SIC SEMPER TYRANNIS
Desde
que Lady Filstrup se retiró a su seguro sepulcro a reposar sus desvencijados
huesos, muchos grandes actores nos han dejado. El último y probablemente el de
mayor cualidad estelar, sea Alfredo Landa, pero a él le precedieron en el
camino al Más Allá talentos tan destacados como los de quienes ahora
relacionaré fiándome de la traidora memoria y aún a riesgo de cometer el
imperdonable pecado de olvidar a alguno: Sara Montiel, Aurora Bautista, María
Asquerino, Tony Leblanc, Carlos Larrañaga, Francisco Valladares, Pepe Rubio,
Paco Morán, Pepe Sancho, Sancho Gracia o Pablo Sanz. Con cada una de estas
despedidas, se ha ido despoblando el particular olimpo actoral de este
burgomaestre, que asiste con desolada tristeza al final de una época que amó. Y
es que este empecinado deudor de los cómicos pertenece a esa clase de
espectadores españoles que ha dado en comprender que lo que realmente aprecia
del cine español es a sus actores y, de éstos, lo que ellos tienen de teatral.
El actor forjado en decenios de trabajo sobre el escenario imponía su presencia
sobre el guión más pedestre y sobre la puesta en escena más ramplona. En las
precipitadas adaptaciones televisivas era capaz de “tirar de oficio” y declamar
con seguridad, decir su texto con precisión y mantener el ritmo correcto de un
diálogo y el tono dramático apropiado de cada escena. Cualidades adquiridas
mediante la exigente escuela de la experiencia y, en muchas ocasiones, desde la
cuna.

