Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

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miércoles, julio 30, 2008

Francisco Sánchez: la voz corpórea

En este weblog ya han comparecido algunos excelentes actores que cultivaron el doblaje como una de sus actividades. Cuando hablamos del inacabable Félix Fernández, dijimos que había sido doblador en los pioneros tiempos en que esta disciplina se desarrollaba en unos estudios en París, cuando esta técnica empezaba a sustituir los más gravosos dobles rodajes en distintas versiones. Después, con ocasión de ocuparnos de Estanis González, de Ángel Picazo y de Rafael Navarro, comprobamos que todos ellos habían prestado su voz a estrellas del firmamento fílmico extranjero (e incluso nacional), siendo, cada uno de ellos, profesionales de la interpretación cuya labor había alcanzado mayor relieve y reconocimiento en otros medios. Así, Estanis González, además de un reconocido actor de radio, fue un habitual de la televisión. Ángel Picazo, por su parte, tuvo tal vez sus mayores logros en los escenarios teatrales, aunque no fue escasa, precisamente, su actividad en la pequeña pantalla. Rafael Navarro, por último, fue de todos los mencionados hasta ahora, cuya biografía laboral ofrece una mayor dedicación al doblaje, campo en el que incluso desarrolló las tareas de dirección. Y sin embargo, su imagen fue también muy difundida, especialmente, a través del tubo catódico.

El caso de nuestro protagonista de hoy es diferente. Francisco Sánchez fue uno de esos actores profesionales del doblaje de los que difícilmente se llegó a conocer su aspecto físico. La excelencia de su trabajo como doblador no encontró similar alcance en sus intervenciones como actor “presencial”. Si su voz está presente con innegable relevancia y deslumbrante prestancia en un gran número de películas, su filmografía como actor es, por el contrario, bien exigua.

De la trayectoria profesional de Francisco Sánchez, gracias a la información gentilmente proporcionada por un amigo de este weblog, Rikar Arregi (quien a su vez la recabó de Jorge Montalvo, una autoridad en la materia), corroborada, además, por otro amigo y visitante de Lady Filstrup, al que conocemos como “Rubioserrano”, podemos decir que inició su carrera hacia 1941 o 1942, en Fono España, y que al cabo de un lustro, aproximadamente, dejó esa empresa para pasar a los estudios de doblaje de “Sevilla Films”, en compañía de Hugo Donarelli. Pasa allí otros cinco años, lo que nos sitúa en 1952, momento en el que Donarelli marcha a “Chamartín” y Francisco Sánchez (Paco Sánchez, como le llamaban los compañeros de la profesión) funda la cooperativa “Oro Films” con Salvador Arias, en “Sevilla Films”. A mediados de 1955, los dos se van a “Exa Films”, empresa en la que trabajan juntos hasta que, a finales de 1959, Francisco Sánchez forma “Sago”, dentro de “Exa Films” y Salvador Arias, por su parte, funda “Audio Films”, para “Fono España”. Francisco Sánchez, para quien sus compañeros reservaban los más cálidos elogios ( “Un actor fabuloso”, “hombre cultísimo”, "la persona más excepcional que haya conocido”) siguió en Exa films hasta su fallecimiento, que tuvo lugar en 1988.

Tal como certifica la web eldoblaje.com, Francisco Sánchez aportó su magnífica voz a grandes actores internacionales, tan universales y míticos como Cary Grant, Gary Cooper o Charles Boyer, y en su haber se encuentran personajes tan inolvidables como el de Rufus Hannassey, encarnado por Burl Ives en la pantalla, el patriarca de la familia Hannassey en “Horizontes de Grandeza” (William Wyler, 1958), o el Addison De UIT de George Sanders en “Eva al desnudo” (Joseph L. Mankiewicz, 1950), o el sir Wilfrid de Charles Laughton en la excelente “Testigo de cargo” (Billy Wilder, 1957), o el Mitch que hiciera Karl Malden en “Un tranvía llamado deseo” (Elia Kazan, 1951), o el Zampano de Anthony Quinn en “La strada” (Federico Fellini, 1954), o el inolvidable Gino Monetti de Edward G. Robinson en “Odio entre hermanos” (Joseph L. Mankiewicz,1949), o el mismísimo Vito Corleone del titán Brando en “El padrino” (Francis Ford Coppola, 1972), hasta contabilizar 366 registros, cifra sin duda muy estimable, entre los que cabe reseñar también que no dejó de doblar a Pat Hingle, actor norteamericano con el que guardaba un más que razonable parecido, en un muy curioso western, “Invitación a un pistolero” (Richard Wilson, 1964).

Una filmografía tan deslumbrante, en cuanto a títulos de categoría universal, resulta imposible de comparar con la que, como actor de cine, pudo establecer Francisco Sánchez. La recogida en la base de datos internáutica IMDB arroja un total de tan sólo cinco títulos de producción hispana y uno más, el de “Our man in Marrakesh” (Don Sharp, 1966), de nacionalidad británica con algunas estrellas internacionales en la cabecera de cartel. Es en tres de las películas españolas en las que intervino de donde este burgomaestre ha extraído los fotogramas que ilustran estas líneas dedicadas al actor. Dos las firmó la pareja artística que durante varios años de la década de los cincuenta formaron el director Rafael Gil y el guionista y productor Vicente Escrivá para la productora Aspa Films. La primera de ellas fue “El canto del gallo”, adaptación de una novela del diplomático José Antonio Giménez Arnau, de quien ya habían adaptado un año antes su galardonada obra “Murió hace quince años” (otra entrega del cine anti-comunista propio del Régimen). En este título, del que ya hablamos aquí con ocasión de la entrada dedicada al actor alemán de carrera profesional española, Gerard Tichy, Francisco Sánchez viste el uniforme del ejército húngaro en una secuencia en la que su personaje hace gala de una muy risueña brutalidad cuando, en compañía de otros camaradas, se propone correrse una juerguecita alcohólica y carnal, a base de vodka y del concurso de la prostituta que representaba la actriz Jacqueline Pierreux. Un ingrediente con el que no contaban los desenfrenados (y, por supuesto, lascivos y brutales) sicarios de la causa marxista, es la presencia del cura huido y oculto que se presenta en medio de la juerga, al que incorpora Paco Rabal, que viene, precisamente, de traicionar involuntariamente a un compañero sacerdote y de entregarlo a la represión comunista. La mortificación a que es sometido propicia un estallido nervioso y una confesión de su condición que, afortunadamente para su integridad física, no es creída. Francisco Sánchez que tenía una hermosa voz de galán varonil, disponía de una presencia física corpulenta y de un rostro más bien tosco. Esta dualidad se correspondía, como podemos comprobar repasando los personajes que se le adjudicaban en los doblajes, con los dos tipos de papeles a los que prestaba su voz. En cambio, al ponerse él mismo ante la cámara, la faceta de galán se evaporaba y sólo quedaba, solo, el bruto.

Bastante primitivo y brutal resulta también el policía que interpreta en “¿Crimen imposible?”, la película de César Fernández Ardavín estrenada en 1954 de la que hemos hablado aquí ya en dos ocasiones anteriores, con motivo de sendas entradas dedicadas a Gerard Tichy y a Ángel Picazo. A Francisco Sánchez le cabe el honor de iniciar el metraje de la cinta con su actuación como policía glotón que saquea la “frigidaire” de la víctima a la espera de que lleguen el juez y su superior, el inspector que interpreta José Suárez. La despreocupada desgana con la que sugiere a Irene Caba Alba (la madre de los hermanos actores Irene, Julia, y Emilio Gutiérrez Caba), que hace de asistenta del finado escritor Certal, que se apresure a limpiar la sangre de la escena del crimen, porque “mancha muchísimo”, mientras devora un bocadillo da muy bien la medida de la personalidad de su papel.

Su labor en la cinta de Fernández Ardavín se vio justamente recompensada con el premio del Círculo de Escritores Cinematográficos "Premio Jimeno" a una labor novel, correspondiente al año 1954, superando a los otros nominados que fueron, completando la terna, Ladislao Kubala e Irán Eroy, quienes actuaban ambos en "Los ases buscan la paz", de Arturo Ruiz Castillo.


Por último, en una más que probable trasposición fílmica del productor y director Ignacio F. Iquino (véanse las gafas de gruesa montura como elemento caracterizador), Francisco Sánchez hace el papel de un productor catalán en “La gran mentira” (Rafael Gil, 1956), al que, en el transcurso de una fiesta, un guionista pelmazo, interpretado por el pintoresco José Ramón Giner (uno de esos característicos inefables que merecerá con todos los honores una entrada en este weblog), se obstina en colocarle alguno de sus trabajos. Cuando cree que ha conseguido dar esquinazo al insistente guionista, se relame ante la proximidad de una “starlette” (Tere del Río), aunque nuevamente, el menudo José Ramón Giner consigue hacer presa en él. Ante las constantes atrocidades que, como proyectos, le propone el guionista (un subterfugio para que el tándem Gil-Escrivá critique el tremendismo del cine-denuncia del momento), el personaje de Francisco Sánchez le espeta: “Mire usted, entre la gente que asiste a esta fiesta los hay que me deben cuatro millones de pesetas…!!Me va a hablar a mí de desgracias!!”.

“La gran mentira” fue una película de las escasas en las que el cine español se ha dedicado a retratar el interior del mundo del cine. Con el moralismo característico en la primera etapa de la obra de su guionista, se trata de una fábula que pone de relieve la despiadada ambición que impera en la profesión cinematográfica entendida según los parámetros del llamado “Star System” norteamericano, trasladados a la realidad española. El film resulta valioso hoy, sobre todo, además de por la acostumbrada pericia narrativa de su director, uno de los pocos poseedores en aquellos años de una técnica más homologable al estándar hollywoodiense, por las prestaciones de un reparto sensacional , con Paco Rabal como protagonista, en el papel de un galán “fuera de circulación” por las intrigas de una estrella femenina (Jacqueline Pierreux), amante de un poderoso y egocéntrico productor(un espléndido Juan Calvo). La irrupción en este cerrado y turbio ambiente de un elemento puro, encarnado por la hermosísima Madeleine Fischer, una joven inválida, maestra de escuela de un pueblecito, que gana un concurso radiofónico en el que participó por intermediación de su padre (Rafael Bardem) provoca el conflicto, las complicaciones sentimentales y, finalmente, la redención por amor. En este entramado melodramático, se suceden intervenciones muy jugosas de toda una galería de “cameos” y números breves a cargo de artistas tales como Fernándo Fernán Gómez, que aparece del brazo de José Luis Sáenz de Heredia, de Bobby Deglané, de Bioscas, de Rafaela Aparicio y Milagros Leal, o de José Luis Ozores (que, en la sala de espera del productor, repleta de retratos suyos, exclama para sí: “¡Y pensar que yo a este le conocí de pastor de cabras en el pueblo!”), entre otros. En este desfile de personajes, que componen el microcosmos de la película, el que incorpora Francisco Sánchez es uno más, el tipo de productor llano, directo, ocupado exclusivamente en obtener beneficios. Una vez más, aunque vista esmoquin, un personaje escasamente refinado, un hombre con la sensibilidad de un tanque (un poco en la línea del Eugene Pallete en “Las tres noches de Eva” (Preston Sturges, 1941), al que muy apropiadamente prestó la voz en el doblaje español), a cargo de un actor al que todo el mundo ha escuchado en infinidad de ocasiones pero al que muy pocos han visto, Francisco Sánchez, una voz de príncipe encerrada en una apariencia de patán.

PD: La última película de producción española en la que actuó Francisco Sánchez, “Molokai, la isla maldita” (Luis Lucia, 1959) tendrá su comentario en un futuro, cuando este burgomaestre la haya visto, y con motivo de la entrada dedicada a cualquiera otro de los fenomenales actores que participan en ella.

PD2: Como muestra de la voz de Francisco Sánchez había colgado aquí una secuencia en la que, precisamente, no se mostraba el rostro del actor doblado, con lo que el amable lector de Lady Filstrup no habría tenido ninguna dificultad en imaginar al propio actor interpretando la secuencia. Se trataba de un fragmento de “Sólo se vive dos veces” (Lewis Gilbert, 19666), una muy mediocre entrega de la serie Bond original. El villano al que prestaba su voz nuestro protagonista de hoy, Ernst Stavro Blofeld, lo encarnaba un desfigurado Donald Pleasence. Como Youtube tuvo a bien "descolgarlo" (por temor, se supone, a incurrir en la justa ira de su Graciosa Majestad Británica), he sustituido las imágenes por una presentación de las fotos de Francisco Sánchez.
PD3: Esta entrada debe su existencia al interés de un amigo visitante de Lady Filstrup quien puso a este burgomaestre sobre la pista de Francisco Sánchez. Vaya para él mi gratitud, ya que si hoy soy un poco menos ignorante que hace una semana es en virtud de su curiosidad.

Última POST DATA: “Encore” Francisco Sánchez

Era una ingenuidad pensar que la filmografía de nuestro protagonista se acababa en el puñado de títulos que figuran en IMDB. Alguien vinculado profesionalmente al cine mediante el doblaje, al menos, hasta 1978, resultaba poco creíble que no interviniera en algún otro film. Así, tan sólo dos días después de haber “cerrado” la entrada sobre Francisco Sánchez, este burgomaestre se ha visto sorprendido con una inesperada aparición del actor en la película producida por Enrique Urrutia presentada por Chamartín y realizada en régimen de co-producción con Italia, dirigida por Ramón Fernández, “Siete minutos para morir”(1971). Se trata de un producto derivado de la “fiebre Bond”, algo tardío, sin ninguna otra pretensión que distraer someramente al público con una enrevesada trama y grandes dosis de acción. La peripecia incluye un decisivo documento en el que vienen listados todos los agentes nacionalistas resistentes a la China comunista al que accede Al Monk, agregado comercial del consulado norteamericano en Hong Kong, el cual es supuestamente asesinado, pero que en realidad tal crimen se ha tratado de una simulación en la que la víctima ha sido su hermano gemelo Lo Mónaco, personalidad que suplanta. Sobre la pista del perdido documento se pone a Billy Howard, del servicio secreto estadounidense, que descubre la trama. La acción se mueve libremente de Milán a Génova, y a Hong-Kong y en las filas de “los malos” están tanto los representantes del “peligro amarillo”, como la mismísima Mafia italiana. En el papel de Billy Howard, protagonizando la trepidante peripecia, Paul Stevens (seudónimo de Paolo Gozlino), y en el de el avispado Al Monk, Rubén Rojo. Como compañero de Billy Howard que resulta finalmente el traidor de la función, el actor uruguayo George Hilton (Jorge Hill Acosta y Lara). En la parte femenina, Betsy Bell hace el papel de Virna Mondelli, la secretaria de Monks, obligada a servir a la Mafia, que se pone de parte del héroe y conquista su corazón, y la guapísima y escultural Nieves Navarro en el papel de Karin Foster, la amante del falso difunto Al Monk, que se luce especialmente al interpretar a una cantante. Entre los secundarios, destaca la presencia de Emilio Rodríguez, a punto de interpretar al popularísimo maestro de “Crónicas de un pueblo”, en su papel habitual de subalterno policíaco. Agradecidas por el espectador masculino son las presencias más o menos fugaces de Marisol Ayuso en el papel de Sonia, una prostituta que auxilia circunstancialmente al protagonista y de Claudia Gravy, como secretaria sin nombre del señor cónsul americano en Hong Kong, quien no es otro sino Francisco Sánchez. La intervención de nuestro protagonista se produce especialmente en la parte inicial del film, cuando es preciso hablar mucho y bien para que el espectador se haga cargo de la complicada situación. Las frases publicitarias que acompañaron al estreno de la cinta tal vez sirvan de guía para darnos el tono general de la realización. Así, entre otras : “Siguió su pista de extremo a extremo del mundo”, “Tuvo que actuar al borde de la Ley, que utilizaba sus servicios”, “Si había muerto asesinado en Hong-Kong ¿cómo podía estar vivo en Milán unos días después?”, “Todos podían ser, todos eran traidores”, “Un cúmulo de emociones insospechadas”, y también “Un film que le mantendrá en suspenso durante todos y cada uno de los noventa minutos de proyección”.

Francisco Sánchez aparece en "Siete minutos para morir" con aspecto cansado y dice sus frases inexpresivamente. Los años transcurridos desde "El canto del gallo" parecen haber apagado su energía. Físicamente, el deterioro propio de la edad, que ha demacrado su rostro, ha hecho variar su fisonomía. Su nariz parece haber cobrado mayor protagonismo en su cara. De alguna manera, recuerda a Tom Ewell.

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domingo, julio 20, 2008

Mari Carmen Prendes, una sonrisa de cercanías

Sobre los actores y actrices españoles existe un lugar común (más de uno, de hecho, pero ahora vamos a referirnos sólo a uno) según el cual la calidad de sus interpretaciones están por encima de la de las producciones en las que intervienen. Esta afirmación general, que puede calificarse sin temor a ser injustos, como tópico, resulta especialmente aplicable al género cómico. Y más concretamente, al género cómico en el cine español de los años sesenta y setenta, cuando el mecanismo que ha de provocar la risa en el público emplea el combustible menos refinado y más oportunista. Es en esos casos cuando, de manera especial, el aficionado al cine se encuentra en la incómoda situación de sentir cierta vergüenza de estar divirtiéndose con un argumento adocenado, guionizado torpemente y rodado de manera pedestre. La explicación la halla, indubitablemente, en el buen hacer de los cómicos. Y, como sucede con todos los tópicos, mucho de cierto se encierra en esa creencia. Mari Carmen Prendes es un ejemplo paradigmático de cómo es posible hacer parecer graciosos los diálogos menos ingeniosos y de cómo conseguir que el público se divierta teniendo la sensación de presenciar situaciones hilarantes cuando, en el momento de ser concebidas sobre el papel, no pasaban de burdos caminos trillados revisitados por enésima vez. El enorme mérito de esta sensacional actriz cómica (por más que le doliera el encasillamiento, el desarrollo de su oficio le llevó a ese estadio) radica precisamente en eso, en haber conquistado la popularidad máxima logrando brillar en malas películas y consiguiendo, casi mágicamente, hacer remontar el vuelo, con su singular vitalidad y empuje, oscuros artefactos que se arrastraban.

Actriz perteneciente a la distinguida raza de cómicas geniales, tales como Guadalupe Muñoz Sampedro, Julia Lajos, Isabel Garcés, o Julia Caba Alba, Mari Carmen Prendes completó una trayectoria larga, exitosa y laureada en el teatro, cosechó la máxima popularidad en la pequeña pantalla, siendo presencia casi constante en la mejor década de la televisión española, y participó, en cambio, de lo que probablemente sea lo peor del cine español, considerado como tal, la comedia de consumo que se produjo a caballo de las décadas de los sesenta y los setenta. El “tipo” que terminó por imponerse sobre su probada variedad de registros podríamos considerarlo algo así como una versión femenina del francés Louis de Funes, es decir, alguien relleno de una energía desbordante, y dueño de un carácter tendente a la irritabilidad, aunque mucho menos gesticulante que el astro galo y con un humor más zumbón. En cualquier caso, y para este burgo, Mari Carmen Prendes fue una de esas grandes damas que en lugar de cimentar su grandeza en la vacua distinción que caracteriza a la presunta “gente importante” lo hizo sobre la base de su arrolladora capacidad para divertir al público. Todo un don con el Mari Carmen Prendes nos obsequió a lo largo de medio siglo de actividad profesional.

Mari Carmen Prendes Estrada, que falleció en Madrid el 27 de enero del 2002, había nacido en Segovia el 29 de septiembre de 1906, según las fuentes consultadas, lo que la convertía en la mediana de tres hermanos dedicados al arte de la interpretación, pues a su nacimiento antecedió el de Mercedes (en la ciudad de Gijón, en una fecha indeterminada de 1903) y siguió el de Luis (en Melilla, el 2 de agosto de 1913). Las mismas fuentes atribuyen a la intervención de su hermana Mercedes, el temprano inicio de la andadura profesional de Mari Carmen, que se produciría, con sólo quince años de edad, como meritoria y en las vacaciones del colegio , en la obra “Los millones de Monty”, en la compañía de Pepita Díaz y su marido, Artigas. Por aquel entonces, la actriz residía en Guadalajara y acudía al Colegio de Huérfanas de Guerra. Aquel primer contacto con la escena y la influencia de su hermana Mercedes son suficente para decidirla a seguir profesionalmente el camino de la actuación. Se incorpora a la compañía de Rosario Pino y Emilio Tullier donde verdaderamente va adquiriendo la experiencia necesaria para convertirse en la gran actriz que por talento innato realmente era. Llega en 1931 su primer éxito personal con la representación en el teatro Calderón de Madrid de “Cuando los hijos de Eva no son hijos de Adán”, de Jacinto Benavente. Obra que supuso, por cierto, el debut de otra grande de los escenarios, Amelia de la Torre. El respetado autor de la obra reconoce el talento de la joven Mari Carmen y le promete que le dará un papel de mayor relevancia en una nueva obra que escribirá para la compañía, pero la titular, Rosario Pino, fallece y la obra no llega a escribirse. No por ello guarda la actriz mal recuerdo del autor nobel, quien le regala un retrato dedicado “a la eminente Actriz”, (a pesar de su juventud) y del que acabará representando alguna obra, como por ejemplo la titulada “El bailarín y el trabajador”, ni tampoco por este proyecto no realizado se detiene la carrera de Mari Carmen Prendes, quien actúa como primera actriz, a comienzos de los años 30, en el Teatro Chueca, actuando con Pepe Porta y Antonio Armet como galanes. Es por aquel entonces, en 1934, cuando estrena una obra de Pedro Muñoz Seca, “El gran ciudadano”, en la que, en el papel de una gitana, comparte el escenario con Pepe Isbert, María Bru y Milagros Leal , con la que mantiene un dúo interpretativo tan formidable que el autor de la comedia acude a diario a las representaciones para ser su espectador entusiasta. El gran Pepe Isbert impresiona a la joven Mari Carmen Prendes, que le recuerda en lo sucesivo como un gigante de la escena, cuyo trabajo teatral valora hasta el punto de afirmar muchos años después que “al lado de lo que hacía sobre el escenario, lo que hizo luego en cine apenas sí tenía importancia”. Su capacidad para cambiar de registro radicalmente, pasando de provocar en el espectador el llanto o la hilaridad sucesiva y bruscamente, deslumbra a Mari Carmen Prendes, quien toma buena nota de lo aprendido. En esos años, todavía está por formarse la personalidad que, definitivamente, asumirá la actriz en su madurez y eso le permite alternar registros diversos en las obras que representa de, por ejemplo, los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero, de los que recuerda que fomentaban una imagen conjunta, pero a los que su memoria cataloga distintamente. Si el primero era de carácter más suave y ligero, el segundo imponía más y afectaba mayor seriedad.

En abril de 1936, Mari Carmen Prendes tiene el buen criterio (y la suerte de poder aplicarlo) de emigrar a Buenos Aires disfrutando de una oferta de trabajo. No regresa a España hasta 1945, cuando la peor parte de la pesadilla franquista ha terminado. Su retorno a los escenarios madrileños se produce con la obra “Del brazo y por la calle”, al lado del actor cómico valenciano Pérez Marí. Se inicia entonces la etapa de madurez artística y personal de la actriz, que va forjando su prestigio, fama y su propia personalidad para el público mayoritario.

En los Teatros Nacionales

Los quince años que transcurren desde su regreso de Argentina permiten a Mari Carmen Prendes acumular el reconocimiento que le lleva a acceder a las compañías de los Teatros Nacionales. Así, el 23 de mayo de 1960 se produce su debut como integrante de la compañía que estrena en el Teatro María Guerrero “Mermelada de ciruelas”, de Manuel Gallego Morell, bajo dirección de Javier Lafleur, con Charo Soriano, Francisco Merino, Pilar Muñoz, María del Puy y Jorge Vico, entre otros, como compañeros de reparto. El día 31 de ese mismo mes protagoniza la función única, igualmente en el María Guerrero, con la compañía del “Pequeño Teatro Dido”, de “Doña Endrina”, adaptación de Manuel Criado del Val de parte del “Libro del Buen Amor”, de Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita (de la cual representación hemos colgado una fotografía). Compañeros de reparto de esa especialísima y muy elogiada representación fueron Francisco Valladares, Carmen Sáez, Emiliano Redondo y Julio Gorostegui, entre otros, y la dirección corrió a cargo de Ángel Fernández Montesinos. En enero del siguiente año, es la primera actriz de “Un sabor a miel”, obra de Shelagh Delaney que estrena también “Pequeño Teatro Dido”, en el María Guerrero, con dirección del laureado Miguel Narros (premio Nacional de Teatro 1987) y con Emilio Laguna y el propio director, como “partenaires” masculinos. Acaece entonces la irrupción de Mari Carmen Prendes en la pantalla del cinematógrafo y, dos años más tarde, también en la televisiva. No vuelve a los Teatros Nacionales hasta septiembre de 1967, que es cuando, reclamada nuevamente por Miguel Narros, interpreta en el Teatro Español uno de sus mayores éxitos en “Las mujeres sabias”, de Molière, según versión de Enrique Llovet. Con un reparto de excepción que incluía a Berta Riaza (de la que Mari Carmen Prendes se confesó admiradora), Julieta Serrano, Luchy Soto y Carlos Lemos (sustituido por Guillermo Marín), el montaje obtiene un éxito más que notable, permaneciendo dos años en cartel, con algunas variaciones en el elenco, como las incorporaciones de Elisa Ramírez y Teresa del Río. Igualmente, con dirección de Miguel Narros, Mari Carmen Prendes representará más clásicos, como el “Don Juan Tenorio” de José Zorrilla del Teatro Español de 1968, con José Luis Pellicena, Francisco Vidal, Javier Loyola, Víctor Valverde, Agustín González, José Manuel Cervino, Julieta Serrano y Ana Belén, entre otros, y el “Medida por medida” de William Shakespeare estrenado en el mismo escenario el 29 de enero de 1969, con similar reparto. Unos meses más tarde, en abril, la misma compañía representa “El sí de las niñas” de Leandro Fernández de Moratín.

El brillante epílogo a las actuaciones de Mari Carmen Prendes en las compañías de Teatros Nacionales lo supuso su triunfo personal en el montaje estrenado el 3 de febrero de 1984 de “Eloísa está debajo de un almendro” que dirigió José Carlos Plaza y que ya citamos en este weblog por causa de la participación de Ángel Picazo, otra presencia destacada en una representación que contaba también con las actuaciones de Enriqueta Carballeira, Pilar Bayona, Teófilo Calle, José Luis Pellicena, Rafael Alonso y Antonio Valero. Su sobresaliente interpretación, frisando ya la condición de octogenaria, le valió el premio Miguel Mihura de aquel año.

Al margen de sus colaboraciones con los Teatros Nacionales, la carrera teatral de Mari Carmen Prendes está jalonada por títulos de grandes éxitos populares y críticos, como, por ejemplo, la tragicómica “Te espero ayer”, la justamente célebre “Historia de una escalera”, la muy exitosa (más de tres años en cartel) “Una noche en su casa… señora”, y otros muchos, de los que cabe citar, a título de ejemplo, “Mi cara serrana lo va diciendo por donde voy”, “Por cualquier Puerta del Sol”, “Las bicicletas son para el verano”, “A Electra le sienta bien el luto”, “La casa de Bernarda Alba”, “Paso a paso”, “Cartas de mujeres” y “Comedias bárbaras”.

Mari Carmen en el cine

Revalidada su experiencia teatral en la televisión y fijada su personalidad para el público masivo por sus personajes en la pequeña pantalla, se desarrolla la parte fundamental de la carrera cinematográfica de Mari Carmen Prendes. Previos a los años de máxima intensidad de trabajos cinematográficos son sus primeras intervenciones, algunas tan peculiares (por insólita, por atípica, por marginal, casi) como “La hora incógnita”, una película escrita y dirigida por Mariano Ozores, todo un proyecto, en muchos sentidos, familiar.

Mari Carmen Prendes ya se había puesto ante las cámaras de cine en “Mi noche de bodas” (Tulio Demicheli, 1961) y en “Vuelve San Valentín” (Fernando Palacios, 1962), cuando interpreta el papel Remedios en “La hora incógnita”, la película que decidió a Mariano Ozores a abandonar todo intento de emplear el cine como medio de expresión y a limitarse a intentar distraer al público. Se trata de un film que plantea una especie de “apocalipsis de bolsillo”, pues circunscribe la psicosis del fin del mundo (propia de aquellos años de recrudecimiento del temor a la “bomba final”) a una población mediana en la que, por un error en los cálculos, se va a desencadenar una deflagración exterminadora. La parte de la población que, por una causa u otra, no ha evacuado la pequeña ciudad representa la Humanidad en sus diversas facetas y ejemplifica la diferentes actitudes que, ante una situación límite, se pueden adoptar (según el criterio del autor del argumento y guión, el propio director, Mariano Ozores). El fracaso comercial fue inapelable y agravado, además, por el elevado presupuesto con el que contó la película, que presentaba un reparto de lujo y, a la vez, muy familiar. A la familia Ozores, casi en pleno, es decir, a los hermanos Mariano, como director, José Luis y Antonio como actores, la esposa de éste, Elisa Montés y su hermana, la cuñada de los tres primeros, Emma Penella, había que sumar los hermanos Prendes, Luis y Mari Carmen, además del matrimonio formado por Fernando Rey y Mabel Karr. A tanta familiaridad se añadían dos Carlos (Ballesteros y Estrada), Enrique Vilches, Rafael Arcos, Jesús Puente, Julia Martínez y Mercedes Muñoz Sampedro, quien, en el papel de Sofía, formaba en la película pareja con Mari Carmen Prendes, encarnando ambas a un alucinante dúo de cotillas que aprovechaban la situación de abandono de sus domicilios y negocios por parte de sus convecinos para chafardear en alcobas y cocinas privadas y para atiborrarse de dulces “de gorra”. La cinta incurre en el grave pecado de la pretenciosidad, pero muestra un cuidado en el acabado (¡esa magnífica fotografía de Godofredo Pacheco!) que no podemos dejar de lamentar que su escaldado responsable abandonara. La película, que no obtuvo el respaldo oficial (sólo fue calificada como de segunda categoría, con lo que ya partía lastrada por un severo déficit financiero) ni el popular, ya que el público vio defraudadas sus expectativas, pues esperaba algo más cómico tratándose de una película “de José Luis Ozores”, representó un revés tal, un fracaso tan morrocotudo, que Mariano Ozores se propuso firmemente no volver a caer en la tentación de “ser autor”. Los actores, no obstante, están muy bien y consiguen a veces, imponer su calidad a lo estereotipado de sus roles. Vale la pena, especialmente, el citado dúo de Mercedes Muñoz Sampedro y Mari Carmen Prendes, como desvergonzadas comadres alcahuetas y también, como siempre, la deslumbrante belleza de Elisa Montés, que luce en esta película una extraña y renovada nariz, casi inexistente.

El mismo año del rodaje de “La hora incógnita” (por cierto, título, según Ozores, impuesto por el productor) fue también el de “Fin de semana”, primera de las colaboraciones de Mari Carmen Prendes con su director, Pedro Lazaga, o, lo que es lo mismo, la inmersión de la actriz en el universo chillón, multicolor, oportunista, facilón y comercial del Pedro Lazaga de aquellos años, abonado entonces a las comedias que buscaban con desesperada ansia la rentabilidad en taquilla, ya fuera recurriendo a cómicos “con tirón popular” (como Paco Martínez Soria), a temas de “rabiosa actualidad” (como el turismo, el consumo y toda la gama permitida del erotismo) o a referentes humorísticos de probada solvencia (como lo que quedaba de Jardiel Poncela por adaptar). A Mari Carmen Prendes, hay que decirlo, le tocó bregar con la peor versión del cineasta, un sujeto complejo, con una capacidad de trabajo encomiable, de pasado turbulento (y belicoso, pues era exdivisionario), en esos años en los que su prestigio como actriz cimentado en su larga experiencia teatral le habían procurado la llamada de los medios más lucrativos. Es muy notable constatar que las buenas maneras de las comedias del “desarrollismo” se van perdiendo en una factura cada vez más tosca, en la misma medida en que el humor de las comedias de Lazaga va empleando una sal cada vez más gruesa. Si “Fin de semana”, por ejemplo, cuenta todavía con algunos momentos acertados y con un tono amable y humanista (además del no desdeñable valor añadido de la presencia de la guapísima Soledad Miranda), las películas que la suceden van degenerando en forma progresiva. Excepción hecha de “El tímido”, film tan atípico que merece por ello un punto y aparte como el que sigue.

Adolfo Marsillach en su por otra parte excelente libro de memorias (“Tan lejos, tan cerca”, Tusquets) omite cuidadosamente mencionar las películas en las que actuó a las órdenes de Pedro Lazaga (del mismo modo que las había ignorado en el libro de Editorial Dopesa de la serie “Nuestros contemporáneos”, a él dedicado, de Gonzalo Pérez de Olaguer). Es el caso de “Torrepartida” (1956), curiosa historia en la que el divo teatral incorporaba el papel de un jefe de una banda de maquis (sin significación política, claro) resuelta con el brío que su director tenía en sus primeros años de oficio, también de “La pandilla de los once” (1962) parodia del género de atracos perfectos a lo Rififí de la que, como mínimo en honor a su destacadísimo reparto, debería haberla hecho merecedora de algún comentario, y, de manera aún más significativa (por ser autor del guión y protagonista absoluto), de “El tímido” (1965). Es este un film que trata el caso de un hombre aún joven que sufre un profundo problema de timidez (al que el propio autor de la historia no fue en absoluto ajeno, en su juventud) que vive aislado bajo el ala protectora de su alcoholizada madre viuda (una excelente Mari Carmen Prendes). Nada ingenuamente, el hombre capitaliza su problema al hacerse pasar por novio de cinco muchachas a las que saca de sus hogares paternos con el salvoconducto de su conocida timidez para entregarlas, a cambio de dinero, a sus parejas reales, inadmisibles por los progenitores de las chicas. Por alguna razón, esta perversa idea y el negro tono general de la película, no merecieron el recuerdo de su creador. En el reparto, en el lado de las féminas, estaba, además de la pareja de entonces de Marsillach, Tere del Río, estaban Ángela Bravo, Maruja Bustos, Belinda Corel y Ana Carvajal, entre los chicos que pagaban por el privilegio de bailar con ellas al son de “Micki y los Tonys”, figuraban Adolfo Arlés, Javier Inglés, Óscar Monzó, Rogelio Madrid y el luego muy popular Manuel Tejada. Como característicos que aportaban oficio, actuaban el gran Antonio Prieto, el no menos grande José Orjas,Manuel Arbó, Luis Sánchez Polack, Xan Das Bolas y, entre un largo etcétera, Luis Morris, profesionalmente muy unido a Adolfo Marsillach.

El caso es que, tras la pequeña colaboración con que iniciaron su relación profesional, en la citada “Fin de semana”(con José Luis López Vázquez, Manolo Gómez Bur y Antonio Ozores), en la que Mari Carmen Prendes limita su intervención a una sola escena, en la que no tiene que hacer casi nada (en la secuencia está sentada y hace algunos comentarios, casi todos añadidos en el doblaje) más que aparecer inopinadamente acompañada de Ángel de Andrés para arruinarle el plan adúltero al cariacontecido José Luis López Vázquez, y de su papel de mayor compromiso en “El tímido”, la pericia profesional, el olfato de experimentado director, que no se le pueden negar al director de “Cuerda de presos”, hace que vea en la actriz segoviana un seguro de vida, un cheque al portador, en lo que a prestaciones interpretativas se refiere, y cuenta con ella en un elevado número de títulos entre 1963 y 1972. Lazaga y nuestra protagonista de hoy ruedan además“Dos chicas locas, locas” (1964), con el “gancho” del protagonismo de Pili y Mili; “Sor Citroën” (1967) con Gracita Morales como estrella protagonista; “Novios 68”(1967), que explotaba el atractivo de las parejas cinematográficas que formaban, entre otros, Juan Luis Galiardo y Sonia Bruno, dentro de un reparto multi-estelar; “Las siete vidas del gato” (1970), adaptación de una obra de Jardiel que comparece aquí por tercera vez, tras hacerlo en las entradas de Rosanna Yanni y Valeriano Andrés; “Black story (la historia negra de Peter P. Peter”(1971), una vez más con José Luis López Vázquez y la hermosa Analía Gadé (y con la intervención, como en el título anterior, de Luis G. de Blain, en el guión), y “No firmes más letras, cielo”(1972), en la que Mari Carmen Prendes tiene la oportunidad de componer su canónico tipo de suegra teniendo como “víctima” a la encarnación del mito hispánico (o celtibérico) Alfredo Landa. De todas ellas, la propia actriz destacaba como su preferida “Black story (la negra historia de Peter P. Peter)”, que, efectivamente, si quiera sea por su argumento (las fantasías de un escritor de novelas del género negro y de espías, como el propio Luis G. De Blain), menos deudor del oportunismo comercial, es la más memorable del periodo posterior a la negra “El tímido”.

Todavía peores son las películas que filma a las órdenes de Mariano Ozores, que, diez años después de “La hora incógnita” se halla totalmente imbuido de su función eyectora de películas cutres de consumo acrítico. Así, a Mari Carmen Prendes se la encuentra totalmente inmersa en el “Torbellino Ozores” de manera especial, tras sus colaboraciones con Pedro Lazaga, figurando en los repartos de algunas distinguidas perlas, tales como “El calzonazos”, “Jenaro el de los catorce” o “Dormir y ligar, todo es empezar”, todas ellas del mismo año 1974.

No obstante, el punto más bajo (en cuanto a calidad fílmica) de la carrera cinematográfica de Mari Carmen Prendes lo constituyen los títulos firmados por Agustín Navarro, que fueron, justamente, los dos últimos que rodó el director: “Enseñar a un sinvergüenza” (1970), rudimentaria y rutinaria adaptación de una obra incomprensiblemente exitosa de Alfonso Paso, con un estomagante Pepe Rubio, y “La casa de los Martínez” (1971), nefasta traslación del fenómeno televisivo del mismo título, verdadero engendro indescriptible trufado de apariciones de personajes populares de la época y de horripilantes canciones debidas al genio de Alfonso Santisteban (una de ellas, la más delirante, cantada por su esposa, Marisa Medina). La lista de intervenciones y “cameos” es tan larga como variopinta y, en ocasiones, desconcertante: presentadores como Torrebruno y Miguel de los Santos, periodistas como Tico Medina (que habla con la voz de Rafael de Penagos), cantantes como Mochi, humoristas como Tip y Coll, Manolo Escobar y señora, Manolo Gómez Bur y señora, Tony Leblanc y toda su prole, Concha Velasco y su “chacha”, Josele Román, Ángel de Andrés, Simón Andreu, Perico Chicote, Estrellita Castro, Mary Santpere, y un largo etcétera de luminarias más o menos coyunturales, se sumaban al reparto habitual de la serie televisiva en un esfuerzo por hacer digerible lo que era rigurosamente infecto. Entre las personalidades que estaban allí para actuar “de verdad”, encontramos a Carmen Martínez Sierra, Tota Alba, María Isabel Pallarés, Juanjo Menéndez y Ricardo Merino.

En líneas generales, la carrera cinematográfica de Mari Carmen Prendes puede afirmarse que no cabe calificarla de distinguida a tenor de la escasa ambición artística de los títulos en los que participa. Se trata, eso sí, de cine muy popular, muy cercano al público más mayoritario y menos exigente, como prueba el hecho de que en su filmografía la encontramos al lado de un cómico tan unido al éxito comercial como el aragonés Paco Martínez Soria en dos ocasiones (además de en la citada “El calzonazos”, en la muy difundida televisivamente “Don Erre que Erre”(1970), de José Luis Sáenz de Heredia), y dirigida por profesionales que hacen de la taquilla su objetivo fundamental, como los citados anteriormente y como Manuel Summers (“No somos de piedra”, 1968), Luis María Delgado (“Mi marido y sus complejos”, 1969), Javier Aguirre (“El insólito embarazo de los Martínez”, 1974), Fernando Merino (“Pisito de solteras”, 1973), por citar sólo algunos ejemplos.

Mari Carmen en la tele

Con más de treinta años de experiencia en los escenarios, llega Mari Carmen Prendes al departamento de dramáticos de Televisión Española pisando con firmeza y seguridad, de la mano de Jaime de Armiñán, pues debuta en episodios de dos series suyas: en tres de “Día a día” (1963), y en cuatro de “Confidencias” (1964). Jaime de Armiñán (nacido en Madrid, el 9 de marzo de 1927), desde su aterrizaje en TVE, en 1958, había entregado literalmente centenares de guiones y su figura tenía, consecuentemente, un relieve indiscutible. Su capacidad de trabajo como guionista para el medio televisivo no conoce parangón. En junio de 1961, sirva el dato como prueba, la revista Tele Radio publicaba que el autor había contabilizado ya más de 300 guiones entregados de nueve series diferentes. En 1965, en el programa “Primera Fila”, Mari Carmen Prendes vuelve a actuar según lo escrito por Jaime de Armiñán, en la adaptación de su obra teatral “Pisito de solteras” (estrenada en el teatro Infanta Beatriz de Madrid en 1961, con Carmen de la Maza, Alicia Hermida y Maite Blasco, entre otras). Ocho años más tarde, la actriz segoviana vuelve a actuar en la versión cinematográfica de la comedia, en 1973, con dirección del poco sutil Fernando Merino, y protagonismo masculino de Alfredo Landa, que ya se había ocupado del mismo papel en la versión televisiva. Si en la pequeña pantalla, tienen como compañeras de reparto a Nuria Carresi, María Luisa Merlo, Irán Eroy, Alicia Hermida (que había estrenado la obra) y Amparo Baró, en el cine serán Silvia Tortosa, Mónica Randall, Mirta Miller y Tina Sáinz las encargadas de interpretar los restantes roles. Y aún volverá al “universo armiñiano” cuando actúe en la serie “Las doce caras de Eva”, en el episodio “Capricornio”, emitido en 1972.

En los años siguientes, Mari Carmen Prendes sigue actuando en adaptaciones de obras teatrales del programa “Estudio Uno” y en las series más populares, de entre las que destaca, por su significado éxito, “La casa de los Martínez”(1967-1971), original de Romano Villalba, donde interpreta el papel de Olga Pompeyo, la suegra del cabeza de familia, Enrique, interpretado por Carlos Muñoz y madre de Carmen, encarnada por Julita Martínez. Esta familia española presuntamente típica ideada por el que había sido reportero del programa “Kilómetro lanzado”, que presentaba Federico Gallo, estaba formada por miembros procedentes de las diversas partes de la geografía española y, como todas las familias (¿?), disponía de dos empleadas del servicio doméstico (personajes que, por cierto, se ganaron el favor popular en su mayor grado: Rafael Aparicio y Florinda Chico las primeras temporadas, ésta última con la adición de Laly Soldevila, después, y con las hermanas Teresa y Fernanda Hurtado, en los últimos tiempos). En el transcurso del programa, además de dramatizar leves peripecias vitales, la familia recibía distinguidos invitados a los que entregaban, al despedirse, la llave de honor de su casa. En definitiva, la fórmula del programa se correspondía con un magacín de sobremesa dramatizado y obtuvo un éxito resonante que justificó su tan prolongada permanencia en pantalla. En la foto adjunta, puede verse al elenco del programa en su formación de la temporada 1969, con (de izquierda a derecha de la imagen): Eduardo Coutelena, Carlos Muñoz, Laly Soldevila, Isabel María Pérez, Florinda Chico, Julita Martínez, Mari Carmen Prendes y la atractiva y sugerente Mari Carmen Yepes, que hacía el papel de la prima Pilar.

En los primeros años setenta, Mari Carmen Prendes continúa interviniendo en series de gran éxito, como en un episodio de “Visto para sentencia”, que incluía en el reparto a Javier Escrivá como protagonista y a Luis Prendes y Francisco Pierrá, entre otros intérpretes, y en “Estudios Uno” tan celebrados por la audiencia como la sempiterna comedia paródica “La venganza de Don Mendo”, de Pedro Muñoz Seca (con Tony Leblanc como protagonista y con un reparto excepcional, con Fernando Guillén, Antonio Ozores, Gemma Cuervo, Amparo Baró, Luisa Sala, Jaime Blanch, José María Escuer, Carlos Muñoz, Jesús Enguita y Manuel Alexandre) y la contemporánea “Carmelo”, sobre un texto de Juan José Alonso Millán, con los grandísimos Alicia Hermida y Luis Varela como intérpretes más destacados.

En la serie emitida por TVE en 1975 debida al ingenio de Antonio Mingote y dirigida y realizada por Antonio Mercero, “Este señor de negro”, Mari Carmen Prendes representaba el papel de Carola, la hermana del protagonista, Sixto Zabaneta, encarnado por José Luis López Vázquez, y de la que llegó a protagonizar un episodio, que lleva por título el nombre de su personaje. Del episodio “Limpieza de sangre” (una especie de revisión de “Adivina quien viene esta noche”) proceden las imágenes que acompañan estas líneas. En él se da la circunstancia, bien poco habitual, de que comparten plano y escena dos de los hermanos Prendes, representando, precisamente, ese papel, pues Luis hace el papel del padre del sobrino de Sixto y Carola, un juvenil Pep Munné que se presenta en el domicilio paterno acompañado de la que ha de ser su futura mujer, una chica norteamericana, de raza negra. La serie, que fue distinguida con algunos de los premios más importantes de la televisión nacional (el Ondas de Televisión de 1976 y los TP de oro al mejor actor (López Vázquez) y a la mejor serie nacional de aquel año) mantuvo a Mari Carmen Prendes en un nivel alto de popularidad.

Tras su notable protagonismo en la serie de Mercero, Mari Carmen Prendes actúa en un papel, el de Rita, de menor relevancia en la lujosa producción “La saga de los Rius”, uno de los más ambiciosos proyectos nunca acometidos por Televisión Española, que daba su versión a la tendencia las televisiones de aquellos años a producir exuberantes adaptaciones, tipo “Grandes relatos”. Con dirección de Pedro Amalio López, esta versión catódica de las novelas de Ignacio Agustí “Mariona Rebull”, “El viudo Rius” y "Desiderio", constituye uno de los logros más memorables vinculados a la historia del ente que la produjo. Con Fernando Guillén como Joaquín Rius, el protagonista (y con el debut, digamos a título anecdótico, de su hijo Fernando, en la pantalla, siendo un niño) y con las aportaciones de un elenco extraordinario formado por Maribel Martín, como Mariona Rebull, Emilio Gutiérrez Caba, como Desiderio, y Alejandro Ulloa, Ágata Lys, José María Caffarell, Teresa Gimpera, Enric Arredondo, Montserrat Carulla, Ramiro Oliveros y la propia Mari Carmen Prendes, la serie está reclamando hoy ser rescatada en una restaurada versión digitalizada.

En la reedición que, a finales de los años setenta se hizo de la fórmula del fenecido “Estudio Uno”, con el irrelevante título de “El teatro”, Televisión Española recuperó no sólo las intenciones sino también los profesionales que habían ofrecido sus mejores actuaciones diez años antes. Desgraciadamente, nada más era lo mismo y los resultados no estuvieron a la altura del recuerdo que los espectadores tenían del programa pretérito. Dentro de este periodo, Mari Carmen Prendes fue de las requeridas para renovar su compromiso con los dramáticos de Televisión Española e intervino en comedias tan divertidas como “Nosotros, ellas y el duende”(emitida en 1979), según adaptación de Alfredo Castellón de la obra original de Carlos Llopis que continuaba otro éxito suyo, “La cigüeña dijo sí”, que también había hecho Mari Carmen Prendes en Televisión Española en 1966. En el reparto del programa de 1979, gigantes de la escena como José Bódalo y Manolo Gómez Bur. Dos años antes, dirigida por el muy prestigioso Gustavo Pérez Puig (premio Nacional de Teatro 2003), la actriz segoviana ha interpretado el papel de Elisa en “Cuatro corazones con freno y marcha atrás”, una de las mejores comedias de Enrique Jardiel Poncela, que tuvo la peculiar distinción de haberse estrenado dos veces, la primera el 2 de mayo de 1936, con el título “Morirse es un error” (título impuesto por el empresario, pues el original “era demasiado largo”) y la segunda, terminada la horrible contienda, con el título que el autor había ideado. Si en 1936, el reparto lo encabezaba Isabel Garcés y la secundaban Mercedes Muñoz Sanpedro, Carmen Sanz, Concha Sánchez, Alfonso Tudela, Enrique Guitart y José Orjas, entre otros, sesenta y un años después el elenco de la versión televisiva lo formaban Ismael Merlo (como el cartero Emiliano), Pablo Sanz (doctor Bremón), Alfonso Gallardo (Corujedo), Teresa Rabal (Valentina), Amparo Baró (Hortensia), Luis Varela (Ricardo), Antonio Durán (Fernando) y Alejandro Ulloa (Federico). En la obra se explica cómo un doctor en medicina ha descubierto una fórmula que permite rejuvenecer y lograr la inmortalidad a quien la toma, y de las complicaciones que este estado crea en una serie de personajes dando lugar a situaciones comiquísimas, correspondiendo a Mari Carmen Prendes el lucido papel de ser la hija ya anciana que debe reprender, junto a su hermano Federico, a unos padres que están en plena adolescencia y que se comportan como tales, es decir, alocada e irresponsablemente.

“Todo un caballero” es el título del episodio emitido el 1 de enero de 1983 de la serie original de Ana Diosdado, “Anillos de oro” en el que intervino Mari Carmen Prendes, en el breve papel de Consuelito, una tía de Matilde (María Asquerino), de quien quería separarse Antonio (Alberto Closas) para legalizar su situación de pareja (de cuarenta años de antigüedad y con una extensa prole como fruto) con Concha (Elvira Quintillá). La fugaz intervención de una Mari Carmen Prendes casi octogenaria es suficiente para dejar huella de su extraordinaria y poco explotada capacidad para el drama, pues es capaz de conmover y convencer en unos escasos tres minutos de actuación. Su personaje, interno en un asilo, aparece en unos planos sin sonido, sólo con música de fondo, comiendo abstraídamente, un bocadillo. Después, en un diálogo con sus familiares (María Asquerino y Eduardo Calvo), que han ido a comunicarle las intenciones de Antonio, dice sus frases magistralmente, pasando de una situación dominante, digna de su carácter fuerte, a mostrar la inseguridad que se esconde en su interior.

Final

Retirada de los escenarios desde 1988, todavía, un año más tarde y rebasado ampliamente el friso de los ochenta años, Mari Carmen Prendes revalidó el éxito que había obtenido en el teatro representando “Una noche en su casa, señora”, de Juan José Alonso Millán, en el espacio “Primera función” de Televisión Española y, la misma temporada, junto a otra gran dama de la escena, Aurora Redondo, intervino igualmente en “El cianuro ¿solo o con leche?”, del mismo autor, haciendo una última demostración de su talento para la comedia, cultivado ejemplarmente con su esfuerzo profesional a lo largo de tantos años. Mari Carmen Prendes, una mujer entregada a su profesión, llena de una deliciosa energía que contagiaba vitalidad, que aceptaba resignadamente su encasillamiento en el género cómico, a pesar de que anhelaba desplegar registros dramáticos que sabía que dominaba perfectamente (en este sentido, lamentó especialmente no poder hacer el “Misericordia” galdosiano, papel que preparó, en beneficio de María Fernanda d’Ocón, a quien admiraba y a quien hubo de envidiar por su suerte al obtenerlo). Gran actriz, premiada con la Medalla de Oro de Valladolid a la Mejor Actriz, que superaba los inconvenientes de tener, especialmente en el cine, “mala letra” que decir, con el sencillo procedimiento de dotar de inapelable convicción a sus creaciones siendo ella misma. Como parte del público que disfrutó con su arte, a este burgomaestre sólo le queda por añadir una cosa: “Gracias, Mari Carmen”.

Nota 1: además de los libros de consulta habituales (que han sido citados en entradas anteriores) me ha sido de gran utilidad la entrevista y fotos publicadas en el número 1714 de la revista “Semana” de fecha 23 de diciembre de 1972, firmada por Óscar Herrera. La foto de Mari Carmen Prendes en el escenario, representando a Doña Endrina está tomada del número 14 de la revista “Primer Acto”, de mayo-junio de 1960.

Nota 2: En la filmografía de nuestra protagonista de hoy que ofrece IMDB aparece la excelente “El mundo sigue” (1963), adaptación de la novela de Zunzunegui dirigida por Fernando Fernán-Gómez. Tal presencia ha sido corroborada por amigos de este weblog, dignos de todo crédito, y, sin embargo, este burgomaestre está en condiciones de afirmar que la actriz no interviene en ella. Tan magnífica película habrá de esperar una futura ocasión, con motivo de una nueva entrada dedicada a otro actor o actriz, para tener el dudoso honor de comparecer en Lady Filstrup.

El caso de “El tímido” es especial. No figura en la filmografía de Mari Carmen Prendes en IMDB; en cambio, puede encontrarse como la única película de la misteriosa carrera de una tal Maria Luisa Prendes. Lo triste del asunto es que Suevia Films, en su edición en DVD de la película perpetúa el error, tanto en la portada como en la contraportada del estuche. Así se escribe la historia del cine español.

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viernes, julio 18, 2008

Galería: Miguel Ligero y "Sucedió en Damasco"

La importancia de Miguel Ligero (Madrid, 21 de octubre de 1890, Madrid 26 de enero de 1968) en el conjunto de la historia del cine y el teatro españoles excede con mucho la capacidad de este weblog. No obstante, este burgomaestre no descarta en un futuro más o menos próximo dedicar a su figura una modesta entrada en este espacio virtual (aunque ya estuvo aquí, una vez, hablando del Currito Farola vazquiano) porque, como otras grandes primeras figuras de la escena, sería injusto que, precisamente, por su dimensión mítica fueran marginados. En estos tiempos descreídos y desmemoriados, mejor es un recuerdo pequeño que un gran olvido.

En cualquier caso, y en tanto llega o no llega la prometida entrada dedicada a su memoria, he aquí un fotograma de una película protagonizada por el mejor Don Hilarión de la historia del cine, de un cómico que labró una popularidad imbatible durante décadas, es decir de Miguel Ligero, el inolvidable gitano Regalito de las dos versiones de “Morena Clara”, del baturro que inmortalizó el peor chiste de la historia en “Nobleza baturra”, del hoy olvidado Pepe Conde, otrora popularísimo.

Se trata de una imagen que procede de una película que, en las últimas semanas, entre los concurrentes a este weblog (o lo que sea) ha suscitado un inusitado interés y curiosidad, “Sucedió en Damasco” (1943). Precisamente, dirigida por el artífice del doble éxito del mencionado personaje de Pepe Conde, José López Rubio, “Sucedió en Damasco” adaptaba una zarzuela de Antonio Paso y Joaquín Abati (“El asombro de Damasco”, basada a su vez en un cuento de las Mil y Una Noches). El film fue un éxito notable y supone hoy una auténtica rareza, una apuesta insólita dentro de los parámetros más usuales en el cine español. Nada menos que un musical de ambiente oriental, en cuyo conseguido esplendor y fasto tuvo no poco que ver un joven pintor y dibujante, actor en ciernes, llamado José Luis López Vázquez, autor de los figurines de la película.

“Sucedió en Damasco”, que compareció en este weblog por error, al confundir al Rafael Navarro que aparece en ella, en el papel de Gran Visir, con el actor de mismo nombre al que se le dedicaba la entrada, cuenta cómo un comerciante de la ciudad de Mosul llamado Omar envía a la ciudad de Damasco a su hija Zobaida (Paola Bárbara) para que cobre mil dinares que le debe el médico Ben Ibhem (Miguel Ligero). Éste, al ver a la joven, cae violentamente enamorado de ella, por lo que exige que acuda esa noche a su palacio como condición para pagar la deuda. Zobaida, indignada, acude al Cadí (Lauro Gazzolo) primero y al Gran Visir, después, para exponer su queja, pero ambos quedan igualmente hechizados por su belleza y se niegan a protegerla si no accede a sus apetencias. Al lado de estas líneas, otra imagen de la película nos muestra la sin par hermosura de Paola Bárbara en el papel de Zobaida, acompañada de Germana Paolieri (cubierta con un velo) y de un señor que confesamos no saber quién es. Muy destacable nos parece el abigarrado vestuario que lucen los personajes y así lo señalamos.

PD: Una imagen no puede ser mucho más que una muestra, una limitada cata que en modo alguno puede saciar el apetito del cinéfilo, pero tampoco estamos ante algo insignificante. Ahí están (además de la fotografía de Ted Pahle) el encuadre, el gesto del cómico, el abundoso delirio del diseño de vestuario y ese aire, entre lejano y próximo, que tienen las fantasías más bizarras y cotidianas a un tiempo.

Nota: La fotografía en la que aparece Miguel Ligero procede del libro “José Luis López Vázquez. Los disfraces de la melancolía”, editado por La Semana Internacional de Cine de Valladolid (1989). La segunda imagen, con Paola Bárbara como protagonista, está tomada de la enciclopedia de cine editada por Planeta y publicada por Orbis en 1982 titulada “Historia Universal del Cine”.

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domingo, julio 13, 2008

Galería: estampa balompédica

Una tarde de domingo estival como esta de hoy es una ocasión tan inmejorable como otra cualquiera para recordar un momento irrepetible, como todos. Este burgomaestre se refiere a este fotograma, reproducido en el número 11-12 de la publicación “Revista internacional del cine”, correspondiente a los meses de enero y febrero de 1955. En él encontramos a un cuarteto de excelentes artistas, reunidos en un plano de “la película “50 años del Real Madrid”. Observando la imagen de izquierda a derecha nos encontramos con Fernando Sancho (Fernando Sancho Les, Zaragoza 7-1-1916, Madrid, 31-7-1990) en el papel de “Jugador protestón”, con Manolo Morán (Manuel Morán León, Madrid, 30-12-1905, Alicante, 27-4-1967) encarnando a “El directivo”, a su lado, con Félix Fernández (Félix Fernández García, Cangas de Onís, 21-7-1899, Madrid, 9-7-1966), en el rol de “un guardia” y, por último, en el extremo derecha, caracterizado de árbitro, el genial ácrata Fernando Fernán-Gómez (Lima (Perú), 28-8-1921, Madrid, 21-11-2007).

“50 años del Real Madrid” fue dirigida por Rafael Gil, y se estrenó en el Salón-teatro del Parque Ministerial el 29 de marzo de 1952, durante una fiesta organizada por el club blanco en la que también se proyectó la otra película que Gil había rodado ese mismo año, “De Madrid al cielo”, un vehículo para el lucimiento de la actriz y cantante María de los Ángeles Morales, en clave de sainete musical madrileño , en cuyo reparto se encontraban tres de los cuatro actores que podemos ver en la foto: Fernando Sancho, Manolo Morán y el gran Félix Fernández. La película sobre el club de fútbol que celebraba entonces sus “Bodas de Oro” había sido un encargo que el director de “La Fe” había aceptado encantado pues era socio entusiasta del Real Madrid, por lo que cabe suponer que se le hizo en calidad de “director de casa”. En la tarea, que llevó a término en las dimensiones finales de dos rollos, obtuvo Rafael Gil las colaboraciones que quiso entre los compañeros de oficio, como por ejemplo, por parte de José Luis Sáenz de Heredia, como guionista, de Matías Prats (que realizó las funciones de locutor) y de Pedro Luis Ramírez, que le asistió en la dirección. Naturalmente, la colaboración procedente del club de fútbol fue absoluta, prestando para el empeño el concurso de sus jugadores e instalaciones.

La primera parte del film, una evocación de los primeros tiempos del fútbol en los inicios del siglo XX, era la que contaba con las actuaciones, en clave de humorada caricaturesca, de los artistas aquí vistos. Una segunda parte se centraba en la historia del Real Madrid, articulada sobre entrevistas a algunas de sus figuras pasadas como Chulilla, Eduardo Teus, Félix Pérez, o Bañón. Una tercera parte, confeccionada a partir del montaje de material procedente del noticiario “No-Do”, ofrecía una semblanza de los más recientes e internacionales éxitos del club celebrante (los cuales, valga decir, no fueron pocos).

La distribución de la película se llevó a cabo en forma de número especial de la revista de formato cinematográfico “Imágenes”, dentro del circuito normal del “No-Do”.

Quede esta imagen hoy, más de medio siglo después, como muestra insólita de unos cómicos inmersos en un proyecto original, coyuntural y a la vez, paradigmático de toda una época que hoy podríamos analizar y juzgar, pero que quizá sea más sabio y prudente limitarnos a observar. Quedémonos con el gesto chulesco de Félix Fernández, revestido de autoridad de andar por casa; con la complacencia del delgadísimo Fernán-Gómez, pito en ristre; con la rebeldía de pillete del masivo Fernando Sancho; con ese índice que señala un punto determinado (quizá el de penalti) de ese Manolo Morán, cuya severidad mueve a la sonrisa. Magnífica combinación. Espléndida galería.

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domingo, julio 06, 2008

Rafael Navarro o el empaque

Dijimos al hablar de Ángel Picazo que fácilmente podía intercambiar papeles con otro actor del que habíamos hablado antes en este weblog, Tomás Blanco,sin bien destacamos los matices que en sus distintas personalidades los hacían diferenciarse. Hoy vamos a referirnos a un tercer señor “serio y con bigote” que también participa de características generales y de trayectoria profesional que le colocarían en estrecha relación con los dos compañeros citados: Rafael Navarro. Como Ángel y Tomás, Rafael hace gala de su elegancia en el impecable vestir y en la precisa modulación y dicción de su voz. Mejora en esta última característica las prestaciones del señor Blanco y rivaliza en pie de igualdad con el señor Picazo. De éste último se distingue por el matiz de mayor severidad en su carácter. La autoridad que solía representar Ángel Picazo se teñía con tintes paternalistas y no estaba exenta de calidez humana, mientras que Rafael Navarro da la imagen de un médico que sólo receta inyecciones (“con agujas de pinchar”, que dirían los hermanos Malasombra) , o de un durísimo fiscal o de un gobernador de aquellos que la calle era suya y bien suya. La capacidad de Tomás Blanco para encarnar la respetabilidad empapada de un fondo cínico y canallesco, se encuentra a veces también presente en los registros de Rafael Navarro, mientras que difícilmente se hallan en los de Ángel Picazo. Hablando en términos profesionales, de ninguno de los tres puede decirse que completara una carrera cinematográfica rutilante, como actor “de pantalla”, siendo el que reúne mayor número de intervenciones en el cine Tomás Blanco y quizá, también, en las películas más memorables, mientras que Ángel Picazo, por su parte,sería quien habría cosechado mayores éxitos en los escenarios y nuestro protagonista de hoy, Rafael Navarro, quien de los tres habría destacado más notablemente, en el campo del doblaje. Los tres desarrollaron una labor interpretativa excelente y de similar relevancia en los mejores años de la producción dramática de Televisión Española, los que median entre 1964 y 1975.

Primeros pasos

Rafael Navarro García nació en Alicante en 1912 y falleció en Barcelona en 1993, ciudad en la que se había formado. Sus inicios artísticos, aúnsin cumplir la veintena, se producen en el grupo teatral “Los Amigos del Arte”, en 1931. Cuatro años más tarde consigue un contrato profesional en los estudios de barceloneses de doblaje “Acústica”, tras superar una prueba en la que tiene que doblar al actor Gustav Fröhlich en el film “Barcarola” (Gerhard Lamprecht,1935). Pronto une a sus funciones de actor las de director de doblaje y es en este terreno donde su labor profesional se desarrolla preferentemente en su juventud. Para su debut en las pantallas ofreciendo su imagen debe esperar tan sólo un par de años, pues lo hace, todavía inmersa España en su hiriente conflicto bélico, en el film de ambientación barcelonesa “Barrios bajos”, con el que el director Pedro Puche (Yecla 1887, Barcelona 1959), un especialista en doblaje que prolongó su trabajo tras la cámara tan sólo unos pocos títulos más, hasta dejar el oficio de director de cine en 1942, adaptaba al cine la obra del mismo título de Luis Elías. Durante los años cuarenta, Rafael Navarro simultanea sus intervenciones cinematográficas (preferentemente vinculadas a producciones, como la citada anteriormente, generadas en la Ciudad Condal) con el teatro, formando parte, como primer actor, de la compañía de Irene López de heredia y en el Teatro de la Comedia, en Madrid, donde representa a Jardiel en éxitos tales como "Los habitantes de la casa deshabitada" (obra estrenada en 1942). Anotemos que, una vez más, Enrique Jardiel Poncela, como dijimos a propósito de José María Escuer, Carlos Lemos, o Ángel Picazo, vuelve a estar presente en el desarrollo de la carrera de un actor relevante.

Excelente doblador
Es con el uso de la voz como Rafael Navarro se hace con un lugar en el Olimpo actora, en mayor medida que con su propia presencia en pantalla
o en escena. Tras los años en "Acústica", empresa de doblaje en la que, por ejemplo, lleva a cabo un magnífico trabajo como voz de Ronald Colman en "Horizontes perdidos" (Frank Capra, 1937), pasa, en 1949, a "Parlo Films". Cuando Ignacio F. Iquino compra estos estudios, Rafael Navarro pasa a los de Metro Goldwyn Mayer y es en este periodo (que se prolonga hasta 1962, año de cierre de

DIPENFA, empresa que se había subrogado las actividades de la MGM), cuando cosecha sus mayores triunfos y, de paso, puebla la memoria del espectador español con sus actuaciones prestando la voz a Robert Taylor, Glenn Ford y, muy especialmente (por la relevancia mítica de los papeles adjudicados) Charlton Heston, quedando para la historia del espectador hispano la voz de Rafael Navarro como la de Moisés o Ben Hur, con lo que puede hacérsele, en buena medida, responsable de la imperecedera huella que tales personajes dejaron en la memoria colectiva y de la grandeza que para el cinéfilo ganaron las estrellas hollywoodienses. Nunca Glenn Ford estuvo tan convincente como cuando se benefició de la voz de Rafael Navarro, ni Robert Taylor derrochó mayor calidad dramática como cuando era el actor alicantino quien hablaba por él. El propio Paul Newman, a pesar de no ser la voz de Rafael Navarro la que se identifica más habitualmente con él, fue doblado en alguna ocasión muy remarcable por nuestro protagonista de hoy, como en “La gata sobre el tejado de zinc” (Richard Brooks, 1958). La popular adaptación de la obra homónima de Tenesse Williams, que contaba con los valores seguros para la taquilla de las bellezas insólitas de Elizabeth Taylor y Paul Newman combinadas, más la excelencia interpretativa de grandes actores de carácter como Judith Anderson, Burl Ives y Jack Carson, contenía, para beneficio del público español, algunos parlamentos de recuerdo perenne a cargo de Rafael Navarro, como el monólogo que podríamos denominar como “Mendacidad”, hacia el final de la obra, cuando el personaje de Brick se enfrenta dialécticamente a su anciano y enfermo padre tratando de explicar su autodestructiva actitud.

Dando la cara en el cine

Rafael Navarro protagoniza “Alas de la paz”, película estrenada el 16 de agosto de 1943, aunque producida dos años antes. Se trata de una comedia cuyo argumento, guión y diálogos son del propio director, Juan Parellada Estelrich protagonizada por su esposa, la actriz Lys de Valois, y que merece, por todo comentario, una frase desabrida y definitoria en el libro editado por el Instituto Samper, “El cine en 1943”: Nada en nuestro favor dice esta película, que, bien orientada, pudo ser aceptable”. El esforzado creador del fiasco no volvió a dirigir ninguna otra película (fracasando en el intento de llevar a la pantalla una historia de José María Pemán sobre la batalla de Lepanto) y se convirtió en un teórico del cine “exiliado” en la dulce arcadia de París, llegando a ser profesor de español en la Sorbona.

De aquellos años, destacable es “Se le fue el novio” (1945), por suponer el debut de su director, el notable Julio Salvador y por contar con el protagonismo del gran Fernando Fernán-Gómez, además de una intervención de la posteriormente universal Sara Montiel. A las órdenes de Julio Salvador, Rafael Navarro vuelve a ponerse en el film “Duda” (1951) que tenía a Conrado San Martín, Elena Espejo y Francisco Rabal como protagonistas. Si los guionistas del film precedente eran Manuel Tamayo y Julio Coll, el primero había sido el director de “Un soltero difícil” (1950), quedando el segundo al cuidado de la redacción del guión, en colaboración con Juan Aguilar Catena. El resto del equipo, otra producción de Emisora Films, de la etapa en que Ignacio F. Iquino ya había abandonado la empresa y ésta había quedado a cargo de su cuñado y ex-socio, Francisco Ariza, es similar, repitiendo Conrado San Martín y Elena Espejo, además de Rafael Navarro, entre otros, con la adición del magnífico Ángel Picazo, a quien también encontramos en una película anterior de la misma productora, “Pacto de silencio”. A Rafael Navarro le reparten el papel de fiscal en este film de 1949 dirigido por Antonio Román (seudónimo de Antonio Fernández García de Quevedo) , que citamos con ocasión de la entrada dedicada a Ángel Picazo, y del que destacamos entonces que supone el único guión en el que aparece la firma del gran crítico cinematográfico Alfonso Sánchez.

En la sensacional “Mi adorado Juan” (1950), película firmada por Jerónimo Mihura pero que cuya responsabilidad máxima de su existencia cabe imputar a su hermano Miguel (autor no sólo de guión y diálogos, sino también director de actuación), Rafael Navarro personifica al tipo sensato y mediocre del envidioso doctor Manríquez, quien, encarnación de lo mediocre, aburrido y “recto” (en unos parámetros similares a los que representaba Guillermo Marín en su papel de “La vida en un hilo” –Edgar Neville, 1943-) aspira al amor de la exquisita Eloísa Palacios (Conchita Montes), subyugada a su vez por el extravagante encanto del excéntrico Juan del título (Conrado San Martín). La personal creatividad del autor de “Maribel y la extraña familia” otorgan a esta producción de Emisora Films una entidad diferente al resto con las que, por otra parte, tantos recursos técnicos y artísticos comparte. Recordemos que también dijimos alguna cosilla de esta cinta cuando nos ocupamos del gran Juan de Landa, quien compone en ella uno de sus tipos más memorables.

En 1955, Rafael Navarro obtiene un papel en una de las películas que realizara el matrimonio formado por el director Gonzalo Delgrás (colega, además, del actor, por su dedicación a la dirección de doblajes) y la guionista y actriz Margarita Robles, “El hombre que veía la muerte”, que citamos aquí con motivo de la entrada dedicada a Camino Garrigó. En el reparto, además de a José Suarez, Alicia Romay o Félix de Pomés, encontramos también a otro viejo amigo de este weblog, al que acabamos de recordar, Juan de Landa.

En los sesenta, antes del desembarco en TVE

Sin abandonar sus actividades sobre el escenario , Rafael Navarro recala en los años sesenta en la pequeña pantalla, pasando a formar parte del excelente cuadro de actores de los espacios dramáticos de TVE. Pero antes, ha participado en algunas películas ciertamente interesantes, encuadrables en el género negro, como “Muerte al amanecer” (1959, Josep Maria Forn) y las dos estrenadas en 1961 “Los cuervos”, de Julio Coll y “Regresa un desconocido”, de Juan Bosch.

“Muerte al amanecer”, una adaptación de la novela “El inocente”, de Mario Lacruz constituye uno de los títulos más conseguidos de toda la filmografía de su director, el catalán Josep Maria Forn (Barcelona, 14/4/1928). En ella se narra la acusación de asesinato de su padrastro que recae sobre el director de orquesta Delise (Antonio Vilar) en base a pruebas falsas que prepara Doria, un ambicioso agente de seguros que busca su rehabilitación profesional (José María Rodero) y a los testimonios tendenciosos de su interesado cuñado, el abogado Costa (José María Caffarell). El acusado, finalmente cae abatido por los disparos de un policía cojo (Pedro Porcel) del que había logrado huir antes, cuando su inocencia ha quedado demostrada, fatalmente, demasiado tarde. En el film, que tuvo muchas dificultades en su producción, casi arruinó a su director y productor (el propio Forn), que tuvo que hacer frente a un rodaje muy complicado financiera, administrativa y artísticamente. Por un lado, la “estrella” Antonio Vilar se declaró en rebeldía tras comprender que le habían contratado para

hacer el papel de sospechoso y no el de policía y se mostró poco colaborador hasta abandonar definitivamente el rodaje, tras lo que se dedicó a pleitar con Forn (y hasta a pelearse a puñetazos), quien tuvo que terminar rodando sus escenas de interiores (en los estudios IFI de Iquino, por cierto) utilizando hasta cinco dobles a los que no se les veía el rostro. Por si esto fuera poco, por otro lado, la censura se encargó de entorpecer la producción al no aceptar que el personaje del investigador fuera un representante de las fuerzas de orden público, lo que obligó a convertirlo en un agente de seguros y a “desdoblarlo” en el policía que dispara contra el “inocente” al final del film. Estas demoras en el proceso de confección del film casi arruinan a

su responsable, que se veía obligado a dilatar el periodo de gastos sin obtener ingresos cuando, precisamente, acababa de adquirir la productora Teide y más necesitaba rematar prontamente el rodaje. La participación de Rafael Navarro en el film es, por último, meramente episódica.

“Los cuervos” trata de describir el deshumanizado y cruel mundo de los negocios mediante la narración de las suicidas decisiones (desde el punto de vista mercantil) de un magnate al que se le diagnostica una enfermedad incurable. Sus socios tratarán de apoderarse de la riqueza antes de que esta desaparezca. El héroe del film, encarnado por Arturo Fernández, intentará por todos los medios adoctrinar al atribulado desahuciado (Jorge Rigaud) para que la empresa siga a flote, generando bienestar para la

sociedad. Con Francisco Morán, Ana María Noé, Rafael Durán, Santiago Rivero, José María Caffarell y Rosenda Monteros en papeles destacados, la intervención de Rafael Navarro es meramente episódica pero convincente.

“Regresa un desconocido” cuenta nuevamente con el protagonismo de Arturo Fernández, quien en los primeros años sesenta (y habitualmente doblado) fue cabecera de cartel en un buen número de “films noir” españoles, y narra las desgraciadas vicisitudes de un individuo al que, en el transcurso de una timba, hacen creer que ha sido autor de un homicidio para encubrir un asesinato real. La película reunía un plantel de especialistas en el género, como Jorge Rigaud o Luis Induni, a la guapa Edith Elmay en un papel de mujer fatal con dos caras que cumple con la misión de perder y auxiliar alternativamente al héroe, y al incipiente Pedro Osinaga, víctima ficticia primero y real después de la trama criminal. Pero el verdadero hallazgo de la película es Rafael Navarro en el papel del malvado Mario, jefe del gang de delincuentes, atracador, extorsionador y desalmado sin escrúpulos que exhibe una dureza

cortante, seca, espectacular. Es el Mario de Rafael Navarro uno de esos villanos despiadados que no dudan en remangarse y emplear los puños para vapulear al entrometido insecto que se les presente (en este caso, el pobre Arturo Fernández), aunque luego deje que sus sicarios (dos gorilas con maneras de boxeadores) terminen el trabajo. En el climax final del film, protagoniza un tiroteo crudo y negrísimo en el asedio a la cabaña en la playa donde se refugian Arturo Fernández y Luis Induni. Como es obligado en todo villano que se precie de serlo, Rafael Navarro termina mordiendo el polvo entre horribles estertores, culminando así una creación brillante.

Participando del brillo de la “Edad de Oro” de TVE

Con un prestigio cimentado, fundamentalmente, sobre su trabajo de doblador, Rafael Navarro accede a la plantilla de actores de Televisión Española y se ve inmerso en la vorágine (hoy prácticamente inconcebible) de espacios dramáticos que en Prado del Rey de Madrid se realizan diariamente. Junto a fenomenales compañeros, de los que ya hemos hablado aquí y al lado de otros, de los que hablaremos en el futuro, Rafael Navarro participa en diferentes espacios tales como “Ficciones”, “Novela” (con títulos tan memorables como “El hombre de la oreja rota”, “La dama de blanco” o Raffles”) o “Teatro de siempre”. En el mítico “Estudio Uno” hace, por ejemplo, el cínico Algernon de “La importancia de llamarse Ernesto”, de Oscar Wilde,

al lado de Francisco Valladares, Lola Herrera, Margot Cottens, Alberto Fernández, Alfonso del Real, María Julia Díaz y Rosario García Ortega, en versión adaptada por Juan Guerrero Zamora y emitida en diciembre de 1968 . También ese año se emite el “Julio César” de William Shakespeare (versión de José Méndez Herrera) en el que Rafael Navarro, bajo la dirección de Pedro Amalio López interpreta un Casio magnífico, tan soberbio que no desmerece del que John Gielgud ofreció a las órdenes de Joseph L. Mankiewicz. Un insólito Rafael Navarro, sin su característico bigote, ni sus gafotas, ni su habitual e impecable traje cruzado se muestra al espectador revestido de una categoría nueva, especial, de artista superior, que recuerda al gran actor sueco, habitual de Ingmar Bergman, Gunnar Björnstrand. A su lado, Luis Prendes, como Bruto, resulta algo inseguro, quizá por el carácter más dubitativo de su personaje, y el Marco Antonio de Arturo López, se revela un tanto pueril. Ismael Merlo, como César, permanece al margen de las comparaciones, como su propio personaje.

Además de las dos muestras previas del trabajo de Rafael Navarro en obras clásicas e intemporales, podemos destacar sus participaciones en series más cercanas a las coyunturas cotidianas, como, sin salir del mismo espacio “Estudio Uno”, en la obra reseñada en la entrada dedicada a Valeriano Andrés, la original de Alfonso Paso, emitida en mayo de 1971, “De profesión sospechoso”, o, ya en lo que denominaríamos “comedias de situación”, sus varias apariciones en la serie original de Luis Emilio Calvo Sotelo, protagonizada por Juanjo Menéndez, “Historias de Juan Español”, emitida en dos temporadas, en los años 1972 y 1973; o en la serie “Si yo fuera rico”, protagonizada por Antonio Garisa, original (una vez más) de Alfonso Paso y con guión suyo y de Romano Villalba, en el episodio “Si yo fuera inteligente”, emitido el miércoles 20 de febrero de 1974, con realización de Manuel Aguado, donde hacía el papel de “Julio” y con Luisa Sala, Alfonso del Real y Alberto Bové como compañeros de reparto. También, por citar algunos ejemplos más, en el verano del año 1969, participó en 3

episodios de la serie “La risa española”, de los que podemos señalar el original de Jorge Llopis, “Todos eran de Toronto”, donde actuaba, incorporando el papel de un tal doctor Simpson, junto a Arturo López, Lola Herrera, Luis Varela, Mercedes Barranco, María José Fernández e Ignacio de Paul. Asimismo, emitido por el UHF, el martes 17 de agosto de 1971, el episodio de la serie “Sospecha” con guión de Óscar McQueen, “Miedo al pasado” nos mostró a Rafael Navarro en el papel de Paul Glish, jefe de una secretaria (Monserrat Carulla en el papel de Ann Donovan) que consigue seducirle para que se case con ella, hasta que la inoportuna irrupción de una antigua amiga (Carmen Ansa como Lucy Grayson), modelo de profesión, parece echar por tierra sus sueños de confort matrimonial, en lo que debió ser una producción realizada en los Estudios de Miramar de Barcelona.

De estos años, primeros de la década de los setenta, es el episodio de “Pequeño estudio” que adaptaba el relato de Ramón Gómez de la Serna “EL cólera azul”, publicado por vez primera en 1923 y recogido en un volumen de relatos del mismo título en 1934. La versión televisiva era de Pedro Gil Paradela y la realización del aragonés Alfredo Castellón. Se trata de la historia, prácticamente un mito universal, que podríamos llamar “la dama desaparecida” o “la habitación de hotel desaparecida” que ha dado lugar a un buen número de narraciones y películas, que, en su versión más habitual, cuenta cómo dos inglesas, madre e hija, llegan a un hotel del París de la Exposición Universal de 1889 y cómo la madre muere en su habitación al poco de instalarse

mientras su hija está dando un paseo. A su regreso, nadie reconoce haber visto a la difunta y hasta la habitación en que falleció ha desaparecido. Se trata de ocultar una terrible epidemia para evitar el pánico de la numerosa concurrencia. En el espacio del que nos ocupamos, Mercedes Prendes y Silvia Tortosa (guapísima) encarnan a la Viuda de Teixeira y a su hija María de la Concepción, que llegan al hotel “Los Restauradores” de Lisboa, procedentes de sus propiedades en Angola.

Marcelo, el elegantísimo gerente del hotel (Rafael Navarro), las recibe atento, como viene haciendo cada año, por la misma época. Un joven, encarnado por Francisco Valladares, se dedica a flirtear con la recién llegada, cuando esta sale a dar un paseo. Después, de vuelta al hotel, el terrible desconcierto, la pesadilla, las incomprensibles negativas y la cruel revelación final.

De esta etapa cabe señalar que, a pesar de figurar en la IMDB en el reparto del “Don Gil de las Calzas Verdes” del Estudio Uno emitido en junio de 1971, lo cierto es que Rafael Navarro no forma parte del reparto. En el elenco recogido en la socorrida base de datos de internet de este espacio figuran también Luis Varela, Victoria Vera , Félix Navarro y Lola Herrera, pero ninguno de ellos intervino en tal programa. Se subsanará.

En la serie original de Agustín Ysern (que igualmente era responsable de la canción de cierre, “¡Oh, Pili, oh!”), “Pili, secretaria ideal” (de formato, por cierto, muy semejante al de una historieta cualquiera de las típicas de una página de los tebeos de la editorial Bruguera de los años setenta) Rafael Navarro figura en diversas intervenciones en el papel del director de empresa don Arturo, como, por ejemplo, en el titulado “Magnetismo”, emitido el 5 de abril de 1975 o en el de una semana más tarde, que llevaba por título “Bodas de plata”, en lo que se califica, al igual que en el caso de su compañero de reparto, Venancio Muro en su papel del

conserje Eulogio, de “colaboración especial”. Su personaje de esta serie, el adusto don Arturo representa al jefe máximo de la empresa en la que trabajan los dos protagonistas, el don Ramón Menéndez de José María Prada y su secretaria, la atolondrada Pili Pérez del título a quien encarnaba la idónea Elena María Tejeiro, en un escalafón que, como hemos dicho, recuerda a algunas historietas bruguerianas con duplicidad de mandos, como son las de Francisco Ibáñez“.El botones Sacarino” o la misma “Mortadelo y Filemón”, desde la incorporación del Superintendente Vicente. En el episodio citado en segundo lugar, en el que también colabora el anciano Emilio Espinosa, como don Olegario, el homenajeado don Arturo, para cuyo discurso laudatorio se presta la protagonista de la serie, se ve finalmente cazado para otorgar una gratificación para todos sus empleados por la hábil y osada secretaria. La realización de la serie, una “sitcom” intrascendente que pasó sin demasiada pena ni mucha gloria, corría a cargo del ubicuo en aquellos años de TVE Enrique Martí Maqueda.

Rafael Navarro es requerido por Narciso Ibáñez Serrador para actuar en su serie “Historias para no dormir” con relativa frecuencia (3 episodios), tal como dijimos de Estanis González, con quien coincide en los repartos de dos: “El cuervo” (1967) y “El televisor” (1974), siendo el restante “El cumpleaños”, emitido en 1968. De entre los tres destaca muy especialmente el citado en primer lugar, pues en él Rafael Navarro se erige como protagonista absoluto, encarnando magníficamente a un inolvidable Edgar Allan Poe romántico, retador, orgulloso, brillante y finalmente trágico. Le secundan grandes intérpretes, como Luis Peña, Javier Loyola, Nélida Quiroga y la muy hermosa Paloma Valdés.

Con simultaneidad a esta vorágine laboral en la pequeña pantalla, el actor alicantino, casado con la actriz Maruja Montesinos, tiene tiempo para hacer sus pinitos como autor teatral, tarea que le lleva a estrenar una obra, escrita en valenciano, la titulada “Lo que’s deu venerar”.

También continúa actuando en los escenarios, siendo uno de los integrantes, por ejemplo, del reparto del montaje escénico del Teatro Nacional de Cámara y Ensayo de la obra “La baíííía”, de Philippe Adrien, que se estrenó el 30 de enero de 1968 en el Teatro Beatriz de Madrid, con las sensacionales Irene Gutiérrez Caba, Maria Luisa Ponte y los estupendos Manuel Galiana y Arturo López en el reparto, bajo la dirección de Daniel Bohr y que fue calificada por algún crítico como "comedia casi hippie y ejercicio verborreico".

Últimos años: más cine, más tele y también radio

José Antonio Nieves Conde le reclama para que participe en dos de sus películas tardías, lejanas ambas de la meritoria, inspirada e influyente “Surcos” o de la muy perseguida “El inquilino” . El director falangista, en los tiempos del tardo-franquismo y la transición realiza un cine desmañado y sin pulso, producto estas deficiencias, tal vez, de la desorientación que por causa de la lucha con la censura había ido sustituyendo a sus convicciones. El caso es que rueda “Casa Manchada”, que adapta una novela de Emilio Romero, en 1975 y “Volvoreta”, trasunto cinematográfico de la obra homónima de Wenceslao Fernández Florez, en 1976. Mientras la primera tarda cinco años en estrenarse en Madrid en los cines Bilbao, Vergara, Princesa y Windsor B (el 9 de junio de 1980), la segunda, “amparándose” en el gancho de la reciente Miss Universo, Amparo Muñoz, tiene mejor suerte y se estrena en la capital de España el año de su realización, concretamente, el 18 de agosto, en el cine Palafox.

De la adaptación de “Volvoreta”,José Antonio Nieves Conde explica que fue un encargo que se vio obligado a aceptar en condiciones muy negativas para la buena marcha del proyecto. Rafael Gil, que había sido su maestro y mentor y quien le había brindado su primera oportunidad de dirigir cine, le pidió que se hiciera cargo del rodaje cuando despidió al director con quien había contado inicialmente, Rafael Moreno Alba, por discrepancias artísticas irreconciliables. Gil, admirador desde siempre de Wenceslao Fernández Flórez (cuya obra había trasladado reiteradamente a la pantalla, llegando incluso a ofrecer dos versiones de la misma historia, caso de “El hombre que se quiso matar”) era el productor de “Volvoreta”, film que pretendía llevar al cine una de las primerísimas novelas del escritor gallego, anterior incluso a que éste hallara su definitivo estilo fundamentado en el humor. La personalidad de Fernández Flórez, que podía conocerse con bastante exactitud a través de las numerosas adaptaciones al cine que de su obra realizó el mismo Rafael Gil (en este sentido, es paradigmático el título “Huella de luz”, en el que el protagonista, Antonio Casal, es un hombre sensible y tímido que vive con su madre, en parecidas circunstancias vitales a las que el propio autor vivió con la suya) todavía exenta de la deriva humorística que le habría de encumbrar,

impregnaba la trama tristona de la novela. Pero, por encima de este tono, lo que ha quedado es una película fallida, en la que se impusieron las dificultades impuestas por la premura de tiempo con que se rodó (especialmente, un guión sin perfilar que Nieves Conde iba modificando sobre la marcha y, también, las exigencias artísticas de la “diva” Amparo Muñoz). Como el propio director reconoció, sólo fue posible concluir la filmación merced a los buenos oficios y a la comprensión del equipo técnico y artístico, con especial mención para los actores secundarios que colaboraron “más allá del cumplimiento del deber”, entre los cuales se hallaba Rafael Navarro.

La otra mitad de este díptico de lo que podríamos llamar “Nieves Conde Tardío” la compone “Casa Manchada”, adaptación de la novela de Emilio Romero en la que se narra la especie de maldición que persigue a los sucesivos propietarios de la propiedad del título que les lleva a ser suprimidos violentamente por causa de las convulsos vaivenes que sacuden la historia de España desde 1867 hasta la posguerra. Con tal premisa de fondo, la película cuenta, más en primer plano, los esfuerzos amatorios de su protagonista (encarnado por el hollywoodiense Stephen Boyd, el mítico Messala del Ben Hur de William Wyler) para beneficiarse a su propia enfermiza y santa mujer (con la apariencia respetable de la “deborahkerriana” Carmen de la Maza), a la hermosa, turbadora y misteriosa buscavidas Laura (Sara Lezana) y a la advenediza Rosa (interpretada por la italiana Paola Senatore). La película presenta un acabado tosco en la forma y cierto innegable y grosero simplismo en la exposición de sus tesis. Con todo, como suele ser norma en el cine producido en España, vale la pena por el desfile de secundarios, alguno de ellos ya en los últimos compases de su trayectoria, como Jorge Rigaud (que tuvo un final, dicen, bastante patético, próximo a la indigencia por causa de su adicción al juego) en el papel del médico del lugar, don Jerónimo, o Roberto Camardiel, que, en su papel de guardia civil, lleva muy dignamente el tricornio, el mismo, probablemente, que portará en la rodada posteriormente aunque estrenada antes, “Guerreras verdes” (Ramón Torrado, 1976). No menos recordable es la intervención de Alfonso del Real, que con admirable entereza efectúa un lamentable número de “loca” ataviado con un tu-tú. En su papel habitual de sinvergüenza encontramos a Ricardo Merino y al orondo Cris Huerta lo hallamos caracterizado como el jefe del “maquis” que secuestrará al protagonista, en cuya operación de rescate, perderá la vida. El gobernador de la zona, al que vemos participando en una montería al gusto tradicional del régimen franquista y luego advirtiendo al protagonista de los peligros de las incursiones de los “maquis” y, finalmente, provocando su muerte al desoír las advertencias de los delincuentes haciendo intervenir a las fuerzas del orden, es el papel que corresponde a Rafael Navarro el cual, se muestra acertadísimo e idóneo a partes iguales. “Da el papel” a la perfección y cuando asegura, presumiendo, que él “ha sido legionario” (a lo que Stephen Boyd apostilla: “Sí, hombre, pero en las oficinas de Salamanca”) resulta extraordinariamente convincente.

En Televisión Española, a finales de los años setenta y principios de los ochenta, la producción de dramáticos vive un no muy airoso intento de reverdecer viejos laureles. Se desentierra el “Estudio uno” y los resultados no prenden entusiasmos. Ejemplo de ello sería la versión de “Los ladrones somos gente honrada” (emitida en 1979) en la que Rafael navarro incorpora el papel de Felipe Arévalo, el futuro suegro del protagonista, Daniel “El Pelirrojo” (Manuel Tejada, una presencia constante en esos años televisivos). La sensación general del programa es que ha envejecido mal, tanto el formato, como la realización, como sus intérpretes. El ritmo que debía ser enloquecido para resultar gracioso, se amolda cansino a una realización desangelada (debida al zaragozano Alfredo Castellón) y a unos intérpretes demasiado pasados de edad. Francisco Sanz, por ejemplo, siempre eficaz hasta unos años antes, aparece, en el papel del inspector de policía, bastante apolillado. Queta Claver o José Riesgo (éste, especialmente) no parecen tampoco lo suficientemente ágiles como para servir los febriles diálogos de la intrincada comedia. Juanito Navarro, en el papel de “El Tío del gabán”, con sus tics, Antonio Medina, siempre antipático, o Pepe Ruiz, que desempeña el agradecido rol de “El Castelar”, se limitan a cumplir.

De esta etapa, cuando nuestro protagonista de hoy ha superado ya la edad habitual de la jubilación, nos consta su actividad como actor radiofónico (aunque, con una voz como la suya, nos extrañaría mucho que no hubiera trabajado antes en dicho medio) en Radio Nacional de España, actuando en piezas del programa “Teatro Breve”, que se emitían los sábados a las doce y media de la mañana, como, por ejemplo, el titulado “Sin razón”, adaptación de Marisol Carnicero de un relado de Ignacio Sánchez Mejías, con José Caride dando la réplica a Rafael Navarro.

La última aparición de Rafael Navarro en un programa de Televisión Española se sustancia en su breve intervención en el episodio de la serie original de Ana Diosdado “Anillos de oro”, “El país de las maravillas” (emitido en 1983), que protagonizaban Ana Marzoa, José María Pou y Manuel Tejada (el, como ya hemos dicho, omnipresente, en aquel entonces), en el papel de Don Andrés, el jefe de la protagonista. Una corta aparición para, de una simple pincelada, retratar uno de sus habituales tipos de personalidad severa y fuerte.

Un año antes, Rafael Navarro se despedía de las pantallas cinematográficas con una intervención en la superproducción de José Luis Dibildos, “La colmena”. Este productor, uno de los últimos que merecieron tal nombre en el cine español, ya había contado con el actor en sus proyectos “Los nuevos españoles”(Roberto Bodegas, 1974) y “Hasta que el matrimonio nos separe” (Pedro Lazaga, 1977), dos muestras de aquel cine que se dio en llamar de “La tercera vía” que el marido de Laura Valenzuela se prodigó en fomentar y en las que nuestro protagonista de hoy tuvo sendas colaboraciones de escasa entidad. En la película que había de suponer la despedida de Rafael Navarro de la gran pantalla, la dirección corrió a cargo del especialista máximo del cine español en trasladar novelas al cine, el siempre correcto, y a menudo algo más, Mario Camus. Si he destacado el papel del productor de este film, que fue multipremiado con el Oso de Oro de Berlín y también, en casi todas las categorías de los premios concedidos por el Círculo de Escritores Cinematográficos (cosechando los galardones correspondientes a mejor película, mejor director, mejor guión, mejor música (Antón García Abril), mejor actor principal (Rafael Alonso), mejor actor secundario (Luis Barbero), mejor actriz secundaria (Mari Carrillo), es porque una película de tal complejidad exige de un productor un grado máximo de implicación y de capacidad resolutiva, a lo que no es ajeno el hecho de que se ocupó

asimismo de la confección del guión. La escena en que Rafael Navarro se adueña momentáneamente del protagonismo de la película es la del descubrimiento del cadáver de doña Margot, la madre del homosexual interpretado por Rafael Alonso. Haciendo gala de su elegancia innata, Rafael Navarro toma el mando de las operaciones en la escalera de vecinos, cortando por lo sano y en seco, la creciente inquietud que se abate sobre ella: “Calma, calma. Ante todo, una gran calma”, declama. “En estos momentos tan dramáticos asumo el mando hasta que llegue la autoridad competente”, concluye para añadir, a renglón seguido (y conseguido el necesario silencio con sus rotundas frases): “¿Han llamado a la policía?”. Envía sin dudar a don Roque (José Bódalo) a cerrar el portal para que nadie salga del edificio, y con un distinguido ademán le aclara: “Se lo pido como jefe de la casa”. Lo que en principio es tomado como un asesinato (circunstancia que, precisamente dictamina, por vía de su autoridad de “jefe de la casa”, el personaje de Rafael Navarro), termina quedando en suicidio. Antes, ante el juez que se ha personado para levantar el cadáver, declara (tras bastantes rodeos) que el hijo de la difunta es un marica “Como una catedral, sí señor”. El momento, que consigue felicísimamente remarcar el alivio del personaje al poder expresar con naturalidad lo que tantos remilgos le estaba costando, esclavo de la corrección de su comportamiento acentuada por el respeto debido a la autoridad judicial, es excepcional y sirve como excelente colofón a la carrera de Rafael Navarro, incluso aunque su personaje, en una película de interminable reparto, ni siquiera tenga un nombre.

La muestra

Del arte interpretativo de Rafael Navarro, hemos seleccionado una pequeña muestra procedente del film “Regresa un desconocido”. Le dan réplica Arturo Fernández (auxiliado con la voz de Arsenio Corsellas) y Edith Elmay (a la que presta su voz Roser Cavallé). En apenas un minuto, Rafael Navarro hace un ajustado alarde de empaque, de dominio, y eso tan complejo que llamamos “saber estar”.



Libros consultados que no figuran en entradas anteriores:

“Diccionari del cinema a Catalunya”, obra dirigida por Joaquim Romaguera i Ramió, de la que me han sido especialmente útiles, la entrada dedicada al actor Rafael Navarro, escrita por David Ferrer i Campuzano y también la dedicada a Juan Parellada, escrita por Carles Còdol i Soler.

“José Antonio Nieves Conde. El oficio del cineasta” (40 semana internacional de cine. Valladolid 1995).”José Luis Dibildos. La huella de un productor” Francisco Javier Frutos, Antonio Lloréns (43 Semana Internacional de Cine. Valladolid 1998). “Joseph Maria Forn. Indústria i identitat”, Ángel Quintana (Filmoteca de Catalunya, 2007).

NOTAS: IMDB atribuye la presencia de Rafael Navarro a dos films previos a “Barrios bajos”, “Don Juan diplomático” (George Melford, Enrique Tovar, 1931) y “La buenaventura” (William C. McGann, 1934), pero debe tratarse de otro actor con el mismo nombre, con toda probabilidad, ya que son producciones USA y nuestro protagonista de hoy, según las fuentes consultadas, no nos consta que participara en ellas. Tampoco intervino en la película de José López Rubio "Sucedió en Damasco" (1943), comedia musical de ambientación orientalista protagonizada por Miguel Ligero, pues el Rafael Navarro que en ella interpretaba el papel de Gran Visir era otro actor, de segundo apellido Alonso. Por otra parte, el nombre de la actriz en cuya compañía trabajó Rafael Navarro en los años cuarenta que figura en el "Diccionari " consultado es Irene Sáenz de Heredia. He corregido y he puesto Irene López de Heredia porque no me consta la existencia de ninguna actriz que llevara el nombre citado en primer lugar, por lo que he debido considerarlo una errata.

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