Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

Mi foto
Nombre:
Lugar: El Escorial, Madrid, Spain

miércoles, julio 19, 2006

Vida conyugal sana


Desde el inicio mismo de su existencia, pocas instituciones han sido tan vilipendiadas y vituperadas como la del matrimonio. Y sin embargo, alguna virtud debe tener cuando todos los sectores de la sociedad que lo tienen vedado se afanan en conquistar el derecho de contraerlo. Sus innumerables detractores (significativamente, en su mayoría, personas casadas) lo consideran una institución contra-natura que coarta la libertad fundamental del ser humano y que destruye todo atisbo de, llamémoslo así, creatividad sensorial o sentimental. Y no se puede negar que el matrimonio pone ciertos límites a facetas fundamentales de la vida humana, pero no es menos cierto que, como sucede en tantos otros ámbitos, es una mala práctica la que echa a perder lo que era una buena teoría. Un mal uso del matrimonio es lo que lo convierte en el rollo que la mayoría de la gente cree que en realidad es.

El conjunto de las historietas Bruguera, como toda obra de ficción bien hecha, es una guía utilísima para la vida. En sus viñetas podemos hallar muy provechosas enseñanzas sobre los temas que cotidianamente colman nuestros desvelos. Y el máximo exponente de esta vertiente de difusión de psicología de uso doméstico fue, sin duda , el gran José Peñarroya. El creador de Gordito Relleno basó su humor, con predilección, en la observación de las contradicciones e hipocresías de las personas, particularmente, representantes de la clase media española. Su radiografía del matrimonio medio lo constituyen los centenares de historietas de Don Pío, una obra de una clarividencia y unas dimensiones tales que por sí sola explicaría una gran parte de la historia reciente de los españoles, si no fuera porque, más aún que eso, las historietas de Don Pío, en la medida de sus alcances, explican la naturaleza humana en su conjunto.

Un matrimonio bien avenido

Una buena convivencia es el secreto que cabe desentrañar para definir la buena marcha de un matrimonio y para mantener esa buena convivencia es menester alcanzar acuerdos tácitos sin necesidad de entablar ásperas negociaciones. Don Pío y Doña Benita son consumados maestros en el arte de convivir, como demuestran sus casi tres décadas de vida conyugal. Mas toda idílica situación está expuesta a las acechanzas de mil peligros. En el caso de los matrimonios, estos vienen representados, casi siempre, por influencias externas.

¿Cuántos felices matrimonios no habrán arruinado las ingerencias de los amigos? Aparentemente bienintencionados, los consejos de los amigos en cuestiones conyugales suelen ser, más bien, manifestaciones de envidia bien disimulada. Aunque en el caso que nos ocupa, la amiga de Doña Benita parece absolutamente sincera (la expresión soñadora que Peñarroya le coloca cuando se refiere a su marido es desarmante), en la vida real, este tipo de informes suelen ser hijos de la envidia. Supongamos, pues, que así se trate, en este caso, que fue expuesto a la luz pública en el Tio Vivo número 68 (segunda época), el 25 de junio de 1962. Allí vemos cómo la amiga de Doña Benita, envidiosa hasta la raíz del pelo de la felicidad de ésta, le viene con el cuento de que a su marido le aumentó la vena “sentimental” la visión de una película romántica. A lo que este burgomaestre habría repuesto: “¡Falacias!”, la ingenua Doña Benita no pone la menor objeción y lo acepta a pies juntillas, perdiendo el mundo real de vista, con lo que sin demora ninguna se apresura a poner en práctica el consejo, bien obnubilada ante la ideación de su Pío transformado en un amante fogoso de sensualidad exacerbada. El pobre Don Pío paga las consecuencias. Cuando llega reventado del desempeño de su proba labor, suspirando por una opípara cena, se encuentra con un panorama desalentador: ni rastro de cena y , en su lugar, una rauda sesión de cine. Lo peor, sin embargo, está aún por llegar. Después de la película, en la que se incluía una escena amorosa especialmente inspiradora, llega el momento de emular a los astros de la pantalla en el terreno de la verdad. A Don Pío le fallan las fuerzas por falta de alimentación y el experimento amatorio se culmina con un sonado fracaso y miembros y testas vendados. Reaparece la amiga para comprobar el resultado final de su recomendación y cosechar el éxito de su empresa: Don Pío y Doña Benita, a quienes en realidad detesta cordialmente, disimulan en vano: queda patente que no están para esos trotes.

Este relato de un tropezón en la plácida y casta convivencia de Don Pío y su esposa tiene, evidentemente una segunda lectura de carácter sexual que este burgomaestre, pudoroso como todos los burgomaestres de bien, no va a explicitar. La significativa mención del “armario” en la viñeta final da la clave de una lectura “para adultos” de la historieta. Peñarroya luce una habilidad extraordinaria para tratar temas del interior de un matrimonio sin necesidad de mostrar ni una leve sombra de nada que pudiera motivar la intervención de la censura. El subterfugio de la pirueta romántica, ese alarde de vigor físico masculino del tradicional trasponer el umbral nupcial con la novia en brazos del novio, es perfecto para disimular una anécdota sexual a la que se le hubiera podido tildar de escabrosa. El hecho es que la rutinaria vida sexual del matrimonio de los Pío (como corresponde a tan santo nombre) no alcanza para más que, al cabo de los años, tener un sobrinito. La cama es un mueble que, como vimos en la entrada “Dos encama-dos”, sólo se emplea para dormir o para permanecer insomne. No es extraño, pues, que Doña Benita se entusiasme ante la perspectiva de mejorar la situación siguiendo el cinéfilo consejo de su amiga. Lamentablemente, el confortable equilibrio en el que descansa su convivencia con su marido, cuyas únicas tensiones existenciales radian en el exceso de trabajo de él y en el deseo de adquirir nuevos modelitos y (en un plano de idealidad) un abriguito de visón de ella, se ve truncado de forma traumática (con traumatismos diversos) por lo que se revela inviable el cambio de tipo de relación. Don Pío, de lo que tiene verdaderas ganas, es de comerse una tortilla “con muchas patatas” y no de ponerse a dar saltos de tigre sobre su santísima esposa.

Como en todas las historietas del maestro Peñarroya, pasma la capacidad expresiva de sus elementales dibujos. Sus muñecos, creados a partir de trazos simplistas, poseen una profundidad psicológica extraordinaria, que se transmite al lector de forma diáfana e inequívoca. Prácticamente, magia. Uno puede detenerse a mirar estos rostros sabiamente dibujados con elementos básicos y tratar de descifrar dónde radica el misterio. ¿Cómo es posible, con unos pocos circulitos y unas breves rayitas, producir tantas y tan logradas expresiones? Siendo un genio, sin duda. En este sentido, es antológica la viñeta que muestra el público asistente a la proyección de la película. Difícilmente se pueden incluir más variadas ni más matizadas expresiones faciales, con un estilo tan simple, en menos centímetros cuadrados.

NOTA:Es verano y hace calor. La conjunción de estos dos factores mina la férrea voluntad de este burgomaestre que se derrite apabullado de este lado del ordenador. Las viñetas se emborronan ante su vista y redactar cualquier texto, incluso con su chapucero estilo, se convierte en una misión imposible. Por eso este burgomaestre anuncia que se toma un respirito a la orilla del mar, para despejarse un poco y regresar con renovados bríos más pronto o más tarde. Probablemente, bastará con una semana. Como preámbulo al periodo vacacional y, al mismo tiempo, como despedida, este burgomaestre cuelga una página especial del Extra de Vacaciones de Pulgarcito de 1964 obra del gran Escobar, en la que los dibujantes y sus personajes interaccionan en plena canícula. Destacamos el cariño que por los compañeros sentía el autor de la página que se desprende del trato que les dispensa. Con especial acento en ese “muchacho” dedicado a Vázquez, a quien Escobar forzosamente debía ver como un chaval, dado que eran compañeros desde hacía ya diecisiete años y era precisamente, con esa edad, que el creador de Carpanta había conocido al creador de las hermanas Gilda. Asimismo, cuelgo aquí al lado la portada, debida al lápiz de Peñarroya, del mismo Extra, en la que destaca (como solía ser habitual en las portadas de este dibujante) la esférica figura de su Gordito Relleno. El chapuzón en esa piscina con todos los personajes de Pulgarcito apetece una barbaridad, francamente.
Y para los que, como este burgomaestre, vayan a tomarlas ahora, pues: "Buenas vacaciones, amigos". Para los que se queden por aquí (este aquí que es ahí), será hasta dentro de diez días, más o menos.

viernes, julio 14, 2006

¡¡Felicidades, Anacleto!!


Ayer fue San Anacleto y con tal pretexto ( y con el retraso inevitable que confiamos se nos perdone), subimos a este weblog un puñado de imágenes del más famoso agente secreto (actuando en solitario) del tebeo español.
Su nacimiento, en las páginas de la revista fundacional de la editorial, Pulgarcito, se produjo a finales de 1964, cuando se aumentó el precio de 3,50 pesetas a 5. Ese encarecimiento del producto hasta alcanzar “el duro” significó un incremento del número de páginas de 20 a 32 y dentro de esas nuevas páginas tuvo cabida el nacimiento del más famoso hijo de Vázquez, la parodia de James Bond (y anterior al Superagente 86), nuestro homenajeado de hoy, Anacleto. Como apertura, hemos colocado la portada de un Almanaque de Tio Vivo, el de noviembre de 1969, para el año 1970, por ser una espléndida ilustración (con fabulosos tipos extraídos de una comisaría o de un clan mafioso, no se sabe bien, haciendo el papel de colegas de Anacleto) y por constituir una rareza dentro de las portadas de los Almanaques, ya que, que este atolondrado burgomaestre recuerde, no hay muchas más (si es que hay alguna) en la que el protagonista sea nuestro homenajeado de hoy.

De sobras conocido

El éxito alcanzado por las peripecias del agente Anacleto le llevó de protagonizar historietas de una sola página en sus inicios a ser portada del Superpulgarcito (con excepción del número 1, con los sempiternos Mortadelo y Filemón), o a ser motivo de varios Olés y títulos de Ases del Humor, la colección de lujo de la editorial Bruguera. En su haber cuenta con algunas historietas largas memorables, como “El caso del heliotropo”, o la del Almanaque de Gran Pulgarcito para 1970, “El sobre lacrado”(de la que ha salido la viñeta en color ), con un dibujo suntuoso y espectacular, digno de la parodia de las superproducciones cinematográficas de espionaje que, en el fondo, habían provocado su existencia. Este es el Anacleto que más se conoce y se admira, el que tiene un jefe gordo, calvo y con puro, gafas y bigote. Pero hubo otro Anacleto anterior, algo menos conocido.

Anacleto en formación

El guardarropa de Anacleto es similar al de Sean Connery en la serie de películas de James Bond que le hicieron mundialmente famoso. Lo que cambió durante algún tiempo fue el peinado de Anacleto. Durante algunos meses, entre los meses finales de 1965 y los comienzos de 1966, Anacleto se desmelenó. La gomina dejó paso a un desenfadado flequillo-beatle, en un momento en el que los cuatro de Liverpool habían alcanzado quizá el punto más álgido y universal de su éxito, justo antes de su sofisticación en forma de delirio psicodélico.

Aparte de la más o menos anecdótica cuestión del peinado, la criatura de Manuel Vázquez en estas historietas de su primera etapa tiene un jefe militar en lugar del burócrata al que tuvo que rendir cuentas en lo sucesivo y que se afianzó definitivamente en el papel de mandamás. Un militar de uniforme que significativamente lleva un interrogante en el lugar de los galones de oficial, una inteligente manera de dejar una puerta abierta a las interpretaciones más osadas. España (¿hace falta recordarlo?) estaba “acaudillada” por un dictador militar desde casi hacía treinta años y esa era una realidad de la que ni siquiera Anacleto parecía ser capaz de escapar. Este siniestro personaje al que vislumbramos primero entre sombras (en el número 1774, de 3 de mayo de 1965, con Anacleto aún engominado) deja ver posteriormente en otras historietas su rostro brutal y sus hechuras de sádico. Es amante de la tortura (física y psicológica), decantándose por la humillación cuando así se le antoja (como pasa en el número 1810 (de fecha 10 de enero de 1966) o por los instrumentos de tortura hechos “a propósito”, como pasa en el número 1801 (de fecha 8 de noviembre de 1965) con intervención expresa de un forzudo verdugo de corte medieval.

El estilo de Vázquez en estas páginas es de una modernidad escalofriante, digna de las más atrevidas revistas satíricas de ultimísima hora, superando los márgenes del tebeo infantil de forma arrolladora. Estas historietas de Anacleto contienen un vigor expresivo verdaderamente transgresor y prueba de ello son las viñetas en las que siniestros soldados (con cascos iguales a los del ejército español, dicho sea de paso) de afilados colmillos y ojos ojerosos, cumpliendo las órdenes del sanguinario oficial, se llevan a Anacleto a los sótanos para torturarle.

El humor nace fundamentalmente de las torpezas del protagonista. Como buen caricato, Anacleto hace su trabajo de agente secreto aplicando la mayor dosis de inoperancia de que es capaz, la cual cosa no es obstáculo para que su divisa sea “Anacleto nunca falla”. Contradiciéndola con verdadera dedicación, el agente a las órdenes de terribles “Masters of War” incurre en todos los yerros imaginables: es capaz de fotografiarse a sí mismo por usar la cámara al revés (en el Almanaque de Pulgarcito para 1966, de noviembre de 1965), o de robar los planos de una campaña de desratización o de un nuevo modelo de moda femenina.

Con posterioridad a esta etapa, vuelve la gomina y las anécdotas narradas no se diferencian mucho de las habituales en TODAS las historietas de Vázquez de una sola página. El héroe tiene problemas persiguiendo un papel que vuela, cierra puertas en las narices de su jefe repetidamente (una costumbre que también tiene Rosendo Cebolleta) o huye de su sastre (una de las constantes argumentales inconfundibles de Vázquez). Los siniestros militares (que todavía mandan en esta historieta del número 1812, de fecha 24 de enero de 1966) terminarán por desfilar y desaparecer. El terror con galones de oficial dará paso a los fríos tecnócratas. Serán los nuevos tiempos.

Algunas curiosidades

Anacleto no es el rey del disfraz, pero tampoco se le da nada mal. A pesar del divertido gag en el que todo el mundo le reconocía pese a ir caracterizado de gitana con churumbel que pudimos ver en una entrada anterior en este mismo weblog (en una "Nota", al final de "Verano 70") podemos asegurar que ya en sus comienzos era capaz de transformarse súbitamente (tan súbitamente como Mortadelo) en un pájaro si eso convenía a sus intereses. Lo vimos en el Pulgarcito número 1774, ya referenciado.

Algo que caracterizaba poderosamente a los agentes secretos (sus películas, novelas, series, y, por supuesto, tebeos) eran los “gadgets”, artilugios más o menos descabellados de los cuales probablemente sea el zapatófono (y esto sí lo copió Vázquez de “Superagente 86”) el más popular. En esta portada del Superpulgarcito número 2, publicado en 1970, vemos un intento de uso del zapatófono por parte de un transeúnte espontáneo, que ve la posiblidad de comunicarse instantáneamente con su tía Enriqueta, sin haber de esperar a encontrar un locutorio o una cabina telefónica, que era lo que la gente hacía por aquel entonces, antes de que todo el mundo fuera por ahí con un diminuto zapatófono en el bolsillo para llamar a su tía Enriqueta de turno a todas horas, como pasa hoy en día. Esta portada podríamos considerarla, por tanto, premonitoria de cierto estado de cosas actual.
Nota: Anacleto es uno de los más grandes personajes que ha dado la llamada Escuela Bruguera y esta modestísima entrada de urgencia en este modestísimo weblog no debe considerarse nada más que una simple felicitación por su onomástica. En el futuro, si hay fuerzas, ocasión y ganas, habrá nuevas entradas específicas sobre historietas de este agente secreto irrepetible y magnífico. También intentaremos dar cuenta de los dibujantes que se hicieron cargo de la serie, en ausencia de Vázquez, fundamentalmente Pedro Alférez (sin confirmar) y Blas Sanchís (totalmente confirmado).

miércoles, julio 12, 2006

¡¡En guardia!!



¡¡Todos para uno...

Quizá no es un mito que goce de la mejor salud, pero “Los tres mosqueteros”, como mito de la cultura popular, todavía alienta lo bastante como para no poner en duda su universalidad y vigencia. Y en lo que toca a este weblog (o lo que sea) cabe constatar que la obra de Alejandro Dumas (1803-1870) ha dejado huellas visibles en el universo Bruguera y sus aledaños, afirmación de cuya validez ya tuvimos un testimonio en la entrada de febrero pasado, llamada “El ojo hambriento”, que tenía el valor de la ilustración debida al arte de Carles Freixas. Pero, sin duda, hubo muchas más ocasiones en las que la obra de Alejandro Dumas se vio reflejada en los tebeos Bruguera. Que las aventuras de D’Artagnan, Athos, Portos y Aramis formaban parte de la memoria colectiva y que estaban en la mente de todos daba fe, y traída aquí a título de ejemplo, la portada del DDT número 265, de junio de 1956, en la que Peñarroya dotaba de espíritu de competición deportiva a los enfrentamientos entre los mosqueteros y la guardia del cardenal Richelieu. Con ello, el gran Peña dejaba constancia de una de sus temáticas predilectas, la deportiva, y con la presencia de la guapa señorita del primer término, también daba lugar a otra de sus predilecciones: la belleza femenina. Por lo demás, es una portada, como todas las suyas, magistral, en la que destacamos el acierto (habitual en él) en la caracterización efectiva de los personajes (incluyendo,además de a los mosqueteros, al criado Planchet y la seductora Milady), el buen gusto en la composición y la simplicidad expresionista de las líneas.



Las hazañas del caballero gascón, D’Artagnan, las tomó Dumas de las memorias apócrifas de un aspirante a mosquetero de tal nombre escritas por Gatien Courtils de Sandras en 1700 que sacó de la Biblioteca Real. Su versión de la historia (que modificó muy sustancialmente y que trasladó por mejor convenir a la edad del protagonista de 1610 a 1625) y que escribió en colaboración con Adrien Maquet (Dumas tenía una especie de taller de “negros” que le redactaban gran parte de su producción) se publicó en 1844 en forma de serial por entregas primero en el periódico “Le Siècle” y como novela, después. Al año siguiente se publicó su continuación, “Veinte años después” y en 1850, la tercera parte de la trilogía, “El vizconde Bragelone”. De los tres, es el primer título el que ha cautivado a más millones de lectores y de espectadores de sus adaptaciones a la pantalla. De la amistad y camaradería del joven D’Artagnan en la Francia de 1625 con los mosqueteros de su majestad Luis XIII y de las intrigas palaciegas en la corte de éste a cargo del cardenal Richelieu, con la intervención del duque de Buckinham y de la reina Ana de Austria, varias generaciones han disfrutado en todos los formatos imaginables. El medio quizá más poderoso, el cine, ha servido esta historia en diversas ocasiones y ha difundido el imaginario mosquetero entre la población mundial a través de títulos como los dirigidos por Fred Niblo en 1923, Alan Dwan en 1939, George Sydney en 1948, Richard Lester en 1973 y Stephen Herek en 1993, por citar sólo las adaptaciones de mayor presupuesto y difusión.

...y uno para todos!!

Bruguera, con su colección “Historias”, de aparición quincenal, hermanó, en forma singular, literatura e historieta. A pesar de que en la publicidad (tal como podemos constatar en el anuncio a toda página, en la contraportada de un DDT, publicado en noviembre de 1957, ilustrado con deliciosos papanoeles de Peñarroya), presentaba las páginas con viñetas como una posibilidad de visualizar el texto previamente leído, muchos encontraban en la narración resumida en ellas como el medio para enterarse del argumento sin necesidad de hacer el esfuerzo de leer la novela. Sea por esta invitación a entregarse a la pereza, sea por el atractivo diseño del formato, la colección tuvo un éxito innegable.

Parte del mérito del suceso de la colección “Historias” residía en el fenomenal trabajo gráfico en que se sustentaba. Si en otra ocasión hablamos de las magníficas portadas de Vicente Roso, en el caso que nos ocupa, es Bosch Penalva, el otro artista habitual encargado de tantas portadas de la editorial (tanto de libros como de revistas como “Can Can”), quien ha plasmado la escena de capa y espada que tenía la misión de incitar al lector a la compra y lectura del volumen. Antoni Bosch Penalva (1925 -?), sensacional ilustrador y portadista, dibujante y guionista (inicialmente, ya que luego se encargó de esta tarea Rafael González) de Silver Roy, uno de los escasos superhéroes genuinos creados para Bruguera, produjo un sinfín de portadas para la colección Héroes y otras de la editorial. Esta que vemos aquí, que reproduce uno de los muchos combates a espada de los que acontecen en la novela de Dumas de la que nos ocupamos hoy, corresponde al número 10 de la colección y se publicó en febrero de 1956. El artista que se ocupó de narrar con imágenes las peripecias del folletín fue Miguel Ambrosio Zaragoza, Ambrós.

50 años (y pico) de Ambrós

Con motivo de la conmemoración del primer cincuentenario de existencia del héroe de tebeo español, el Capitán Trueno, Ediciones B ha editado un libro homenaje de gran formato, titulado “El gran libro del Capitán Trueno. 50 aniversario” y escrito por Armonía Rodríguez esposa del “creador” del personaje y, en cierto modo, por tanto, su madrastra . A este burgomaestre le resulta significativa y lamentable la omisión en dicho volumen del trabajo previo al Capitán Trueno de Ambrós. Tal como podemos comprobar viendo las viñetas aquí reproducidas, el dibujante valenciano ya había creado gráficamente al Capitán meses antes de que Víctor Mora le hablara de él. Su visualización de D’Artagnan coincide exactamente con la del justiciero medieval (tras oportuno rasurado de los finos bigotillo y perilla, y cambio de vestimenta, por supuesto). Toda la nobleza y la integridad que transmiten las facciones de Trueno están ya en las de D’Artagnan. Tanto la limpieza de su mirada, como el brío heroico de sus acciones, ya podemos encontrarlos en los dibujos de este tomo de la colección “Historias” publicado, recordémoslo, en febrero de 1956. Tres meses antes de que el Capitán Trueno saliera a los quioscos. Por eso querríamos celebrar los 50 años (y pico) del nacimiento del héroe de Ambrós, cuyo nombre lo podría ir cambiando el guionista de turno, pero que siempre había sido el mismo, desde que su creador le diera forma. Y no es que en el libro de ediciones B no se le conceda al dibujante su parte de responsabilidad en la creación gráfica del popular héroe, lo que este burgomaestre considera es que la omisión de este trabajo previo, de tan evidente interés, no deja de resultar, como mínimo, poco rigurosa. La valía de Ambrós como creador de iconos en mayor medida aún que como excelente dibujante, se merecía ese reconocimiento.

Espadini, el espadachín de Bruguera

En los años sesenta, la fuente de inspiración original de la llamada Escuela Bruguera (básicamente, la creatividad de unos pocos hombres, capitaneados por un líder: Rafael González), que se había ido diluyendo bajo el influjo de nuevos medios y nuevos creadores, había dado paso a fuentes de inspiración alternativas. Una de las más importantes fue la televisión, un fenómeno social que en España alcanzó su máxima difusión y eco social a finales de la década. Efecto de esta influencia, Cubero, uno de los recién llegados en aquellos momentos, se especializó en las parodias de las series de la pequeña pantalla, menester al que se entregó durante su etapa en el TBO en los años setenta y del que dio muestras en su serie “Ponderoso Joe”, personaje del que hablamos en su día en la entrada titulada “Ponderando a Ponderoso”. Pues bien, del mismo modo que este personaje del género Western se aproximaba de refilón al fenómeno de Bonanza, Espadini , tomaba prestado el género de aventuras de espadachines (o de “capa y espada”) para dar sustancia y ambientación a sus peripecias. No obstante, y del mismo modo que sucedía con Ponderoso, Espadini no deja de ser el mismo hombre insignificante habitual que habita las páginas de los tebeos bruguera, alejado de cualquier heroicidad y caracterizado por un aspecto físico propio del españolito medio (de hecho, es tal la identidad con Ponderoso Joe que se diría que son el mismo personaje asistiendo a dos fiestas de disfraces distintas). Ese hombre insignificante habitual que, ataviado de caballero del siglo XVII vive acuciado por las estrecheces económicas y por sobrinitos latosos estuvo transitando por el DDT entre 1967 y 1968 (sucediendo así, en el tiempo a Ponderoso Joe, que se había publicado entre 1966 y 1967) sin dejar un recuerdo excesivamente memorable. Su evolución como personaje fue despojándole de sus señas de identidad propias y si en las primeras historietas todavía se ocupaba de desfacer algún entuerto y había de desenvainar la espada y cruzar aceros con otros espadachines, con el tiempo estas lides fueron haciéndose más y más impensables, al tiempo que el personaje se iba despojando de elementos externos, como el propio sable, o como el sombrero con pluma de avestruz, terminando por parecer un oficinista con correa cruzada sobre el torso y melenita.

El arte de Cubero está todavía lejos de alcanzar su madurez. Podemos observar la tosquedad de su técnica narrativa e incluso las dificultades que tiene para que los personajes se miren entre sí en las viñetas. Tampoco las expresiones están demasiado logradas. Gráficamente recuerda de forma poderosa a la escuela de dibujantes americanos de dibujos animados de la productora Arthur Rankin Bass, concretamente, a Paul Coker jr. a quien Cubero pudo conocer también por sus trabajos para la revista Mad, donde, dicho sea de paso, se hacían parodias de series norteamericanas muy semejantes a las que él realizó (en versión tolerada para todos los públicos) para el TBO.

La odisea mosquetera de TVE

En este weblog tenemos muy presente el quincuagésimo aniversario de Televisión Española. Ya lo hemos festejado con excusas diversas y hoy que hablamos de los Tres Mosqueteros, no podíamos dejar pasar la oportunidad de recordar la serie que TVE emitió, en su recordado espacio “Novela”, adaptando (libremente, según el guión de Pedro Amalio López y Juan Felipe Vila-San Juan) la obra de Alejandro Dumas. El estreno se produjo, con la emisión del primer capítulo, el lunes 19 de octubre de 1970 y su emisión se prolongó a lo largo de veinte capítulos, de media hora cada uno, todo lo trepidantes y emocionantes que cabía esperar. Sancho Gracia, que alcanzaría el su máxima popularidad encarnando al bandolero Curro Jiménez siete años más tarde y su cima interpretativa otros siete años después dando vida al asesino Jarabo en un episodio de “La huella del crimen”, dirigido por Juan Antonio Bardem, se incorporaba al estrellato televisivo al dar vida al caballero gascón, D’Artagnan. Le acompañaban en el reparto Víctor Valverde, en el papel del desgraciado Athos, Joaquín Cardona, como el fortachón Portos y Ernesto Aura era el espiritual Aramís. Un elenco de hermosas mujeres y fenomenales actrices (verdaderamente a cuál más guapa) se encargaban de los papeles femeninos: Elisa Ramírez era Milady de Winter, Mónica Randall interpretaba a la reina Ana de Austria y del personaje de la desdichada Constanza se hacía cargo Maite Blasco. El resto del reparto lo constituían Francisco Piquer, com Treville, Félix Navarro, como el criado Planchet, Ramón Corroto, en el papel de Luis XIII, Jorge Serrat era el duque de Buckingham y, por último, del intrigante cardenal Richelieu hacía Alejandro Ulloa.

Toda una superproducción

La aspiración del equipo del departamento de dramáticos de TVE encargado de la realización de “Los Tres Mosqueteros” consistía en superar (o al menos, reeditar) el éxito de una producción anterior que había gozado del fervor popular, otra adaptación de Dumas, “El conde de Montecristo”, que convirtió a Pepe Martín en una estrella televisiva. Para alcanzar tal objetivo, no se reparó en gastos ni en esfuerzos técnicos ni artísticos. La duración del rodaje, barómetro fundamental para medir la ambición de un proyecto cinematográfico o televisivo, se prolongó a lo largo de cuarenta y cinco días de jornadas maratonianas. Tanto Juan Felipe Vila-San Juan (productor ejecutivo, además de adaptador del texto) como Pedro Amalio López (realizador de la serie y también adaptador, responsable, asimismo, de la realización de la anterior adaptación de Dumas mencionada, de tan colosal éxito), en sendas entrevistas concedidas a Teleradio (el semanario de TVE) en el número correspondiente a la semana del estreno de la serie, no cesaban de destacar la participación activa de toda clase de especialistas técnicos y artísticos que habían contribuido a hacer de la nueva serie una cima en la aún breve historia de la televisión en España.

La filmación de la serie se verificó en los estudios de Miramar, en Barcelona y Hospitalet y en decorados naturales (Palau Nacional de Montjuich y Castillo de la Plana Novella) y en exteriores en Beuges, Santa Creu de Olorde y Sant Feliu de Codines. Se puso especial cuidado en las escenas de masas, como la muy compleja del baile de los herretes, con más de ochenta participantes (Orfeó Gracienc incluido) y en las numerosas escenas de acción, verdaderamente esenciales, que debían resultar creíbles por encima de cualquier otra circunstancia, dada la naturaleza misma del género en que se encuadraba la historia narrada.

“Los Tres Mosqueteros” no alcanzó el mismo éxito ni la misma repercusión que “El conde de Montecristo”, y tal vez vista hoy en día la serie pudiera resultar hasta risible. Pero, ciertamente, a este burgomaestre, con siete añitos recién cumplidos, la contemplación de este torrente de imágenes y conceptos como: la esgrima, cabalgadas, duelos, estocadas, saludos con el sombreros de ala ancha que barrían el suelo con su pluma, el veneno, la traición, el espionaje, la amistad, el compañerismo, el sacrificio, el infortunio, el amor, la lealtad, entrechocar de jarros de vino de borgoña, bailes reales, cardenales siniestros, mujeres malas y buenas mujeres...le produjo una especie de conmoción de la que hoy todavía no se ha recuperado del todo...36 años después.

Sin duda, el atrevimiento de TVE, teniendo en cuenta la universalidad de la narración escogida y los suntuosos antecedentes cinematográficos existentes (pensemos que, por ejemplo, Sancho Gracia había de suceder nada menos que a Douglas Fairbanks o a Gene Kelly en el rol de D’Artagnan), era digno de encomio. Y es que, en aquellos años, ser atrevido en televisión no significaba (como ahora) llenar la pantalla de freaks, ni de happenings escatológicos o descerebrados. El departamento de espacios dramáticos de TVE era atrevido porque adaptaba, para su disfrute por parte de un público masivo, obras maestras de la literatura. Como muestra, un ejemplo. La misma semana en que iniciaba su emisión “Los Tres Mosqueteros”, en el espacio Estudio Uno se ofrecía un ”Hamlet” en versión de Antonio Gala, dirigido por Claudio Guerín, con Emilio Gutiérrez Caba en el papel de príncipe danés, con Maribel Martín como Ofelia y con Gerardo Malla como Alertes, y con Fernando Cebrián y María Luisa Ponte como reyes de Dinamarca. Entre el atrevimiento de antaño y éste que podemos contemplar hogaño, existe una gran diferencia.

PD: ¿Hay alguna otra divisa más hermosa que la de los Tres MOsqueteros? Déjenme que la repita una vez más: "¡Todos para uno...y uno para todos!"
Nota: La viñeta en color de Espadini es del Almanaque para 1968 del DDT, las demás son de los números :DDT 60: 9-9-68,DDT 39: 15-4-68,DDT 24: 25-12-67,DDT 12: 2-10-67,DDT 11: 25-9-67. Las fotos de la serie de TVE se han tomado todas del ejemplar de Teleradio número 669, de 19-10-70.