Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

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Lugar: El Escorial, Madrid, Spain

viernes, agosto 10, 2007

¡¡Contra los monstruos!!


Argamasa amalgamada

¿Qué significa ese estruendo procedente de todas partes? Ah, es la trituradora por la que la sociedad de consumo pasa todos los mitos, todas las creencias, todas las invenciones y las ensoñaciones que el hombre ha venido creando a lo largo de los siglos, convirtiéndola en una pasta asimilable, etiquetable y vendible. Eso que nos encanta consumir y que recopilamos con emocionado cariño. Esa maquinaria tan familiar como ignota que ha ido creciendo espectacularmente en los últimos cuarenta años y que es la única explicación posible para casos como el de la historieta que hoy tomamos como inicio y motivo de nuestra entrada, en la que el producto de la imaginación de una escritora inglesa del siglo XIX (Mary Shelley, 1798 – 1851) ha ido puerilizándose y banalizándose hasta el punto de ser tomado prestado por un dibujante de tebeos español del siglo siguiente (Francisco Ibáñez Talavera, 1936) para confrontarlo con un personaje suyo, mascota y reclamo de una marca de brandy barato y peleón (Don Pedrito) y que éste lo confunda nada menos que con un miembro de un grupo musical de moda (Los Beatles).

Cortados por el mismo patrón

De Don Pedrito dijimos ya algunas menudencias cuando lo felicitamos el año pasado por su onomástica (“Felicidades, Don Pedrito!”) y nos referimos a su permanencia a lo largo de un lustro en la portada del Tio Vivo. Un hecho, apuntamos hoy, que marcaría el inicio de la tendencia de la Editorial Bruguera a apuntalar sus revistas con una portada-historieta de Ibáñez. Por precisar (manía que mantenemos viva, siempre que nos es posible), digamos que tal fijación ibañezca se produce con la portada del Tio Vivo 185 (de fecha 21 de septiembre de 1964) en la que “Don Pedrito, que está como nunca” inicia su andadura, sustituyendo, dicho sea de paso, en tal menester, a otra creación de Francisco Ibáñez de aquel mismo año, el celebérrimo Rompetechos, al que podemos ver en la portada del número anterior de la revista. Ambos personajes, evidencian, desde el primer vistazo, haber sido cortados por el mismo patrón, el más popular dibujante de historietas de este país, el inconmensurable Ibáñez.

No sólo la apariencia física de Rompetechos y Don Pedrito se revela coincidente a una somera descripción: hombres bajitos, cabezones, vestidos con trajes y corbatas negras y dotados de bigotillos insignificantes. Algo en su comportamiento, o, mejor dicho, en los efectos de su comportamiento, los hermanan definitivamente. El hecho de que nacieran con sólo unos cinco meses de diferencia (la primera historieta de Rompetechos de que tiene constancia este burgomaestre es del Tio Vivo 164 (2ª época), de fecha 27 de abril de 1964 -aunque es posible que apareciera en algún número anterior del mismo mes- les impediría el parentesco fraternal, pero muy bien podríamos considerarlos primos.

Las dos historietas que hemos seleccionado, en principio, de Don Pedrito y Rompetechos tienen en común que nos los muestran en contacto con mitos populares del terror, un recurso muy común en el género cómico, y de probada eficacia, sobre el que incidiremos después. La manera de actuar de ambos personajes, se nos revela prácticamente idéntica, teniendo en cuenta la paradoja de que se basa en premisas opuestas: Don Pedrito, que ve perfectamente, actúa como si no viera bien, puesto que es incapaz de reconocer al monstruo de Frankenstein, mientras que Rompetechos, que sufre una miopía cercana a la ceguera, actúa con la certidumbre del que ve perfectamente. Así el primero, toma al auténtico monstruo por lo que no es, mientras que el segundo trata a diversos ciudadanos más o menos estrafalarios, como el monstruo que él reconoce en ellos. Curiosamente, tanto el personaje que Don Pedrito cree ver, como los que realmente son aquellos a los que Rompetechos toma por monstruos, son (con una sola excepción) paradigmas de modernidad, es decir : ye-yés y beatniks .

Al lado de los mitos : remiendos, costurones y zapatos altos.

El largo camino recorrido por Frankenstein y su criatura, desde la publicación de la novela original de Mary Shelley en 1817, hasta la historieta de la portada del Tio Vivo 205 (de fecha 8 de febrero de 1965) incluye su explotación en todos los medios de expresión imaginables, siendo motivo de adaptaciones escénicas y fílmicas, desde un primer momento y continuaría imparable hasta que la mastodóntica (por lo excesiva) e indigesta (por lo grandilocuente) adaptación de Kenneth Branagh (jugando a Coppola) prácticamente certificara su defunción en 1994 al filmar una adaptación presuntamente fiel, que cerraba un ciclo fructífero de apariciones en la gran pantalla a lo largo de 8 décadas largas, que se iniciara en forma de una película de la Edison Company de 1910 dirigida por J. Searle Dawley. De todas las adaptaciones cinematográficas, la más influyente en el imaginario colectivo mundial, fue sin lugar a dudas la llevada a cabo por la productora Universal en 1931, según los dictados de Carl Laemmle jr., dirigida por James Whale y protagonizada por Boris Karloff, cuyo singular rostro fue magistralmente subrayado por Jack Pierce, el artista del maquillaje que terminó de configurar un icono cuya vigencia persiste aún hoy en nuestros días (de lo que puede despejar cualquier duda la fotografía que del rostro de Karloff caracterizado como monstruo puede verse junto a estas líneas, tomada de la segunda entrega de la serie, "La novia de Frankenstein"). De este modelo es de donde se nutrió toda una corriente de películas y series de televisión, dentro de la cual podemos incluir la apropiación que practicó Ibáñez para uno de los segmentos de su serie mítica: “13 Rue del Percebe” y que tuvo una breve continuación en la historieta de Don Pedrito de la que nos estamos ocupando y de la que hablaremos después.

Al mito de Frankenstein puede afirmarse que existen dos formas de aproximarse: una, la más popular, es la que, tras derivar las películas de la Universal en fórmulas descerebradas de raquíticos presupuestos (más argumentales que económicos, aunque también), y de recalar en el regazo de una pareja cómica de la catadura de Bud Abbott y Lou Costello (“Abbott and Costello meet Frankenstein”, Charles Barton, 1948 -véase el fotograma adjunto-), la figura del monstruo de Frankenstein difundida mundialmente en 1931, todavía adoptaría formatos aún más infantiles, con transformaciones (más groseras o más sutiles) como las de Herman Munster, el ingenuo y abnegado cabeza de familia de la serie producida para la CBS por la productora Kayro Vue a lo largo de dos temporadas entre 1964 y 1966, la titulada "The Munsters", con Fred Gwynne (1926-1993) incorporando un papel para el que parecía haber nacido. A Mr Gwynne se le puede ver sin maquillaje (y sin "letra") como uno de los matones de Lee J. Cobb en “La Ley del Silencio” (On the waterfront, Elia Kazan, 1954) o (con un papel de relevancia) en “Cotton Club” (Francis Ford Coppola, 1984). A su lado, en la serie, como Lily Munster, la dilecta esposa, una “vamp” original (en todos los sentidos del término), Yvonne de Carlo. También encontramos la sombra del monstruo tal como lo concibió el equipo de la Universal en 1931 en el personaje de dibujos animados del show de Hanna Barbera “Frankenstein junior and the impossibles”” (1967) (todo un antecedente de Mazinger Z, por otra parte), o, aquí en España, unos años más tarde, en 1977, en el programa concurso de horario infantil “El monstruo de Sanchezstein”, con José Carabias en el papel del monstruo bajito, Pedro Valentín, como su creador y la encantadora María Luisa Seco entusiasmando a la chiquillería (programa al que, mezclándolo felizmente con la visión que del monstruo de Frankenstein ofreció Alfons Figueras, dedicó mi compañero una soberbia entrada hace cosa de un año, la titulada “Un parecido sentimental”).

La otra forma de aproximación, que persigue plantear cuestiones morales y establecer paralelismos bastante obvios a través de los diálogos “Creador-criatura” , fue seguida por la productora inglesa Hammer Films, que se valió de otro rostro no menos impresionante que el de Karloff, el de Peter Cushing, en el papel del creador del monstruo y de un director no menos genial que James Whale: Terence Fisher. En esta línea, las historias pasan de centrarse en las andanzas de la atormentada criatura a hacerlo en la tenaz persecución de sus fines que lleva el científico que es el barón Victor Von Frankenstein. Tras los pasos de esta visión del mito se encuentran obras tan reconocidas como el “Blade Runner” (1982) fruto de la conjunción Philip K. Dick- Ridley Scott. Posiblemente, la primera línea nos llevó a un callejón marcado por un excesivo infantilismo, mientras que tal vez la segunda donde nos haya dejado sea en una inquietante ciénaga de presuntuosidad. En cualquier caso, ambos caminos nos han alejado de la grandeza inapelable del clásico de James Whale de 1931 o de su secuela, la no menos inmensa “La novia de Frankenstein”(1935), del mismo director.

Pues bien, Francisco Ibáñez, como todo creador de personajes con la intención de que estos ganen entidad y perduren en el tiempo, dotado de una habilidad y de una capacidad de trabajo más que notables, no dudaba, en su etapa de máxima expansión creativa, en echar mano de cuantos recursos tuviera a su alcance. Emplear al monstruo de Frankenstein (a la imagen que de él se manejaba popularmente) para “dar juego” al “mad doctor” que había instalado en uno de los pisos de su “13, Rue del Percebe” (serie de la que nos hemos ocupado algo en este weblog, o lo que sea, buscando sus posibles orígenes), era muy natural y hasta necesario. La serie comenzó a verse en la contraportada de la segunda etapa de la revista Tio Vivo, a partir de su número 0 (publicado el 6 de marzo de 1961), cuando Bruguera decide darle un nuevo impulso al semanario (ya llevaba algún tiempo editándose con su sello) hacia los terrenos de lo juvenil, alejándola de su original pretensión “adulta” No es hasta pasados unos meses que el monstruo de Frankenstein inicia su colaboración con el científico de la casa de la calle Percebe, siendo el número 32 (de fecha 16 de octubre de 1961) el primero en el este burgomaestre tiene constancia que aparece, tal como puede verse en la viñeta en color adjunta. Hasta entonces, el científico loco ha mostrado muy diversos experimentos (con algunos monstruos distintos, incluidos) pero no es hasta esas fechas que la inequívoca figura de la criatura encarnada por Boris Karloff, Lon Chaney jr, Bela Lugosi, y Glenn Strange en películas de las décadas de los años 30 y 40 se asoma a la contraportada del Tio Vivo. Las apariciones se prolongan unos dos años y medio, ya que en 1964, presiones de la censura cancelan la presencia de este mito en páginas infantiles, ya que su existencia “desafía la omnipotencia divina” (por así decir). Una acusación de tamaño calibre provocó un vacío en el correspondiente piso-viñeta que costó llenar. La portera de la finca se pasó unos seis meses enseñándolo hasta que finalmente lo tomó el sastre que se quedó definitivamente en él. Los que median entre la publicación del número 160, de fecha 30 de marzo de 1964 (último del que tengo constancia que aparece el monstruo, cuya muestra puede verse ahí encima) y del 189, de fecha 19 de octubre de 1964, primero en que puede verse al sastre ejerciendo su oficio, instalado en el piso que desocupó el científico (si bien, todavía, incomprensiblemente, habrá algunas entregas posteriores en las que la portera sigue enseñando el piso desocupado).

Así las cosas, tras una salida tan poco airosa, el monstruo de Frankenstein (y su propio creador, por cierto, aunque algo cambiado) son nuevamente requeridos por Ibáñez para prestarse a ser la excusa argumental de la historieta de Don Pedrito, en la portada del Tio Vivo 205. La anécdota, bien simple, describe la desconcertante obnubilación del protagonista quien, ante la visión del recosido personaje, no acierta a reconocerlo. Como suele ser habitual cuando un monstruo se enfrenta con un cómico, el pobre sufre toda clase de percances dolorosos. Ante los quejidos y ayes del cadáver reconstruido, Don Pedrito lo toma por un cantante, sin acertar a determinar si flamenco o de música ligera, apuntando nombres deformados de ídolos mundiales como Frank Sinatra, Maurice Chevalier (una figura vinculada al cosmos Bruguera, como dijimos en "Un tipo afortunado"), o Doménico Modugno (De este modo, digamos de paso, Ibáñez hace que su personaje conviva doblemente con personajes míticos). Don Pedrito no escatima esfuerzos y observa minuciosamente a la criatura, fijándose, por ejemplo, en el detalle de los zapatos ortopéticos que utiliza (el truco del que se sirvió el departamento de Jack Pierce para aumentar la estatura de Karloff y sus continuadores). Sin embargo, no es hasta que repara en el flequillo que Don Pedrito comprende que se halla ante nada menos que un beatle. Su reacción entonces no se hace esperar: corre raudo en pos suyo para pedirle un autógrafo. Una reacción que nos lleva directamente a una historieta, del año anterior, de su “primo” Rompetechos, la del Tio Vivo 178, de fecha 3 de agosto de 1964. En el caso del miope personaje, confunde a los cuatro melenudos de Liverpool con un cuarteto de perros. Y eso que, por una vez, había sido capaz de distinguir verdaderamente un auténtico cartel anunciador de una actuación del grupo con sus efigies impresas.

Como había hecho ya repetidamente en su visión del monstruo de Frankenstein mostrada en las páginas de ”13 Rue del Percebe”, Ibáñez propone una criatura desvalida, incapacitada para cumplir con su pretendida función de sembrar el mal y la destrucción. Habla de sí mismo en unos términos infantiloides, al autodenominarse “Feote” y, si bien gráficamente, está magníficamente resuelto, como personaje aparece excesivamente desprovisto de entidad, no obstante, el evidente aprecio que el dibujante debía sentir por su figura, considerada como icono.

Casualmente o no, en el mismo tebeo, en páginas interiores, encontramos la historieta de Mortadelo y Filemón en la cual, Ibáñez ha hecho que su criatura más célebre se disfrace de diversos mitos del terror con la intención de asustar a un cliente no deseado. Tal circunstancia nos brinda la oportunidad de contemplar la versión que Mortadelo realiza de “La Momia” y “El Vampiro”. Sin duda Ibáñez tenía una semana terrorífica de trabajo, como siempre.

Abominables y otros monstruos

La historieta de Rompetechos que hemos escogido para compararla con la correspondiente de Don Pedrito, apareció publicada en el número 249, de fecha 13 de diciembre de 1965. El personaje se incorporó al semanario cuando éste estaba a punto de variar de apariencia, cambiando las portadas-chiste por las portadas-historieta (al modo del Pulgarcito) en torno , como dijimos antes, al número 164 . La personalidad de Rompetechos, marcada por una determinación casi heroica y decididamente inconsciente, lo distingue de otros personajes cortos de vista que le precedieron, como el Don Telescopio de Escobar (El DDT, 1951), que hacía humor con su falta de agudeza visual por la comicidad de sus confusiones y no por las consecuencias que esas confusiones le podían acarrear, que es lo que suele darse en el caso de Rompetechos. Y es que el problema del irritable cegato de Ibáñez no es que se equivoque y que, por ejemplo, lea un texto de un rótulo erróneamente, sino su constante desafío a la realidad, un desafío suicida. La ceguera que condena a Rompetechos es la que le impide ver que puede estar equivocado. Es la ceguera que se instala en él cuando toma una determinación, al principio de cada historieta, esa determinación que anula sus sentidos (no sólo el de la vista, sino todos ellos, como queda demostrado muchas veces) en pos de la consecución de sus fines. Así, en la historieta mencionada, Rompetechos se propone “cazar” al yeti, al “Abominable Hombre de las Nieves” y a fe suya que va a hacerlo. Como puede comprobar cualquier lector de las aventuras de Rompetechos, basta que este se proponga dar con algo para que una sucesión de esos “algos” se presenten ante él con toda urgencia. Porque así es como vive Rompetechos su vida, hasta la viñeta final, en la que, apaleado y roto, como un Don Quijote al término de su nueva desventura, presenta sus quejas a un nuevo espejismo.

Abominables en Bruguera siempre hubo. El enigmático habitante de las laderas del Himalaya fue un habitual de la iconografía brugueriana que, con mayor o menor frecuencia, fue asomándose en sus páginas de chistes o en sus portadas. Eran tiempos en los que la fantasía adoptaba formas que hoy se nos antojan ingenuas e inconcebibles, pero que, indudablemente, disfrutaban de un encanto que hoy resulta imposible de encontrar en el imaginario colectivo. Actualmente el público de la “mass media” fantasea con vulgaridades, pero hace unas décadas todavía estaba permitido incorporar un personaje como el “yeti” en la vida cotidiana de la gente a través del terror o del humor. O de la especulación más imaginativa y digna, como en el caso de la película de la anteriormente citada productora Hammer, dirigida por Val Guest “El abonimable hombre de las nieves” (1957) protagonizada por el también citado anteriormente, Peter Cushing. La imagen contigua, que corresponde a un fotograma de la película, ofrece la versión del rostro de la criatura del título, miembro de una raza inteligente y pacífica que sufre la intrusión de una expedición de humanos en esta interesante cinta. De algún modo cercana a esta visión del mito resulta la figura del yeti que propone Cifré en la portada del Tio Vivo número 34 (primera época, la independiente), de fecha 19 de febrero de 1958. Una semejanza puramente casual, toda vez que el film no se estrenó en España. Unos años más tarde, para la misma revista (todavía realizada por el equipo artístico de la primera época, pero ya editada en los talleres gráficos de Bruguera), en la portada del número 143, de fecha 4 de mayo de 1960, y realizada por Raf, encontramos una nueva versión del mítico ser del Tíbet. Esta vez, la propuesta del mítico personaje recuerda en todo a un hombre de las cavernas, garrote incluido. Es curioso cómo Raf se quita de encima el problema de idear unos pies para su “Yeti”, al hundírselos en el suelo supuestamente nevado. Ojalá los productores de “La maldición de la bestia”(1975), película dirigida por el muy competente Miguel Iglesias al servicio del mito nacional del cine de terror Paul Naschy (Jacinto Molina, cineasta madrileño que el próximo 6 de septiembre cumplirá setenta y tres años), hubieran tenido la precaución que tuvo Raf en relación a los pies de su particular versión del monstruo del Himalaya, pues, de haberlo hecho, no habría sido visible el par de zapatillas deportivas que calzaba el especialista que incorporaba al bestial personaje en un lamentable momento de la acción.

Las previas muestras de (y menciones a)“abominables” son tanto más pertinentes por cuanto no vamos a encontrar ninguno en la historieta de Rompetechos. Como suele suceder en su caso, el objeto de su interés no es visto en rincón alguno de su página (aunque a veces, para regocijo del lector, puede verse, bien visible, ante la queja desalentada del protagonista), aunque Rompetechos crea verlo una y otra vez. Así, tropieza con tres “yetis”, sucesivamente. El primero es una chica “ye-yé”, tal como ella misma se define, lo que le permite a Ibáñez evidenciar cierto menosprecio por las bellezas femeninas “modernas” (¡¡qué feas, por lo general, le salen las chicas a Ibáñez, dicho sea con todo respeto!!). Un concepto, el de “la chica ye-yé”, plenamente de moda en aquel momento, pues se trataba del título de un éxito musical reciente, el de la canción del mismo título compuesta por Augusto Algueró incluida en la película estrenada en mayo de aquel mismo año 1965 “Historias de la televisión”, dirigida por José Luis Sáenz de Heredia . El segundo “yeti” es un luchador de “catch”, bien barbado que pondrá fuera de combate a nuestro héroe de un papirotazo, que nos recuerda nuestra entrada del primer año de Lady Filstrup “¡A la lucha!” y que le permite a Rompetechos exhibir esa inconsciencia suicida que lo caracteriza, expresada en ese gesto de arremangarse dispuesto a repartir bofetadas, boca en sonrisa fanfarrona, como si se tratara de un imbatible forzudo en lugar del lamentable e insignificante hombrecillo que es. Y el tercer "yeti", al que Rompetechos se enfrenta con la intensidad del empecinamiento acrecentada por cada nuevo revés, un -no menos barbado que el anterior- “beatnik” cubierto de pelo, vestido con una hoy entrañable trenka y acarreando una guitarra, de la que se servirá a modo de cachiporra, con la cual propinará al miope personaje un golpe de tal magnitud que lo pondrá en lo alto del ala de un avión.

Sí, el enfrentamiento de Rompetechos con el “Abominable hombre de las nieves”, suelto por la ciudad, parece haberse saldado con una derrota completa. Pero es que, realmente, sólo se ha producido en su deficiente percepción de la realidad. Lo que destruye a Rompetechos es su ofuscación, fruto de su determinación. Para salir victorioso de una contienda, a Rompetechos lo que le conviene es no pretender luchar en absoluto, como se demuestra en la historieta del Tio Vivo 321 (de fecha 1 de mayo de 1967). En ella, una vez más, confrontado a mitos del terror, Rompetechos doblega primero y pone en fuga después a un vampiro (según el patrón del “Nosferatu” (1922) de F.W.Murnau (1888-1931)), a una especie de hombre-lobo (más bestial que antropomórfico), y al clásico fantasma de formato sabanil. La historieta, publicada originalmente en color, fue refrita con otras dos (una de ellas, la del Tio Vivo 314, de tema campestre, de fecha 13 de marzo de 1967) para componer la doble página que constituía la entrega de la serie para el Extra de Primavera de Tio Vivo de 1970, publicada esta vez en bitono.

Así completamos los dos resortes argumentales que maneja Ibáñez para construir las historietas de Rompetechos. Basándose en las confusiones motivadas por la escasísima visión del personaje, una y otra discurren por sendas dispares.Según el primer patrón, el de la historieta del "yeti", el protagonista se propone realizar una determinada acción, misión en la que pone toda su voluntad, a la que cabe calificar de férrea. Es entonces víctima de sus equívocos. Según el patrón de la historieta del castillo de los monstruos, son los demás los que sufren las consecuencias de sus errores de bulto, mientras que él transita por las viñetas ignorante del caos que produce. Este segundo "principio reactivo" de las historietas de Rompetechos es el que suele darse en aquellas en las que interviene su tío del pueblo, el labriego Lentéjez, uno de los escasos personajes que, con una cierta frecuencia, comparten el protagonismo con el celebérrimo cegato hijo de Ibáñez.

NOTA: Algunas curiosidades a propósito de la serie televisiva “The Munster” que puedan ser de interés para los amigos de Lady Filstrup: Mel Blanc (1908-1989), la voz de los célebres personajes animados de la Warner Brothers, los insuperables Bugs Bunny, Duffy Duck o Porky the Pig, intervino prestando su prodigiosa herramienta de trabajo para hacer hablar a un cuervo poeiano en tres episodios. John Carradine, el genial actor de reparto fordiano, que había incorporado en el ciclo Universal del terror al personaje de Drácula, también intervino en dos episodios, interpretando el papel de un tal Mr. Gateman. Finalmente, Charles Barton, responsable de “Abbott and Costello meet Frankestein” (algo así como la piedra angular del subgénero de la parodia del terror clásico y, en consecuencia, semilla original de la serie) dirigió uno de los episodios en 1965.

Por otro lado, no queremos dejar de referirnos a la serie competidora, ”The Addams Family” (creación de Charles Addams, Harry Winkler y David Levy, emitida las mismas temporadas que “The Munsters”, por la NBC) que, si bien en sus aspectos formales, guarda una evidente relación, contiene una carga de causticidad elevadísima y significa una propuesta que se complace en socavar admirablemente los cimientos mismos de la institución familiar, cosa que “The Munsters”, una comedia familiar “apta para todos los públicos” está no ya muy lejos de proponer, sino, directamente, encaminada en la dirección opuesta. Probablemente, esa es la causa de que conociera un renacimiento cinematográfico en los cínicos años noventa.

NOTA2: Irrespetuosamente, quizá, me he referido en un determinado momento al “clásico fantasma de formato sabanil”. Como burgomaestre responsable, debo apresurarme a declarar que esto de los fantasmas es una cosa muy seria y no debe ser tomado a la ligera. Especialmente, los que llevan sábana. Ahí están las fotografías “auténticas” que de almas en pena, habitantes del “Otro Mundo” que nos han visitado en numerosas ocasiones, se pueden encontrar en el libro de la portuguesa Madeleine Frondoni Lacombe “Maravillosos fenómenos del Más Allá” (Ed. Aguilar), que narra escalofriantes experiencias de espiritismo en el segundo decenio del siglo XX. Valga la muestra, en la que la aparición se tapa el rostro. No les enseño la foto en la que se hace visible porque no quiero que encanezcan ustedes súbitamente, a causa del terror que les produciría. De nada.