Aquí un amigo: Manolo Gómez Bur
Nota Previa: Esta entrada se la dedico a mi amigo Javier Pérez Andújar, magnífico escritor y excepcional persona
El “tipo” de Manolo Gómez Bur (Manolo Gómez López de la Osa, Madrid, 21-4-1917, Bailén, Jaén, 30-5-1991) sería el de ese amigo que necesitas sin saberlo, que siempre está disponible para echarte una mano aunque, lamentablemente, ni tiene dinero, ni talento, ni fuerzas bastantes para serte útil en caso de apuro. Pero su incondicional apoyo ayuda a pasar los tragos más amargos y los trances más duros, su simpatía te reconforta de los reveses de la adversidad, y su aliento te impulsa a remontar el vuelo cuando estás alicaído. El actor Manolo Gómez Bur nunca quiso otra cosa que hacer reír al público. Y a tan noble afán consagró toda su vida, desde los escenarios, y desde las pantallas del cinematógrafo y de la televisión. Su particular aportación al género cómico tal vez estribe en su capacidad para transmitir humanidad incluso a los personajes más deshumanizados. La más unidimensional caricatura (y, ciertamente, le tocó en suerte representar más de un rol de estas características) conseguía Gómez Bur dotarla de una calidad humana perceptible para el público. Cierta fragilidad, cierta delicadeza casi femenina mostrada en los ademanes de sus enclenques brazos o en el temblor de su insegura voz conseguía insuflar sentimientos y debilidades humanas al texto más romo y vulgar. Los personajes de Gómez Bur, a pesar de su patente debilidad, imponen por encima de todo una inquebrantable dignidad, incluso en medio de las situaciones más ridículas.
Una auténtica estrella en su campo, Manolo Gómez Bur alcanzó un nivel de popularidad sólo un peldaño por debajo de las grandes estrellas de la comedia a las que acompañó en el cine, tales como José Luis Ozores, Tony Leblanc, José Luis López Vázquez o el Alfredo Landa inmediatamente anterior al “landismo”. A diferencia de algunos de ellos, nunca tuvo la inquietud o la oportunidad de reivindicarse artísticamente desempeñando papeles dramáticos más “respetables”, limitándose siempre a la muy loable tarea de divertir al público de extracción más popular.
La mitad de un burro. Una vida en el escenario
La anécdota se recoge en el libro de Manuel Román, “Los cómicos. Los que nos hicieron reír”, de su serie sobre los actores españoles. Por boca del propio Gómez Bur se cuenta cómo se produjo su debut en un escenario. Ello fue dando vida a la mitad de un pollino (concretamente a la parte trasera), en comandita con su hermano y sin previo aviso a su padre, el actor de zarzuela Vicente Gómez Bur, que era quien llevaba al cuadrúpedo cogido del ronzal en la escena, ignorante de que sus dos hijos iban dentro de él, durante una representación de “La linda tapada”. El niño Manolito ya había ido acudiendo diariamente, con sólo diez años, al Teatro Novedades desde su domicilio, en la calle Argumosa, para llevarle la cena a su padre (cuyo apellido completo era Burgos, pero que decidió acortar, decisión en la que abundó el vástago) y el veneno del teatro se apoderó de él de tal modo que no tenía muchos más cuando actuaba en funciones escolares en los salesianos de Atocha. Su afición no hace sino acrecentarse con la edad y en 1934 monta “Los hijos de la noche” con un grupo de aficionados. Su debut, ya como profesional, se produce a la conclusión de la Guerra Civil, en 1939, en la compañía de Alonso y Pepe Muñoz Román, en calidad de bailarín de revista, en “Las de Villadiego” consiguiendo un contrato que le reportaba diez pesetas a cambio de las cuales, Manolo hacía catorce bailes y tres o cuatro papeles. Todavía contratado por Muñoz Román, en el estreno barcelonés de la obra “La diosa del amor”, Gómez Bur se postula como sustituto del primer actor, Pepe Bárcenas, que ha abandonado la compañía por causa del fallecimiento de su madre. Pasa la prueba airosamente y consigue así dar un salto decisivo en su carrera. Otro título de los estrenados estando en la compañía de Muñoz Román es “Que se diga por la radio”.
De los primeros años cuarenta, cuando todavía Manolo Gómez Bur tenía mucho por conseguir, profesionalmente, es la anécdota que Eduardo Haro Tecglen recogió en la necrológica del actor que en las páginas del diario “El País” publicó en junio de 1991. Cuenta Haro Tecglen que Gómez Bur se presentó en la redaccion del periódico donde trabajaba con su crítica de la comedia que había estrenado recientemente en el Infanta Isabel. En ella, el crítico había afirmado que “estaba fatal, que exageraba y que gesticulaba mucho”, a lo que el cómico no opuso ninguna objeción, tan solo estaba allí para comunicarle al periodista que la reseña se la había entregado el empresario del teatro, Arturo Serrano, y que a la misma había acompañado una rebaja de cinco duros de su sueldo (al cambio actual, 15 céntimos de euro), con lo que el actor hacía responsable al crítico de aquella merma en sus emolumentos. El incidente sirvió al crítico para tomar en mayor consideración las consecuencias de sus juicios y, quizá, de mayor acicate al actor, que no hizo sino mejorar en su estatus en la escena, a partir de aquel momento. Económicamente, por otra parte, la prosperidad no le llegó sino ya, en la etapa final de su vida, cuando tras más de cuarenta años de esfuerzos profesionales, le tocó la lotería y aprovechó el envión dinerario para retirarse a una finca en Bailén, el pueblo jienense del que era natural su esposa.
Tras su paso por la compañía de Muñoz Román, Gómez Bur firma con Antonio Murillo quien era, precisamente, el protagonista de la que supuso su película de debut, la cual comentaremos seguidamente, “Un enredo de familia” (Ignacio F. Iquino, 1943). El siguiente en contratar a Gómez Bur para su compañía fue Pepe Alba, para representar entonces “¿Qué hacemos con Ruperta?” en el teatro Fuencarral de Madrid. Ya como galán cómico pasa por las compañías de Ana Adamuz, Conchita Montes e Isabel Garcés. En 1947 obtiene un gran éxito con la obra de Carlos Llopis, “Nosotros, ellas y el duende”, que permaneció dos años en cartel. Para entonces ya forma parte de la compañía de Ismael Merlo, con quien continuará ligado profesionalmente (también en el cine, en la película de Edgar Neville “Cuento de hadas”) y con el que consigue un éxito resonante en el Teatro Albéniz, donde mantienen año y medio la comedia “Devuélveme mi señora”, aunque al aceptar esta oferta de trabajo han rechazado “El baile”, la que resultara más reconocida obra de Edgar Neville y la consagración de sus protagonistas, Pedro Porcel y Rafael Alonso, y la confirmación de la grandeza de Conchita Montes. Todavía en los años cincuenta, Gómez Bur estrenó con Queta Claver la revista “La chacha, Rodríguez y su padre”, retornando a la comedia con la escrita por Alfonso Paso, “El amor tiene su aquel”. En el Teatro Calderón de Barcelona, dirige la compañía de revista titular como primer actor y con Licia Calderón como estrella y José Muñoz Román como empresario, que estrena en 1957 “Los diabólicos (puede usted contar el final)”, parodia del film de Henri-Georges Clouzot de similar título y frase publicitaria. En el género de la revista estrena también “Las dos Virginias”.
Tras ir aumentando la popularidad de Gómez Bur paulatinamente, merced a su incorporación decisiva al cine, consigue formar compañía propia contratado por el empresario Muñoz Lusarreta y en tales condiciones estrena sucesivamente “El niño de su mamá”, de Alfonso Paso (en septiembre de 1960, en Barcelona), “Las mujeres y yo” y “¿Quién es usted?” , pasando después al Teatro María Guerrero, donde, dirigido por José Luis Alonso, estrena una reposición de la obra de Jardiel Poncela, “Eloísa está debajo de un almendro” y la que sería uno de sus mayores logros trasplantada posteriormente a la pantalla grande, la comedia de (una vez más) Alfonso Paso, “Las que tienen que servir”, con Concha Velasco y Gracita Morales en su versión escénica. Sus últimos éxitos en el teatro, medio que descuidó algo avanzada la década de los sesenta en beneficio del cine, fueron, de una parte, estrenada en 1972, la obra de intriga cómica, “La sopera” (que le costó, por cierto, una denuncia en magistratura de una de las actrices, Conchita Núñez, por despido improcedente, que el tribunal desestimó en un juicio en el que Gómez Bur estaba representado por Fernando Vizcaíno Casas), la cual se mantuvo dos años en el cartel de Teatro Club de la Gran Vía madrileña; de otra parte, su versión, estrenada en 1977 de “La venganza de Don Mendo”, de Pedro Muñoz Seca, que fue emitida por TVE y disfrutada por una audiencia millonaria.
Primeras incursiones en el celuloide
El debut cinematográfico de Manolo Gómez Bur se produjo en el film de Ignacio F. Iquino, “Un enredo de familia”, producción de Aureliano Campa para Cifesa del año 1943 estrenada en el cine Rialto de Madrid el 3 de mayo de ese mismo año. Se trataba de una farsa cómico-musical protagonizada por Mercedes Vecino y Antonio Murillo sobre las viejas rencillas entre dos familias (cuyos nombres, de inspiración shakespeariana eran Capitetos y Tontescos) que, tras emparentar dos de sus miembros por la vía matrimonial, quebrando así el odio que las separaba, tienen como fruto de su unión dos pares de gemelos, los cuales, al quedar huérfanos, como consecuencia de un duelo, son separados por las respectivas familias paterna y materna cuando aún son bebés. El reencuentro de estos gemelos idénticos provoca no pocas confusiones cómicas en las que se ven complicados Mary Santpere (como Paz, la esposa de Torcuato Capiteto) y Paco Martínez Soria (como Samuel, el marido de Catalina Tontesco) y sus madres, a su vez suegras de los protagonistas (Leona y Exaltación, encarnadas, respectivamente, por Concha Gorgé y Teresa Idel). A esta confusión, se suma el infeliz don Epaminondas (Pedro Mascaró ), quien pretende a la frívola Dorita (la gemela de Catalina Tontesco) y es constantemente explotado por el alocado Juanito (el gemelo de Torcuato Capiteto). Especial relevancia tiene la actuación (pura caricatura) de José Jaspe (marido de Mercedes Vecino en la vida real) como Domingo, el portero negro del inmueble donde viven los dos matrimonios. En el conjunto, lleno de fox-trots y chistecitos verbales del tipo: “En esta casa no hay animales. Bueno, sólo el domingo, que es cuando traen “La Codorniz”, Manolo Gómez Bur tiene una intervención sin acreditar puramente anecdótica, como el miembro masculino de una parejita joven que acude a la finca en la que se desarrolla la parte principal de la acción, buscando piso. Son atendidos por el portero, el cual contesta a su celérico interrogatorio con la misma urgencia y la parejita desaparece a toda prisa, sin dejar rastro, ni en la película, ni en el espectador. Con toda probabilidad, esta intervención tuviera mucho que ver con el hecho de que Gómez Bur formaba parte, por aquel entonces, de la compañía de Antonio Murillo. Anotemos que “Un enredo de familia”se trata de una muestra de un tipo de cine que respondía a la peculiar visión del espectáculo que tenía el gran Iquino, en gran medida incomprendido, en conexión con la frivolidad internacional, lujosa, espumeante y, afortunadamente, tan alejada de la realidad española como los anillos de Saturno. Y sin, embargo, ahí estaban los desnutridos (con la excepción de Pedro Mascaró) cómicos hispanos, sosteniendo la función. Con todo y las buenas intenciones de su artífice (el director y guionista Ignacio Ferrés Iquino (Valls, Tarragona, 1910, Barcelona 1994), hoy sólo es recordable por un puñado de momentos: la canción bailable “Muchas gracias, muchacha”, interpretada con mucho salero por Mercedes Vecino, la actuación del “pianista relámpago” Azarola y una memorable pelea entre Antonio Murillo y Mary Santpere en el transcurso de la cual, el primero le muerde el dedo de un pie a la segunda en un escalofriante primer plano.
Tan insignificante y episódico como en “Un enredo de familia”, resulta el papel que Manolo Gómez Bur desempeña en “¡Olé torero!” (1948), comedia dirigida por Benito Perojo para Suevia Films, con protagonismo del cómico argentino Luis Sandrini y la cantante Paquita Rico. En ella, Manolo Gómez Bur se limita a cruzar, como viandante atolondrado de las calles de Buenos Aires, ante el taxi que conduce el ex – futbolista Manuel (Luis Sandrini), y a mantener con él una discusión a propósito. En la discusión interviene un policía al que encarna un actor al que no he podido identificar y el cliente del taxista, un “apurado” Benito Cobeña. La trama de la película pone al taxista argentino en el trance de suplantar involuntariamente a un auténtico torero, su amigo Luis “El Cartujano” (José Nieto) con el que se reencuentra en Argentina y que muere en la travesía que los lleva a los dos a un pueblo de Sevilla, Los Olivares, donde el diestro debía reunirse con Soledad, su prometida. Allí, el cómico es tomado por el difunto matador e, incapaz de deshacer el equívoco, se ve obligado a tomar parte en una corrida de toros. También, por fortuna, descubre y desenmascara los turbios manejos del administrador de la finca de “El Cartujano”, el taimado Guillermo Marín.
Tanto en “Un enredo de familia”, como en “¡Olé, torero!”, Gómez Bur efectúa una actuación que cabe calificar de muy teatral, tanto por su gesticulación (es decir, por lo que la interpretación “es”), como por el tratamiento que recibe por parte del director (es decir, por lo que la interpretación “resulta”), ya que se trata de dos planos fijos a los que accede como si se tratara de un escenario, muy pendiente del encuadre de la inmóvil cámara. Gómez Bur actúa en el lado izquierdo de la pantalla y hace mutis, en ambos casos, por el derecho.
Muy distinta es su labor en “Cuento de hadas”, film de Edgar Neville estrenado en el cine Gran Vía de Madrid el 19 de septiembre de 1951. En esta ocasión, Gómez Bur tiene a su cargo un papel principal, sólo por debajo de los protagonistas, Conchita Montes, en el papel del hada Cristal) y su compinche de entonces, Ismael Merlo, como el galán Jaime. Se trata de una narración en la que, como explicita el título, las hadas madrinas de tres amigos, Laura (Nina Polán), Jaime y Paco, se las ven y se las desean para conseguir que los dos primeros, que son novios, superen sus desavenencias y se amen como está mandado. La otras hadas las interpretaban la siempre genial Julia Lajos y Mariana Larrabeiti. El papel de Gómez Bur, Paco, suponía el incómodo “tercero en discordia”. Tras diversos vaivenes sentimentales, Paco y Laura terminan juntos y Jaime acaba emparejado con el hada Cristal, con lo que la lógica del amor en el cine se impone y las uniones sentimentales se verifican de acuerdo con la importancia en el cartel.
“Habitación para tres”, su siguiente película, le tenía reservado el papel del “caco” Enriqueto. Estrenado en el cine Actualidades el 9 de junio de 1952, el film, uno de los pocos que dirigió el escritor, humorista y director de la revista cinematográfica “Cámara”, Antonio de Lara “Tono”, adaptaba una obra suya titulada “Guillermo Hotel” en la que se relataban las incidencias que le sucedían a una joven que se alojaba en un hotel la noche antes de casarse con su novio, el árbitro Felipe (José Luis Ozores), la cual se ve obligada a compartir la habitación con otro viajero (Armando Moreno). A la improvisada pareja se une un ladrón de hotel, que ha entrado a robar y que , descubierto, comparte la habitación con ellos, haciendo las veces de carabina ocupando una plaza bajo la cama. Tras algunas complicaciones con el novio de la muchacha, la acción termina en un juicio en el que el ladrón, experto conocedor del código penal, actúa de abogado, dándose la circunstancia curiosa de que el papel de juez lo incorpora, precisamente, el padre de Manolo Gómez Bur, Vicente Gómez Bur. Destaquemos que esta comedia supuso la segunda coincidencia de nuestro protagonista de hoy con José Luis Ozores, quien en la anterior “Cuento de hadas” había hecho una colaboración dando vida a un episódico cantante de cabaret.
El 6 de octubre de 1952 se estrena en los cines Roxy y Rialto la versión de Luis Lucia de “La hermana San Sulpicio”, film protagonizado por una radiante y juvenil Carmen Sevilla y por un gallardo Jorge Mistral en la cúspide de su fama, resultó de gran relevancia para Gómez Bur pues no sólo participó de un título destinado a ser muy popular, incorporando el papel de Daniel Suarez, sino que además, durante su rodaje conoció a una actriz que tenía en ella un pequeño papel, Mari Carmen Aranda, a quien haría su esposa al año siguiente y con quien permanecería unido hasta el fin de sus días en un matrimonio feliz aunque (lamentablemente, según el actor manifestaba) sin descendencia. El matrimonio compartió cartel en tres ocasiones más, pues Mari Carmen Aranda obtuvo pequeños papeles en tres films en los que también estaba contratado su marido: “Duelo de pasiones” (Javier Setó, 1956), “El pobre García” (Tony Leblanc, 1961) y “¡Arriba las mujeres!” (Julio Salvador, 1965).
Consolidando una personalidad fílmica bajo diversas banderas
El grueso de la filmografía de Manolo Gómez Bur discurre fundamentalmente, siempre dentro de estrecho cauce de la comedia comercial y popular, impulsado por dos corrientes motoras, las que promovieron dos guionistas productores: Pedro Masó y José Luis Dibildos. De manera básicamente sucesiva, aunque no excluyente, Manolo Gómez Bur trabajó a las órdenes estos dos grandes generadores de películas cuyo objetivo fundamental era alcanzar la máxima rentabilidad económica. Sin duda, las películas más difundidas de las rodadas por el actor ostentan la divisa de uno u otro productor. En tercer lugar, en cuanto a repercusión popular y número de titulos, hallaríamos los filmes dirigidos, escritos y producidos por Mariano Ozores, de quien Manolo Gómez Bur era amigo personal. Los directores que más habitualmente estuvieron al servicio de estos productores y, en consecuencia, dieron la orden de “¡Acción!” a nuestro protagonista de hoy, fueron Pedro Lazaga, José María Forqué, Fernando Palacios, Ramón Fernández, Rafael J.Salvia, Fernando Merino y Javier Aguirre, aparte del “factotum” Mariano Ozores. Al margen de estos nombres, en la nómina de directores más habituales en la carrera fílmica de Manolo Gómez Bur, destaquemos la presencia de José Luis Sáenz de Heredia como firmante de una de las películas favoritas del cómico, “El grano de mostaza” y de Rafael Gil, que contó con él para “Tú y yo somos tres”, “Un adulterio decente” y “El relicario”, junto a la ausencia quizá significativa de Luis García Berlanga. Es muy posible que de haber podido formar parte del reparto de algún clásico berlanguiano, la consideración hacia este actor fuera muy superior.
“Festival en Benidorm” es un título de muy menor alcance escrito y dirigido por Rafael J. Salvia pergeñado con la aspiración de aprovechar el tirón comercial del certamen de canción ligera celebrado en esa localidad levantina creado al socaire del homólogo y anterior de la italiana San Remo. Anotamos, como curiosidad, que nuestro amigo Mario Berriatúa está acreditado como “inspector de la producción” de esta película, cuya trama argumental desarrollaba el encuentro de tres cantantes de distintas características personales, pero de idéntico aspecto, que, a la media hora de película, se revelan al espectador como trillizas, cuando se reencuentran en el Festival de la Canción de Benidorm. Todas ellas son Concha Velasco, para deleite del espectador varón, y sus nombres son María, Estefanía y Lía. María, que vive en Barcelona, es novia de Luis Vidal, papel que le corresponde a Manolo Gómez Bur, compositor de canción ligera de aspecto bastante juvenil considerando la edad del actor (en el momento del rodaje debía contar unos cuarenta y tres años) que se apunta el tanto de crear el popularísimo tema “Comunicando”, que se alza con el primer premio en la correspondiente edición del festival. Frente al entusiasmo jovial de María y a su amateurismo, su hermana Estefanía, residente en Madrid, que es novia de un líder de un conjunto orquestal al que da vida Arturo López, se dedica a beber como una cosaca y viste con sofisticación. La tercera hermana, Lía, está siendo educada y mimada en el propio Benidorm por el director musical don Félix (el siempre elegante Ángel Picazo) y la instructora cultural que encarna Rosario García Ortega. Al encuentro de las trillizas se suma la presencia de la famosa estrella de la canción Silvia Flavia (Carmen de Lirio) y su complicación romántica con el genio de las corcheas Daniel, al que da vida Jesús Aristu. Como muestra del incipiente auge de la música ligera de nueva generación, el film, emparentado con los tebeos de la época, da muestras de un intencionado desconocimiento de las modernas técnicas, que se hace patente en el hecho de que el personaje de Gómez Bur, cuando recibe su guitarra eléctrica recién reparada la enchufa a la corriente cual si fuera un electrodoméstico más, recibiendo por ello una descarga. Como aderezo más o menos atractivo, la película cuenta con las intervenciones cómicas de los geniales Tip y Top, además de actuaciones musicales a cargo de “Los cinco latinos” y “Elia Fleta”, entre otros. También es una oportunidad para ver a locutores de radio de la época como el luego televisivo Antolín García o, en papeles muy breves, a actores que se harán populares en la pequeña pantalla, como Pablo Sanz, como músico de la banda de Daniel, o Pedro Valentín, en el papel de periodista que glosa las peripecias de la estrella Silvia Flavia.
También una de las primeras producciones de “Época Films”, “Trampa para Catalina” fue un nuevo vehículo para el lucimiento de la juvenil estrella Conchita Velasco. Rodada en 1961, la dirección corrió a cargo, en esta ocasión, de Pedro Lazaga (firmante, asimismo, del guión, en colaboración con José Luis Colina y José María Palacios). En ella se relataba la experiencia de la pilluela Catalina (Conchita Velasco), que se dedica a realizar pequeños hurtos con la complicidad de sus dos amigos, a quienes dan vida Enrique Ávila y Venancio Muro, que hace el papel del tartamudo “DKV”. Víctima de sus mangoneos es su propio novio, José Ochoa (Jesús Aristu). La chica vive humildemente, del producto de sus sustracciones, en un hogar al que la presencia de su hermano Ricardo (un aprendiz de mago al que interpreta el profesional de la magia Julio Carabias) y su sencilla vida se ve sacudida por el acoso de unos misteriosos personajes, los señores Córdoba (Antonio Ozores) y Cardona (Gómez Bur), los cuales en connivencia con la “vamp” Trini Alonso buscan a una sustituta para Silvia Ferreiro, hija del magnate don Fulgencio Ferreiro, que les habia sido confiada y que ha desaparecido, fugada con un seductor torero. En las negociaciones para conseguir hacerse con los servicios de la suplente (que se muestra reacia), interviene el librero señor Cayetano (José María Mompín). Cuando por fin accede la joven a desempeñar el papel propuesto (debe hacer de la hija del millonario en una importante recepción en la embajada de su país, el imaginario Paramaná), tiene que someterse a un riguroso plan de entrenamiento que transforme a la sencilla muchacha en una sofisticada damisela. Entonces, José, viendo en qué extrañas compañías anda su adorada Catalina, sospecha que se ha dado “a la mala vida”. Para sacarlo del error, los cuitados Córdoba y Cardona no ven otra solución que secuestrarlo, para lo que recurren al poco sutil músculo del forzudo del grupo, Tito (Beny Deus), un bruto que se pasa la película comiendo bocadillos y bebiendo cervezas directamente del botellín. Aclarado todo, la recepción se ve truncada por una revolución protagonizada por un Fidel Castro de pega, la cual hace cambiar la situación en Paramaná radicalmente, dejando fuera del poder a quienes previamente lo detentaban, el embajador don Laureano (Juan Cazalilla), el primero. La película termina con una imagen idílica en la que Catalina y José ven cumplidas sus ilusiones, es decir, casados y propietarios de una pescadería (en la que han empleado a los señores Cardona y Córdoba) y de un camión (que luce el rótulo “Transportes Ochoa”), rodeados de niños. Por su parte, los personajes de José María Mompín y Trini Alonso ya se han borrado de la película antes de su conclusión, emparejados. El film, que no pasa de distraído, cuenta con la vitalidad estimulante de Concha Velasco, verdaderamente exultante, mientras que Gómez Bur tiene pocas oportunidades para lucirse, un tanto desvaído en un papel que es la mitad de un dúo, un poco en la línea de los “Hernández y Fernández” tintinescos. Los chistes no acaban de funcionar y ello es especialmente notorio en la secuencia del “aprendizaje” de Catalina, en la que presuntamente se encadenan hilarantes “gags”, pero éstos sólo ofrecen el aspecto de tales, sin contener verdadera gracia. Sucesivamente, Catalina tiene que aprender a caminar, a jugar al golf, a hacer “picados” en la piscina desde un trampolín, a pilotar una avioneta, a jugar al tenis y en cada ocasión, la experiencia acaba con un barullo o un efecto que se pretende cómico (como el “bolazo” que recibe Gómez Bur en la cancha de tenis) sin conseguirlo. Una pelea bastante desagradable entre el gordo Tito y el apuesto José (esa costumbre del cine español de señalar cada golpe con un quejido y con un rastro de negra sangre resulta muy poco festiva), no ayuda a mejorar el tono de comedia. Digno de guardar en la memoria, para los fans de Gómez Bur es su interpretación de una especie de “rap” primitivo con la letra del himno de Paramaná, número que versionará, con música bailable, Concha Velasco en el transcurso de una juerguecita que se corren todos los implicados en la suplantación. Tiene cierta gracia el seguimiento indirecto de las vicisitudes de la desaparecida Silvia Ferreiro a través de las noticias, por el que deducimos que la chica es gafe, ya que trae la desgracia, consecutivamente, al torero “El Niño de Carmona” y al portero de fútbol de la selección francesa, al que le meten la goleada del siglo. Muy destacable, por suponer además un momento estelar para actores habitualmente confinados a las colaboraciones breves y en segundo plano, son, de una parte, la bronca telefónica que sacude Juan Cazalilla como el embajador don Laureano y de otra, la intervención de Aníbal Vela como apoderado-picador con marcado acento catalán del diestro “El Niño de Carmona”. En el capítulo de curiosidades, señalemos que Pedro Lazaga se autohomenajea cuando, en el vestíbulo de un cine (en el que han entrado Cardona y Córdoba persiguiendo a Catalina y José y, donde, por cierto, están viendo el “Drácula” de Terence Fisher) se pueden distinguir los carteles de cuatro películas suyas, ”Los tramposos”, “La fiel infantería”, "Los económicamente débiles" y “Trío de damas”.
“Aquí están las vicetiples”, dirigida por Ramón “Tito” Fernández se estrenó el 5 de junio de 1961 en Barcelona en los cines Bosque, Metropol y Capitol, haciéndolo en Madrid una semana después, en los cines Real Cinema y Torre de Madrid. Se trata de una película colorista en unos tiempos en los que los films españoles se rodaban preferentemente en blanco y negro, por una mera cuestión de rebajar costes, lo que, innegablemente, confería a las comedias un tono decididamente lúgubre no siempre buscado. Con el atractivo de sus protagonistas como reclamo principal, “Aquí están las vicetiples” no es especialmente memorable. Los encantos de Mercedes Alonso como Paula, Pilar Cansino como Merche, y Nuria Torray debutando en el cine en el papel de Carmen, con ser notables, no sostienen la endeble trama del guión de Vicente Escrivá, escrito para su productora “Aspa Films”. Diversos individuos, llegados de Zaragoza, Barcelona, Valencia y del propio Madrid, donde actúan las coristas de un espectáculo de revistas, acuden como moscas a la miel, en pos de los encantos de las guapas mozas, presumiendo que son presas fáciles. Pero las chicas, como es de rigor, son muy honestas y no acceden a semejantes proposiciones , por mucho que quien se las haga sean señores tan respetables como los Pons, Felíu y Bofarull, venidos de Barcelona o Maximino “El rey del cortadillo”, un zaragozano magnate de la remolacha (Manuel Guitián). Las tres vicetiples protagonistas tratan de aprovecharse de los afanes de sus admiradores sacándoles cuanto pueden pero conservándose intactas viviendo bajo la protección del paternal don Narciso (José Ramón Giner) para sus pretendientes, que son, el taxista Feliciano Recuenco (Gómez Bur) quien persigue a Paula insistentemente pero que no quiere casarse, el operario Manolo (Manolo Zarzo), novio de Carmen, y Andrés Herrero, el opositor a un puesto de practicante que interpreta Enrique Ávila y que está enamorado de la enfermita Merche. Uno de los mejores momentos del film es cuando don Narciso, secundado por Feliciano, engaña al propietario de un quiosco de bebidas (Xan das Bolas) de manera que éste acceda a traspasar el negocio a la pareja formada por Manolo y Carmen de acuerdo con las condiciones que ellos pueden asumir. El papel de Gómez Bur tiene un matiz populista y castizo que da con solvencia aunque no se ajuste exactamente a sus características. Es un taxista algo chulesco que quizá habría encajado mejor en la tipología de un Tony Leblanc. El hecho de que su Feliciano consiga casarse con la guapa Mercedes Alonso tampoco resulta muy habitual en su trayectoria. Destaquemos, como curiosidades del film, de una parte, la secuencia en la que se muestra una retahíla de personalidades que intervienen para recomendar al opositor ante el tribunal. Por mediación de Carmen, que tiene influencia sobre un industrial vasco, Txomin (Roberto Camardiel), hace que éste haga circular la recomendación que va de José Luis Ozores a Matías Prats, de éste al futbolista del Real Madrid, Héctor Rial y del jugador al diestro Antonio Bienvenida y, por fin, a un médico de los que examinarán al joven Andrés. De otra parte, José Ramón Giner, en su parlamento con el cual se inicia la película, en el que se dirige directamente al público, menciona expresamente la revista “La chacha, Rodríguez y su padre” que, como hemos dicho más arriba, estrenó, precisamente, Manolo Gómez Bur.
“El pobre García” (1961), empeño personal de su artífice, Tony Leblanc, al que ya nos referimos en la entrada dedicada a José Sepúlveda, fue una película, como dijimos entonces, realizada echando mano de la complicidad de los amigos de su creador, entre los que Manolo Gómez Bur ocupaba un lugar destacado pues no en vano era padrino de dos de los hijos de la numerosa prole de Leblanc. Así las cosas, quién más adecuado que Gómez Bur para hacer el papel de Paco, el compinche del protagonista, el “pobre García” del título. En calidad de tal, le acompaña en sus andanzas deportivas, como en el episodio de ambiente ciclista o en el que transcurre durante una velada de lucha en la que el protagonista participa suplantando al contendiente “El Buey Boludo” (Beny Deus) en un combate arbitrado por el omnipresente Juan Cazalilla.
Formando parte de la orla del género cómico que representa “La pandilla de los once” (Pedro Lazaga, 1962), Manolo Gómez Bur certifica así, por si quedaba alguna duda a esas alturas, que forma parte de la élite de los actores de comedia más populares y queridos de España. La película, que cuenta con un reparto extraordinario e irrepetible, supone una simpática parodia del género de los “golpes perfectos” llevados a cabo por un numeroso colectivo, en concreto, tomando como referencia el grupo de once que el “Rat pack” comandado por Frank Sinatra había conseguido reunir para vaciar las cajas de los casinos de las Vegas en “La cuadrilla de los once” (Lewis Milestone, 1960). Algo hablamos de esta película anteriormente, en la entrada dedicada al inmenso Antonio Riquelme.
De entre toda su extensa filmografía era “El grano de mostaza”, película estrenada en agosto de 1962 en el cine Capitol de Madrid, el título favorito de Manolo Gómez Bur y no es ello extraño pues se trata, con toda probabilidad, del film en el que su protagonismo es más hegemónico y absoluto. Tras el discurso en que se expone la tesis del film, por parte de su autor, José Luis Sáenz de Heredia, comparece ante el espectador, dirigiéndose también directamente a él, Evelio Galindo (Gómez Bur) para contar su historia “algo ridícula”. La idea es que un incidente insignificante puede, mal gestionado, llegar a provocar conflictos gravísimos, de dimensiones desproporcionadas. Evelio Galindo, la mansedumbre hecha persona, tiene una discusión en el club del que es miembro durante una partida de dominó con el fatuo, jactancioso e insoportable señor Horcajo (José Bódalo). Pierde los estribos hasta el punto de citarse con el otro hombre en un duelo, presumiblemente, para sacudirse de lo lindo. Una vez enfriado el ánimo, Evelio se ve incapaz de hacer frente al compromiso y, auxiliado por un imaginativo amigo al que conoce, precisamente, la víspera del concertado combate, se busca diversos sistemas para eludir el choque, encontrando, cada vez, complicaciones de mayor calado, entre las que se incluyen una pelea en un café (que se pretendía fingida pero que por error, resulta real) que le confina una horas en un calabozo, la cabeza de un decapitado, una pelea en una fonda con tablao flamenco, con navajazos incluidos (entre Paco Morán y un señor calvo) y una intriga internacional. Al final, como debimos haber adivinado, el feroz Horcajo no era tan fiero como se pintaba él mismo. La película, a pesar de estar impregnada de la sorda violencia a la que tan aficionado era Sáenz de Heredia (totalmente impropia de la comedia), funciona muy correctamente y muy especialmente la actuación de Manolo Gómez Bur, tan brillante como ajustada, haciendo de su personaje una creación genial. Nadie como Gómez Bur para expresar el miedo mezclado con la responsabilidad y la angustia que esa mezcla produce. Todo ello sin dejarse llevar por el menor exceso, diciendo los diálogos con esa gracia que da el aplomo nacido de tener suficiente experiencia en el escenario en el arte de saber exprimir hasta la última gota del jugo que esos diálogos puedan tener.
De lo que podríamos llamar “comedias grises” que proliferaron en el cine español de la primera mitad de los años sesenta “El pecador y la bruja”(1964), dirigida por Julio Buchs sobre un argumento y guión de Alfonso Paso es de las más tristes. Apenas algunos destellos salvan la función y todos proceden de sus actores. También, por otro lado, gran parte de la deficiencia del film proviene de su protagonista masculino, el inadecuado Javier Armet, un actor al que no se le adivina ninguna capacidad de seducción y que sin embargo asume ese rol como el protagonista, Juan (significativo el nombre, máxime cuando, incomprensiblemente, este actor fue el Don Juan de Zorrilla en una adaptación televisiva de aquel entonces). La escuchimizada trama bebe directamente del musical “Ellos y ellas” (Joseph L. Mankiewicz, 1956) lo que se pone de manifiesto cuando al seductor Juan su amigo Luis (precisamente, Luis Morris) le propone una apuesta para que enamore a la beata Mariana, una vecina que trata de torpedear sus conquistas internacionales (la “inglesa” Irán Eory, la “alemana” Marisol Ayuso). Como suele pasar en estos casos, la casta Mariana resulta una leona cuando se quita las gafas hacia el final de la película y el apasionado seductor, un corderito en sus manos. Lo mejor del film, un bailecito que se marca Luis Morris con dos chicas en el piso de Juan antes de ser interrumpidos en su desenfreno por la atorrante vecinita. Por una vez, Manolo Gómez Bur no brilla en exceso porque tiene un papel que, si bien está presente con frecuencia, tiene poco que hacer, como el amigo vago del protagonista. Son siempre bienvenidas, por otra parte, las aportaciones de Matilde Muñoz Sampedro como madre de Mariana y de Antonio Garisa como don Antonio, el descarriado y repudiado padre de la estomagante muchacha , así como la de una joven Laly Soldevila, en el papel de la asistenta Rufina García. El inmenso Antonio Riquelme presta su presencia a un breve rol de taxista.
Estrenada en noviembre de 1964, "Fin de semana" es una comedia amable de tintes costumbristas sobre las peripecias de unos empleados de una oficina durante el transcurso de las horas de libertad de que disfrutan semanalmente, fuera de su lugar de trabajo. Nos referimos a ella en la entrada dedicada a la fenomenal Mari Carmen Prendes y Manolo Gómez Bur no tiene un papel relevante, siendo únicamente un miembro de lo que podríamos llamar "coro de los oficinistas".
Para cuando se estrena “El arte de casarse”, una película formada por cuatro segmentos dirigidos por José María Font-Espina y Jorge Feliu, estrenada en noviembre de 1966 en Madrid y un año después en Barcelona, Manolo Gómez Bur ya cuenta con una experiencia profesional de casi treinta años en los escenarios y su presencia fílmica ya ha adquirido una más que notable entidad para el público, tras seis años de mucho trabajo en títulos muy populares. En el capítulo titulado “La niña alegre”, uno de los dos dirigidos por Jorge Feliu, hace el papel de don Ramón, el dueño de una tienda de imágenes religiosas y cerería que, como es lógico, queda deslumbrado por la clienta Amparito (una sorprendente Concha Velasco, de rubia platino, que parece un cruce exquisito entre Marilyn y Kim Novak), artista de cabaret que le ha consultado por un santo casamentero infalible pues, pese a su despampanante físico, la joven tiene dificultades para encontrar un novio “para casarse”. Sus prerrogativas ante San Antonio terminan en bodas sucesivas con su insistente representante (un rijoso Antonio Garisa) y con don Ramón, que no ha podido evitar sucumbir a los encantos de la joven clienta (mientras que, en cambio, no tiene la menor dificultad en eludir el acoso de otra clienta, menos joven y más voluminosa, doña Encarnación, a quien da vida Josefina Serratosa). Los dos maridos terminan el sketch bajo tierra y la doblemente viuda Amparito, casada en terceras nupcias con el sacristán de la capilla de San Antonio, un joven Héctor Quiroga. En resumidas cuentas, un relato escasamente divertido del que sólo cabe rescatar la belleza de la Velasco como valor más destacable y las muy buenas prestaciones interpretativas de Gómez Bur y Garisa capaces de inyectar humanidad en el papel más plano.
Bajo la férula de Masó. El desarrollismo
En los años cuarenta, el cine español tenía la necesidad y la obligación (impuesta por el régimen de Franco) de negar la triste realidad social en que vivía el país, por lo que ofrecía evasión por la vía de la comedia sofisticada o por la exaltación patriótico-religiosa. En la década siguiente, cierta inquietud vino a reflejarse en la temática de las películas, que ya comenzaba a presentar (normalmente en un tono amable y complaciente) las dificultades económicas como motor de la acción. Cuando, en principio, el pueblo español ya comía razonablemente bien, es decir, empezada la década de los sesenta, la motivación superaba la primordial necesidad de alimentarse. La gente hasta aspiraba a pasarlo bien y a vivir con cierta comodidad, por lo que las comedias mostraban unas motivaciones diferentes. Con el tardo-franquismo, ante la relajación de la censura, las aspiraciones de gozar ya pueden hasta permitirse aludir de forma bastante directa al sexo. En las dos últimas etapas señaladas son en las que, fundamentalmente, le tocó a Gómez Bur desarrollar su arte interpretativo.
El recientemente fallecido Pedro Masó (Pedro Masó Paulet, Madrid 26 de enero de 1927 – 23 de septiembre de 2008) fue un hombre cuya vida perteneció casi por entero al cine. Iniciándose en la profesión desde los trabajos más ínfimos como meritorio (o aprendiz) en los Estudios Chamartín desde los dieciséis años, ejerció de avisador y regidor entre 1943 y 1948, año en que comenzó a trabajar como ayudante de producción. Su primer guión data de 1953, año en que también se inicia en la tarea de jefe de producción. Su ascenso profesional no se detiene hasta crear en 1961 su propia productora. A partir de 1971, año de estreno de “Las ibéricas FC”, dirige él mismo sus propias películas. Pedro Masó fue el principal impulsor de este subgénero que se han dado en llamar “comedias del desarrollismo”. Lo conforman películas que tratan de fomentar el optimismo por la vía de contar historias corales de chicas guapas con alguna aspiración sentimental y vital que se vea convenientemente satisfecha. Con referencias internacionales como el éxito de Jean negulesco “Cómo casarse con un millonario” (1953), trasplantadas a una versión mejorada de la sociedad española, son películas en las que es fundamental el uso del color y de una música pegadiza y liviana. Manolo Gómez Bur participó en varias de ellas, tales como “Las chicas de la Cruz Roja” (Rafael J. Salvia, estrenada en los cines Pompeya y Palace el 6 de noviembre de 1958), “El día de los enamorados “ (Fernando Palacios, estrenada en el cine Palacio de la Música el 28 de octubre de 1959) y su continuación “Vuelve san Valentín” (Fernando Palacios, cuyo estreno data del 22 de octubre de 1962), “Escuela de seductoras” (Leon Klimovsky, 1962; de la que hablamos aquí con motivo de la entrada dedicada a Valeriano Andrés, ) así como la anteriormente comentada, “Aquí están las vicetiples”. Con la salvedad de las dos últimas, Pedro Masó es autor de los guiones (con distintos colaboradores, fundamentalmente Vicente Coello y Antonio Vich) y productor de las más exitosas. De este género, aquí nos limitaremos a comentar una de las mejores, “Tres de la Cruz Roja”.
Del díptico de la Cruz Roja, “Las chicas de la Cruz Roja” (1958), “Tres de la Cruz Roja”(1961) cabe decir que mientras que en el título de Rafael J. Salvia, Manolo Gómez Bur cumple funciones meramente episódicas, en la ulterior película firmada por Fernando Palacios, él es uno de los componentes del triunvirato protagonista, en el papel de Manolo. A su personaje acompañan los de Jacinto (José Luis López Vázquez) y Pepe (Tony Leblanc). Según palabras de éste último, insertas en su libro de memorias “Esta es mi vida” (Ed. Temas de hoy.1999), él mismo “estaba bien, López Vázquez, muy bien, y Gómez Bur extraordinario”. La película, de sobras conocida por haber sido reiteradamente emitida por televisión, cuenta la ocurrencia de tres amigos que, no disponiendo de dinero para adquirir las entradas pertinentes para ingresar en el Santiago Bernabéu a presenciar los partidos de su amado Real Madrid, deciden alistarse a la Cruz Roja para poder entrar en el estadio y ver los partidos “de gorra”. De los tres papeles protagonistas, el que le cupo en suerte a Gómez Bur es el más agradecido o, cuando menos, el que mejor resuelto está porque juega la baza de la ternura, que frente al desahogo habitual de Tony Leblanc o la pura nadería sobre la que se sustenta el rol de López Vázquez, significa una gran ventaja. La candidez del peluquero Manuel Rodríguez Poncio (nombre completo del personaje de Gómez Bur), que se deja dominar por su tiránica novia, Luchy (Ethel Rojo) es sólo superada por su generosidad. Cuando la niña Tere (una encantadora Maribel Martín) acude a él una noche en que está arrestado, no duda en sacrificar el dinero ahorrado para comprar los muebles del futuro piso conyugal con tal de sufragar los gastos en medicamentos que necesita la madre de la niña (una patética y emocionante Lola Gaos). Las peripecias de sus compañeros son de menor calado emocional. El Pepe de Tony Leblanc se limita a gorrear en el bar de José Orjas mientras le hace la corte a su hija, Luisa (Licia Calderón) y está dispuesto a dejar la Cruz Roja cuando las exigencias del puesto empiezan a superarle. Sólo el chantaje emocional de su sobrino Lolo (un niño al que Pepe le hace de padre y madre) le hace reconsiderar sus valores meramente materialistas y se comporta como un héroe cuando en unión de sus dos compañeros se lanza a rescatar a unos niños de un orfanato incendiado. El camino recorrido por el representante de perfumería Jacinto para llegar al mismo punto heroico incluye un desengaño amoroso, el cual se produce al aterrizar bruscamente en la realidad tras soñar con el cariño de la guapa Laura (Mara Cruz), a la que había auxiliado en un accidente automovilístico y había visitado repetidamente durante su convalecencia en el hospital. Afortunadamente para Jacinto, la insignificante enfermera de ese hospital a la que da vida Amparo Baró resulta no lo ser tanto cuando se quita las gafas y le demuestra su interés, con lo que el despechado galán encuentra reparo para su corazón herido. Cabe destacar, como momentos felices de la película, el sistemático “patatús” del que es víctima el espectador de los partidos del Bernabéu al que encarna Ángel Álvarez y que deja a los tres esforzados voluntarios sin ver el resto del partido. También dignas de mención son las aportaciones de, entre otros, Laly Soldevila, como dependienta de una perfumería a la que López Vázquez le “hace la rosca” con su mejor estilo, o Miguel Armario (acreditado, por cierto como “Almario”), como portero del vomitorio en el que se reúnen los tres amigos que les relata los goles de sus ídolos, o Jesús Puente, en el papel del oficial instructor encargado de quitarles las vanas ilusiones que se habían formado sobre lo que significaba pertenecer al voluntariado de la Cruz Roja. Por último, no quiero dejar de comentar la presencia apenas entrevista de José María Cafarell, acreditado erróneamente como José Luis Cafarell, en el papel prácticamente mudo del taxista que lleva a Manolo y la niña Tere a la humilde morada de esta última.
“091, policía al habla” es una muestra de la diversidad de intereses que Pedro Masó mantenía en sus primeros años de producción antes de decidirse por “asegurar el tiro” con productos de comercialidad garantizada. Esta producción suya para “As films” con guión en el que colaboraron el director de la cinta, José María Forqué y los habituales colaboradores de Masó, Vicente Coello y Antonio Vich, se estrenó en noviembre de 1962 en el Coliseum de Barcelona y al mes siguiente, en Madrid, en el cine Capitol. Cuenta, con una intención de verismo encomiable, el que hacer cotidiano de la policía española centrándose en la desventurada experiencia del inspector Andrés Martín (Adolfo Marsillach), quien sufre la pérdida de una hija suya, atropellada a la salida del colegio por un conductor que se da a la fuga. Esta desgracia pone en riesgo su matrimonio con su muy guapa esposa (Susana Campos). En sus labores policiales, Andrés Martín cuenta con el auxilio indesmayable del sub-inspector Lorenzo Barea (José Luis López Vázquez) y de otros compañeros, como el inspector Moreno (Pablo Sanz). Manolo Gómez Bur y su compadre Tony Leblanc, como “Bicho” y “Charles” (pronunciado a la madrileña), forman la pareja que corre a cargo del elemento humorístico de la película, que va apareciendo a lo largo de la noche en que transcurre la parte central de la acción. Se trata de dos elementos de la categoría ínfima de la delincuencia, dos raterillos, dos picaruelos que se dedican a robar melones con los que obsequiar a las chicas con las que han quedado (la Puri y la Feli) y que evitan “afanar” nada de demasiado valor por temor a las consecuencias penales. Así, se hacen con un coche-huevo en el que, para su espanto, encuentran un valioso muestrario de relojes (de cuyo precio se enteran al intentar colocarle uno al perista que interpreta José Orjas), el cual se apresuran a devolver. Los melones los roban por el sistema de distraer al vendedor (Ángel Álvarez) al exigirle “El Charles” cuatro ejemplares que pesen cuatro kilos exactos y, mientras el vendedor busca las piezas adecuadas, el comprador va dando puntapiés a los frutos seleccionados pendiente abajo, donde los recibe “El Bicho”. Manolo Gómez Bur hace una magnifica creación de su personaje, al que impregna de cierto manso infantilismo, en la mejor tradición de Harry Langdon, patente por su vestimenta (“no me llega el niki al cuerpo”, dice, en un momento de emoción) y por el significativo detalle de aparecer en escena lamiendo un cucurucho de helado (que, por cierto, continúa lamiendo , sin ningún escrúpulo, su compañero Tony Leblanc, sin cambiar de plano). En tono más dramático discurren el resto de las incidencias de la trama, que incluyen un intento de violación en la persona de una jovencísima muchacha, Teresa Jiménez (María Luisa Merlo), a la que han enredado prometiéndole un futuro esplendoroso como bailarina. Destacadísimo el papel de Luis Peña como Julio, miembro de una partida de juerguistas que completan el “rodríguez” Luciano (Manuel Alexandre) y Manolo (Ángel de Andrés). La noche de juerga termina con la muerte de Manolo y Charo, una de las chicas que han enrolado en un cabaret. En apariciones incidentales encontramos también a dos parejas que necesitan auxilio, una es la formada por don Pío (Agustín González) y su esposa parturienta (Irene Gutiérrez Caba), a los que ayudan Bicho y Charles, la otra, la forman Francisco Arenzana y Julia Gutiérrez Caba, padres de un niño que necesita urgentemente una bombona de oxígeno a los que socorren los inspectores Martín y Barea.
Si “Los tramposos” significó un éxito comercial incontestable, el de “La ciudad no es para mí” cabe calificarlo de “morrocotudo” e histórico, confiriendo a su protagonista, Paco Martínez Soria, cierto carácter mítico del que pocas figuras disfrutan dentro de los acotados parámetros del cine español. Adaptación de la obra teatral de Fernando Ángel Lozano que el actor aragonés había representado en escena con éxito prolongado, la película dirigida por Pedro Lazaga y con guión de Masó y Coello, narraba el trasplante de un personaje de avanzada edad y sólidos principios morales tradicionales al moderno medio urbano en clave cómico-moralizante. La película, estrenada en los cines Bilbao, Palacio de la Prensa, Progreso y Velázquez de Madrid un 15 de marzo de 1966, es lo suficientemente popular como para no excedernos en el comentario. Nos limitaremos a señalar la episódica contribución de Gómez Bur en el papel del guardia urbano que representa el primer choque del abuelo con la ferocidad del frenesí de la vida en la ciudad. La versión sonora de esta secuencia (en la que no intervino Gómez Bur) se comercializó en un disco que fue machaconamente difundido por la radio, especialmente en las radios zaragozanas, extremo del que puede dar fe este burgomaestre. En la memoria colectiva española, este pasaje concreto, con su frase emblemática “¿Y los de mi pueblo, cuándo pasan?” ha quedado como divisa del humor baturro y popular, justo al lado de aquel ya lejano “¡Chufla, chufla, que como no te apartes tú…!” que emitiera Miguel Ligero a lomos de su borrico en la mítica “Nobleza baturra” (Florián Rey, 1935).
De entre las muchas películas “masonianas” que rodó Manolo Gómez Bur, citemos, para concluir este capítulo, un par más, a título de ejemplo: “El dinero tiene miedo” , con dirección de Pedro Lazaga, estrenada en noviembre de 1970 (una farsa montada sobre un tema tan poco habitual en el cine como la fuga de capitales), con protagonismo de su compadre Tony Leblanc, y “Las Ibéricas F C”, pintoresca primera realización del propio Pedro Masó, de la que algo hablamos ya en este mismo weblog cuando nos ocupábamos de los benditos tebeos Bruguera, en una entrada llamada “Ellas marcan solas”. En este film, de algún modo perfecto ejemplo de inestimable valor sociológico de la sociedad española de aquel momento, Manolo Gómez Bur se encargaba de dar vida al “míster” Bernardino del espectacular equipo femenino que daba título al film.
A las órdenes del amigo Mariano
Mariano Ozores dejó constancia de la buena amistad que le unía con Manolo Gómez Bur en su libro de memorias “Respetable público. Cómo hice casi cien películas” (Editorial Planeta. 2002). Una amistad “de años”, presumiblemente anterior a sus colaboraciones profesionales. En este contexto, es muy comprensible que fueran numerosas las ocasiones en las que el director, productor y guionista de los Ozores tuviera a sus órdenes al experimentado actor. Así sucedió en la muy especial “Hoy como ayer”, film que, como homenaje benéfico para su protagonista, un ya gravemente enfermo José Luis Ozores, fue rodado mediante colaboraciones de sus intérpretes por las que no cobraron sueldo alguno. Estrenado en cuatro cines de Madrid, en agosto de 1966 y en Barcelona, un año después, consiguió una repercusión notable, con más de novecientos mil espectadores y una taquilla que superó los catorce millones de pesetas. La trama del film giraba en torno a los comentarios de un José Luis Ozores (con perceptibles dificultades de movilidad) sobre las diferencias más presuntas que efectivas entre los usos y costumbres del pasado en relación a las de la actualidad, analizando en profundidad la máxima “Cualquier tiempo pasado fue mejor”. Este hilo conductor permitía la sucesión de intervenciones breves, pero estelares, de lo más granado de la comedia popular del momento, sin faltar Tony Leblanc, Concha Velasco, José Luis López Vázquez, Gracita Morales, Alfredo Landa y un largo etcétera. La aportación de Gómez Bur se produjo en el rol de Estanislao, un hombre que, en un curioso sketch conceptual, se dedica a hablar frívolamente con una multitud de maniquís, expresión gráfica de su percepción deshumanizada de sus semejantes, hasta que topa con uno (al que da vida el sobrio Luis Morris) que, para su sorpresa, le contesta y le pone en su sitio. Más convencionales son los papeles que asume en, por ejemplo, “Operación secretaria”, estrenada aquel mismo año, en noviembre, que supuso un vehículo para la química de la pareja López Vázquez – Gracita Morales bendecido por el éxito popular que superó todo lo conseguido anteriormente por su director ( más de un millón trescientos mil espectadores y una recaudación que se acercó a los veintitrés millones de pesetas). En ella, Gómez Bur, como en otros títulos de Ozores, contribuyó con un personaje de los que daban sabor al conjunto, funciones que desarrolló igualmente en otros títulos de la filmografía Ozoriana, como “Después de los nueve meses” (1970), “En un lugar de la Manga” (1970), ambas con protagonismo de Concha Velasco o en “Donde hay patrón…” (1978), con un reparto liderado por la televisiva Mayra Gómez Kemp. Las tres películas fueron producidas por Arturo González y las dos últimas contaron con un protagonista masculino popular y cantante, Manolo Escobar . En general, las películas firmadas por Mariano Ozores a partir de, pongamos, 1967, merecen todo el respeto como objetos de consumo, pero apenas ninguna atención como manifestación artística. Esta tendencia, todavía se mantuvo en niveles aceptables durante la década siguiente, más no así transcurrido ese tiempo.Tal es la vulgarización en que caen sus realizaciones, tal es su desdén por todo lo que no sea rentabilizar el humor más zafio y grueso, que no cabe señalar como valor apreciable de sus films más allá de la mera solvencia de los actores que suelen tirar de oficio para despachar el trámite del rodaje. Mariano Ozores, a diferencia de Masó y Dibildos, cuya deriva de sus respectivas carreras les hizo dejar de contar con Gómez Bur, continuó acordándose de nuestro protagonista de hoy hasta casi el final mismo de su carrera, dándole un papel destacado en "Cristóbal Colón, de oficio descubridor" (1982).
Una muestra de cine “Pop”. Primera experiencia con Javier Aguirre
¿Es posible hablar de los años sesenta sin mencionar a los Beatles? La respuesta a preguntas de alcance más amplio (verbi gratia : “¿Es posible hablar del siglo XX sin mencionar a los Beatles?”) o más corto ( v. g.: “¿Es posible hablar de películas con grupo pop dentro sin mencionar a los Beatles?”) sigue siendo la misma: no. Es inevitable, al referirse a “Los chicos con las chicas” (Javier Aguirre, 1967), la cita de los films que Richard Lester dirigió con el protagonismo del grupo de cuatro melenudos nacidos en Liverpool. Y, sin embargo, observado con un mínimo de detenimiento, el film se revela más deudor de los que Sidney J. Furie dirigiera con el protagonismo de Cliff Richards y Los Shadows. Sea como fuere, el conjunto Los Bravos, como antes hicieron Los Brincos, son una respuesta hispana, desde su misma inicial, al reto que Los Beatles lanzaron al mundo, que se llenó de émulos suyos por sus cuatro puntos cardinales. El caso es que Los Bravos tuvieron su cuota de presencia en el mundo del celuloide y su debut fue con esta película, estrenada el 29 de junio de 1967 en el cine Palafox, de Madrid, dirigida por un joven Javier Aguirre, con escasa experiencia profesional, algunos films experimentales y una recién terminada carrera en la Escuela Oficial de Cine. De su formación musical procede probablemente su tendencia a experimentar con la banda sonora, y sus conocimientos teóricos de cinematografía le impulsan a “jugar” con el medio. Así, el arranque de “Los chicos con las chicas” cabe describirlo como de desconcertante, una sucesión de planos cortos de muecas de Mike Kennedy, Blaki y José Luis Coll, subrayados con toda clase de efectos onomatopéyicos y musicales. El efecto perseguido es una incógnita para este burgomaestre, pero el obtenido es impacientar al espectador. El hecho de que un inicio muy similar volviera a emplearlo en la ulterior “Los que tocan el piano” (otra ristra de planos cortísimos punteados con estrépitos diversos), parece indicar que estamos ante una especie de “rasgo estilístico”. Sea como fuere, la película, en cuanto fenómeno “pop”, contiene elementos visuales hijos de su momento histórico concreto, debidos a la productora de los Estudios Moro y elementos argumentales muy livianos, los imprescindibles para sostener levemente la sucesión de canciones que “necesariamente” deben estar contenidas en el metraje. La contribución de los actores es fundamental para dar alguna solidez al liviano argumento y en este sentido, la presencia de Manolo Gómez Bur es valiosísima. Su encarnación de don Hilario, el nieto del fundador del “Colegio para huérfanas de golfos arruinados”, que vive como un prisionero en su propio feudo bajo el domino de la tiránica directora Doña Arsenia (Lola Gaos), a quien don Hilario llama “Doña Arsénica” y rodeado por el resto de decimonónicas profesoras: doña Felicia (Guadalupe Muñoz Sampedro), la señorita Enriqueta (Laly Soldevila) y la señorita Sarmiento (María Luisa Ponte), entre otras. Guardando las puertas del recinto del colegio hallamos al ex mayordomo Lorenzo, guarda que ladra y muerde con la apariencia de Luis Sánchez Polack “Tip”. A este ambiente llegan los Bravos, capitaneados por un Mike Kennedy con la voz de Emilio Gutiérrez Caba, que viene de sufrir un revés sentimental que supone haber deshecho la relación sentimental que le unía a la guapa Marta (Irán Eory), por no encajar con su engolada familia, a cuyos miembros dan vida Gabriel Llopart, Pilar Gómez Ferrer, y el gran Joaquín Roa, como el abuelo. Así pues, dirigidos por el inepto “manager” Pierre (José Luis Coll), el grupo se encamina al balneario de Guitiriz, situado en el noroeste de España, para desintoxicarse, pero no tarda en contaminar la recta y sana quietud del femenino alumnado, entre el que destaca la dulce Enriqueta Carballeria (que enamorará al cantante y lider del grupo, Mike), la pizpireta Concha Goyanes y la guapa Pilar Velázquez. Al final, como era de esperar, triunfa la espontánea energía juvenil sobre la vetusta rigidez de las normas del colegio en un final catártico y ye-yé en el que hasta doña Arsenia se lanza al desenfreno “pop”.
Inserto como ilustración del relato que de su peripecia vital hace el personaje de Mike Kennedy para ser admitido como profesor de música, se encuentra en la película una secuencia con formato de cine silente, una afortunada parodia de un folletín de los tiempos de los albores del cine, con Marisa Paredes como sufrida joven deshonrada y mamá de Mike, y Manuel De Blas, como malvado condesito corruptor.
Trabajando para el empresario-creador Dibildos (y sus directores Aguirre y Merino)
La figura de José Luis Dibildos (lo mismo que la del anteriormente citado Pedro Masó) significa en el cine español algo que en cualquier otra cinematografía del mundo occidental sería común y consecuente con la lógica que se desprende del hecho de que el cine es un espectáculo que genera ingresos por la venta de entradas, y que aquí resulta poco menos que insólito: un productor de cine comercial. Tras la desaparición de Cifesa y de Suevia Films-Cesáreo González, en España no queda nada digno de llamarse “industria cinematográfica”. Los esfuerzos individuales por producir cine con algun atractivo para la taquilla se centran en montar proyectos de bajo presupuesto y máxima rentabilidad, premisas que, en un país tan ubérrimo en buenos cómicos como el nuestro, ofrece el resultado de una preponderancia a realizar comedias. Así, los intereses de los productores, Dibildos y Masó a la cabeza, coinciden con los de los cómicos que buscan conectar con un público lo más numeroso posible. De ahí que no tiene nada de extraño que los caminos de José Luis Dibildos y Manolo Gómez Bur se encontraran, lo cual sucedió por primera vez en “Los tramposos” (1959, Pedro Lazaga), una de las películas más exitosas de la historia del cine español, que contó con Fernando Merino (un futuro director titular de nuevos productos Dibildos) en la ayudantía de dirección y un guión del propio rector de “Ágata Films”, José Luis Dibildos, escrito en colaboración con Miguel Martín. Su estreno se verificó el 2 de noviembre de 1959 en el cine Avenida de Madrid. La intervención de Manolo Gómez Bur es meramente episódica, en el rol del señor Aracil, de “Importaciones Aracil”, a quien llaman ·”Kilométrico” por sus constantes viajes en la tertulia que tiene formada con don Ursicino (López Vázquez) comercializador de la “Guía Heráldica” que ha captado como vendedores a los protagonistas Virgilio (Tony Leblanc) y Paco (Antonio Ozores), con el señor Velilla (Juan Calvo) que se dedica a organizar banquetes de homenaje a gente que no se los merece (que son los que pueden asistir a ellos, pues están desocupados, dice), y con el señor Sánchez (Antonio Riquelme), el banquero del grupo. La tertulia (que según se afirma, se reúnen todos los días, de 11 a 2 de la mañana y de 4 a 7 de la tarde), como se puede constatar, formada por ilustrísimos cómicos, no deja de representar un breve interludio en las andanzas de los pícaros protagonistas, repartidas entre el montaje de variados timos y chanchullos incruentos y la obtención de los favores de las honradas muchachas a las que pretenden, Julita (Concha Velasco) y Katy (Laura Valenzuela). Finalmente, el jefe de las mozas, don Arturo (José María Rodero) hará posible el prodigio de que los dos protagonistas se ganen la vida holgada y honradamente.
Manolo Gómez Bur fue “El espichao” en “Lola, espejo oscuro”, adaptación de la novela homónima de Darío Fernández Flórez que le valió a su director, el novel y joven Fernando Merino (Madrid, 1931), el premio al mejor director del Círculo de Escritores Cinematográficos correspondiente a 1966, se estrenó el 10 de abril en el Rialto, Fantasio y Fígaro). También resultó galardonada, con el premio a la mejor actriz de reparto, la joven Elena María Tejeiro y el director de fotografía Manuel Merino. La historia de “Lola, espejo oscuro” es la de la prostituta del título (una apasionante y genial Emma Penella) y la de sus relaciones desiguales con diferentes hombres, uno de ellos, en un papel de hombre algo ridículo, de matices no ajenos al patetismo, es “El Espichao”, un modesto contratista que pretende, pese a la socialmente reprochable actividad de la escogida, casarse con Lola, sin importarle que esta le desprecie constantemente. Estrenada la víspera de San Valentín de 1967 en los cines Palacio de la Prensa, Progreso, Bilbao y Velázquez, “Amor a la española”, igualmente dirigida por Fernando Merino y escrita por Dibildos en colaboración con Alfonso Paso, tenía como protagonista a José Luis López Vázquez en el papel de un empleado de las aerolíneas “Aviaco”, y, frente al lúgubre blanco y negro del film precedente, participaba de los radiantes colores de Torremolinos y sus turistas internacionales, con la sueca Ingrid (Erika Wllner) a la cabeza. Manolo Gómez Bur era Patricio Ruiz, un nuevo rico en busca de emociones también nuevas. Como en la película estrenada por el similar equipo, repiten Alfonso Paso “haciendo de actor” y la incipiente Elena María Tejeiro, además de la habitual Laura Valenzuela y el próximamente habitual Alfredo Landa (tanto de Dibildos como de la frecuentación de suecas).
Manolo Gómez Bur fue Lorenzo de Soto, el huevero, en “Las que tienen que servir”,adaptación fílmica de Dibildos, en colaboración con el autor, de la comedia homónima de Alfonso Paso que dirigió José María Forqué y que se estrenó el 18 de septiembre de 1967 en los cines Palacio de la Prensa, Progreso, Bilbao y Velázquez de Madrid. Su papel, verdaderamente antológico, que, como ya hemos visto, representó largamente en los escenarios, ha quedado como uno de los más recordados entre los suyos, como amigo del protagonista, el vago Antonio Ponce de León (Alfredo Landa), que entra en la casa donde trabaja de sirvienta su novia para gorrear todo lo que puede. La circunstancia de que sean norteamericanos tanto los empleadores de la fámula como sus vecinos en el complejo residencial de viviendas unifamiliares con jardín, sirve para mostrar en clave cómica el contraste entre el modo de vida yankee y el celtibérico, con la previsible primacía del producto nacional el cual, con sus peculiaridades, vence por simpatía frente a la tecnológica y fría (con sus ramalazos etílicos y violentos) de los gringos. La caracterización de Gómez Bur, alcanza un matiz sublime cuando dice la frase del diálogo, del modo en que sólo él podía hacerlo, en la que exige una explicación que cree merecer “si no como hombre, al menos como huevero”. Es este un destello antológico en el que este burgomaestre cree reconocer la mano del genial suegro del autor de la comedia, Enrique Jardiel Poncela, sobre cuyos borradores y notas cayo el yerno superstite con comprensible voracidad. Algunos de los momentos (aislados, pero no por ello menos ciertos) geniales de la comedia, también remiten a Jardiel, como cuando los novios Antonio y Juana discuten a base de frases entrecortadas y sobreentendidos y terminan asegurando algo así como: “¡No, si no hay como hablar claro!”, que recuerda la conversación, a base de refranes y frases hechas del prólogo de “Eloísa está debajo de un almendro”. En otro momento de los muchos en que la pareja discute, el huevero Lorenzo interviene para detener la pugna con un sensible: “¡Por favor! ¡que está temblando la gallina!”, en referencia al plumífero que porta consigo en una cesta, que lleva consigo para regalárselo a la criada Francisca (Amparo Soler Leal) porque pensó "que le haría ilusión”. La película, que está lejos de alcanzar la excelencia, pero que se sostiene bastante bien sobre sus fragmentos más logrados, cuenta con la belleza fresca y radiante de Concha Velasco, con la de la no menos agraciada Laura Valenzuela (en un papel algo menor), con el sentido del tempo de la comedia del siempre espléndido José Sazatornil como el catalán “americanizado” por matrimonio, Peter Puig, y, especialmente destacable, la creación de Gómez Bur en un papel para el que resulta completamente idóneo.
Sin tiempo para respirar, Manolo Gómez Bur también intervino en “Los subdesarrollados”, película dirigida por Fernando Merino y estrenada el 20 de mayo de 1968 en los cines Rialto, Fantasio, Fígaro y Gayarre, con guión del productor Dibildos, escrito en colaboración con Alfonso Paso. En ella, Manolo Gómez Bur es Ramón Aguirre Sacristán (el primer apellido bien podría ser un guiño al otro director “de la casa”), el marido sobre el que recaen las sospechas de su esposa, Ana (Laura Valenzuela) y que hace que recabe la investigación oportuna por parte de la agencia de detectives clandestina de Julio (Tony Leblanc) y Timoteo (Alfredo Landa). Como en otras películas, el personaje de Leblanc ejerce su ascendente sobre el de Alfredo Landa, que es bombero de profesión y secunda a su amigo robándole horas al sueño y desatendiendo a su novia, Rosita (una Lina Morgan en alza). Como es preceptivo en toda comedieta con detectives dentro, hay profusión de disfraces disparatados a lo largo de su metraje y, como ya iba siendo habitual en aquellos años de auge televisivo, también hay presencia de una locutora popularísima en aquel entonces y guapísima, Marisol González, en una pequeña colaboración en el papel de Laly, la secretaria de Ramón Aguirre. En papeles de corta extensión, figuraron Emilio Rodríguez y Fernando Nogueras en sus habituales roles de representantes de la ley, la sin para María Silva y Javier Loyola, como una pareja a la que el juerguista don Ramón importuna una noche, Erasmo Pascual como un marido celoso y una casi debutante María Luisa San José en un papel decorativo que cumple a la perfección.
La siguiente propuesta de “Ágata Films”, “Los que tocan el piano” sólo tardó tres meses en estrenarse en relación a la anterior (lo hizo en agosto del mismo 1968) y contaba con un equipo artístico casi idéntico, bajo la dirección, esta vez, del joven Javier Aguirre (Donostia, 1935). Como ya hemos dicho antes, el desconcertante arranque de la película recuerda poderosamente al del film anterior del director, “Los chicos con las chicas”, otra sucesión de planos fugaces muy cortos acompañados de sonidos onomatopéyicos. Esta vez nos hallamos ante una mesa petitoria del Domund, presidida por una dama con la apariencia de la veterana Ana Mariá Custodio, “custodiada” por hombres representantes de las distintas razas del mundo, a la que van acudiendo Cayetana (Conchita Velasco), el Cocosabio (Tony Leblanc) y el Torralba (Alfredo Landa) para, con la excusa de dar un donativo, “birlar” algunos billetes de la bandeja. El Torralba, que es un neófito, comete la torpeza de darle la mano a la presidenta, quedándose ambos pegados. A la misma mesa accede Tadeo Ramírez (José Sazatornil), una personalidad que aspira a ser elegido alcalde (aunque no se estilaba tal cosa en la España franquista) y al que le “aligeran” de la cartera. Este personaje será la futura víctima propiciatoria en las andanzas de los protagonistas. A lo largo del metraje asistimos a la evolución de las prácticas delictivas, modestísimas, del trío protagonista, que experimenta un empuje cuando entra en escena don Federico Martínez Hojas, conocido como “El Tizona” (Manolo Gómez Bur). Este es un delincuente de mayores pretensiones, que por haber vivido ocho años en el extranjero se considera “europeizado”. Así, por ejemplo, convence a sus compañeros de que deben aprender artes marciales (explotando así, de paso, la incipiente fiebre por las películas de kárate) y, por ejemplo, tomar desayunos contundentes. Intercalados con esta idea central, se suceden algunos incidentes menores, como la dominación del submundo delictivo por un personaje amenazador, un tal Quino, al que desposeen nuestros héroes de su cetro gracias a la confianza que les da creer que dominan el kárate, o como la venta de un cuadro falso de Velázquez con la colaboracion del perista y falsificador de antigüedades al que da vida Tomás Blanco, haciéndose pasar por el alcalde del pueblo en el que se encontró, arrinconado, el cuadro y dos monjas del convento en que se guarda, o como cuando el Cocosabio y el Torralba fingen ser dos polis para extorsionar a una pareja que está “haciendo manitas” en un coche, en un descampado. De esta acción, fallida porque el sujeto del coche (Fernando Nogueras) resulta ser un guardia civil, deviene la detención que nos presenta al azote de nuestros amigos, el inspector Dávila (José Bódalo) y la secuencia más famosa de la película, aquella en que el policía y el Cocosabio dialogan en la jerga del mundo del hampa con soltura, hasta que le llega el turno al Torralba, que como no entiende nada piensa que le están hablando en francés. Transcurrida la mitad del metraje se celebra un complicado golpe en un hospital para robar instrumental quirúrgico en el que participan Cayetana, el Cocosabio y el Torralba. Se trata de un segmento bastante aislado del resto de la película muy semejante a una de esas historietas de Mortadelo y Filemón en las que se ven obligados a hacer de enfermeros y cae en sus manos un desgraciado paciente. En este caso (y ello une el segmento con el resto del film) el elegido es Tadeo Ramírez, que sufre diversas torturas por parte de los torpes delincuentes. También ellos lo pasan bastante mal, siendo perseguidos por un masivo señor González (Beny Deus), como jefe de personal del hospital y por una enfermera igual de amedrentadora, encarnada por Josefina Serratosa. Consiguen el auxilio improvisado de José María Tasso (que hace el papel de un deudo de un fallecido en el hospital), al que hacen creer que los perseguidores quieren incinerar el cadáver de su tío Narciso y salen ilesos de la aventura. Por fin, tras este tropiezo (que se trata de justificar, catalogándolo de “golpe médico quirúrgico, estilo europeo”) llega el turno de que “El Tizona” les proponga el golpe definitivo, a gran escala, que no resultará otra cosa que robar (provocando el desalojo del edificio donde vive Tadeo Ramírez con una falsa alarma) el cuadro (también falso) que habían “colocado” al principio del film a un comprador norteamericano. La película, en su conjunto, resulta deslavazada y está muy lejos de la perfección, pero contiene convincentes actuaciones (destacable la desenvoltura de Gómez Bur, un ejemplo de mansa suficiencia) y las presencias episódicas siempre gratas de Goyo Lebrero (como portero de la finca del robo del cuadro), de Erasmo Pascual (como conserje del hospital del robo de instrumental y de una ambulancia con la que se fugan nuestros héroes), de Margot Cottens (como esposa de José Sazatornil), y de Antonio Mingote y la excitante Claudia Gravy (como vecinos desalojados), entre otros. La labor de Javier Aguirre, por otra parte, no deja de presentar elementos interesantes y se detecta en ella cierta inquietud propia del que todavía está explorando las posibilidades de su oficio. Un rasgo que le es propio es la utilización de temas musicales como sistema para potenciar la comicidad o el efecto de las secuencias. Así, por ejemplo, cada vez que aparece Alfredo Landa en pantalla, en la primera parte de la película, para señalar que está recién llegado del mundo rural, le acompaña un tema de aires pastoriles con base instrumental de dulzaina y tamboril.
Estrenada el 28 de octubre de 1968 en los cines Gran Vía, Canciller, Alvi y Alcalá-Palace, “La dinamita está servida” presenta una disparatada trama planteada en un guió escrito al alimón por Dibildos y Noel Clarasó sin más ambición que emular en tono paródico el éxito de la reciente “Bonny and Clyde”, por lo que los protagonistas, Tony Leblanc y Laura Valenzuela lucirán vestuario similar al que Warren Beatty y Faye Dunaway vestían en la película de Arthur Penn (e incluso unas camisetas con las efigies de los personajes emulados) y sus personajes, en clara alusión homófona, se llamarán Dory y Mike y serán, como ellos, una pareja de delincuentes. Los planes de Dory y Mike incluyen robar las valiosas joyas del exótico rey de Chaila (un increíble Rafael Alonso) quien, acompañado de un numeroso séquito está en viaje de incógnito por España. Con la complicidad de Bruno (Alfredo Landa), un camarero del hotel en que se hospeda el multimillonario rey, Dory y Mike intentar dar el golpe sin obtener, claro está, el fruto apetecido. Simultáneamente, los agentes del servicio secreto americano y de un grupo revolucionario que buscan derrocar al monarca de Chaila, rivalizarán para conseguir sus contrapuestos objetivos. En el mismo hotel, como víctimas de los enredos que genera esta situación se aloja la pareja de recién casados formada por Arturo (un suertudo Manolo Gómez Bur) y Olga (la bellísima María Silva). El cómico está en esta película especialmente afortunadamente, dejando patente que le va mucho más el papel de víctima que el de mujeriego que le había tocado en el reparto de “Los subdesarrollados”. En roles de apoyo, encontramos a algunos actores característicos de fuste, como Tomás Blanco, que “hace” un médico y Francisco Piquer.
Como el Silvestre de “Una vez al año, ser hippy no hace daño”, segunda de las cuatro películas que dirigió Javier Aguirre contratado por José Luis Dibildos, que se estrenó el 10 de marzo de 1969 en los cines Rialto, Fantasio, Fígaro y Fuencarral, Gómez Bur alcanza un nivel óptimo en su especialización como elemento tierno en estas comedias insustanciales, oportunistas y coloristas. Su personaje, Silvestre, al que da vida con una pausa y un sentido llenos de humanidad, es el de tercer miembro de un trío de artistas de poca monta. Con Lisarda (Concha Velasco) y Ricardo (Alfredo Landa) integra la formación de “Flor de Lis y los dos del Orinoco”, conjunto al que un cuarto personaje, Johnny (el habitual “jeta” especialidad de Tony Leblanc, que se define en un momento determinado como un “play boy de izquierdas”) trata de reconducir hacia el éxito haciéndoles renovarse de acuerdo con las nuevas tendencias musicales. El guión de Dibildos, según relato del propio Javier Aguirre, apenas contaba veinte páginas en el momento de iniciarse el rodaje, el cual había que concluir antes de cinco semanas por compromisos ineludibles de Leblanc y se iba haciendo sobre la marcha, escribiendo por las noches y llegándose al extremo de que el último día se llegó al set de rodaje sín páginas de guión que filmar. Estas condiciones caóticas, por lo visto se complicaron con la hostilidad de uno de los actores (Aguirre no especifica cual, pero viendo el desarrollo posterior de la carrera del productor, bien pudo ser el propio Tony Leblanc) que enmarañó aún más el enrarecido ambiente. Finalmente la película, que tenía que hacerse porque el productor estaba obligado a cumplir un compromiso contractual, terminó estrenándose y funcionando aceptablemente en taquilla. Hoy resulta muy difícil de creer, pero los sesenta también fueron esto: sobreabundancia de esdrújulas psicotrónicas y lisérgicas. Javier Aguirre, que en su corta experiencia tras salir de la Escuela Oficial de Cine, como ya hemos visto, contaba con una película “pop” comercial y varias experimentales, retomaba aquí elementos de su pasado film con el grupo “Los Bravos”, incluyendo una parodia de su título en la canción “Los negros con las suecas”, totalmente inaceptable actualmente, en lo que a corrección política se refiere. El film, que arranca de una forma bastante convencional en lo que al desarrollo argumental se refiere, va derivando en el transcurso de su metraje hacia una acumulación de números musicales a cual más delirante, entre los que destaca el insólito “Lisarda”, en el que Tony Leblanc y Concha Velasco parodian el estilo de los últimos musicales “de qualité”, como “Gigi” o “My fair Lady”, apoyados en una melodía meliflua, imágenes con “flus”, suave vuelo de gasas y un frac y un sombrero de copa color gris perla. En la galería de personajes del film, destaca José Sazatornil, que encarna a un paródico Maharishi tan embaucador como el auténtico, pero mucho más gracioso, al que desenmascaran los protagonistas que acceden a su DNI (donde se revela su auténtico nombre, Marcelo Bonet Suarez y su profesión: cocinero); Rafael Alonso da vida a un hortera pijo llamado Pololo y el trío protagonista, ya convertido en cuarteto, entona algunas melodías “pop” enfundados en recargadas vestiduras, al gusto de la era psicodélica, en forma de vistosas casacas llenas de entorchados, chorreras y puñetas. En la atropellada elaboración del film, figura acreditado Juan José Alonso Millán, como autor de los diálogos y en el recuento general de los valores del título, este burgomaestre se queda con un momento insólitamente reflexivo en el que Silvestre, el personaje de Gómez Bur, que sabe solfeo “porque tocó el fagot en la banda de infantería de marina dos años”(instrumento que, por cierto, había estudiado el director Javier Aguirre, además de piano, composición y armonía) escribe una carta a su familia, recordando especialmente a sus dos hijas Luisita y Carmenchu. La forma en que el experimentado cómico sostiene los primeros planos y cómo utiliza la entonación de su voz nos hace conjeturar lo que podría haber sido una carrera alternativa del actor en el género dramático, de manera similar a la que cultivó José Luis López Vázquez con tanto acierto. Como dato anecdótico, el director, Javier Aguirre, se auto-cita irónicamente al incluir un fragmento de su anterior “Los que tocan el piano” para ilustrar un momento del discurso de uno de los personajes sugestionado por el falso gurú, cuando se refiere al “cine alienante”.
La siguiente película de Gómez Bur para “Ágata Films” (la productora de Dibildos) mantiene prácticamente el mismo equipo artístico de las cuatro precedentes, con la diferencia de que no contiene a Tony Leblanc. A Javier Aguirre todavía le quedaba una realización que rodar para Dibildos, que fue “Soltera y madre en la vida”, con Lina Morgan como protagonista, en la que Manolo Gómez Bur cuenta con un papel de lucimiento, el de Don Ramiro, el padre de la deshonrada Julita (Lina Morgan), a la que el chico con quien sale, Paco (Alfredo Landa) ha dejado embarazada “a las primeras de cambio”. El mozo, mal aconsejado por sus amigotes (un trío que, sumado, daría quizá el equivalente al tipo de “jeta” del ausente Tony Leblanc), el camarero Mariano (José Sacristán) , el dentista Rufo (Blaki) y el ocioso Anthony (Gonzalo Cañas) no consiente en casarse con la preñada y el film, que se estrenó un 13 de octubre de 1969 en los cines Palacio de la Prensa, Bilbao, Velázquez y Progreso de Madrid, oscila entre la moralina y la comicidad, saliendo victoriosa ésta cuando los actores toman las riendas, especialmente, cuando es Gómez Bur quien asume el protagonismo. Javier Aguirre insiste en emplear la música para obtener efectos cómicos, asociando un tema inspirado en la montería para subrayar las escenas en que don Ramiro tira de escopeta y persigue a Paco (ya sean estas imaginadas o reales). Especialmente inspirado se muestra Gómez Bur cuando trata de engatusar a Isacio (Venancio Muro), su joven compañero en la guarda del parque del Retiro, a base de calamares fritos, para que se haga novio de su hija (la freidora de los cefalópodos) y asuma así el estropicio. La película contiene la curiosidad de una auto-cita irónica, en el momento en el que Mariano va al cine con su novia, Paloma (Soledad Miranda) y el acomodador, el pluriempleado don Ramiro les dice “Les advierto que esta película no es muy allá”. Cuando les deja solos, Mariano abunda en ello: “No sé porqué hemos tenido que venir a ver esta tontería”. El caso es que la “tontería”, que “no es muy allá” no es otra cosa que “Una vez al año, ser hippy no hace daño”, el anterior film de Javier Aguirre producido por Dibildos y estrenado sólo seis meses antes. No se muestra ninguna imagen, pero puede oírse claramente el desaforado tema “Los negros con las suecas”. Manolo Gómez Bur, con su reacción ante la noticia “bomba” que le proporciona su hija y el disgusto resultante al constatar que el embarazo no va acompañado de la boda reglamentaria, se alza limpiamente con el mejor momento de la película. Cuando habla, sin sospechar que se haya ante el responsable de sus cuitas, con Paco, en plan confianzudo, compone un momento cálido y enternecedor. Su intento de alistamiento de Isacio para la causa, también alcanza lo sublime. La película, como no podía ser de otra manera, termina con la boda, “in extremis”, de la pareja de inconscientes papás y si merece hoy ser rescatada del olvido, se debe en gran parte a la destacadísima labor de Manolo Gómez Bur. Además de los actores citados, no se debe dejar de mencionar la magnífica aportación de Laly Soldevila, una actriz tan peculiar como brillante, en el papel de la “pilingui” Romy, quien acoge maternalmente a la “descarriada” Julita. También hacen acto de presencia actores tan relevantes como Tomás Blanco, Francisco Piquer o Adriano Domínguez, en roles meramente circunstanciales, además de los característicos Alberto Fernández y Pilar Gómez Ferrer. Antonio Mingote, coautor del guión en colaboración con el productor, en una intervención como actor de las que solía hacer en las películas de Dibildos, es el cura de que se encarga de unir en matrimonio a Paco y Julita.
Jardiel, los toros, la tele y últimas zarandajas
Es muy difícil encontrar un actor cómico en España que no haya tenido nada que ver con Jardiel Poncela. En el caso de Gómez Bur, como ya hemos indicado en su momento, representó, con carácter de reestreno preferente, la obra “Eloísa está debajo de un almendro” en el teatro María Guerrero y se le repartió papel también en las adaptaciones fílmicas de otras tres obras de Jardiel, “Usted tiene ojos de mujer fatal” dirigida por José María Elorrieta en 1962, y “Tú y yo somos tres” y “Un adulterio decente”, dirigidas ambas por Rafael Gil, en 1962 y 1969,
respectivamente. El film de Elorrieta, que este burgomaestre no ha tenido ocasión de ver, cuenta, en principio, con un brillante plantel de bellezas femeninas, como no podía ser de otro modo pues se trata de la historia de un seductor, un Don Juan moderno (Virgilio Teixeira) que cautiva a cuanta fémina se le pone delante hasta que ¡ay! fatalmente sucumbe al hechizo del amor (Susana Campos). La obra de Jardiel de que procede, fue originalmente una novela del mismo autor, “Pero…¿ hubo alguna
vez once mil vírgenes?” y tuvo una temprana versión cinematográfica, a cargo del mismo Jardiel, que dirigió Juan Parellada en 1936 y que se estrenó en vísperas del final de la Guerra Civil, el 30 de marzo de 1939. En la versión de que nos ocupamos hoy, Gómez Bur tiene el brillantemente construído personaje de Oshidori, el mayordomo, cómplice y confidente del protagonista, un rol que le servirá como
preparación para dar vida a otro muy semejante, años después, en “El señorito y las seductoras” (Ramón Fernández,1970). En cuanto a las adaptaciones de Rafael Gil (que ya había hecho bastantes años antes, en 1943,“Eloísa está debajo de un almendro”) mencionadas, cabe señalar que no gozan de toda la brillantez ni del ritmo que los originales requerían. Cierto envaramiento en la dirección de Rafael Gil (que puede no desentonar cuando la historia se desenvuelve en un tono sombrío o solemne) perjudica especialmente a “Un adulterio decente”, por más que la obra cuente con personajes tan chocantes como el doctor Cumberri (a quien da vida Fernando Fernán Gómez, “descubrimiento”, como ya se ha dicho aquí, del propio Jarciel) o el de Melecio, el taxista al que interpreta Gómez Bur y que, con su habla castiza llena de hipérboles cómicas se convierte en paladín del científico, un doctor que asegura haber aislado el virus causante del adulterio, en la confianza de que curará a “su Patro, que “se la pega” con uno de la grúa”. Por desgracia, las presencias de Pajares (todavía “verde” para interpretaciones de responsabilidad) como amante de la protagonista (Carmen Sevilla) y de don Jaime de Mora y Aragón que, directamente, es incapaz de actuar, y que se limita a permitir que le coloquen una cámara delante, no son de gran ayuda para el éxito de la empresa. En “Tú y yo somos tres”, un delicioso disparate en el que la protagonista (Analía Gadé) se casa por poderes con unos hermanos siameses (a los que da vida, repetido, Alberto de Mendoza). Manolo Gómez Bur es el cabo Rebollo del cuerpo de bomberos, que debe rescatar, auxiliado por el agente Pajares (Ángel de Andrés) a la desdichada quien, tras arrojarse, colapsada, por un balcón, ha quedado colgando, enganchada en un reclamo publicitario. Se trata de una intervención breve durante la cual, no obstante, tiene la fortuna de compartir plano con Pepe Isbert, que cumple la efímera función de ser mero testigo del suceso.
Por si fueran estas pocas contribuciones de Gómez Bur al “universo Jardiel”, hay que añadir que también actuó en adaptaciones para la pequeña pantalla de “Eloísa está debajo de un almendro” (en programa emitido en 1964, dentro del espacio “Primera fila”) y de “Carlo Monte en Monte Carlo”, (bajo la cabecera de “Sábado 64”, emitido en 1965).
Más numerosas aún que las jardielistas fueron las películas en las que Gómez Bur interpretaba a algún personaje de su yerno, Alfonso Paso. A las citadas previamente, debemos añadir “Educando a una idiota”(Ramón Torrado, 1969), desvergonzado plagio de “Nacida ayer” (George Cukor, 1950, adaptación de la obra de Garzón Kanin), en la que Gómez Bur asumía el papel de Bermúdez, el secretario del productor cinematográfico Eurico Sánchez (José Bódalo), que asistía al adiestramiento de la “estrella” Lola Vargas (Conchita Núñez, la que después trabajó en “La sopera” y tuvo una mala salida de ella) por parte de Carlos Santisteban García (José Campos), licenciado en Filosofía y Letras, encargado de refinarla. Para quienes hayan visto la película de George Cukor bastará con que asigne el papel de Broderick Crawford a José Bódalo, el de Judy Hollyday a Conchita Núñez y el de William Holden a José Campos, quien, por cierto, actuaba doblado por Rafael de Penagos. El condimento que distinguía a la copia del original lo constituía la idiosincrasia española aplicada al ambiente de la producción cinematográfica.
Como corresponde a la de todo actor en activo en aquellos años, en la trayectoria de Manolo Gómez Bur también hay algún que otro título de ambiente taurino. Empezando por su segunda incursión en el cine, aquel “¡Olé torero!” ya mentado, Gómez Bur volvió a figurar en una película de toros, como “Nuevo en esta plaza”, glosa de la peripecia vital del joven ídolo Sebastián Palomo Linares de la que ya hablamos en este weblog con motivo de la entrada dedicada a José Sepúlveda, y “El relicario” (Rafael Gil, 1970), drama desarrollado entre cupletista y torero que contaba con la presencia de Gómez Bur en el papel de Aquiles Lombardo, un “gibraltareño de pro” que se autodefine en el film como “taurófilo, flamencófilo y democratófilo ¡que todo es compatible!” que era testigo de excepción de la intrincada historia de la taurina familia Lucena y sus complicaciones sentimentales con la cupletista Soledad Reyes y su sobrina Virginia (ambas con el bello rostro de Carmen Sevilla) a lo largo del tortuoso desarrollo de la trama. Con Carmen Sevilla, Manolo Gómez Bur ya había trabajado, como hemos visto, en “La hermana san Sulpicio”, pero no fue la única estrella de la canción popular española a la que tuvo que acompañar en sus aventuras cinematográficas. Estuvo en los repartos de “Una chica casi decente” (Germán Lorente, 1971), protagonizada por Rocío Jurado, y de “Todo es posible en Granada” (Rafael Romero Marchent, 1982), con Manolo Escobar en la cabecera del cartel, cantante que también se había alzado con el papel principal masculino de “Donde hay patrón...” que mencionamos más arriba, en el epígrafe dedicado a su director Mariano Ozores.
La evolución de la comedia popular española la llevaba, vertiginosamente, de la inocencia más cándida hacia la chabacanería más zafia. Esta evolución puede cuantificarse en el número de calzoncillos al descubierto, que va aumentando en progresion geométrica. Gómez Bur se va viendo inmerso en películas cuyo principal argumento es la explotación de los bajos instintos de una sociedad reprimida sexualmente. En ocasiones, con una base literaria aceptable, como lo fue “Las panteras se comen a los ricos” (Ramón Fernández, 1969), trasunto de la comedia de Miguel Mihura “Las entretenidas”, en otras ocasiones, menos afortunadas, esta tendencia es presentada “senso contrario”, bajo la forma de discursos moralizantes estomagantes, como en el caso de “Ligue story”(Alfonso Paso, 1972), que burdamente buscaba apelar al éxito internacional (novela best-seller y película) de similar título. De este momento y cariz es la anterior “El señorito y las seductoras”(Ramón Fernández , 1971) una nada sutil revisitación del tema de “Usted tiene ojos de mujer fatal”, protagonizada por un Arturo Fernández ya definitivamente decantado hacia la comedia, y una jovencísima Marisa Paredes. La trama de “El señorito y las seductoras” explica la espléndida vida de Antonio del Olmo y Matilla, un millonario que no tiene más ocupación que poseer a cuanta mujer guapa se le pone a tiro. En tan estimulante tarea, cuenta con la colaboración abnegada de su mayordomo Pablo (Gómez Bur) hasta que éste debe dejarle solo un par de días. Entra entonces en juego una joven recomendada del fámulo que habrá de sustituirle. Como era previsible, la muchacha conquista el encallecido corazón del seductor, no sin que antes éste descubra que es la hija de su mayordomo el cual había urdido esta estrategia para hacerse con su fortuna. El film que, cosa poco común, se rodó en Barcelona y cuenta por ello con un reparto lleno de actores catalanes rara vez vistos junto a Gómez Bur o Arturo Fernández, fue una producción Balcázar adornada con los evidentes encantos de Ingrid Garbo y Rosanna Yanni. El deslizamiento progresivo de la comedia “para mayores” se ejemplifica en la filmografía de Manolo Gómez Bur en el arco que va de la comedia chiripitifláutica cuya única picardía residía en la presencia de una docena de chicas en mini-short,“¡¡Arriba las mujeres!!” (Julio Salvador, 1965) a “Casa Flora”, película desvergonzada en forma y fondo que dirigió Ramón Fernández y que se estrenó el 5 de febrero de 1973 en los cines madrileños Bilbao, Palacio de la Prensa, Progreso y Velázquez, con protagonismo de Lola Flores y que, como el film del mismo año que dirigió José Antonio Nieves Conde, “Las señoritas de mala compañía” (a propósito, uno de los que más satisfecho se sentía su director, por el magnífico reparto y porque el resultado final se ajustaba más de lo habitual a sus propósitos iniciales) o la posterior “Fulanita y sus menganos” (Pedro Lazaga, 1976) se recrean en un subgénero que conoció su auge en el cine español del momento, el de las películas sobre la prostitución.
No fue Manolo Gómez Bur un actor cuyas actividades para la pequeña pantalla representaran una parte significativa de su ejecutoria. No obstante, a lo anteriormente mencionado, es oportuno dejar constancia de que protagonizó algún que otro “Estudio Uno”, destacando el hecho de que representó para la pequeña pantalla la obra “Ellos, ellas y el duende”, de Carlos Llopis, en un programa emitido en 1976, unos cuarenta años después de que triunfara con ella en el escenario. También, para el mismo espacio, tuvo un papel destacado en “La decente”, obra de Miguel Mihura en la que compartió plató con un viejo compañero del género de la revista, el gran Antonio Casal. Para el mismo medio, Manolo Gómez Bur protagonizó una serie, “Animales racionales”, original de Álvaro de la Iglesia, constituída por episodios humorísticos independientes. En uno de ellos, especialmente memorable, nuestro protagonista de hoy encarnaba (magramente) a un escuchimizado Tarzán. La serie no constituyó, ni mucho menos, un éxito notable, pero fue mucho mejor que “El hotel de las mil y una estrellas”, la serie creada por el cantante argentino Luis Aguilé, con guiones de Carlos Pumares, que pretendía recrear el espíritu de los grandes musicales del cine norteamericano y que semana tras semana cosechaba las peores críticas concebibles. Manolo Gómez Bur tuvo el dudoso honor de participar en uno de sus episodios.
La emisión de la memorable representación de “La venganza de Don Mendo” en 1977 por TVE habría constituído un magnífico punto final para la carrera de Manolo Gómez Bur. Sin embargo, y en tanto no llegaba el aldabonazo de la suerte en forma de billete de lotería premiado, el cómico tuvo todavía que actuar unas cuantas veces. Y lo hizo, entre otros títulos, en una serie de tres películas que constituyeron (especialmente, las dos primeras) un notable éxito popular. El tríptico formado por “Cristóbal Colón, de oficio descubridor”, dirigida por Mariano Ozores y estrenada el 8 de septiembre de 1982, “Juana la loca, de vez en cuando” con José Ramón Larraz en la dirección y estrenada una año después que la anterior, en septiembre de 1983, y “El Cid Cabreador” cuya dirección corrió a cargo de Angelino Fons y cuyo estreno se produjo el 19 de diciembre del mismo 1983, representa el reverso de aquel cine histórico que ha caracterizado la deformada memoria del cine que se hacía en la España de los años cuarenta. En estas caricaturas descacharradas, a Manolo Gómez Bur le correspondió poner su oficio y su veteranía al servicio de un disparatado Cardenal Cisneros en los dos primeros títulos, y al imaginario Montanid en el tercero. Las tres películas contaron con guiones de Juan José Alonso Millán y fueron producciones “Constan Films” realizadas para el sello de José Frade, que se encargó de distribuirlas, que participaban de lo que podríamos llamar “síndrome del desmadre”, el cual aquejó durante aquellos años al género de la comedia . Este síndrome daba lugar a síntomas tan alarmantes como la presencia, en papel protagónico, de algunos personajes públicos tan ajenos a la interpretación como el domador de fieras, Ángel Cristo (cosa que sucedía en “El Cid Cabreador”) y, en general, permitía tomarse cualquier licencia imaginable con las más elementales reglas del arte cinematográfico en virtud de la obtención de la risa del espectador. Justo lo que había perseguido siempre el gran Manolo Gómez Bur, sólo que él únicamente había puesto en juego su muy noble oficio, aunque fuera, como era el caso, al servicio de un no tan noble señor.
NOTA: Este burgomaestre espera haber podido retribuir con su esfuerzo una parte, al menos, de todo lo que Gómez Bur le dio desde la pantalla. Para ello, ha invertido unas cuantas semanas de su tiempo en las que ha dormido poco. Teniendo en cuenta que el propio Gómez Bur se pasó sin apenas poder hacerlo entre 1968 y 1971, de tanto como llegó a trabajar, el sacrificio me parece nimio.
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74 Comments:
Hola! acabo de entrar en vuestro estupendo blog y yo me pregunto: pero como es posible que sepáis tanto tanto de todo???
Dios mío, pero si esto es una enciclopedia!!!
Me ha emocionado. A partir de hoy ya soy una incondicional de Lady Filstrup.
Lynn
JuanCarlos, menudo libro acabas de escribir sobre el genial Gómez Bur.Empiezo a leérmelo esta tarde, con Campari incluido, para disfrutarlo como se merece. Muchas gracias por lo generoso de tus exageraciones con tu amigo
Javier
Y hasta el sábado.
>>>actuaba en funciones escolares en los salesianos de Atocha>>> (El Burgo ternurista)
¡¡¡Jospa, yo estudié allí!!!
(Me echaron en un trimestre: sabía leer de corrido y campanudo y dominaba las cuatro reglas... por lo que retrasaba a la clase). Mi profe era el fraile Don Emerenciano.
JC
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Por lo demás: descomunal. La entrada, digo.
Paréceme que acá el Burgo lo pasó mal al trabajarla (por lo prolija), pero en plan mistico: es decir: con el placer como cilicio. Lo que mi envidia causa, cierto es. Porque es asi como debemos escribir cuando hablamos de artes populares
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También creo, como Don Manuel (asi fue siempre para mí) que su mejor trabajo está en "El grano de mostaza".
El Heredia, una vez más, se reía de los vencidos en la Guerra Civil, sí, lo admito, pero permitió que el actor desarrollara un personaje de polifacial mimetismo: un contraespejo: cargado de esa indefinible valentía del que se sabe perdedor... porque es más débil; y porque asume que lo del razonar no va con la dureza de la vida cotidiana.
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Colateralmente, y desde mi experiencia personal de/en la observancia (y, a veces, en la práctica) en la actuación... creo que Don Manuel, si se le hubiera permitido (o "convencido", por así decir) habría sido un excelente actor "dramático" (tal y como sí otuvieron el grado los López Vázquez, Landa, Pajares...).
Con tristeza lo escribo, sí.
JC
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Con este excelente artículo, lo ha vuelto a demostrar:
Burgo,nosotros somos contigentes, pero tú eres necesario.
Mc
Gracias amiga Lynn, por habernos descubierto. Feo está decirlo, pero mi enorme vanidad (lo más grande que tengo) me obliga a decir que, a estas alturas, aunque los burgomaestres seguimos siendo dos, hace tiempo que las entradas las hace el menda solito. Y bueno, eres muy generosa, pero esto de enciclopedia tiene muy poquito.... El fascículo 2, que lo dan de regalo, quizá. Por decir algo. Bueno, ahora que lo pienso, si te lees los comentarios de los amigos de Lady Filstrup, ahí sí que vas a encontrar sabiduría de la buena.Gracias por venir y requetegracias por ofrecerte a quedarte. Ojalá sigamos contando con tu compañía.
Amigo Javier, ya me conoces, sólo exagero hablando del Barça. Para lo demás soy ecuánime y objetivo como un juez bíblico.
Maestro don Jesús, cómo me alegra que el detalle biográfico vertido le haya servido de magdalena proustiana o así. Como otros elementos de esa índole está tomado del capítulo del libro de Manuel Román citado en el texto. En cuanto a lo del cilicio... Admito que, por momentos, me he visto superado por la magnitud del opúsculo, la cual, de haber mantenido en toda su extensión la misma minuciosidad habría alcanzado dimensiones sobrehumanas. Quizá por eso se note que en algunos pasajes he sido descuidado, en relación a otros. Tenía que cortar por algún sitio o fenecer. Lo que comenta de las posibilidades dramáticas de Gómez Bur lo he insinuado en el texto. Sería muy interesante constatarlo, pero tengo la sospecha de que debió ser una renuncia del propio actor. O que, quizá, cuando llegó la época propicia a esas transformaciones (de actores cómicos que se pasaban a lo dramático) le pillaron sin ganas de aventuras. O quizá,simplemente, no tuvo ofertas que le compensaran económicamente. De lo que no me cabe duda (y en eso coincido nuevamente con usted) es de que era un actor idóneo para encarnar eso que podríamos llamar "la tragedia del hombre ridículo" o "la fortaleza inoperante del débil". Lo que ha expresado usted a propósito de su personaje en "El grano de mostaza" coincide exactamente con mi visión. De lo cual me siento muy ufano y muy satisfecho.
¡¡Amigo Marcos, me refrescas las clases de filosofía del instituto, pillastre!!! Te agradezco doblemente el cumplido, por ello, pero como reza el título de una más que decorosa película de J A Nieves Codne: "Todos somos necesarios". Y, puestos a escoger, siempre son más necesarios los que hacen las cosas,ya sean actores, dibujantes o sastres, que los que nos limitamos a señalar de manera más menos pertinente (y latosa, en mi caso).
Comparece el señor Feliú no en su condición de lector sino emplazado por el Burgomaestre como coche escoba. ¡Tantos años de sesudos estudios para dar en esto!
En fin, allá vamos, aunque pocos huecos ha dejado usted por cubrir.
El primero es un patinazo. No he podido ver “Cuento de hadas”, pero nadie lo ha podido hacer porque la película fantástico-romántica de Neville anda desaparecida desde su estreno. Para el anecdotario: está producida por Sagitario Films, que se decía regentada por un nazi huido a España con trama de espionaje incluida.
Tampoco ha visto uno ninguna de las dos versiones de “Usted tiene ojos de mujer fatal”. Sí en cambio, ha tenido ocasión de leer el guión manuscrito de Jardiel para una adaptación de “Tú y yo somos tres” que debería de haber producido Estudios Ballesteros, a finales de los años cuarenta cuando se produjo un incendio en sus instalaciones y Jardiel ya estaba al cabo de sus fuerzas. Destaca en este manuscrito la minuciosidad de las descripciones y los complicados movimientos de cámara previstos por el autor, amén de un enrevesadísimo entrecruce de acciones a las que la marcha del camión de bomberos al rescate de Manolina presta urgencia. De la versión de Gil me puede la envarada interpretación de Alberto de Mendoza en su doble papel de Adolfo y Rodolfo, que en el escenario del Infanta Isabel estrenaron Ángel de Andrés –aquí, de bombero- y un tal Gregorio D. Valero.
Puede que sea por la coincidencia de años o por mor del desarrollismo –como usted bien apunta- pero hay que destacar que en esta película el periodista interpretado por pepe Rubio llega en una Isetta –el inefable coche huevo-, modelo que también interviene en uno de los episodios de Gómez Bur y Leblanc en “091, policía al habla”.
Pero volvamos atrás en el tiempo. Gómez Bur fue actor que frecuentó como autor Antonio de Lara “Tono”, el hombre que más ha hecho por pulverizar tópicos de la historia del humorismo español. En Los mejores años de nuestra tía, estrenada en el Teatro Reina Victoria el 26 de octubre de 1948, Manolo Gómez Bur es el gerente del Hotel del Norte, “en trance de locura delirante por la vesania de sus huéspedes”, lo que nos hace imaginárnoslo como un trasunto del Franklin Pangborn llevado al histerismo en cualquiera de los papeles que interpretó a las órdenes de Preston Sturges.
También estrenó con Isabel Garcés “¡Qué bollo es vivir!” en octubre de 1950. Dice un crítico que don Manuel es “víctima propiciatoria del masoquismo a que le somete su histérica consorte”, un papel para el que sin duda estaba espléndidamente dotado.
Así que no es extraño que Tono contara con él para el reparto de “Habitación para tres”, adaptada como bien dice usted de su comedia –“función” decía Tono- “Guillermo Hotel”.
El ladrón (Gómez Bur) ya no se llama Mercedes, sino Enriqueta, y la explicación, como no podía ser menos, tiene toda la lógica. En su lecho de muerte, antes de que nazca su hijo, el padre pide que si es niña la llamen Cristóbal y si es niño, Enriqueta. Como en tal momento no hay nadie que se atreva a decirle que se ha equivocado, no queda más remedio que cumplir su última voluntad, sellando de este modo el destino de su hijo, que llamándose Enriqueta no ha tenido modo de salir adelante en un trabajo honrado.
La película es una catarata de chistes tonianos, un encadenado de viñetas procedentes de “La Codorniz” o “Don José”.
Enriqueta y Carlos se esconden en el baño de la habitación, y el primero se mete vestido en la bañera:
Carlos.- Lo que yo no comprendo es por qué se baña usted vestido.
Enriqueta.- Es que lo que tengo más sucio es el traje. ¿Usted no se baña?
Carlos.- Es que tendría que vestirme.
Carlos es Armando Moreno, actor de trayectoria tan errática como curiosa, compositor de una zarzuela de ambiente esquimal –se los juro- y esposo de Nuria Espert andando el tiempo. La protagonista es Carolina Giménez, aquella muchachita un tanto insulsa como comedianta –o así me lo parece a mí- que también protagonizó “Crimen en el entreacto”.
Les dejo -"cortar o fenecer", dice el Burgomaestre- con un chiste futbolero, protagonizado por José Luis Ozores mientras sueña que arbitra el partido. La anciana esposa del viejo portero remienda la red de la portería: “¿ves? Todos los domingos nos pasa lo mismo; va a venir el balón de un momento a otro y la red está sin coser”.
Suyo siempre, el coche-escoba Feliú
PD.- Dejo para otro momento las elucubraciones sobre la influencia de Richard Lester en Javier Aguirre para que no me llamen acaparador.
En nombre de los amigos del weblog y en el mío propio, muchas gracias, señor Felíu por sus doctísimas aportaciones, como siempre, de excelente "tono" (Lo siento, no me he podido resistir. Estoy contento y es entonces cuando uno hace los chistes más infames). Ay, por qué será que siempre nos fascina tanto lo inalcanzable? Ya tenía yo ilusión de ver algún día la película de Neville de las hadas, pero ahora que sé que es "invisible", todavía más. En cuanto a "Habitación para tres", de Tono, con las referencias que nos ha dado, ardo en deseos de verla. Esta, imposible del todo no es ¿no?
En fin, amigo Felíu, cada vez estoy más convencido de que el sentido de estas entradas radica en que usted pueda comentarlas. Por ejemplo, no es un detalle baladí que haya dado el nombre del "coche-huevo" que citaba en la entrada a propósito de "091, policía al habla" y que olvidé (creo) comentar cuando era el medio de transporte de los bomberos de "Tú y yo somos tres". Me mortificaba haber sido tan descuidado como para no molestarme en buscar el nombre de la marca. Usted ha enmendado la falta y eso hace que me sienta mejor.
PD: Admito que lo de Aguirre-Lester lo escribí un tanto llevado por la inercia de lo que se revela como evidente, pero cuanto más lo pienso, menos convencido estoy. Confío en su clarividencia.
La Isetta de "091, policía al habla", el Biscúter de "Las estrellas" o los aerodinámicos PTV con que finaliza "Los tramposos", son un símbolo de ese desarrollismo del quiero y no puedo. Estos vehículos de dos cilindros que poblaron el cine español hasta la entronización del 600 en "Ya tenemos coche" no dejaban de ser cochecitos de inválido, como el de José Isbert.
En la década de los sesenta, sin embargo, España intenta ponerse al día. Antes de que Massiel ganara Eurovisión, en el verano de 1966, el "Black is Black" de Los Bravos entra en las listas de éxitos británicas alcanzando el número 2.
No es extraño que los Estudios Moro decidieran jugar la baza de la película con grupo pop. No en vano, su especialización publicitaria, les permite gestar sin mayores complicaciones esta especie de videoclips sicodélicos que puntúan la acción de "Los chicos con las chicas". Javier Aguirre agradece la oportunidad. No en vano, ya ha polemizado con cuanto crítico se le ha puesto a tiro por su polémica adscripción al Nuevo Cine Español y está decidido a seguir la senda marcada por Mario Camus o José Luis Borau, que han mandado a paseo sus aspiraciones creativas y han decidido tirar por la calle de enmedio.
El modelo para "Los chicos con las chicas" está, le parece a uno, más próximo a las películas que dirigió Sidney J. Furie con Cliff Richard y los Shadows. Lógicamente pasado por el flitro Lester, pero más próximo al tratamiento tebeístico de "Help" que al ácido slapstick satírico que nos deslumbra en "Qué noche la de aquel día". Un año después, Forqué se ceñirá a la plantilla de "Help" en "¡Dame un poco de amooor...!" sin saltarse una coma.
Del cine pop hispano con grupo dentro mi favorita sigue siendo "Topical Spanish" de Ramón Massats, con Guillermina Motta y Los Iberos.
Paz y amor, les desea don Lisergio Feliú
¡¡Qué barbaridad, amigo Felíu!! Ayer, mientras le contestaba a su anterior comentario, una voz interior me decía: "Si es que esto de "Los chicos con las chicas" es más como las pelis de Cliff Richards con los Shadows...!!" O sea, que estamos totalmente de acuerdo. Lo que llega a patinar uno por no pensar las cosas con un mínimo de detenimiento. ¿Y ahora qué hago? ¿Lo cambio? ¿Debería, no?... ¡Ay, ay, ay...!
Haga usted lo que guste, que para eso está en su casa.
Además, estas elucubraciones sobre el pop poco afectan a las cualidades interpretativas de su radiografiado; ni siquiera al rol que incorpora en la película.
Feliú i Feliú
>>>No es extraño que los Estudios Moro decidieran jugar la baza de la película con grupo pop...>>> (Master Feliú)
No sé si a cuento viene, pero, al respecto del gigante Don José Luis Moro (y de su hermano Santiago)...
...recomiendo (por ni no los conocieran, pues son muy recientes):
"El anuncio de la Modernidad. Estudios Moro, 1955-1970"
Museu Valencià de la Il•lustració y de la Modernitat.
València, 2008
"Publicidad animada. Un hito en la Animación europea. Estudios Moro, 1955-1970"
Lluís Fernández
IV Animacor / Diputación de Cór-doba
Córdoba, 2008
JC
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A cuento viene, y a cuento animado, maestro don Jesús.
En cuanto a lo de la reconsideración de la influencia Lester-Aguirre, como se puede comprobar, ya rectifiqué lo escrito, con un pequeño añadido. Y es que no hay como que una persona inteligente te abra los ojos para ver claro. Además, en este caso, bastó una insinuación para ver la luz. Es decir, hubo una coincidencia tal que no podía dejar de anotarlo.
¡Estoy impresionada! Muchas gracias por una entrada tan interesante y en profundidad.
Aunque desgraciadamente no he tenido tiempo para leermelo entero, aunque con lo que llevo ya me da para comentar muchas cosas.
¿De verdad se pudo retirar porque le tocó la lotería? Qué pena de país, por favor.
Totalmente de acuerdo con las críticas de las películas que he leído hasta el momento.
Aquí están las vicetiples: Sí, el papel no le pegaba ni por edad, ni por carácter. Además esa escena en la que se lleva a Mercedes Alonso a un lugar solitario, que pretende ser cómica, más bien es deprimente, como casi toda la película que deja una sensación como de pobreza y tristeza, con esas chicas que aspiran a .... cenar.
Un gazapo muy pequeño (perdón por adelantado) el niño "voz de la conciencia" de Tony Leblanc en "Tres de la Cruz Roja" era su hermano, no su hijo... o eso creo recordar.
Ah, pues es un gazapo muy hermoso, la verdad. Le confieso que, en el momento de escribir esa línea tuve mis dudas sobre el parentesco que unía al personaje de Tony Leblanc con el niño que le acompañaba. En lugar de interrumpir la escritura con la pertinente comprobación, fié a la intuición... con el resultado que se ha visto. La verdad es que se comportan (por la trascendencia que se le da a la reprobable actitud del adulto en relación al niño) como si fueran padre e hijo, con lo que, siguiendo la chapuza, convertí al soltero en viudo. ¡¡Para que luego digan que trabajo fino!! Aunque estoy convencido de que estás en lo cierto, amiga "loquemeahorro" (por cierto, refréscame tu nombre porque me resisto a seguir llamándote de esta manera), esta tarde, sin falta, comprobaré esta cuestión y haré la corrección que corresponde. Y muchísimas gracias por el comentario y por la "caza del gazapo"
¡Ya está, arreglado!! Al final no eran padre e hijo, ni hermanos, sino tío y sobrino, un parentesco que, como ya explicamos cuando hablábamos de tebeos en este weblog, abundaba mucho en aquellos años en los que la Censura prefería que los niños entraran en las ficciones sin que mediara el consabido contacto carnal.
Uf,poco que comentar ya querido burgomaestre. Yo siempre tuve la imagen de Gómez Bur como el Don Mendo más cachondo que en el mundo ha sido, fruto del recuerdo infantil de una imagen blanquinegra de teatro televisado, cuando en esa cosa que se llama tele ponían teatros en vez de "granhermanos". Su libro (porque ya se queda uno corto llamando entradas a estos tratados) es un magnífico recorrido por la vida de este gran actor y por eso le envío las felicitaciones más gruesas que tengo.
Vaya, se me ha borrado el comentario, después de media hora escribiendo (o lo mismo aparece duplicado en el cíberespacio).
Que no me merezco un nombre, porque tampoco me acordaba bien ;-)
Con "Lo que" me conformo.
Los parentescos infantiles en el cine español, dan mucho juego.
¿Alguna vez dejaron que Marisol tuviera padre y madre?
Que comentes las pelis "de memoria" tiene mucho mérito, en serio.
Me inmiscuyo.
En "Marisol rumbo a Río" al menos una de las dos gemelas, la española creo recordar, tenía madre.
En cualquier caso, Isabel Garcés fue siempre confidente, amiga, cómplice y madre suplente.
Don Pepo Flores Feliú
Gracias, amigo Gordito, por su casi legendaria fidelidad. Y sí, bueno, a mis entradas, por el volumen que van adquiriendo ya el nombre de "ladrillo" les queda chico. Son auténticos peñazos. Déjeme que llame a las cosas por su nombre ya que los amigos de Lady Filstrup sois tan amables que no queréis sacudirme con todo el peso de la pesada realidad.
Amiga "loquemeahorro", le llamaré como usted quiera con tal de darle gusto. Y bueno, hablar de memoria está muy bien, cuando tienes buena memoria, pero, lamentablemente, no es el caso... no... Es más práctico mirar donde pone el pie uno (o el palabro o la frase...)
Gracias, admirado señor Felíu, por el quite, siempre oportuno. Y sí, claro, la cuestión esta de los "padres e hijos que parecen pero no son padres e hijos" la tenía muy estudiada en los tebeos Bruguera, donde el colmo era la familia Trapisonsa (un grupito que es la monda). De buenas a primeras allí el matrimonio se convertía en fraternal compañía y los niños, eran todos sobrinos. Ni uno sólo era hijo de nadie. Don Tele, que empezó estando casado con su señora (como es de rigor) acabó siendo su hermano, y así todos... Don Pío y Benita tenían un sobrinito... En fin, qué duda cabe que madres e hijos hubo (ahí está "La gran familia", que acumulaba los de todo el cine español), pero en cierto momento, en los que se abusó del proteccionismo al infante (mal entendido, por supuesto), en las películas "toleradas", se tendía a presentar a los niños como la consecuencia de un acto de caridad más que como la consecuencia de un acto sexual (por mucho que a veces, entre los dos tipos de acciones, quepa alguna confusión).
Sí, sí, Marisol a veces tenía madre (como en "Marisol rumbo a Río"), o en "Un rayo de sol", o padre (Pepe Bódalo, sin ir más lejos).
Pero ambos... ambos no podía ser... pobrecita...
O por lo menos yo no lo consigo recordar.
Realmente la familia Trapisonda, era la monda, con esas parejas que pasaban de matrimonios cristianos a incestuosos hermanos.
>>>ponían teatros en vez de "granhermanos". (Gord...)
Ya me disculpará, compa y amigo..., pero, si actuara usted en plan frío y cerebral..., cuál es la diferencia.
JC
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>>> próximamente habitual Alfredo Landa (tanto de Dibildos como de la frecuentación de suecas).>>> (El Burgo conspicuo).
Al respecto... conviene leerse lo que cuenta el gran Landa en su autobiografía reciente arquitecturizada, con perdón, "entreguiones" (formato en entrevista, digo) que se merca Marc Ordóñez; los deseos de matar al Dibildos. Quien, diga lo que diga (e, incluso, como diga) la encantadora Laura.. era un pájaro de mucho cuidado (sin aclarar aquí, lo admito, cuál pajaro. Quiero decir: ¿es un buitre un pájaro? Un pájaro tan ingenuo y sociable cual jilguero? Y que conste: los buitres no me caen mal del todo; del todo en abstracto, quiero decir. Los tengo muy cerca).
JC
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Pues sí, maestro don Jesús, esta entrevista-biografía estará en el saco de Papá Noel junto con lo del maese Josep Escobar... Y sí, uno ya sospechaba que muchos escrúpulos no debía tener el señor Dibildos produciendo películas de la manera que lo hacía y recibiendo, según declaraciones de no recuerdo quién, más ayudas que nadie de la administración franquista. Pero uno, en general (y ya me lo habrán notado los compas aquí presentes)prefiere no incidir demasiado en los aspectos negativos de la cuestión. Aunque a veces, claro, sean insoslayables, la mayoría de las veces provienen de intuiciones y, como tales, indemostrables. Habrá que seguir investigando o (cuando menos) leer lo del gran Landa.
NOTA: Por cierto, que hablando de don Alfredo... le cuento que Frank Caudett (al que tuve la suerte de conocer el otro día por mediación del amigo burgomaestre fundador)se le parece enormemente, tanto en el físico como en la gestualidad, como en infatigable manera de relatar hechos y sucedidos (al Landa actual, se entiende). Curioso.
Visto así Don Jesús bien es verdad que lo del Gran Hermano tiene mucho de teatro, pero ya entenderán que yo me refería al que tenía concha de apuntador y no apuntador de conchas.
También me apunto al Landa. En "Ronda del Gijón" Marcos Ordoñez se mostró más que eficiente a la hora de prestar su voz a discursos ajenos.
De Estudios Moro conozco el libro valenciano, bonito y limpio, como corresponde a la línea de animación de los hermanos Moro.
Gracias por la información bibliográfica, don Jesús
Le digo que...
... veo más "realidad escénica" en "Gran Hermano" que en el grueso de aquellos "Estudio 1" (y otras emisiones paralelas o semejantes).
Pero acaso no sea bueno que repare usted en estos mis peros.
Fue siempre un resentido...
JC
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>>> de Estudios Moro conozco el libro valenciano>>> (máster Feliú)
El que tengo a mano, yo, es el editado en Córdoba (Animacor), ya ve.
Y me ha entrado la duda, tras avisarles a ustedes... de si será el mismo.
(Pues, por más que rebusco en las pilas y remuevo estratos (incluso a dos manos y con el bastón entre los dientes, digo, bajo los huevecillos ateridos), no aparece la edición valenciana, ¡por Tutatis!.
JC
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Gordito (y demás):
quise escribir "fui", que no "fue".
JC
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Pues me pone usted en un "membrete", admirado don Jesús, porque ya habrá usted columbrado que a yo amo los "Estudio Uno" con un cariño tierno de años y que ante ellos soy capaz de hacer la vista gorda a sus deficiencias y que, en gran parte, aquellos "Estudios Uno" y aquellas "Novelas" y aquellas series de Armiñán son en gran medida las responsables de que hoy exista este weblog (y no es que me quiera sacar las culpas de encima). Por otro lado, respeto tantísimo su parecer, maestro, que me dan ganas de renegar de estas filias para tornarlas fobias... ¡¡Y a fin de cuentas, don Jesús, si prefiere usted el "Gran Hermano", está de enhorabuena, porque es lo que se lleva!!
Y en fin, eso del resentimiento... usted sabrá, pero me atrevo a decirle, como amigo, que nada bueno ha salido nunca de ahí. Y disculpe el atrevimiento, fruto, como es el mi natural, de la ignorancia.
PD: desvelo a todos los presentes que ayer tuve el privilegio de conocer personalmente al señor Felíu. Fue sólo una charlita de hora y media, pero... ya me dio motivos para estarle largamente agradecido. Un tío majo, el señor Felíu. Y generoso, y sabio.Ya lo creo que sí.
Que no es, exactamente, que el menda prefiera las hrandes hermandas por encima de los teatros de cartón-piedra; que no dije eso.
Que hablé de "el grueso"; y hablé de "realidad escénica". Pero vamos que discutir no lo voy a hacer; y menos con un tipo que va por delante de mí en una Liga más falsa que Sancho Gracia.
JC
PS
Y que así conste: conocer in person al Master Feliú... le redime en parte; sólo en parte.
Sin duda que sería una charla plena de cinefilia y sabiduría. Me alegro mucho de que se produjera el encuentro Feliú-Burgomaestre.
Buen finde futbolero y que les vaya bien a sus equipos, es decir, que empaten...
Discutir, discutir...No, maestro. Ante su último comentario me limité a expresar una circunstancia personal.Tampoco yo dije que usted prefiriera el "Gran Hermano", maestre, pues puse un "si" condicional. Y es que, por encima de todo, ¿cómo iba yo a atreverme a discutirle nada de teatro a usted, maestro, que es una autoridad? Yo, a la autoridad puedo no tenerle miedo, pero respeto, todo. En cuanto a la momentánea primacía del Barça sobre el Real Madrid, son cosas del fútbol que ni me mejoran el juicio, ni me lo enturbian. Eso sí, reconozco que me pone de mejor humor. Y humor, como es sabido, se escribe con hache.
Que conste:Mi querido amigo Gordito, el encuentro Burgomaestre- señores de Relleno, tampoco fue manco, ¡pardiez!!
Buen fin se semana para todos.
>>>reconozco que me pone de mejor humor>>> (El Burgo... triunfante)
Hasta ayer, sábado, y a las ocho y un minuto de la tarde, tenía en mi, ay, laceradito cuerpo 31 puntos de cicatrices (por lo de la polio y así); hoy tengo 37.
(¡¡¡Y los aue me quedan !!!)
JC
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Er... sí, da la sensación de que, por la confluencia de un montón de factores convergentes, Barça y Madrid se hayan en un punto que los revela equipos contrapuestos, que se separan vertiginosamente. A veces pasan estas coincidencias, que mientras uno está "que se sale", el otro "da pena". Cuando le toca a uno estar identificado con los del segundo grupo, se pasa mal, sí. Como yo lo he vivido esto con intermitencias, conozco la sensación y... no es agradable. En fin, maestro, que ahora le toca a los blancos. Pero es temporal. Siempre lo es.
"temporal"... de nieve, ¿dice usted?
(Insisto: el horror, el horror...).
JC
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Temporal del bueno Don Jesús. No en vano su portero Casillas lucía bufanda el otro día en una imagen casi rafiana, o peñarroyiana.
Amigo Burgomaestre, nos vemos en la Copa. Menos mal que ahí no valen los seis goles que nos endosaron el otro día para el partido de vuelta. A ver si ahí andamos un poco más espabilados y somos capaces por lo menos de llegar a los penaltis.
Por cierto, vaya crack el Messi. Ya hasta encuentra la cámara tras hacer un gol en otra simpática imagen tebeística que hubiera firmado el mismo Escobar.
Mis queridos amigos, sinceramente creo que el Madrid, de aquí en adelante, sólo puede mejorar, así que no hay motivo para alarmarse demasiado. Los lesionados se irán reincorporando y los resultados volverán, como está mandado. Es verdad que, como apunta el amigo Gordito, al Barça le sale todo muy bien dibujado. Sus cracks parecen la obra de un artista y su entrenador deslumbra desde el banquillo y frente a los micrófonos, en la sala de prensa. Cuando llegue la Copa, como él pidió, nos las veremos con el rival más fuerte de los que quedan (con permiso del Valencia). A este burgo le empiezan a sobrar los motivos para soñar, pero... se resiste. Si no se ganan títulos, todo este "idilio rosado" se perderá en el olvido más gris.
Pero... ¿qué les pasa a ambos?
¿Se impregnaron del espíritu obámico, digo, navideño?
¿Qué fue de aquel glorioso "al vencido ni agua"?
Por la(s) distancia(s) se salvan.
Menudo par de cínicos...
JC
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Por fin lo he terminado.
Muchas gracias, me ha encantado poder recordar a Gómez Bur, y con tanto cariño.
Completamente de acuerdo "El pecador y la bruja" tenía una pareja protagonista que no funcionaba de ninguna manera. No pude terminar de verla.
Cielos! había olvidado El Hotel de las mil estrellas. Mejor dicho, creo que lo había intentado olvidar.
¿De verdad lo escribía Carlos Pumares? No sé ni qué decir, francamente.
Tranquila, amiga "loquemeahorro", cuando le preguntan por el tema al propio Pumares tampoco sabe qué decir.
Maestro, lo admito: me ha descubierto.
(jejeje)
Ahora bien, compas míos...
... no me negarán la brillantez del personaje-muñecote que el Pumares construyó para "Crónicas Marcianas"...
JC
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Manolo Gómez Bur, ¡qué genio!
Tengo una teoría, un poco tonta igual, pero teoría al fin y al cabo. Resulta que para explicarme la diferencia "clásica" entre un actor y un payaso yo cojo la frase de Don Mendo "Qué haces maldita mora ¿En quién me vengo yo ahora?" y veo la versión de Fernando Fernán Gómez y la de Gómez Bur. Fernán Gómez la dice como un gran actor que es, con el dramatismo ajustado, sin exagerar y la frase se queda al lado del actor. Gómez Bur la suelta exagerada, la hace propia, con su voz, sus actos, su energía, que son únicos e inimitables y la proyecta hasta la última fila del patio de butacas. Y resulta para mi forma de ver un gran payaso y, a la vez, un magnífico actor (ya saben que me niego a hacer la diferencia)
Me encantaría ver a Gómez Bur como Oshidori (qué pena que este inencontrable :S)
Ayer pude ver algo (el dvd parece que salió pocho) de Congreso en Sevilla en que sale Gómez Bur haciendo de loco...
Un abrazo y felices fiestas si no nos vemos ;O)
oh, pero!! Ya estamos felicitando las pascuas, amigo Choko?? Caramba, cómo pasa el tiempo!! Gracias por el comentario, tan ilustrativo y certero sobre el arte interpretativo y su matiz "payasístico". Lo has explicado fenomenalmente.
Maestro, toda la razón en lo pumariano. Su mejor guión es la creación de su personaje de gruñón insoportable y chillón. Le invitaría (a Pumares) a café con leche y a una ensaimada "pa mojar". A usted, a lo que quiera, claro.
Y fíjese bien lo que le digo, mi tan querido Burgo:
no les acompañaría el menda en lo de mojar la ensaimada.
Quiero mucho a Pumares (no más que a usted, obvio es), pero me lo imagino salpicándose la sotabarba o la corbata. No lo puedo evitar. En plan niño diquensiano.
Sería demasiado para mí; la estética es la ética.
(Y de los dos huevos fritos con pan... ni le cuento).
JC
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¡Ah, córcholis! usted, en el comer, es como mi señora, que también es muy "finolis". Uno, en estos menesteres, en su modestia, es más "de pueblo"...¡Qué le vamos hacer!
Buen fin de semana, maestro.
Eso de finolis (insulto brugueril, bien es cierto: que ahí sí es usted coherente) no me lo llamaría a la cara si no fuera porque va prime en la puta Liga.
Ya vendrán los míos; los insultos, digo, que no los puntos, ay.
JC
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Bueno amigo burgo, mil perdones por la ausencia, ya estoy de vuelta. Otra vez el peque se puso malete, aunque ha sido un poco largo estos enanos salen como si nada. Que tendrán las dichosas guarderías, es el mayor foco de virus que he visto en mi vida¡¡¡¡¡¡.
En cuando a D. Manuel, has estado brillante amigo burgo, muy brillante.
Enhorabuena.
Oscar.
Pero, amigo óscar, nada de perdones!! Le estoy muy agradecido por su comentario y celebro mucho que su pequeñín ya esté recuperado y usted por aquí. (Le eché de menos, eso no lo niego...)
Estimado Burgomaestre:
En ese invento del demonio denominado YouTube hay una escena de "Bésame, tonta" interpretada por su biografiado, inmediatamente antes de la trilogía "histórica".
(http://www.youtube.com/watch?v=FpUvQs9Ck-A)
Sr. F.
Muchas gracias por el aviso y el enlace, admirado amigo señor Felíu. Así queda algo más completa la entrada. Con su colaboración, consigue que este weblog (o lo que sea)adquiera una categoría que de otro modo no tendría. Sinceramente suyo, el burgo chapucerillo.
A mi Gómez Bur me ha parecido el mejor actor cómico español y en cine se le aprovechó especialmente en una serie de títulos muy concretos. Yo tampoco he podido ver aún "Usted tiene ojos de mujer fatal" y me gustaría verla por él y por otro gran aliciente que es el protagonismo femenino de Susana Campos, una actriz maravillosa que me deslumbró en "Rueda de sospechosos" que alabé ayer en el comentario sobre F. Cebrián. Para mi Gómez Bur estuvo mejor que nunca en "Accidente 703" en las escenas de la estación dando forma a un personaje de comicidad grotesca y cuando ve el coche siniestrado y se esconde al ver al camión bueno... genial. "Lola espejo oscuro" tiene un blanco y negro que la personaliza mucho y ahí Gómez Bur demuestra aptitudes pues su personaje no es cómico, genericamente la película es un híbrido y tiene un momento delicioso, el baile al aire libre con la canción "Baila, baila, mulata..." En "Amor a la española" una de las pocas comedias gratas de su especie está muy divertido y es mejor que otra producción de Dibildos "La dinamita está servida" donde Bur se ve afectado por la escasa viveza del libreto. La de Gómez Bur es una filmografía en la que hay que saber elegir porque en "Lola espejo oscuro" sorprende bastante. No tiene demasiadas malas del todo pero por ejemplo "Pepito piscinas" me parece horrorosa y "Vuelve San Valentín" estúpidamente ingenua. Como actor no tuvo el reconocimiento que se mereció.
Le agradezco muy efusivamente su documentado comentario, amigo Anónimo, utilísimo, además, para todos los visitantes de este su weblog. Cita usted no menos de tres películas que este burgo no ha tenido ocasión de ver y que desearía, de todo corazón, poder ver lo antes posible. Desde luego, el talento de Gómez Bur se merece una reivindicación pública urgente. Cuento con su apoyo para ello, amigo Anónimo. Por cierto, ¿no se ha planteado dejar el anonimato? Aquí nos gusta tener un tono de tertulia de café, cálido y amistoso, y es difícil dirigirse a un compañero de conversación como "amigo anónimo".
Sobre su ausencia en el mundo berlanguianos, Berlanga ofreció a Gómez Bur un papel en Patrimonio Nacional. Se trata del papel de Goyo, el mayordomo de la condesa (Mary Santpere). El papel finalmente lo interpretó Pepe Lifante. Según Berlanga, Gómez Bur le dijo que "cómo iba a hacer él eso", considerándolo un papel muy secundario cuando Gómez Bur gozaba de mayor caché (o al menos eso consideraba él, porque en la parte final de su filmografía tiene algunos papeles cortos y tontorrones...). Hubiera sido grandísmo ver a Gómez Bur rematando el reparto de Patrimonio Nacional.
Sí que hubiera estado bien, amigo anónimo, pero está claro que a Gómez Bur le supo a poco, la oferta. Muchísimas gracias por la interesantísima aportación, amigo. Espero seguir contando con su colaboración.
Impresionante trabajo. Muchas gracias.
ESTE AÑO SE CONMEMORA EL 20 ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DEL ACTOR EN LA LOCALIDAD DE BAILÉN.
SE LA EMITIDO UN SELLO PERSONALIZADO DE CORREOS QUE SE PONDRÁ EN CIRCULACIÓN EL 30 DE MAYO DE 2011. PERO EL MATASELLOS DE PRIMER DÍA, POR FALTA DE MEDIOS ECONÓMICOS PARA SOLICITARLO A CORREOS CORRE EL PELIGRO DE NO PODER EMITIRSE....
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Menuda sorpresa me he llevado con este blog, y es que vengo rebotado del blog del amigo (largo00ydanky), y de pronto me encuentro con esta maravilla de informacion.Felicidades por tu blog.......Un abrazo
Muchísimas gracias, amigo Juan Francisco, por su amable comentario. No le quepa duda que vista hoy, la entrada dedicada al gran Gómez Bur me parece escasa e incompleta. Desde su publicación para acá, he aumentado bastante el material con el que habría podido hacer mejor la entrada. Lástima que en el interín me haya derrengado.
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"Un adulterio decente" es una estupenda película y Rafael Gil fue un gran director. No digan ustedes tonterías.
Un artículo muy tierno y emotivo. Esta clase de actores que dedican su vida a despertar una sonrisa en sus espectadores son los que realmente merecen ser recordados. Muchas gracias por compartirlo con nosotros
Fantástico actor al que conocí personalmente. El ser reacio a trabajar en tv le hizo no alcanzar la fama y el lustre popular que aquella proporciona pero su comicidad y buen hacer está fuera de toda duda. carecía de divismo alguno y vivía su vida muy al margen de dimes y diretes. Sus papales en teatro son dignos de estudio y su profesionalidad está también fuera de toda duda. Los directores alaban su versatilidad y si jamás pudo o quiso, eso lo desconozco, protagonizar obras dramáticas se debió a su gran éxito como cómico que le mantuvo ocupado años y años sin parar. Jamás podré olvidar que gracias a el me aficioné al teatro con poco mas de 15 años.
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el grano de mostaza: un incidente insignificante puede, mal gestionado, llegar a provocar conflictos gravísimos, de dimensiones desproporcionadas: que se lo digan a la policía nacional RAQUEL MÉNDEZ DAFONTE, que con su denuncia falsa de 25 de julio de 2024......¿Le ha hecho "la pascua" al rábula JOSÉ GABRIEL LAMA FEIJÓO y al sargento cuquejo?
¿incluso perseguir inocentes?
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