutado, como vimos en una entrada anterior, de la mano de su hermano mayor, Luis Arroyo, en “El último húsar”-1941-) y que se encontraba en aquel entonces rivalizando con Amparo Rivelles por la supremacía en el terreno de las primeras actrices del cine español y a punto de iniciar su carrera de directora, cosa que habría de acontecer con el rodaje de “Segundo López, aventurero urbano”, un año después del estreno de “El gran galeoto”. A su lado, Rafael Durán (Rafael Durán Espayaldo, Madrid, 1911-Sevilla, 1994), el galán indiscutiblemente predilecto de Rafael Gil para sus dramas de época y de Juan de Orduña para sus comedias frívolas de principios de los cuarenta, un fenomenal actor que tras iniciarse en el teatro, educó y forjó su excelente voz como doblador a las órdenes de Gonzalo Delgrás en los estudios de la Metro Goldwyn Mayer de Barcelona. Un galán que hoy puede parecer encorsetado y excesivamente rígido, pero que hacía perfectamente inteligibles todas y cada una de las sílabas que pronunciaba, y que era capaz de encarnar con convicción las más desopilantes personalidades, arrebatadas de pasiones en las que, paradójicamente, el sexo no tenía cabida; capaz de, con un golpe de ceja y sin despeinarse jamás, defender el honor y la virtud contra todas las acechanzas. Anticuado, sí, pero lleno de encanto. El tercer vértice del triángulo de “El gran galeoto” lo constituye José María Lado (José María Lado Rodríguez, La Habana, Cuba, 1895, Madrid, 1961), otro de esos actores de carácter que son como una roca a la que cualquier película puede aferrarse sin temor a naufragar. Como su compañero Rafael Durán, Lado también cultivó el doblaje y su personalidad, siempre amparada en la cobertura de una exigente amargura, resultó eficacísima para componer malvados “con fondo” y gente, en general, maltratada por la suerte y, a menudo, resentida. En la película de Rafael Gil (quien, por cierto, volvería a contar con José María Lado en el mismo año 1951, para la exitosa “La señora de Fátima”, rodada a continuación y estrenada tan sólo una semana después de “El gran Galeoto”, en el cine Avenida de Madrid) de la que nos ocupamos hoy, en forma aparentemente sorprendente, la voz de José María Lado ha sido sustituida por la del excelente doblador José María Oviés, decisión que no sabemos si obedeció a la incompatibilidad de la agenda del actor original pero que no sólo no afectó negativamente al resultado final sino que, podemos afirmar sin reticencias, resultó muy beneficiosa, pues la de Oviés es una voz mucho más adecuada al personaje del noble Julio Villamil que la agria (y agrietada) de José María Lado.
En el reparto de “El gran galeoto” nos encontramos con que, al examinarlo someramente, aparece marcado por la presencia de actores de doblaje. Llevamos citados ya tres y el cuarto no es otro que Ramón Martori, la inolvidable voz de Julio César en el clásico de Mankiewicz (que, por cierto, acaba de aparecer en DVD, con su doblaje original, por lo que sugiero que corran a comprarlo), que interpreta a don Ángel Acedo, el padre del protagonista, en una interpretación conmovedora y llena de convicción, especialmente cuando defiende los valores tradicionales del trabajo frente a la actitud vital, algo bohemia, de su vástago. A Ramón Martori (Ramón Martori Bassets, Barcelona, 1893-1971) lo mencionamos ya, con ocasión de la entrada dedicada a José Sepúlveda por su participación en la película de Juan de Orduña, “El padre Pitillo” y, como podríamos decir de los demás actores aquí citados a los que todavía no les hemos dedicado una entrada, volveremos a hablar de él, más extensamente, cuando se la dediquemos.
El villano principal del drama no es otro que el muy prolífico actor aragonés Fernando Sancho (Fernando Sancho Les, Zaragoza, 1916, Madrid, 1990), quien interpreta al pérfido vizconde de Nebreda. Tocado con una peluca que recuerda ligeramente a la de Harpo Marx, este actor eminentemente físico (que, por cierto, también hizo doblaje en sus comienzos) tiene la misión en “El gran galeoto” de encarnar la más abyecta cara del desprecio por la verdad y la razón, protagonizando en la secuencia previa al final un prolongado duelo a espada (tres minutos perfectamente coreografiados por el maestro de esgrima Ángel Monis) con el protagonista Rafael Durán, el cual duelo finaliza siendo defenestrado y expirando en un plano muy semejante al que protagonizó un año antes en “Agustina de Aragón” (1950), reventado, en el suelo, expulsando sangre por la boca. De cierta relevancia es también el papel asignado a Juan Espantaleón, como don Severo Villamil, hermano de Julio, el marido cuya honorabilidad está en entredicho en “El gran galeoto”. Juan Espantaleón (Juan Espantaleón Torres, Sevilla, 12-3-1885- Madrid, 26-11-1966), que había debutado en la escena con tan sólo doce años de edad y que se retiraría, precisamente, en el año de estreno de “El gran galeoto”, fue uno de los actores bajo contrato con Cifesa en la etapa dorada de la productora valenciana, cuyos servicios Rafael Gil requería siempre que podía (nada menos que en quince títulos en sólo diez años, entre 1942 y 1951), solía obtener roles que parecían destinados a su lucimiento, oportunidad que no desaprovechaba nunca. Su personalidad, habitualmente cargada de paternalismo y perfectamente respaldada por un físico que inspiraba confianza, que traslucía respetabilidad, en las situaciones difíciles, que rezumaba bondad, cuando convenía y campechanía, cuando era oportuno, era perfectamente utilizada en papeles de cierta responsabilidad. Sus advertencias en el film aquí comentado, sobre el bochorno que se está suscitando entre la opinión pública con motivo de la situación que se vive en el domicilio del matrimonio Villamil están dichas con admirable gracia y disimula perfectamente que es su propio beneficio el que está salvaguardando cuando recomienda a su hermano que no acuda al parlamento a defender sus proyectos, pues la ruina de don Julio representa la suya propia y la de su mujer, Mercedes, y de su hija, Castita.
El elenco. Papeles "de reparto"
Entre los distinguidos próceres, parlamentarios y señores más o menos ociosos que, como modistillas, comentan la actualidad en reuniones llenas de patillas y bigotazos, encontramos al enorme Antonio Riquelme (que contó con nuestra voluntariosa atención en su correspondiente entrada) , haciendo la pantomima del sordo, armado para el efecto con una trompetilla y auxiliado en su número por el orondo y siempre excelente Ángel Álvarez (Ángel Álvarez Fernández, Madrid, 1906-1983), un actor que había comenzado en el oficio tras haber sido miembro de la Junta del Espectáculo del Madrid asediado durante la Guerra Civil, en calidad de publicista y autor teatral . No menos entrado en carnes, y mucho más impertinente, Manuel Requena (Manuel Requena Mendoza, Alicante, 1891 – Madrid, 1969) inicia la burla más sangrante contra el diputado Villamil al entonar la coplilla injuriosa en plena sesión del Parlamento, consiguiendo el efecto deseado de boicotear su intervención. Félix Fernández, uno de nuestros más queridos cómicos, al que ya dedicamos una rendida entrada, tiene a su cargo el papel de Enciso, el autor de la coplilla difamante, y cabe decir que su recitado de la letra es digno de su genio y hasta consigue hacer parecer ingeniosa una rima absolutamente inocua. Uno de los que más celebran la ocurrencia de Enciso es el señor Alcaraz, a quien da vida el frívolo Raúl Cancio (Ceferino Cancio Amunárriz, Donostia, 1911-1961), en uno de sus habituales cometidos de aquello que podríamos catalogar como “un papel de amigote”, el cual se ocupa de que el maestro Guillén ponga música a la letra de Enciso. De la partida de “canallas con levita” es Uceda, a quien da vida Fernando Fernández de Córdoba (Madrid, 1897-1982), el tristemente célebre actor que leía los partes de guerra de la zona nacional y que, por tanto, ha quedado en la historia como la voz que pronunció el parte con el que se concluía la Guerra Civil y se iniciaba la represión y dictadura franquistas.
El elemento femenino es más bien escaso, en “El gran galeoto”. Al margen de la atractiva protagonista, éste se limita a unas pocas presencias. La más destacada, es la de Mary Delgado (María Delgado Panero, Madrid, 1916-Palma de Mallorca, 1984), una habitual de las películas de Rafael Gil, que hace el papel de Mercedes, la cuñada de la protagonista y que, como tal, siente por ella el odio cortés y cotidiano típico entre cuñadas, el cual la impele a propagar las calumnias sobre el adulterio de Teresa. La hija de Mercedes, la tontuela Castita, que “bebe los vientos” por el apuesto Ernesto, está interpretada por Conchita Fernández en un tono claramente caricaturesco, que volverá a emplear en “Novio a la vista” (Luis G. Berlanga, 1954). La gran Julia Lajos (Juliana Julia Lajo Martín, Villagarcía de Campos 1895- Madrid, 1963) es la comadre perfecta para compartir los cotilleos con Mercedes y toda una corte de grullas empingorotadas. Por último, a Nieves Patiño a quien no hemos encontrado en ninguna otra película, le atribuimos el papel de doncella de la actriz Teresa La Bisbal, con algunas líneas de diálogo al comienzo del metraje, cuando le advierte del curioso comportamiento del admirador que lleva catorce noches seguidas asistiendo a la función con la sola intención de verla a ella, dedicándose a leer el periódico mientras espera su aparición sobre el tablado.
Incorporando los roles más circunstanciales encontramos las presencias de algunas figuras de mucho interés, como la del dibujante, humorista, cartelista, colaborador de las revistas “Blanco y negro”, “Buen Humor”, “La ametralladora” y “La codorniz”, entre otras, montañero y descubridor de Sara Montiel, el genial Enrique Herreros (Enrique García-Herreros Codesido, Madrid 1903-Potes- Cantabria, 1977), que incorpora el caricaturesco papel de don Nicasio Heredia de la Escosura, el autor de “La novia plantada”, la obra que representa Teresa La Bisbal y que cosecha un sonoro fracaso. Actor en formación, Valeriano Andrés, del que algo hablamos en su correspondiente entrada en este mismo weblog, incorpora el papel del criado Pedro, al servicio de Ángel Acedo, que tiene a su cuidado la misión de advertir a su amo (premonitoriamente) de lo peligrosas que están las calles. También en los inicios de su carrera (había debutado, con catorce años, en 1946) se encontraba la hermosísima Helga Liné (nacida en Berlín un 14 de julio de 1932). Acreditada en el film como Lina Elsa Estern, hace el papel de la bailarina Adelina, la única que baila al gusto del exigente Ernesto Acedo. Helga Liné que alcanzará a ostentar el cetro de “reina del terror hispánico” veinte años más tarde conservando su físico espectacular, de evidente atractivo, intacto, cumple en “El gran galeoto” con la función de exponer su belleza ejecutando, además, unos breves pero sabrosos pasos de baile. Un rol, en verdad pintoresco y exótico es el que corre a cargo de Manuel Kayser (que ya había actuado a las órdenes de Rafael Gil en “Aventuras de Juan Lucas” y en “Noche del sábado” y que volvería a hacerlo en “Sor intrépida”, en “La guerra de Dios” y en “La otra vida del capitán Contreras”), como el faquir que actúa en una función que presencian Ernesto y Teresa La Bisbal y que modifica su actuación a petición de los también presentes Nebreda, Uceda y Alcaraz, para poner en ridículo a los presuntos amantes.
A Manuel de Juan (Manuel de Juan Guillot, 1901- ?) , otro excelente actor de doblaje con numerosas presencias como secundario a lo largo de la década de los cincuenta, le encontramos integrando el consejo de administración al que asiste el inexperto y reciente heredero de la empresa, Ernesto Acedo. Como secretario del mismo consejo, actúa Manuel Arbó (Manuel Arbó del Val, Madrid, 1898-1973), un gran actor característico que había dejado la carrera militar por el escenario y que, como su tocayo, también se dedicó al doblaje, si bien que mientras que el primero ponía su voz para producciones Paramount, el segundo hacía lo propio en los estudios de la MGM. En un papel de composición, como el amanerado modisto Marcel, se puede ver a Juan Vázquez (Madrid, 8-3-1900 -?), acreditado en el film como Juanito Vázquez , fue buen un actor característico especializado para el cine en papeles de hombre más bien débil, blando, con escasa personalidad, presa fácil para esposas dominantes. Por último, cumpliendo la misión de encarnar a sendos amigos del protagonista Ernesto, los cuales le servirán de padrinos para su decisivo duelo con Nebreda, hallamos al excelente Rafael Bardem (Rafael Bardem Solé, Barcelona 1889-Madrid, 1972), una auténtica leyenda de la escena española y padre de uno de los mejores directores de nuestro cine, y al poco dúctil Vicente Soler , encarnando a Gabriel y Tomás, respectivamente.
Dentro de los papeles de humildes servidores encontramos excelentísimos actores de carácter, habitualmente especializados en estos menesteres. Así, el encargado de repartir los puestos en la desgraciada jornada de caza en la que se desatarán las más cargadas habladurías no es otro que Francisco Bernal (Francisco Bernal Jiménez, Jumillla, 22-7-1900, 1963), un actor de físico larguirucho y flaco al que difícilmente cabe imaginar encarnando sino a un desfavorecido de la fortuna. Chóferes, porteros, peones, fueron su especialidad y desempeñando tales roles lo encontramos, entre 1938 y 1962, en bastante más de cien títulos. No le anda a la zaga Xan Das Bolas (Tomás Ares Pena, La Coruña, 30-10-1908, Madrid, 13-10-1977), quien fue todavía más prolífico que el murciano en papeles de similares características, aunque con mayor vis cómica, quien en “El gran galeoto” es uno de los cocheros que comenta cómo va la cena de gala que se celebra en casa de los Villamil, contaminada por la maledicencia. En estos comentarios de la servidumbre sobre las “desgracias” de sus señores, encontramos también, haciendo el papel de Senén, otro cochero, a Casimiro Hurtado (Casimiro Hurtado de Luna, Fuengirola, 8-8-1891, Madrid, 26-2-1967) , otro actor especializado en personajes secundarios de humilde condición, en su variante andaluza (en oposición a la especialización gallega de Das Bolas). Trayendo las noticias del interior de la mansión Villamil, está el criado Moisés, encarnado para la ocasión por Santiago Rivero, otro actor característico de prolongada carrera que, si bien suele utilizar uniforme en sus caracterizaciones, más que la librea del criado, como en el caso presente, éste suele ser de policía o de militar, pertrechado casi siempre de un recortado bigote, marchamo de respetabilidad. Por cierto, que también hizo doblaje, siendo la voz de Laurence Olivier en “Cumbres borrascosas”(William Wyler, 1944) o de Charles Boyer en “Si no amaneciera” (Mitchell Leisen;1941).
El extenso y sensacional reparto de “El gran galeoto” contiene algunas sorpresas, tales como la presencia del gran José Prada (José Prada de la Vega, Toledo, 15-11-1891, Madrid, 19-8-1983) en un papel ínfimo, sin “letra” y sin acreditar, como el encargado de curar a Julio Villamil el tiro de escopeta que le propina la atolondrada Castita en la jornada de caza en la que se desatan los rumores calumniosos, o como la de María Luisa Ponte (María Luisa Ponte Manzini, Medina de Rioseco –Valladolid-, 21-6-1918, Aranjuez, 2-5-1996) también sin acreditar y sin diálogo, como la invitada a una cena de etiqueta a quien Julio Villamil, en calidad de anfitrión, cede galantemente el brazo para pasar al comedor, en lo que, casi con toda seguridad, fue su primera aparición en pantalla de esta hija y nieta de actores, que había pisado por primera vez un escenario con siete años de edad, dando comienzo así a una larga y fructífera carrera cinematográfica. Su presencia en el film no debió ser del todo casual, pues no en vano, su primera oportunidad importante en la escena se produjo cuando, en 1945, siendo integrante de la compañía de Tina Gascó y Fernando Granada, se ofreció a sustituir a la primera actriz (que había caído enferma) en la representación de, precisamente, "El gran galeoto", obra en la que no se le había repartido ningun papel, pero que se sabía perfectamente. María Luisa superó admirablemente la prueba y es muy probable que Rafael Gil conociera la anécdota. Volviendo a la película, digamos que, tampoco acreditados, y presentes sobre el escenario, en el transcurso de la representación con que se inicia la acción del film, encontramos al actor, por aquellos años del Teatro Español, especializado en clásicos, Gabriel Llopart (Barcelona, 1920 – Madrid, 1993), que cuenta con un plano medio (que comparte con otro actor que no hemos sabido identificar) y también en escena, apenas entrevista, aunque sí escuchada, hallamos a María Cañete, quien había tenido el destacado papel de la tía Angustias en la adaptación de “Nada” que había realizado Edgar Neville en 1947. En otro papel insignificante, también sin acreditar, podemos vislumbrar a José Villasante, el cual, como José Prada (éste en un rol principal), Manuel de Juan, Francisco Bernal o Casimiro Hurtado, aquel mismo año actuaba también en “Surcos”, un film que, sin embargo, aparece hoy como la antítesis de “El gran galeoto”, no obstante compartir con él tantos elementos. Una demostración de que en 1951 cabían muy distintos modos de hacer cine y de hacerlo bien, a pesar de todos los pesares, y contando, para ello, con el decisivo concurso de excelentísimos cómicos.
Drama decimonónico
Melodrama de época, sólido, cimentado sobre una base literaria, bendecida con el Premio Nóbel, de José de Echegaray, “El gran galeoto” (1951), cuyo estreno se verificó en el cine Callao de Madrid el 15 de octubre de 1951, forma parte del periodo más fecundo y brillante del cineasta Rafael Gil. Afortunada conjunción de los esfuerzos de un buen número de profesionales técnicos y artísticos, esta producción “Intercontinental Films”, que se rodó entre los meses de diciembre de 1950 y abril de 1951en los madrileños estudios Ballesteros y en exteriores en Madrid y Bilbao, tiene en su gran reparto una de sus más destacadas y valiosas virtudes, mas no siendo la única, ni mucho menos. Sus dos directores de fotografía, el ruso Michael Kelber para las escenas de interiores y el austríaco Enrique Guerner, para los exteriores; el músico, Manuel Parada, y el decorador, Enrique Alarcón, se cuentan entre los mejores de su profesión de todos los tiempos y en cuanto a la excelencia de los figurines diseñados por José Luis López Vázquez (sí, el inconmensurable intérprete de tantas grandes películas), los resultados en la pantalla son suficientemente elocuentes. Para elaborar el guión cinematográfico, Rafael Gil contó con la muy estimable colaboración de José Antonio Pérez Torreblanca, que se encargó de adaptar el drama en verso de Echegaray, y para auxiliarle en la dirección del film, contó con José Luis Robles y el luego autor de sus propias películas, Pedro Luis López Ramírez.
Rafael Gil, siempre proclive a edificar sus proyectos sobre bases literarias de indiscutible firmeza, que en 1951 ya había llevado al cine a Wenceslao Fernández Flórez, a Cervantes, a Jardiel Poncela, a Armando Palacio Valdés, a Vicente Blasco Ibáñez, a Jacinto Benavente o a Pedro Antonio de Alarcón, debía ver en la obra de José de Echegaray un valor comercial seguro, a tenor de que había sido ésta repetidamente adaptada para el medio radiofónico con invariable éxito. Con la perspectiva de hoy, sin embargo, “El gran galeoto”, estrenada el mismo año en que se produjeron los estrenos de “Día tras día” (de Antonio del Amo) y “Surcos” (de José Antonio Nieves Conde), dos apuestas por un cine de raíz neorrealista, que intentaba aproximarse a la realidad cotidiana, se percibe que nació ya anticuada, lo que, por otra parte, es un mal que se remedia con el paso de las décadas. En 1951, dando cuenta del estreno, Alfonso Sánchez publicó en “El Alcázar”: “Rafael Gil ha cuajado una realización importane. Es, quizá, su mayor acierto la disciplina que ha impuesto a los actores para limitar cualquier fácil exceso declamatorio, el punto justo en que frena las escenas para que sean justa expresión de la época sin caer en ridículo, el clima en general de contención que preside obra tan peligrosa”. En parecido sentido se expresaban “Donald” (Miguel Pérez Ferrero) en ABC y “Graciella”, en “Dígame”. Los tres críticos destacaban la habilidad de Rafael Gil para hacer admisible un drama tan folletinesco sin pretender trasladarlo a la época actual, sino ambientándolo escrupulosamente en la época original de la acción (hacia 1890). En pleno siglo XXI, la película “El gran galeoto” continúa siendo la misma obra intemporal, magníficamente narrada, interpretada ajustadamente y ambientada con iguales rigor y gusto. Valores que, quizá sí, es cierto, la convierten en una pura antigualla.
Lo narrado
“El gran galeoto” cuenta la historia de cómo se unieron las vidas de Ernesto Acedo (Rafael Durán), el ocioso y adinerado hijo del naviero don Ángel Acedo y de la primera actriz Teresa La Bisbal, que abandonó la escena para casarse con el banquero y parlamentario don Julio Villamil, precisamente por causa de la maledicencia que había propagado sus inexistentes amores adúlteros. La acción se inicia cuando Ernesto está asistiendo a cada función de la actriz, abandonando la localidad en el momento en que ésta hace mutis. El joven corteja a distancia a la diva mientras que ella se compromete con el prócer Villamil (José María Lado) pese a la notable diferencia de edad que los separa. Paralelamente, el padre de Ernesto le hace abandonar Madrid pretextando que le necesita a su lado por causa de los negocios, por los cuales intenta que su vástago tome algún interés, y le envía a Inglaterra y a Bilbao. Ernesto, que no se apasiona en absoluto por la construcción de barcos y sí por la composición de operetas, tiene un fuerte enfrentamiento con su padre, el cual se obstina en hacerle sentar la cabeza (“Nosotros hemos sido siempre gente de trabajo”, aduce don Ángel, despreciando a los bailarines con quien trata su hijo –“¡Esos titiriteros!”). Tras la ruptura paterno-filial, se produce un atentado anarquista como consecuencia del cual, don Ángel resulta malherido. Agonizante, hace prometer a su hijo que tomará la recta senda del trabajo honrado y que, sobre todo, se dejará aconsejar por su amigo don Julio Villamil, quien le ayudará a llevar a buen puerto su sociedad naviera. Ernesto, incapaz de negarle nada a su padre en situación tan delicada, accede a sus deseos. Cuando acude a don Julio, éste le auxilia sabiamente en el consejo de dirección de su empresa y salva la papeleta con su experiencia. Don Julio, además, al pasar a administrar los negocios de los Acedo obtiene una sólida posición que le beneficia en un momento difícil de sus propias finanzas. Ernesto debe establecerse en Madrid y don Julio le abre las puertas de su casa. Entonces se produce el inesperado encuentro del joven con su todavía amada Teresa. Muy pronto, la convivencia entre los tres produce un río de comentarios en la sociedad matritense, que se acrecienta al “perderse” los dos jóvenes durante una jornada de caza, cuando don Julio ha sufrido un accidente y se hace patente la ausencia de Ernesto y Teresa. De ese incidente surge una coplilla que los enemigos políticos de don Julio se encargan de convertir en un “Schotis” que rápidamente adquiere gran popularidad, “De campo, ¿eh?”. La situación va haciéndose tan insostenible que Ernesto termina por establecerse en otra casa, pero ello no hace sino dar más alas a la difamación, que les cuesta a los implicados sonrojos varios y hasta una bronca en el parlamento, que demuestra que ni siquiera en un ámbito presuntamente respetable, sirve de nada la argumentación seria contra la burla difamatoria. Finalmente, el propio don Julio duda de la honradez de su esposa y se interpone en el duelo que había concertado Ernesto con el más encarnizado adversario de Villamil, el bellaco vizconde de Nebreda (Fernando Sancho). Villamil muere en el lance, convencido de la culpabilidad de su esposa y del amigo que acogió en su casa. A continuación, Ernesto mata a Nebreda y, finalmente, se une irremediablemente con Teresa, viuda y arrojada de su casa por la familia Villamil, resultando así que los rumores malintencionados obtienen el resultado inesperado de unir aquello que no estaba destinado a hacerlo.
El elenco. Papeles principales
Encabezando el reparto de “El gran galeoto” hallamos a la tan bella como inteligente Ana Mariscal (Ana María Rodríguez Arroyo, Madrid, 1921-1995), que ya era una veterana (tras haber debutado, como vimos en una entrada anterior, de la mano de su hermano mayor, Luis Arroyo, en “El último húsar”-1941-) y que se encontraba en aquel entonces rivalizando con Amparo Rivelles por la supremacía en el terreno de las primeras actrices del cine español y a punto de iniciar su carrera de directora, cosa que habría de acontecer con el rodaje de “Segundo López, aventurero urbano”, un año después del estreno de “El gran galeoto”. A su lado, Rafael Durán (Rafael Durán Espayaldo, Madrid, 1911-Sevilla, 1994), el galán indiscutiblemente predilecto de Rafael Gil para sus dramas de época y de Juan de Orduña para sus comedias frívolas de principios de los cuarenta, un fenomenal actor que tras iniciarse en el teatro, educó y forjó su excelente voz como doblador a las órdenes de Gonzalo Delgrás en los estudios de la Metro Goldwyn Mayer de Barcelona. Un galán que hoy puede parecer encorsetado y excesivamente rígido, pero que hacía perfectamente inteligibles todas y cada una de las sílabas que pronunciaba, y que era capaz de encarnar con convicción las más desopilantes personalidades, arrebatadas de pasiones en las que, paradójicamente, el sexo no tenía cabida; capaz de, con un golpe de ceja y sin despeinarse jamás, defender el honor y la virtud contra todas las acechanzas. Anticuado, sí, pero lleno de encanto. El tercer vértice del triángulo de “El gran galeoto” lo constituye José María Lado (José María Lado Rodríguez, La Habana, Cuba, 1895, Madrid, 1961), otro de esos actores de carácter que son como una roca a la que cualquier película puede aferrarse sin temor a naufragar. Como su compañero Rafael Durán, Lado también cultivó el doblaje y su personalidad, siempre amparada en la cobertura de una exigente amargura, resultó eficacísima para componer malvados “con fondo” y gente, en general, maltratada por la suerte y, a menudo, resentida. En la película de Rafael Gil (quien, por cierto, volvería a contar con José María Lado en el mismo año 1951, para la exitosa “La señora de Fátima”, rodada a continuación y estrenada tan sólo una semana después de “El gran Galeoto”, en el cine Avenida de Madrid) de la que nos ocupamos hoy, en forma aparentemente sorprendente, la voz de José María Lado ha sido sustituida por la del excelente doblador José María Oviés, decisión que no sabemos si obedeció a la incompatibilidad de la agenda del actor original pero que no sólo no afectó negativamente al resultado final sino que, podemos afirmar sin reticencias, resultó muy beneficiosa, pues la de Oviés es una voz mucho más adecuada al personaje del noble Julio Villamil que la agria (y agrietada) de José María Lado.
En el reparto de “El gran galeoto” nos encontramos con que, al examinarlo someramente, aparece marcado por la presencia de actores de doblaje. Llevamos citados ya tres y el cuarto no es otro que Ramón Martori, la inolvidable voz de Julio César en el clásico de Mankiewicz (que, por cierto, acaba de aparecer en DVD, con su doblaje original, por lo que sugiero que corran a comprarlo), que interpreta a don Ángel Acedo, el padre del protagonista, en una interpretación conmovedora y llena de convicción, especialmente cuando defiende los valores tradicionales del trabajo frente a la actitud vital, algo bohemia, de su vástago. A Ramón Martori (Ramón Martori Bassets, Barcelona, 1893-1971) lo mencionamos ya, con ocasión de la entrada dedicada a José Sepúlveda por su participación en la película de Juan de Orduña, “El padre Pitillo” y, como podríamos decir de los demás actores aquí citados a los que todavía no les hemos dedicado una entrada, volveremos a hablar de él, más extensamente, cuando se la dediquemos.
El villano principal del drama no es otro que el muy prolífico actor aragonés Fernando Sancho (Fernando Sancho Les, Zaragoza, 1916, Madrid, 1990), quien interpreta al pérfido vizconde de Nebreda. Tocado con una peluca que recuerda ligeramente a la de Harpo Marx, este actor eminentemente físico (que, por cierto, también hizo doblaje en sus comienzos) tiene la misión en “El gran galeoto” de encarnar la más abyecta cara del desprecio por la verdad y la razón, protagonizando en la secuencia previa al final un prolongado duelo a espada (tres minutos perfectamente coreografiados por el maestro de esgrima Ángel Monis) con el protagonista Rafael Durán, el cual duelo finaliza siendo defenestrado y expirando en un plano muy semejante al que protagonizó un año antes en “Agustina de Aragón” (1950), reventado, en el suelo, expulsando sangre por la boca. De cierta relevancia es también el papel asignado a Juan Espantaleón, como don Severo Villamil, hermano de Julio, el marido cuya honorabilidad está en entredicho en “El gran galeoto”. Juan Espantaleón (Juan Espantaleón Torres, Sevilla, 12-3-1885- Madrid, 26-11-1966), que había debutado en la escena con tan sólo doce años de edad y que se retiraría, precisamente, en el año de estreno de “El gran galeoto”, fue uno de los actores bajo contrato con Cifesa en la etapa dorada de la productora valenciana, cuyos servicios Rafael Gil requería siempre que podía (nada menos que en quince títulos en sólo diez años, entre 1942 y 1951), solía obtener roles que parecían destinados a su lucimiento, oportunidad que no desaprovechaba nunca. Su personalidad, habitualmente cargada de paternalismo y perfectamente respaldada por un físico que inspiraba confianza, que traslucía respetabilidad, en las situaciones difíciles, que rezumaba bondad, cuando convenía y campechanía, cuando era oportuno, era perfectamente utilizada en papeles de cierta responsabilidad. Sus advertencias en el film aquí comentado, sobre el bochorno que se está suscitando entre la opinión pública con motivo de la situación que se vive en el domicilio del matrimonio Villamil están dichas con admirable gracia y disimula perfectamente que es su propio beneficio el que está salvaguardando cuando recomienda a su hermano que no acuda al parlamento a defender sus proyectos, pues la ruina de don Julio representa la suya propia y la de su mujer, Mercedes, y de su hija, Castita.
El elenco. Papeles "de reparto"
Entre los distinguidos próceres, parlamentarios y señores más o menos ociosos que, como modistillas, comentan la actualidad en reuniones llenas de patillas y bigotazos, encontramos al enorme Antonio Riquelme (que contó con nuestra voluntariosa atención en su correspondiente entrada) , haciendo la pantomima del sordo, armado para el efecto con una trompetilla y auxiliado en su número por el orondo y siempre excelente Ángel Álvarez (Ángel Álvarez Fernández, Madrid, 1906-1983), un actor que había comenzado en el oficio tras haber sido miembro de la Junta del Espectáculo del Madrid asediado durante la Guerra Civil, en calidad de publicista y autor teatral . No menos entrado en carnes, y mucho más impertinente, Manuel Requena (Manuel Requena Mendoza, Alicante, 1891 – Madrid, 1969) inicia la burla más sangrante contra el diputado Villamil al entonar la coplilla injuriosa en plena sesión del Parlamento, consiguiendo el efecto deseado de boicotear su intervención. Félix Fernández, uno de nuestros más queridos cómicos, al que ya dedicamos una rendida entrada, tiene a su cargo el papel de Enciso, el autor de la coplilla difamante, y cabe decir que su recitado de la letra es digno de su genio y hasta consigue hacer parecer ingeniosa una rima absolutamente inocua. Uno de los que más celebran la ocurrencia de Enciso es el señor Alcaraz, a quien da vida el frívolo Raúl Cancio (Ceferino Cancio Amunárriz, Donostia, 1911-1961), en uno de sus habituales cometidos de aquello que podríamos catalogar como “un papel de amigote”, el cual se ocupa de que el maestro Guillén ponga música a la letra de Enciso. De la partida de “canallas con levita” es Uceda, a quien da vida Fernando Fernández de Córdoba (Madrid, 1897-1982), el tristemente célebre actor que leía los partes de guerra de la zona nacional y que, por tanto, ha quedado en la historia como la voz que pronunció el parte con el que se concluía la Guerra Civil y se iniciaba la represión y dictadura franquistas.
El elemento femenino es más bien escaso, en “El gran galeoto”. Al margen de la atractiva protagonista, éste se limita a unas pocas presencias. La más destacada, es la de Mary Delgado (María Delgado Panero, Madrid, 1916-Palma de Mallorca, 1984), una habitual de las películas de Rafael Gil, que hace el papel de Mercedes, la cuñada de la protagonista y que, como tal, siente por ella el odio cortés y cotidiano típico entre cuñadas, el cual la impele a propagar las calumnias sobre el adulterio de Teresa. La hija de Mercedes, la tontuela Castita, que “bebe los vientos” por el apuesto Ernesto, está interpretada por Conchita Fernández en un tono claramente caricaturesco, que volverá a emplear en “Novio a la vista” (Luis G. Berlanga, 1954). La gran Julia Lajos (Juliana Julia Lajo Martín, Villagarcía de Campos 1895- Madrid, 1963) es la comadre perfecta para compartir los cotilleos con Mercedes y toda una corte de grullas empingorotadas. Por último, a Nieves Patiño a quien no hemos encontrado en ninguna otra película, le atribuimos el papel de doncella de la actriz Teresa La Bisbal, con algunas líneas de diálogo al comienzo del metraje, cuando le advierte del curioso comportamiento del admirador que lleva catorce noches seguidas asistiendo a la función con la sola intención de verla a ella, dedicándose a leer el periódico mientras espera su aparición sobre el tablado.
Incorporando los roles más circunstanciales encontramos las presencias de algunas figuras de mucho interés, como la del dibujante, humorista, cartelista, colaborador de las revistas “Blanco y negro”, “Buen Humor”, “La ametralladora” y “La codorniz”, entre otras, montañero y descubridor de Sara Montiel, el genial Enrique Herreros (Enrique García-Herreros Codesido, Madrid 1903-Potes- Cantabria, 1977), que incorpora el caricaturesco papel de don Nicasio Heredia de la Escosura, el autor de “La novia plantada”, la obra que representa Teresa La Bisbal y que cosecha un sonoro fracaso. Actor en formación, Valeriano Andrés, del que algo hablamos en su correspondiente entrada en este mismo weblog, incorpora el papel del criado Pedro, al servicio de Ángel Acedo, que tiene a su cuidado la misión de advertir a su amo (premonitoriamente) de lo peligrosas que están las calles. También en los inicios de su carrera (había debutado, con catorce años, en 1946) se encontraba la hermosísima Helga Liné (nacida en Berlín un 14 de julio de 1932). Acreditada en el film como Lina Elsa Estern, hace el papel de la bailarina Adelina, la única que baila al gusto del exigente Ernesto Acedo. Helga Liné que alcanzará a ostentar el cetro de “reina del terror hispánico” veinte años más tarde conservando su físico espectacular, de evidente atractivo, intacto, cumple en “El gran galeoto” con la función de exponer su belleza ejecutando, además, unos breves pero sabrosos pasos de baile. Un rol, en verdad pintoresco y exótico es el que corre a cargo de Manuel Kayser (que ya había actuado a las órdenes de Rafael Gil en “Aventuras de Juan Lucas” y en “Noche del sábado” y que volvería a hacerlo en “Sor intrépida”, en “La guerra de Dios” y en “La otra vida del capitán Contreras”), como el faquir que actúa en una función que presencian Ernesto y Teresa La Bisbal y que modifica su actuación a petición de los también presentes Nebreda, Uceda y Alcaraz, para poner en ridículo a los presuntos amantes.
A Manuel de Juan (Manuel de Juan Guillot, 1901- ?) , otro excelente actor de doblaje con numerosas presencias como secundario a lo largo de la década de los cincuenta, le encontramos integrando el consejo de administración al que asiste el inexperto y reciente heredero de la empresa, Ernesto Acedo. Como secretario del mismo consejo, actúa Manuel Arbó (Manuel Arbó del Val, Madrid, 1898-1973), un gran actor característico que había dejado la carrera militar por el escenario y que, como su tocayo, también se dedicó al doblaje, si bien que mientras que el primero ponía su voz para producciones Paramount, el segundo hacía lo propio en los estudios de la MGM. En un papel de composición, como el amanerado modisto Marcel, se puede ver a Juan Vázquez (Madrid, 8-3-1900 -?), acreditado en el film como Juanito Vázquez , fue buen un actor característico especializado para el cine en papeles de hombre más bien débil, blando, con escasa personalidad, presa fácil para esposas dominantes. Por último, cumpliendo la misión de encarnar a sendos amigos del protagonista Ernesto, los cuales le servirán de padrinos para su decisivo duelo con Nebreda, hallamos al excelente Rafael Bardem (Rafael Bardem Solé, Barcelona 1889-Madrid, 1972), una auténtica leyenda de la escena española y padre de uno de los mejores directores de nuestro cine, y al poco dúctil Vicente Soler , encarnando a Gabriel y Tomás, respectivamente.
Dentro de los papeles de humildes servidores encontramos excelentísimos actores de carácter, habitualmente especializados en estos menesteres. Así, el encargado de repartir los puestos en la desgraciada jornada de caza en la que se desatarán las más cargadas habladurías no es otro que Francisco Bernal (Francisco Bernal Jiménez, Jumillla, 22-7-1900, 1963), un actor de físico larguirucho y flaco al que difícilmente cabe imaginar encarnando sino a un desfavorecido de la fortuna. Chóferes, porteros, peones, fueron su especialidad y desempeñando tales roles lo encontramos, entre 1938 y 1962, en bastante más de cien títulos. No le anda a la zaga Xan Das Bolas (Tomás Ares Pena, La Coruña, 30-10-1908, Madrid, 13-10-1977), quien fue todavía más prolífico que el murciano en papeles de similares características, aunque con mayor vis cómica, quien en “El gran galeoto” es uno de los cocheros que comenta cómo va la cena de gala que se celebra en casa de los Villamil, contaminada por la maledicencia. En estos comentarios de la servidumbre sobre las “desgracias” de sus señores, encontramos también, haciendo el papel de Senén, otro cochero, a Casimiro Hurtado (Casimiro Hurtado de Luna, Fuengirola, 8-8-1891, Madrid, 26-2-1967) , otro actor especializado en personajes secundarios de humilde condición, en su variante andaluza (en oposición a la especialización gallega de Das Bolas). Trayendo las noticias del interior de la mansión Villamil, está el criado Moisés, encarnado para la ocasión por Santiago Rivero, otro actor característico de prolongada carrera que, si bien suele utilizar uniforme en sus caracterizaciones, más que la librea del criado, como en el caso presente, éste suele ser de policía o de militar, pertrechado casi siempre de un recortado bigote, marchamo de respetabilidad. Por cierto, que también hizo doblaje, siendo la voz de Laurence Olivier en “Cumbres borrascosas”(William Wyler, 1944) o de Charles Boyer en “Si no amaneciera” (Mitchell Leisen;1941).
El extenso y sensacional reparto de “El gran galeoto” contiene algunas sorpresas, tales como la presencia del gran José Prada (José Prada de la Vega, Toledo, 15-11-1891, Madrid, 19-8-1983) en un papel ínfimo, sin “letra” y sin acreditar, como el encargado de curar a Julio Villamil el tiro de escopeta que le propina la atolondrada Castita en la jornada de caza en la que se desatan los rumores calumniosos, o como la de María Luisa Ponte (María Luisa Ponte Manzini, Medina de Rioseco –Valladolid-, 21-6-1918, Aranjuez, 2-5-1996) también sin acreditar y sin diálogo, como la invitada a una cena de etiqueta a quien Julio Villamil, en calidad de anfitrión, cede galantemente el brazo para pasar al comedor, en lo que, casi con toda seguridad, fue su primera aparición en pantalla de esta hija y nieta de actores, que había pisado por primera vez un escenario con siete años de edad, dando comienzo así a una larga y fructífera carrera cinematográfica. Su presencia en el film no debió ser del todo casual, pues no en vano, su primera oportunidad importante en la escena se produjo cuando, en 1945, siendo integrante de la compañía de Tina Gascó y Fernando Granada, se ofreció a sustituir a la primera actriz (que había caído enferma) en la representación de, precisamente, "El gran galeoto", obra en la que no se le había repartido ningun papel, pero que se sabía perfectamente. María Luisa superó admirablemente la prueba y es muy probable que Rafael Gil conociera la anécdota. Volviendo a la película, digamos que, tampoco acreditados, y presentes sobre el escenario, en el transcurso de la representación con que se inicia la acción del film, encontramos al actor, por aquellos años del Teatro Español, especializado en clásicos, Gabriel Llopart (Barcelona, 1920 – Madrid, 1993), que cuenta con un plano medio (que comparte con otro actor que no hemos sabido identificar) y también en escena, apenas entrevista, aunque sí escuchada, hallamos a María Cañete, quien había tenido el destacado papel de la tía Angustias en la adaptación de “Nada” que había realizado Edgar Neville en 1947. En otro papel insignificante, también sin acreditar, podemos vislumbrar a José Villasante, el cual, como José Prada (éste en un rol principal), Manuel de Juan, Francisco Bernal o Casimiro Hurtado, aquel mismo año actuaba también en “Surcos”, un film que, sin embargo, aparece hoy como la antítesis de “El gran galeoto”, no obstante compartir con él tantos elementos. Una demostración de que en 1951 cabían muy distintos modos de hacer cine y de hacerlo bien, a pesar de todos los pesares, y contando, para ello, con el decisivo concurso de excelentísimos cómicos.
Etiquetas: Grandes repartos
71 Comments:
Volvió a pasarse...
JC
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Estimado burgomaestre:
Bienvenida sea esta nueva modalidad. Me temo que con repartos tan extensos va a tener usted que seguir trabajando de firme. No le faltará tarea con cultores del sainete y la comedia coral como Vajda, Neville, Berlanga, Maroto, Ferreri, Sáenz de Heredia, Forqué o Fernán-Gómez, todos asiduos de su weblog. Menciono a estos porque todos trabajaron con lo que los sajones denominan "stock companies" y siempre es curioso seguirle el rastro a sus apliques y bigotes de unas películas a otras.
Para la polémica: No he incluido a Ozores por no hacer de menos a los mencionados. Tampoco a García Sánchez o a Álex de la Iglesia, entre los contemporáneos, porque es usted capaz de amonestarme.
Por sugerencias que no quede: "El hombre que viajaba despacito". Tiene unos títulos de crédito larguiiísimos y yo no soy capaz de casar ni a la tercera parte de los intérpretes con sus personajes.
Enrique Herreros merece capítulo aparte, pero Enrique Herreros hijo mantiene la llama encendida. Podemos volver sobre él si gustan.
Nueva polémica: el periodo acaso menos fecundo pero para mí más ineteresante de Rafael Gil es el sus comedias para Cifesa en los primeros cuarenta. Probablemente porque no es tan consciente de la importancia de su obra, lo que no quita para que siempre tuviera una mano estupenda para los repartos.
Reflexión/Colofón: Dichosa edad, y siglos dichosos, aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, en que reputados actores no ponían peros a un papel, conscientes de que su grandeza estaba en el oficio y destreza de quien lo encarnaba y no en el tamaño de sus "bocadillos".
Sigue habiéndolos, ¿eh? Les pongo nombre: Ramón Barea, Álex Angulo.
Su seguro servidor, don Nicasio Feliú de la Escosura
Maestro don Jesús, ya me conoce usted... Le cuento que la idea de hacer esta modalidad de entrada me vino buscando un formato que no me diera mucho trabajo... pero fracasé enormemente. Todavía me queda, sin embargo, algún que otro actor por identificar. Ejemplo: los señores que aparecen al lado de Manuel de Juan y de Gabriel Llopart. A ver si resolvemos el enigma... PD: ya paso a rectificar el dato que tan discretamente me ha "soplado" vía mail. Muchísimas gracias por su atención.
Estimado sr. Felíu, es usted un lujo y celebro tantísimo sus comentarios... En su último párrafo ha sintetizado ejemplarmente lo que este verborreico burgo ha sido incapaz de expresar debidamente en la entrada. Es decir, ha destacado lo que yo no había puesto de relieve y que es importantísimo: cómo actores con tantísima experiencia y categoría no dudaban en colaborar en un film con intervenciones de mínima extensión. ¡¡Cuanto se beneficiaba la película con ello!! ¡¡Cuanto más, los espectadores!! Su apreciación acerca de la primera etapa de Rafael Gil, el de sus comedias sobre historias de Fernández Florez, con Antonio Casal, me parece acertadísima. De tener que quedarme con una sola faceta de este director, sería esta por lo que tiene de mayor frescura y de apuesta personal, independiente, ajena a la repercusión popular u "oficial" que luego buscará (y a menudo encontrará), pero eso no quita, claro, que su buen oficio sea disfrutable cuando se aplica a los melodramones "de qualité", como este que hemos vislumbrado aquí hoy. Y sí, "El hombre que viajaba despacito" es un reto tentador... al que no sé si me atreveré... (Me da que igual sí).Muchas gracias por su compañía y por compartir su sapiencia.
Querido burgomaestre:
¿Cómo ha llegado a tan triste situación? ¿Qué ha sido de aquel campeón de la indolencia?
¿Le recuperarán su familia y amigos?
MC
¿Que "cómo", mi querido amigo? ¡¡Pues bien pudiera ser un efecto retardado de la educación que nos dieron los Hermanos Maristas!!! En cuanto a mi recuperación para tan nobles destinos (familia y amigos)... existan serias dudas sobre ella. A menudo me pierdo entre fotogramas y me cuesta encontrar el camino de vuelta a casa...(Snif). Muchas gracias, por la compañía. Eso es amistad.
Ya mismo me pongo a buscar "EL GRAN GALEOTE", como siempre Burgo me encanta leer tu blog. La aportación del maestro de esgrima da cuenta del trabajo tan bueno que haces. "Ángel Monis maestro de esgrima", también colaboró con otro cartel de los buenos. LA PRINCESA DE LOS URSINOS 1947 Dirigida por Luis Lucia y con un reparto de aupa:
Ana Mariscal, Roberto Rey, Fernando Rey, Juan Espantaleón, José María Lado, José Isbert, María Isbert, Julio Rey de las Heras, Mariano Asquerino, Manuel Dicenta, Aníbal Vela, José Jaspe, Félix Fernándezetc,etc,etc además de .....LOCURA DE AMOR 1948, Dirigida por Juan de Orduña.
Un saludo para todos.
Pues sí, amigo óscar, Ángel Monis hizo un buen trabajo en estas películas. ¡Qué importantes son, a veces, los colaboradores "externos" para obtener buenos resultados en el cine y con cuanta persistencia son ignorados! Desde luego, el cine español, que tiene una bien merecida fama de descuidar las escenas de acción (por ser de compleja y costosa preparación) ofrece, de vez en cambio, muestras que constituyen excepciones a la regla. Como es el caso.
Seguro que "La princesa de los ursinos" comparecerá pronto en este weblog. Actores contiene que lo harán ineludible. Si bien, ya le aviso que, entre Lucia y Gil media si no un abismo, sí un buen trecho.
Amén de consejeros históricos, militares y/o religiosos, en los años cuarenta. En cambio, en los sesenta cada vez era más frecuente encontrarse con siquiatras entre los asesores.
El maestro armero siempre ha estado presente en los rodajes. Sin embargo, nada como esos oficios que parecen sacados de un diccionario de palabras en desuso y que, al menos hasta hace poco, aparecían como casillas en blanco en los modelos oficiales de presupuestos cinematográficos: ramaleros, encargados de semovientes...
¡Qué asquito, la nostalgia!
El cesante Feliú
Muchísimas gracias, estimado señor Felíu por esta nueva joyita, en forma de comentario, con la que nos obsequia a todos amigos del weblog (y a su chapucero artífice, en primer lugar). Lo de la nostalgia... pues habría que evitarla, sí. Pero para eso tendríamos que mirar sólo al presente y... ¡¡lo mismo nos da un pasmo!!
Y... ¿por qué evitar la nostalgia?
Aunque no fuera lo que fue, que dijo la divina Simone.
La nostalgia, amigos míos, es memoria; luego es historia.
JC
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El gran FERNANDO SANCHO, el "malo" más BUENA PERSONA de la cinematografía mundial.......
Ah, maestro admirado, don Jesús!! Bien a las claras se ve que uno no es sospechoso de renegar del pasado, o de evitar hacer memoria, o, simplemente, recordar. Todo eso no sólo está muy bien, es muy necesario y una verdadera fuente de placer intelectual y espiritual. Pero eso de la nostalgia, con ese matiz enfermizo o morboso, con esa dulzona melancolía que envuelve todo recuerdo con una gasa deformante... pues eso es lo que creo que hay que evitar. Vaya, no sé... Pero bueno, si se cae (que uno está convencido de caer con frecuencia) tampoco hay para fustigarse. Bien está, si de natural viene...Digo yo.
Amigo Filomeno, precisamente el otro día vi una foto de don Fernando Sancho, muy piadoso, en presencia del Papa Pío nosécuantos, en Roma. No sé si eso es síntoma de bondad, pero desde luego, daba la pinta, sí...
Yo voto por la nostalgia sin melancolía, y por eso cada vez disfruto más leyéndole bucear en estas joyas que nos descubre del cine español.
¡Menudo reparto, menudo talle el de La Mariscal, y...menudo partido el que tenemos el sábado! Hablando de reparto, le propongo el reparto de puntos: golito de Agüero, golito de Messi y a casita. ¿Hace?
Yo con usted, amigo Gordito, reparto lo que quiera... aunque se beneficien otros....¡¡que no quiero nombrar y que visten de blanco!!! (jejeje) Por lo demás, de acuerdo en todo, claro... especialmente, en el detalle "del talle".
Conste que cuando solté el exabrupto sólo me miraba a mí mismo mientras en mis labios se formaban las palabras "ramelero" y "semoviente". Y sí, me dio el repelús del que se deja atrapar entre las mollas de ese pasado merengue y pringoso.
Conste también que para nada me parecen ejercicios de nostalgia estos trabajos del Burgomaestre. Qué menos que saber de dónde venimos para saber quiénes somos.
Aunque uno es el primero al que a veces los árboles le tapan el bosque.
Melancólicamente suyo, don Nostalgio Feliú
Existe una obviedad que quisiera poner de manifiesto patente a propósito de esta cuestión de la nostalgia y es ello que este burgo nació en 1963. Tanto cuando se dedicó con entusiasmo a hablar de los tebeos Bruguera, como ahora, que aprende lo que puede sobre las andanzas de los actores españoles vistos o entrevistos tantas veces, se está ocupando de obras, trabajos y afanes que vieron la luz antes (en ocasiones, mucho antes) de que naciera y, en muchos casos, son apreciadas por primera vez. No cabe la nostalgia, en tales casos. Sí la admiración, la curiosidad y, por supuesto, el interés (compuesto o sencillo,eso ya se verá). O quizá sí, quizá existe la nostalgia por aquello que nunca se pudo vivir, por haber llegado tarde. En todo caso, gracias por estar ahí, amigos.
El gran Burgomaestre: de la "quinta" de Butragueño, Alaska, Brooke Shields, Amparo Larrañaga y del modestísimo filomeno2006.........
...Y seguro que como uno, usted, amigo Filomeno, no representa la edad que tiene!!!
¡Si no fuera por la incipiente alopecia, amigo Burgomaestre!
Cuestión peliaguda, esta de la alopecia, amigo filomeno...!!
Dentro de cien años...
Yo pienso verlo, desde luego.
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Reparto de puntos...
Eso es una cobardía... vergonzante.
Y lo pagarán... con puestos de vergüenza.
Se juega -se debiera jugar- para crear espectáculo, para el disfrute del momento escénico, para la formación y el deleite de nuestros niños; no para el puntaje.
Dicho queda.
JC
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Ahí va!¡De la quinta del Buitre! No sé yo si al Burgomaestre le hará mucha ilusión pertenecer a ese grupo,jeje. Mejor decir que es de la quinta de José Mari Bakero, por ejemplo.
Yo en cambio soy coetáneo de dos grandes porteros "peliblancos" como Cañizares y Oliver Khan, así que todavía podía estar haciendo "palomitas" por ahí... Aunque si hablamos de cine mi edad se corresponde a la de Javier Bardem o Ariadna Gil.
Pd.- Trato hecho burgomaestre. 1-1 y Guardiola y Aguirre tan amigos
Ah, bueno...Entonces en consideración al espectáculo 5 a 5 y Sinama pichcichi.
Nostalgia: Derbys Atleti/Barça con Irureta en el equipo colchonero y Marcia en el equipo culé........
Fe de erratas: Marcial, quise decir
De lo dicho en la previa animada charla, me toca decir que el Barça es el equipo que tiene en su ADN inscrito el concepto de fútbol espectáculo, que desde hace muchos años rehuye el resultadismo, que nunca habría tenido a Luxemburgo o a Capello como entrenadores y que si se produce un empate esta noche no será porque ambos contendientes no practiquen un juego de ataque. O sea, que lo del empate no es más que una componenda entre amigos y no la expresión del deseo de que se practique el anti-fútbol. Si no fuera porque el maestro don Jesús sabe de sobra lo antedicho, creería que estaba tratando de empezar una discusión... Y ojo, conste que ya dije en un comentario anterior que envidio el espíritu combativo y resuelto del Madrid de Schuster, ese afán por la definición de la mitad de sus jugadores... pero bueno, en lo que se refiere a jugar bien al fútbol, nadie en el mundo (all over the world) puede darle ni una lección pequeñita al F. C. Barcelona. He dicho.
>>>sabe de sobra lo antedicho, creería que estaba tratando de empezar una discusión>>>
Discusión finalizada.
La mitad de nuestros niños lo pasaron en grande.
La otra mitad tiene que pensar sobre lo que ya dije hará más de un año: finiquitar con Aguirre.
Párense: o parvularios o universitarios.
JC
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Pues digo yo que hay que ver que cómo pasa el tiempo, que hace nada que estábamos en verano y ya como quien dice en pleno octubre...
Bromas aparte, sólo me queda felicitar a la culerada por su resultado tan espectacular, pero, no se lo crean mucho. No siempre va a haber partidos tan a favor de obra. El Atleti es ésto, de la gloria al infierno en ocho minutos. Si se pierde, se pierde de verdad.
Ah, y el tal Coupet se hizo un gol maravilloso. Un prodigio del encaje. Un dominio de la escena magistral. Un protagonista inesperado y estelar. Como ya dije alguna vez desde luego que con Franco (Leo) estas cosas no pasarían.
Y en el capítulo de escozores, decir que a mí me molestó mucho que el tal Tití celebre un seis a uno como si fuese el gol que da la Champions. También Raúl hizo lo mismo con el séptimo al Gijón. Se ha perdido el señorío de hacer un gol humillante y retirarte a tu campo sin tanta pantomina. Más les valía a estos habituales inquilinos del banquillo hacer más méritos en los momentos de la verdad de los partidos, como hoy sí que hizo "el de los pulgares en la espalda".
Desde luego, amigos, todo vino rodado para el equipo blaugrana. De otro modo sería imposible conseguir un resultado tan abultado. La verdad es que si al Barça le acompaña la suerte a la hora del remate, tiene capacidad para abrumar a cualquier contrario. Pero bueno, que por el amigo Gordito me sabe mal que el resultado fuera tan abultado, aunque, debo confesar que durante la primera media hora del partido no me acordé de él. Estaba disfrutando demasiado. Ah, y no sea muy duro con el francés. A mí me resultó un poco inadecuado que se alegrara tanto por un gol tan irrelevante, aunque el tanto fue bonito de ejecución y a él le venía especialmente bien, cuando está pasando por un momento profesional tan chungo (aunque cobrar, sigue cobrando como cuando era un "crack"... Pero claro, está eso de la honrilla, la "autoestima", que dicen ahora...)...
A todo esto, los que han empatado son "los otros" ¿No?
En el caso de mi Real...
... la culpa es nuestra.
Y me incluyo.
El Español: ¡qué gran gente!
(Algún día, ¿cuándo, ay?. En el Real cada atleta jugará en la su demarcación natural. Lo de Iker... incluso: sería un pésimo iterior ambidiestro...).
JC
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No se disguste, maestro, ya sabe lo que pasa con la manía que tienen los entrenadores de hacer de entrenadores y ver cosas que el simple aficionado es incapaz de vislumbrar... Paciencia. Cuesta un poco más, pero las buenas plantillas suelen imponerse a los malos técnico (casi siempre. O sea... A veces).
Excepcional como siempre. Se queda uno embobado en el buen sentido de la palabra leyendo sus escritos. Ya andaba algo retrasado con respecto a los últimos: Grandes Arroyo, Sepúlveda, Davó y Somoza.
Todavía me queda mucho que leer.
Solo un par de precisiones aunque sean de una nimiedad como la referencia a Ramón Martori, no Ricardo como ha señalado en la foto, que fue uno de los grandes comodines de la postguerra o la aparición del reseñado con anterioridad José María Ovies en los siguientes vídeos de La Condesa María (1942) y Los Farsantes (1963):
http://es.youtube.com/watch?v=dMnQoZPiWUg
http://es.youtube.com/watch?v=ygTtE_MxNCY&feature=related
Un saludo y a disfrutar leyéndole me encamino.
Agradecidísimo, amigo Daigoro, por sus generoso comentario. Lamentabilísimo el "lapsus" que me hizo cambiarle el nombre al gran Ramón Martorí en la foto. Pero esto no quedará así. La cambio al galope.
Sus enlaces a los videos de José María Oviés, impagables. De no existir, habría tenido que subirlos yo mismo. Prometida está la entrada para el señor Oviés y lo prometido es deuda. Se pagará.
¡Qué exhaustivo! Y yo con estos pelos. Vamos, que no me ha dado tiempo a leermelo entero (lo confieso me han faltado un par de párrafos), ni tampoco los comentarios que solo he visto muy por encima.
Pero creo que alguién decía que trabajabas "de firme". Lo ratifico.
En todo caso quería dejar un comentario, sobre todo para darte las gracias por tanto esfuerzo y por esa imagen de Mª Luisa Ponte, antes de que la consideraran "digna" aparecer en los títulos de crédito.
Y esa de Fernando Sancho, con peluca de Harpo Marx, es verdad, pero antes de que le encasillaran miserablemente para hacer de bandido mejicano mal afeitado.
Por cierto ¿Qué significa el título? Lo pregunto en serio.
Pues es una pregunta muy interesante a la que te respondo con las palabras del personaje protagonista,Ernesto Acedo: "El gran galeoto es la maledicencia, el mundo mismo, contra quien deben enfrentarse los enamorados para defender su amor" (poco más o menos). En la acción es el título que le pone Ernesto Acedo a un poema sinfónico en el que relata los amores de dos personajes de la Divina Comedia. El caso es que lo rompe sin concluirlo. Por otra parte, según la Real Academia, resulta que "galeoto" significa: "Alcahuete, medianero en amores lascivos". Uno, en su modestia de espectador, viendo la película entendió que se refería, por extensión, a la maledicencia en general. No lo expliqué en la entrada porque, en realidad, no me pareció suficientemente relevante para el argumento y totalmente superfluo para lo que se refiere a detallar el reparto. Y que conste que pensé que más de un lector sentiría curiosidad por conocer el motivo del título. En fin, como ya habrás observado, me enrollo una barbaridad y pensé que por algún sitio tenía que recortar. Pero bueno, a fin de cuentas, y como suele decirse: "Me alegro de que lo hayas preguntado". Muchas gracias por tu amable compañía y tu generoso comentario.
Gracias a tí por tu detallada respuesta.
Ahora que lo mencionas, había notado una ligerísima tendencia a enrollarte ;-)
Lo digo con cariño, yo también pillo un teclado... y no lo dejo fácilmente.
Estaba pensando que al explicar el argumento, dices que al final, todo el embrollo conduce a que los protagonistas acaben juntos y dices algo como que es un resultado no buscado del bulo.
Es curioso, yo diría que si alguién lanza un rumor sin ningún fundamento, y al final tiene razón, es la persona más feliz del mundo porque le han dado la razon y sobre todo porque por fin podría decir la frase que más absurda de este mundo
"Si es río suena, agua lleva".
Además no creo que los que se ceban en estos asuntos, realmente les gustara que la gente no fuera infiel, o lo que sea, porque si todo el mundo se comportara "rectamente" ¿de qué hablarían?
Naturalmente, las habladurías, mejor o peor intencionadas (o sea, fruto bien de la mera ociosidad o bien de la maligna perversión de la envidia)necesitan de la comisión de los pecados o bien de la apariencia de ello para poder seguir proporcionando el deseado esparcimiento a quienes las idean, promueven y divulgan. Si, por estar infundadas, nunca se alcanza a poder demostrarlas, siempre quedará, como muy bien señala, el recurso ese, tan español y tan indigno del "cuando el río suena, agua lleva", idóneo para sembrar la duda hasta en el terreno más puro. Lo malo es que, a veces, estas cosas se cobran víctimas inocentes y hasta honorables, como el pobre Julio Villamil, traspasado por el sable de Nebreda cuando trataba de defender el honor inmaculado de su dama. ¡¡Y encima, el choteo en el Parlamento!! ¡¡No hay derecho, no señor!!
Sin dudas es uno de los repartos más maravillosos del cine. Saludos!
Hombre, amigo Budokan, no sabría decirle si es uno de los (diez, cien o mil)más maravilosos, pero de lo que no me cabe ninguna duda es de que esto es un reparto. Es decir, que detrás de cada personaje, por insignificante que sea, hay un actor o actriz digno de tan honorable nombre. Y en las contadas excepciones (el excéntrico e inclasificable genio Enrique Herreros, la bailarina contorsionista Helga Liné), las personalidades están tan idóneamente aprovechadas, que el resultado es igualmente excelente. Gracias por el comentario, amigo Budokan.
Seguramente por lo menudita que era nuestra mirada suele pasar por alto a Mary Delgado, quien sin duda tuvo en Rafael Gil su mejor valedor cinematogrfico. Y si no recuérdese aquella estupenda intervención episódica de cojita objeto de burlas en "Huella de luz". Gil le dió otros papeles protagonísiticos, pero Mary Delgado da un auténtico recital en "El crimen de la calle de Bordadores" en la que Neville renuncia a Conchita Montes -probablemente por los compromisos teatrales de su pupila- y regala a Mary Delgado el papel de Lola la billetera, chula y retrechera como una de aquellas protagonistas de los folletines castizos de Pedro de Répide. Y es que la Delgado había nacido en Cascorro y se había criado en Lavapiés. Que estaba en su salsa, vamos.
Desde luego, estimado señor Felíu, que a Mary Delgado le debemos mayor atención y esa atención que se le debe, yo, se la voy a pagar... porque como burgomaestre vuestro que soy...er... Bueno, sí. Eso que dice usted, amigo, y no olvidemos su actuación en la desasosegante "Nada", también de Edgar Neville, una adaptación literaria con un punto de desquicie que la ha dejado inmarchitable (o así).
Gracias por el comentario, siempre oportuno. A ver si concluyo alguna entrada de las que tengo en marcha (una de las cortas) y pasamos a otra estancia de este weblog. No es que me encuentre incómodo en "El gran galeoto", pero me figuro que los amigos de "Lady Filstrup" querrán ver otras...
Como burgomaestre de Villar del Río nos debe usted, si no una explicación, esa nueva estancia. Mientras tanto, uno removía los muebles de ésta por ver si aparecía así alguna de esas joyitas de la familia que se pierden en las rendijas de los sofás.
Ya saben que tienen su casa en la calle Aribau. Pregunten allí por el atosigante Feliú
46 comentarios
Uf, sí, amigo Filomeno, aquí no cabe comentar aquello de "Sin comentarios". Claro que, todo hay que decirlo, la mitad son del contestón del burgomaestre... O sea, que de comentarios interesantes, sólo hay la otra mitad. Así la cuenta está en 47.
Estimado señor Feliu, créame que, sin con el pensamiento pudiera, ahí estarían ya, colgadas dos docenas más de entradas (mas no adocenadas, espero). Pero, claro, se complica uno y... ver películas, aunque sea "de repaso", se lleva mucho tiempo. Y luego, uno trata de decir algo... y ya es "la rematada". Saludos.
PD: ¿La calle Aribau? Pero... ¿hablamos de Barcelona?
Que a veces se pasa uno de listo.
En Aribau situaba la acción de su novela Carmen Laforet.
Chiste explicado, chiste marrado.
Tómese su tiempo que siempre se agradece, Pitagorín Feliú
Y ahora que caigo, ahí tiene otro gran reparto nevilliano a la mano, en el barrio de Ribera y, en concreto, en la mercería La Puntual.
Inmenso Romea como el patriarcal señor Esteve, deliciosas las tres Marías, un Ramón Quadreny en la mejor tradición sainetesca y el apunte genial de Pepe Isbert, en un papel de rotulista enamorado de su arte que puede tardar un mes en pintar una muestra porque “el estilo es eterno”.
Se le está poniendo la lista de espera...
Estevet Feliú, lector de Rusiñol
No se preocupe, estimado señor Felíu, este burgomaestre prefiere tener el futuro lleno de promesas, aunque las incumpla, que despoblado de ellas. Así sé que algo se irá haciendo, de lo contrario... uno no haría nada.
Y dispense que no estuviera lo bastante atento a la cita laforetiana. Me apunto lo de la adaptación de Rusiñol, pero de momento... vaya por delante que no la he visto. Hay mucha tarea por delante.
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