Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

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Lugar: El Escorial, Madrid, Spain

sábado, marzo 31, 2007

El Premio de Marras

Ante la noticia que ha supuesto el anuncio efectuado el pasado martes por el Gobierno de España de la creación por parte del Ministerio de Cultura del Premio Nacional del Cómic (dotado, dicho sea para los amantes de los datos y del dinero, de 15000 €), este burgomaestre, ante los fútiles intentos de formarse una opinión consecuente y reflexiva, ha sido asaltado por el recuerdo de un pasaje de una entrevista publicada originalmente en el diario “El Correo Catalán” y recogida en el número 7/8 de “Bang! (cuadernos de información y estudios de la historieta)”, que vio la luz en 1972. Una entrevista con formato de coloquio en la que participaban, moderados por Vicente Palomares (director en aquel momento, de la revista “Mortadelo”), los dibujantes Escobar, Peñarroya, Vázquez, Segura, Ibáñez y Sanchís. Porque tal vez, por delante de las consideraciones que puedan hacerse, bien ante la osadía de quien se arroga la capacidad de conceder el galardón o ante la soberbia de quien lo recibe (dicho sea como ejemplos de la parte negativa que el concepto del premio puede encerrar en sí), o ante la conveniencia de evidenciar un notorio reconocimiento público a una labor digna de él (como parte positiva), tal vez, digo, sea oportuno dejar que sean los propios “premiables” quienes expongan su criterio. Basta para ello, leer el siguiente fragmento y sustituir la palabra “Nobel” por “Nacional”, en cada caso.

Vicente Palomares: ¿Consideráis la historieta como un subproducto de consumo, o creéis que es una narración apta para englobar el 8º Arte y obtener Premios Nobel?

Escobar: La segunda parte. Yo creo que la historieta es algo importante y que con el tiempo lo será todavía más. Y sin lugar a dudas se establecerá un Premio Nobel de la Historieta. Sí señor.

Sanchís: Para mí la historieta es lo que pueden pagar a tanto por página.

Ibáñez: ¡Qué gran hombre eres, Sanchís!

Peñarroya: Yo estoy de acuerdo con lo que ha dicho Escobar: que habrá un Premio Nobel de la Historieta y que ésta será importantísima.

Escobar: Lo que pasa es que, para cuando quede establecido ese premio nuestras malvas serán enormes.

Peñarroya: Si se logra el día de mañana otorgar el Premio de que habláis, en parte se lo deberemos a esa gente erudita del cómic. Ellos intentan demostrar que somos unos tipos estupendos, que tenemos unas ideas clarísimas, que hemos vivido una época anormal, y que a través de nuestros personajes hemos reflejado lo que estaba pasando en nuestra sociedad....

Ibáñez: ¡Corcho! Después de oír lo que dices, pido aumento de sueldo.

Sanchís: ¡ Bah, tonterías! Mirad: mientras tengamos que realizar seis o siete historietas por semana, mientras en Francia, Alemania o Inglaterra, con dibujar una o dos tiras pueden vivir estupendamente, no haremos nada bueno...

Escobar: ¡Uf! Quién pudiera ganar lo que ganan nuestros colegas del extranjero con tan poco trabajo.

Vázquez: Yo me contento con el Premio Nobel que seguramente pensáis concederme.

El fragmento de la conversación me parece esclarecedor y revelador. Yo afirmo que un mero empleado ambiciona mejorar su retribución y sus condiciones de trabajo. Un creador aspira a algo más, busca el reconocimiento público. En el caso de la historieta, además, este creador ha tenido que asistir a un constante “ninguneo” por parte de las instituciones del Estado, en comparación con otros artistas que utilizan diferentes medios de expresión. En la conversación transcrita precedente, hemos asistido a las distintas reacciones que suscita ese estado de cosas en cinco dibujantes bien conocidos del público de los tebeos en general y de los amigos de Lady Filstrup en particular. Del examen de esas distintas actitudes, es posible que podamos extraera alguna conclusión.

Veamos: Ibáñez no tiene nada que decir. Su contribución (que continúa en la misma línea durante el resto de la charla) se limita a fugas tangenciales en forma de ocurrencias chuscas. Vázquez, instalado en el sarcasmo, resulta mucho más certero en sus estocadas y, recurriendo también al humor, expone, no obstante, un discurso interesante, en el que no faltan notas graves que destacan la dureza y la seriedad de su trabajo allí donde Ibáñez se limita a describir lo anecdótico. Sanchís coincide con Vázquez en el materialismo de su postura, pero no lo respalda con ninguna traza de creatividad ni de ingenio. Su desapego por la labor de creación, nacido, quizá, de la frustración provocada por el hecho de haber dibujado muchos personajes propios carentes por completo de la bendición del éxito y de ser su tarea cotidiana la de reseguir la senda del genial Vázquez, representa el extremo opuesto a las posturas, muy similares, de los maestros Peñarroya y Escobar. Éste último, en especial, demostró siempre una especial sensibilidad hacia sus criaturas, a las que llamaba repetidamente, “hijos” y una implicación con su profesión que superaba toda medida. Entre Sanchís y Escobar puede decirse que es posible establecer una diferencia fundamental. Para el primero, sus dibujos (sus muñequitos) constituyen un medio de vida, para el segundo, en cambio, su vida. Con la idea de esa matización como referencia, la cuestión de la concesión de un premio importante ( Premio Nacional, Premio Nobel, tanto da) puede ser entendida en sus correctos términos.
La polémica que posiblemente entable la conveniencia (o no) de este anunciado Premio Nacional del Cómic, a la luz de estas palabras hoy recuperadas, este burgomaestre la resuelve entonando un canto al amor a la historieta. Los premios los dan quienes pueden darlos (hecho indiscutible) y deben recibirlos quienes los merezcan. Y los merecen aquellos quienes, además de realizar un trabajo excelente, sienten amor por él.
NOTA1: No pierde Peñarroya, en su intervención, la oportunidad de deslizar el concepto “hemos vivido una época anormal”, una evidencia palmaria para cualquiera, pero igualmente difícil de expresar, durante el franquismo. Su agradecimiento implícito, a los estudiosos del cómic”, no exento de alguna ingenua auto-ironía, dice mucho de su nobleza de espíritu.
NOTA 2: En lo que se refiere a enjuiciar la labor del Gobierno, es decir, en entrar a considerar el mérito del Ministerio de Cultura por haber tomado la decisión (pionera en España) de crear este Premio Nacional, este burgomaestre no dice nada, porque nada sabe de estas cosas (o sea, de enjuiciar gobiernos). Eso sí, en un mundo imposible, en el que tuviera alguna responsabilidad gubernativa, habría abogado por su creación, sin la menor duda.
NOTA 3: Las viñetas aquí seleccionadas proceden de los Pulgarcitos números 85 (la de Heliodoro Hipotenuso), 1167 (la de Carpanta) y 1640 (la de Rigoberto Picaporte), y del número 7/8 de “Bang!”, la de Ibáñez contando billetes, concretamente, es el final de una de las tiras que ilustraban las páginas en las que se publicó la entrevista de la que he tomado el fragmento más arriba reproducido.

martes, marzo 27, 2007

Recuerdos de un amigo de Patson, o así


El caso es que andábamos esta noche pendientes del presidente Zapatero, que se ha ausentado por una vez de su asiento en el banquillo azul del Parlamento para responder al ciudadano de pie, con la paradoja de que ahora es al presidente a quien vemos en pie, y quien está sentado en el programa es el ciudadano de a pie..., esto, que resulta que, tal vez sin venir a cuento, sí que nos ha venido a las mientes aquel personaje de Raf, claro, Don Pelmazo, y un poco aburridos de mirar la lámpara, que nos costó un dinerillo, y que ahora funde las bombillas que es un contento, hemos empezado a leer tebeos, y miren por dónde, nos hemos encontrado con un Raf de cuando firmaba Roldán, en el número extra de mayo de TBO, del año 1979. Y como a un Raf siempre siempre hay que leerlo, pues, eso, que nos hemos enfrascado en esta historieta titulada «El jarrón». Y en pleno diálogo con los dibujos, nos ha dicho el mayordomo de dicha historieta: «Pst, pst, amigos burgomaestres, saluden de mi parte a los amigos y compañeros del su weblog... o, ejem, lo que sea». Y nosotros, por llevar el recado completo, le hemos preguntado que si quería darnos alguna seña suya; pues ocurre que en esta historieta no aparece su nombre, acaso porque a penas le ha dado tiempo de pedirle empleo al milord de la pipa, bigote y monóculo, que le atiende. Y en un gesto de exquisita modestia, que nos ha enseñado mucho, el aspirante a criado ha respondido: «No tengan cuidado, amigos burgomaestres, basta con que les digan a los amigos de Ladyfilstrup que los recuerdos son de un buen amigo de Patson..., supongo que ellos ya se harán cargo...». Y, en fin, que con este mandado les venimos ahora.

domingo, marzo 25, 2007

La venganza de Don Mendo, por Opisso


Vaya, miren por dónde, en este weblog, o lo que sea, va a salir citado hasta el abuelo de Alfonso Ussía, que era el dramaturgo Pedro Muñoz Seca. De Muñoz Seca, claro, la obra más popular fue La venganza de don Mendo, estrenada en el Teatro de la Comedia, en Madrid, en 1918. Y, a la vista está en estas viñetas, obtuvo su fama en seguida.
Buscando esta tarde de domingo, que ha sido una tarde con truco, porque nos ha traído una hora más de solecito de una manera un poco tramposilla, eso, que rebuscando en nuestra caja de los tesoros hemos desempolvado el número 1 de la revista catalana, Virolet, que trae fecha del 7 de enero de 1922, y nos hemos encontrado con esta graciosa versión de ¡Don Mendo!, realizada por el genial dibujante, y pintor Opisso, asalariado de Gaudí y miembro del grupo modernista Els Quatre Gats, impulsado por los pintores Santiago Rusiñol, Ramon Casas y Miquel Utrillo.
La publicación Virolet apareció como suplemento ilustrado de la revista Patufet (Barcelona, 1904-1938), en la que dibujaban, entre otros, y agárrense, Escobar, Lola Anglada, Valentí Castanys, Urda, Arturo Moreno, Serra Massana, Miret y Cornet (que firmaba con un corazoncito, en catalán, cor, que llevaba inscrito la segunda sílaba de su apellido, net, que significa «limpio»).
Patufet fue la primera revista infantil catalana, y nació con el cometido de enseñar o acostumbrar a los niños más pequeños a la lectura en catalán. La revista se hizo muy popular por los cuentos y relatos que traía (fue muy celebrada, por ejemplo, la novela en entregas de Folch i Torres, Aventures extraordinàries d'En Massagran), y así, con el éxito de la lectura, cada vez se incluyó más texto en detrimento del dibujo, hasta que acabó convirtiéndose en una revista de lectura para adolescentes. Con el fin de corregir el tiro, y recuperar al lector infantil, Josep Bagunyà, el editor de Patufet, creó el suplemento Virolet (un virolet es una«perinola»), que se imprimió desde 1922 hasta 1931.
El dibujante de esta adaptación de Don Mendo, Ricard Opisso (1880-1966) trabajó, además, en la revista TBO, para la cual dibujó el niño de la cabecera y donde luego le dedicarían varios monográficos, dibujó también para la revista Chicos, y para más de una cincuentena de publicaciones
Nuestro querido amigo y maestro Jesús Cuadrado, que le dedica una generosa entrada de una página completa en su atlas De la historieta y su uso (ed. Sinsentido), describe a Opisso como erotómano, cartelista a favor de la Republica (y aquí adjuntamos uno de su carteles al respecto, ya que se va acercando el aniversario), furibundo antifranquista, que retrató a Franco «en posiciones escabrosas con soldados árabes», y también le califica de «padre de casi todas las generaciones de dibujantes de humor». Y tiene más razón que un santo, faltaría más.
Bueno, el caso es que aquí están estos dibujos, realizados en plena época de bombas y de enfrenta
mientos en Barcelona entre los pistoleros a sueldo del Sindicato Libre y los militantes de la CNT, donde, en el incomparable marco de esta deliciosa revista infantil, el ácrata Opisso le lanza una estocada, a través de un personaje suyo, al monárquico Muñoz Seca, a quien ya en su época sus adversarios calificaban de cavernícola y de sucedáneo de Arniches.
Ah, la traducción de los aleluyas dice:
En busca de nuevas hazañas, Allá va Don Mendo Rodrigáñez. Una mosca de la carne Se le pone en el pimentero. Grave ofensa me estás faciendo, dice bien cabreado Don Mendo. Vive Dios, matar os quiero, del asco que me dais. Voto a mil bombas y Satanás, La mosca vuela y se atraviesa la nariz.

viernes, marzo 23, 2007

El tic-tac de unas viñetas

La hora Bruguera

El “merchandising” en la industria juguetera, esa actividad comercial mercantil que nace del deseo de rentabilizar al máximo la ilusión generada por otra actividad (tambien comercial, pero inscrita en el terreno del entretenimiento basado en la ficción) no es un fenómeno de aparición tan reciente como pueda parecer. Todo lo que provoca adhesión de un potencial público consumidor infantil es susceptible de traducirse en juguete. Esta afirmación es palmariamente constatable en las sociedades consumistas del mundo occidental desde hace muchos decenios y sólo la miseria de la Guerra Civil es responsable de que en España este fenómeno se manifestara en menor intensidad y sólo comenzara a despertarse con el desarrollismo de los años sesenta. Así, el ejemplo que traemos hoy a este weblog y que , por tanto, toca directamente al objeto de nuestras observaciones, data de 1966, hace ya 41 años. Concretamente nos referimos al anuncio publicado en el Tio Vivo 271 (segunda época) de fecha 16 de mayo de 1966, de los Telerelojes Guisval y de uno de esos mismos relojes, con su carga de décadas y memorias a cuestas.

En el año 1966, cumplido el primer decenio de existencia del ente público TVE, la televisión ya era un medio que en España comenzaba a imponer su reinado y extendía el manto de la popularidad de sus personajes de forma creciente entre la población del país. Tanto la industria juguetera, como la editorial, comenzaban a observar con ojo calculador el fenómeno naciente.Ambas se dan cita en este pequeño objeto que mostramos hoy a a los amigos de Lady Filstrup, este rudimentario mecanismo en el que, examinado el anuncio insertado en las páginas de Tio Vivo, comprobamos un perfecto hermanamiento de los dos mundos, objeto de deseo de la chiquillería de aquel momento, en España. Los ídolos de la pequeña pantalla que, simultáneamente y de forma significativa, llenaban las páginas de la revista de la Editorial Bruguera Din Dan, son los protagonistas igualmente de otros modelos de reloj de la misma colección.

Así, la familia Telerín, de José Luis Moro, o las marionetas de Herta Frankel eran figuras destacadas en TVE, en la publicación brugueriana y también en innumerables productos de juguetería, tales como el que hoy nos ocupa. Digamos, en espera de futuras entradas más concienzudas, que a los personajes de Moro los dibujó Blas Sanchís, a la perrita Marilín le dio vida en viñetas Joso, y al resto de marionetas de la artista del llamado “Clan de los Vieneses”, la austríaca Herta Frankel (quien, casualmente, inició su andadura en la televisión española en 1960 con un espacio titulado “Tiovivo”), las dibujó el gran Josep Escobar. Otro modelo de la colección estaba consagrado a los héroes épicos más populares de Universo Bruguera, los Jabato y Capitán Trueno debidos a la imaginación de Víctor Mora y al talento gráfico del correcto Francisco Darnís (fallecido, precisamente y de forma algo prematura, ese año 1966 en el que nos situamos) y del genial Ambrós (Miguel Ambrós Zaragoza , 1913-1992) respectivamente.

Ya fueran nacidos del ámbito televisivo o del viñetístico, los personajes que poblaban la esfera de estos relojes de juguete atesoraban un atractivo extraordinario y debía constituir motivo de infantil orgullo, en aquel ya remoto decenio, el hecho de lucirlos en la muñeca.

Los anfitriones: Zipi y Zape

Resulta paradójico que los gemelos más famosos del Mundo bruguera sean quienes protagonicen y presidan el desfile de personajes invitados al círculo de las horas que hoy mostramos aquí. Su constante pendencia con la puntualidad, siempre irresoluble, es de sobras conocida. No obstante, su supremacía en el terreno de la popularidad (especialmente, entre el público infantil) siempre fue incontestable y les hacía merecedores de tal honor. El hecho de tratarse de (prácticamente) los únicos personajes de edad menuda con verdadero tirón entre el público lector debió hacer que su elección para este papel fuera obligada. Es posible, también, que ceder la imagen de Mortadelo y Filemón hubiera exigido un acuerdo económico más gravoso para la firma juguetera (claro que por aquel entonces, la cota de éxito que habría de alcanzar la pareja de detectives creados por Ibáñez todavía estaba en ciernes).

Y como el paso del tiempo debe ser el leit-motiv latente en toda esta entrada, ya que de un reloj estamos hablando (un reloj que da la hora, pero que permanece inmóvil), hemos seleccionado una viñeta en la que Don Pantuflo, desafiando el lógico decurso de los acontecimientos, toma la apariencia de su hijo Zape, tras una largo proceso de transformación en el que va perdiendo años y patillas. Esto pasaba en la portada del Pulgarcito número 1214, publicado en 1954.

A las dos y veinticinco del medio día: El abuelo Cebolleta
No se libran, los personajes Bruguera de que el paso del tiempo, incluso escenificado en un reloj de juguete, transforme su aspecto e, incluso, en algún caso, como veremos después, les haya hecho pasar de las manos de un dibujante a otro. El abuelo Cebolleta, miembro destacado y carismático del universo Bruguera, debutó en el semanario DDT, en 1951, en su número inaugural, con el aspecto que podemos ver en la viñeta seleccionada, la primera en que aparecía. Entre esta imagen y la que luce en la portada del Olé número 4, han mediado dos décadas y la irrupción del medio televisivo, al que se asoma, tanto en el relojito de mentirijillas, como en la portada antedicha. En ambos casos, la pantalla del televisor ha desaparecido y el espacio vacío enmarcado por la caja del aparato sirve de escenario al personaje, equiparando al moderno electrodoméstico, con un secular teatrillo.

El atascado y muy rudimentario mecanismo del juguete de la casa Guisval nos hurta la completa visión del patriarca de los Cebolleta al quedar oculto por las manecillas (tal vez con la inconfesada intención de impedirle que nos endilgue una de sus peroratas henchidas de heroicidad y erizada de peligros y cipayos). Para sus numerosos fans (entre los que este latoso burgomaestre se incluye), recordamos que hay una entrada anterior, en este mismo weblog (o lo que sea) dedicada a su augusta, cambiante y venerable figura.

A las nueve y cinco de la noche: Carpanta persigue una quimérica cena
A estas horas ya apetece cenar y el hijo predilecto de Escobar ni siquiera ha desayunado. El querido vagabundo rigurosamente hambriento del tebeo español es, de todos los personajes comparecientes en el escenario del Telereloj de Guisval, el único que podía ostentar con propiedad el honor de ser una figura de la pequeña pantalla. Efectivamente, en 1960 se emitió una serie de trece episodios protagonizada por el entrañable Carpanta, en la que no faltó la presencia de su compañero de fatigas, el orondo Protasio. De esta obra televisiva han quedado raquíticos testimonios (como igualmente, por otra parte, sucede con la mayor parte de la producción televisiva española anterior a la Transición), de los cuales, el más robusto quizá sea esta fotografía (no por de sobras difundida, menos interesante) del mismísimo Josep Escobar i Saliente posando con los actores convenientemente caracterizados para encarnar los papeles de Carpanta y Protasio. La pobre calidad de la reproducción de la instantánea y las dificultades para escanearla quedan (¡y bien que los siento!) patentes.

Carpanta, que no era un personaje que despertara simpatías entre las jerarquias del régimen franquista (demasiado severo, en cualquier caso, para cualquiera). Sin duda, ello era así por culpa de la mala propaganda que suponía un personaje que no podía comer nunca. Al igual que el resto de los personajes de Bruguera, fue dulcificando su perfil temático y disminuyendo la carga crítica de sus peripecias en la misma medida que se infantilizaba. Con lo cual, a pesar de ir sumando décadas de vida, de algún modo rejuvenecía con el paso de los lustros, tal como parecía desear en una de sus historietas de la primera época, la titulada “Carpanta y el biberón”, publicada en el Pulgarcito número 90, de mayo de 1949, en la que Escobar, a través suyo, citaba de forma implícita al inmortal Enrique Jardiel Poncela, un dramaturgo superior, aludiendo al título de la obra que éste estrenó en mayo de 1936, “Cuatro corazones con freno y marcha atrás”. Una cita-homenaje de un modesto autor teatral (dicho sea el calificativo en virtud de la escasa repercusión de su obra en relación a la del homenajeado) hacia otro que alcanzó éxitos rutilantes y estrepitosos fracasos. Una cita que era al mismo tiempo un reconocimiento al genio y una prueba de admiración, y, simultáneamente, no era menos un testimonio de la generosidad de espíritu de Josep Escobar, un republicano que sufrió prisión, hacia un intelectual que celebró la rebelión del general Franco.

A las siete menos diez de la mañana: Don Pío nos saluda al pasar, camino de la oficina

No cabe duda que Peñarroya era muy aficionado a la vida. Su fisonomía facial lo denunciaba. Tenía labios, sonrisa y bigotillo de “bon vivant” y un parecido más que notable con Xavier Cugat, cosa que le permitió firmargún que otro autógrafo en su nombre. Su inclinación para disfrutar de todos los placeres le llevaba a interesarse por todo y, con el paso de los años, dentro de ese “todo” universal, ganó cierta preponderancia su afición por la televisión. Pruebas de ello las encontramos sin necesidad de salir de este mismo weblog, en las entradas previas dedicadas a historietas de personajes suyos. Así, recordamos a Gordito Relleno aterrorizado ante las “Historias para no dormir” de Narciso Ibáñez Serrador (entrada del día 12, dentro de las de febrero del pasado año 2006), y a Pitagorín, emulando sin dificultad los artefactos de los alienígenas de la serie “Los invasores”, o a Don Berrinche, imaginándose vampiro, influido por una emisión televisiva. A su vez, Don Pío disfruta de su televisor con la misma delectación que el mismísimo Don Tele de Cifré. Por eso queda tan bien inscrito en el cuadrilátero de la pequeña pantalla. Como ejemplo de la afición por el tubo catódico del oficinista por antonomasia de la páginas Bruguera, traemos aquí una viñeta del Tio Vivo número 87 (segunda época), de fecha 5 de noviembre de 1962, en la que trata de gozar de una nueva entrega de la serie “Perry Masson” (evidente trasunto de la muy popular serie de la cadena CBS, protagonizada por Raymond Burr entre 1957 y 1966, basada en las novelas de Erle Stanley Gardner, que, como efecto colateral, provocó, incluso, el nacimiento de una serie brugueriana, el “Perry Tostón”, de Blas Sanchís). Los esfuerzos de Don Pío se ven torpedeados por las constantes interrupciones de su esposa, doña Benita. Bien es verdad que, años atrás, en los primeros tiempos de su convivencia de papel, las cosas mostraban un cariz mucho más contundente y la dulce Benitina, dotada todavía de una cabellera oscura y puños de acero, le zurraba la badana con notable ímpetu e insana frecuencia a su abnegado maridito, como se puede comprobar en esta viñeta extraída de la doble página central del Pulgarcito número 88, publicado en abril de 1949 que llevaba por título “Don Pío y los vecinos”.
A las cinco menos veinte de la madrugada: El Caco Bonifacio acecha alegremente

Esa colilla sobre el moflete contrario, semejante a la pipa de Popeye, que también le sale del carrillo opuesto a donde tiene la boca, atrae la simpatía del lector hacia el caco Bonifacio, la contribución más recordada y apreciada de Enrich (Enric de Manuel González ).

Enrich se inició profesionalmente de la mano de su cuñado y mentor, el genial Guillermo Cifré Figuerola (Cifré). Tal como relata el propio Enrich en la entrevista reproducida en el DDT número 59 (tercera época) de fecha 2 de septiembre de 1968, Enrich recogió el encargo ofrecido a Cifré (que éste, por causa del exceso de trabajo, no se vio capaz de atender), para estrenar una serie de historietas (Ciriaco Majareto) en la revista editada en Madrid, Trampolín, mediada la década de los cincuenta . Cuando, en 1957, Cifré, junto a sus compañeros de viaje Conti, Peñarroya, Escobar y Giner montó el Tio Vivo, Enrich fue nuevamente requerido para colaborar en la recién nacida publicación. Su contribución inicial fue la creación del Caco Bonifacio, personaje que se incorporó , en forma de chiste fijo , a la contraportada del semanario, espacio que compartía con el Fortunato (y su perro) de Conti, el profesor Tenebro de Escobar, la Rosalía de Cifré, el Raskalana de Pañella y el Olimpio de Peñarroya. Como muestra de este periodo, aquí al lado se puede ver el chiste del número 1 de Tio Vivo, primera aparición del caco de Enrich. En esta primera etapa de la revista, el director artístico era Conti, que se mantuvo en su cargo durante un año, aproximadamente. Quien le sucedió fue precisamente Enrich, quien realizó tales labores directivas hasta que la revista pasó a ser absorbida por Bruguera (que, desde su nacimiento, había intentado torpedearla, como atestigua Francisco González Ledesma a quien le tocó la ingrata misión de entorpecer en lo posible el desarrollo de la revista de los dibujantes, tarea en la que, tal como él mismo relata, procuró invertir el menor grado de pericia profesional posible, porque apreciaba a los artistas y sus ansias de libertad). El caso es que, en ese ínterin, el Caco Bonifacio había experimentado algunos cambios. El primero, cuantitativo, por cuanto sus andanzas pasaron a extenderse a lo largo de una página por semana, y el otro, cualitativo, ya que su imagen adquirió un aspecto más infantil, depurando la dureza inicial en favor de rasgos más suaves. Las formas más estilizadas y redondeadas, así como el detalle de que Bonifacio apareciera ya sin asomo de barba son algunos aspectos que ponen de manifiesto ese cambio al que aludimos.

Fue precisamente en los inicios de 1966, unos meses antes de que la casa Guisval lanzara su Telereloj con la criatura de Enrich colocada en él, cuando Bonifacio dejó de aparecer en las páginas de Tio Vivo, donde venía acudiendo semana a semana, desde 1957. Probablemente, su actividad profesional, en un momento en que la censura apretaba más que nunca, dado el carácter infantil de la revista (que, recordemos, había nacido como un semanario de humor para mayores), más acentuado al pasar a pertener a Bruguera, fue lo que precipitó su desaparición. En opinión de las mentes pensantes del franquismo (si es que tal formulación es posible), los niños españoles debían ser protegidos de malas influencias como esa. En consecuencia, la última historieta del caco Bonifacio la encontramos en el Tio Vivo 256 de la segunda época (de la que procede la viñeta escogida, una bonita imagen de Boni montado en un artilugio volador, muy propio de la época bondiana del momento), con lo que podemos fechar el cese de Bonifacio en el 31 de enero de 1966 . En el número de la semana siguiente, el 257, Enrich ya había sustituido, muy a su pesar, al amigo de lo ajeno por el probo conserje Toribio, quien, de irreprochable conducta, era admitido en su nuevo empleo en unos grandes almacenes. En la entrevista a la que nos referíamos al comienzo de este comentario, Enrich le aseguraba a Jaume Perich, sin género de dudas, que al personaje, de entre todos los suyos, al que querría volver a dibujar era también su predilecto, el caco Bonifacio, afirmación que me permite asegurar con bastante grado de certeza, que no fue su voluntad, precisamente, la causa de la eliminacón del ladronzuelo de las páginas de Bruguera, sino, tal como he explicado, la intervención de una censura que, en los años sesenta se volvió ultra-protectora.

NOTA: la denominación de “caco” para los ladrones tiene un origen mitológico y hace referencia al gigante, hijo de Hefesto, que le robó cuatro parejas de bueyes a Hércules y que, como consecuencia de ello, sufrió sus iras, resultando muerto a sus hercúleas manos. En la versión romana del mito, a Caco lo traicionó su hermano Caca, que fue quien le denunció al héroe griego super-fuerte. Se da la curiosidad de que en Barcelona, concretamente, en el céntrico Paseo San Juan, se puede contemplar un monumento dedicado a la figura de Caco, representado con su garrote y con un saco que supuestamente ha de servir para contener el producto de sus robos. Helo aquí.

A las once y cuarto (del día o de la noche): Tribulete pasea en busca de asunto...

Al fallecimiento de Cifré, su personaje estrella, el reporter Tribulete, que creara gráficamente en 1947 siguiendo las directrices de Rafael González (quien se encargó asimismo, de los guiones), quedaba huérfano. Su cuñado Enrich se hizo cargo de la continuación de la serie. Poniendo en juego su capacidad profesional, combinada con la respetuosa admiración del discípulo hacia el maestro, Enrich realizó un trabajo dignísimo, procurando honradamente dotar a la serie de un nivel que rayara a altura similar a la alcanzada por su creador, rechazando, además firmarla, intentando, en definitiva, no ser más que una anónima prolongación que hiciera pervivir a un personaje más allá del punto final al que la fatalidad había llevado a su autor. Como muestra de la profesionalidad de Enrich, mostramos aquí una viñeta extraída del Pulgarcito 1812, de fecha 24 de enero de 1966, coetáneo del Telereloj de Guisval. En ella observamos el despliegue de Tribulete triplicado quien, dopado sin él saberlo, da rienda suelta a un ataque de hiperactividad, bastante inédito, a pesar de llevar, a esas alturas, casi veinte años de permanencia en el “Chafardero indomable”.

Dando vueltas a la ruedecilla de este Telereloj, el tiempo no se detiene, ni avanza. Se limita a dar paso a unos personajes que se suceden en ese asomarse permanente, a esa ventana pintada de televisor y a nuestras vidas.

martes, marzo 20, 2007

Otros dos Pepes


Y ya que estamos felicitando, tarde, pero con ilusión a los grandes Pepes que en la vida han sido, quede este post como recuerdo póstumo a nuestros dos Coll favoritos. Para homenaje a José Luis Coll, recientemente fallecidoy epígono de los humoristas del 27, remitimos a la estupenda entrada del 7 de marzo, que le ha dedicado nuestro amigo Choko (a quien damos nuestra manita, desd eluego) en su magnífico blog sobre cine y humor, al que se puede acceder, por ejemplo, desde nuestra selecta selección (¡pues claro!) de links.
Al otro Coll, que es Josep Coll, el dibujante del TBO, que nos dejó hará ya cuarto de siglo, le levanta un monumento la familia Ulises en su descanso en un parquecito barcelonés, que, en esta aventura (titulada «Extraño monumento»), es el parque de la Ciudadela, donde se encuentra el zoológico de la ciudad, y de donde salen, tan apurados como siempre, los Higueruelo al principio de esta historieta. En el parque de la Ciudadela hay dos monumentos característicos, el de Mamut, que le da un punto de museo zoológico y de libro ilustrado, claro, al asunto, y el monumento de la Dama del paraguas, a la que este burgomaestre siempre confundió, vamos estaba convencido de que era un monumento a Mary Poppins.
El dibujante Blanco, que en esa época hacía la Familia Ulises sustituyendo al compañero enfermo Benejam (y que nunca va a firmar por no querer atribuirse el mérito de su amigo), y el guionista Bech recuerdan aquí el oficio de albañil del maestro Coll, y también Coll se encarga de homenajear a los compañeros de su oficio en muchas de sus historietas de albañiles, claro, como la que publicó en este mismo número del TBO 2000, que es el nº 2.104, año LVIII, de 1974.
Con su trabajo de albañil, Coll sacó adelante a su familia y también le dio de comer al dibujante Coll. Este burgomaestre está convencido de que Coll sabía en su fuero interno que él era más dibujante que albañil. Por eso, cuando vio que todo el mundo se lo demostraba con premios y homenajes, se puso tan melancólico, y cogió sus lápices y sus pinceles, y quizá también la paleta por si le salía alguna chapucilla, y se marchó a otra parte.

Apunte josepista

A estas horas, el día de los "josés" ya ha concluído. Este burgomaestre llega tarde una vez más, como tiene por norma en distintos órdenes de la vida. No obstante, en casi todas las ocasiones, sus tardanzas tienen alguna disculpa. En el presente caso, la indecisión ha motivado la demora en subir una portada alusiva a la festividad del día. Y es que esta portada, obra de un celebrante de la onomástica del día (nos lo recordó el amigo Gordito Relleno, a fin de cuentas, "hijo" suyo, con lo que estaba obligado a felicitarle doblemente), el genial José Peñarroya, del Tio Vivo número 37, publicado el 12 de marzo de 1958 ofrece alguna duda al lector acerca de la pureza del resultado final. En principio, a este burgomaestre le acudió a la memoria como oportuna manera de recordar la festividad del día, pero al tenerla ante la vista se vio asaltado por la incertidumbre de si el texto original haría en verdad alusión alguna al nombre de José.
¿Lo que le pone la cara verde al protagonista de la ilustración, lo que le sume en la amarga contemplación del cercano horizonte por encima del librote que sostiene en las manos, hundido en el sillón, con un rictus en la cara que sugiere un sabor ácimo en la boca es, simplemente, que no se llama Pepe? ¿No tendrá más bien algo que ver con algún hiriente comentario de esas bellezas esculturales de ojos garzos y bandejas de croquetas o con el hecho incuestionable de que no tiene pareja de baile ni modo de camelar a ninguna? Aquí veo yo la mano de Conti, que encontró quizá el chiste de su compañero Peña demasiado ácido o incluso hasta un punto deprimente y , ejerciendo de director artístico de la revista (y de creador de chistes "a destajo"), postuló un texto ocurrente que permitiera aprovechar la ilustración. Aunque, definitivamente, a la postre, algo no "encajara" del todo... Y de ahí las dudas, y de ahí la tardanza. Pero bueno, felicidades con retraso a los Pepitos, a las Pepitas y a los papás (aunque sea mediante una portada...sospechosa).

viernes, marzo 16, 2007

Un vázquez insospechable

Manuel Vázquez se autodefinió en alguna ocasión como un “fabricante de dibujos”. Considerada su obra como la producción de una “factoría humana”, por tanto, no cabría distinguir entre sus creaciones de raíz más personal y los meros frutos de un trabajo maquinal, ni darles la consideración de insólitas a estos últimas. Un Manuel Vázquez que parecía jactarse de su actitud descreída, que afirmaba sin rubor plagiar para completar entregas o que dibujaba exclusivamente por dinero, mostraba una actitud hacia su labor que le permitía dedicarse a ella tan libremente que nada le era vedado. Sin embargo, el público avezado, los aficionados a los tebeos, tenemos de cada uno de sus creadores una imagen formada, un estereotipo establecido que, en ocasiones como la presente, debe saltar por los aires. Y si algún profesional del dibujo es capaz de hacer tambalearse los prejuicios del aficionado, más que ningún otro, ese es Vázquez.

Más allá de su legendaria y –casi podríamos atrevernos a calificar de- volcánica vida personal (de cuyos entrecortados ecos cabe inferir cualquier cosa), su caudal creativo desborda los cauces que el estudioso trata de imponerle. Como aportación a una improbable “Enciclopedia Vazqueña”, este burgomaestre aporta aquí dos ilustraciones publicadas en la revista Tele Radio, en su número 279, de fecha 29 de mayo de 1961, creadas para acompañar el relato de la incipiente escritora (nacida en Zaragoza en 1945) Estrella Oliván, ganador, a la sazón, del certamen literario que la misma revista había convocado. El cuento, presentado a la categoría de “Premio de narración de un hecho verdadero” se titulaba “El último día” y relataba (¡efectivamente!) el último día de colegio de una niña –de edad muy semejante a la de la autora-, centrándose en las reflexiones que se formaban en su mente mientras asistía a la misa con la que se clausuraba el curso. Un material que, en atención a lo poco o mucho que sabemos de él, se nos antoja absolutamente inadecuado para un artista como Vázquez. Y sin embargo... ahí está el genio, la facultad, la pericia del creador de las Hermanas Gilda, para cumplir con su trabajo y entregar dos ilustraciones compactas, dignas, respetuosas y rigurosas.

En la ilustración de gran tamaño (que, en la versión aquí presente parece paradójicamente menor y en extremo estrecha, pero que ocupaba la mitad de la página, en sentido vertical), las adolescentes que dibuja Vázquez, bajo el influjo del sermón que les llega desde el púlpito, entrelazan sus dedos ante sí, en exquisita actitud de mansa expectación. Tienen la mirada oscurecida por la intensidad del momento (probablemente) y las boquitas fruncidas. El dibujante tan sólo se ha permitido la humorada de poner a Marlon Brando en el papel de cura, gastándole, de paso, la broma al astro hollywoodiense a costa de su galopante alopecia, semejante a la tonsura de un sacerdote. La gestualidad con la que adorna al oficiante, que podríamos ubicar entre el cante jondo y una discusión napolitana, también nos acerca al Vázquez humorista. Los elementos imprescindibles para crear la ilusión del interior de una iglesia (antepecho y tornavoz del púlpito, columna con su capitel y estrías, vidriera con imagen de la Virgen, monja con toca y baranda “art decó”) logran su objetivo a la perfección, cumplimentando las distintas zonas de la lámina con gusto y procurando el menor esfuerzo para el ejecutante, condiciones ambas inherentes al arte vazqueño,

La ilustración de menor tamaño, ejemplar por su eficacia, nos deja en la retina un par de grandes ojos soñadores (con su buena dosis de cálculo, es verdad), un ambiente evocador y una golondrina que deseamos de Bécquer .

miércoles, marzo 14, 2007

Una confesión de Segura

Nuestro amigo onubense Rebote, que se ha lanzado a divulgar por esta red evanescente de internet la obra «La Gorda de las Galaxias», de Nicolás, nos envía estos dibujos autografiados de Rovira (don JaumeJoan, a ud. se le admira desde Barcelona hasta Trigueros), Cubero (con las caricaturas de los personajes de televisión que publicó en el TBO) y de Segura, para darnos envidia, desde luego, y también para compartirlos con los amigos de este weblog, o lo que sea.
En el dibujo de Roberto Segura, este dibujante se sincera y dice aquello de Madame Bovary soy yo, pero con Rigoberto Picaporte. Nos ha conmocionado ver cómo dibuja a su personaje anciano y con zapatillas de felpa, y también nos cuenta Segura/Rigoberto en este dibujo su amor radical por Curruquita, que acaba siendo su mujer, como sospechábamos, y claro, añade las noticias de que tuvieron hijos, lo que quiere decir que también fueron felices, y que si la mamuchi al final ha tenido que salir afuera para fumar, sigue con ellos la sirvienta Eufemia, acaso porque la voluntad de servir es lo que va a hacernos inmortales a los plebeyos. Sin embargo, quizá lo más emocionante de este autógrafo sea la exclamación que escribe Segura, su coloquial «¡cómo pasa el tiempo!», de hombre vulgar y corriente que se asombra ante la eternidad que cabe en un reloj de arena; pero que también es una exclamación íntima de alguien que ha se ha quedado mirando una fotografía suya, o que de repente se ha visto reflejado en un espejo (y aquí se desvela, por supuesto, lo que ese dibujo tiene de reflejo y de fotografía), y no ha podido evitar esta modesta y humana reflexión.

Fútbol a tutiplén


Queridos y generosos amigos de este weblog (o lo que sea), estamos de nuevo en marcha, pero poco a poco. A lo largo de las citas cerveciles que los burgomaestres nos damos todos sábados que podemos para ir tomando aliento, y además para ir tomando cerveza muy fría (no helada, por supuesto), se ha repetido recientemente en nuestra conversación la posibilidad de extender nuestro homenaje cotidiano a todo lo que nos guste, que acostumbran a ser más tebeos, y así, al calor del debate deportivo que se está manteniendo en los comentarios del post anterior, este volátil y voluble burgomaestre se ha atrevido a tomarle la palabra a su compañero (y sobre todo amigo), para de esta manera destacar una página de Sabatés perteneciente a un extra de TBO dedicado al fútbol, en la que aparece la plantilla de la revista (Bech, Marquillas, Coll, López Ramón, Ayné, Batllori, Bernet, Pañella, Mestres, Madorell, Benejam, Moreno, Muntañola, Blanco, Sabatés y Sirvent) caracterizada, acaso para no ofender sensibilidades futbolísticas, con la ropa de la selección española.
Por cierto, qué antiguo se ha quedado eso de reclamarse de la selección nacional para no ofender ni comprometer, ya ni siquiera lo practican los de los anuncios, que prefieren repartir el favoritismo del público entre clubes grandes.
Ah, este número extra del TBO viene con pie de imprenta obsoleto, de 1958, pero en su interior aparecen algunas viñetas fechadas en 1973.
Y requeteah, ¡qué bonito es el detalle de plasmar en el escudo del TBO F.C. el lápiz y el pincel!