La hora BrugueraEl “merchandising” en la industria juguetera, esa actividad comercial mercantil que nace del deseo de rentabilizar al máximo la ilusión generada por otra actividad (tambien comercial, pero inscrita en el terreno del entretenimiento basado en la ficción) no es un fenómeno de aparición tan reciente como pueda parecer. Todo lo que provoca adhesión de un potencial público consumidor infantil es susceptible de traducirse en juguete. Esta afirmación es palmariamente constatable en las sociedades consumistas del mundo occidental desde hace muchos decenios y sólo la miseria de la Guerra Civil es responsable de que en España este fenómeno se manifestara en menor intensidad y sólo comenzara a despertarse con el desarrollismo de los años sesenta. Así, el ejemplo que traemos hoy a este weblog y que , por tanto, toca directamente al objeto de nuestras observaciones, data de 1966, hace ya 41 años. Concretamente nos referimos al anuncio publicado en el Tio Vivo 271 (segunda época) de fecha 16 de mayo de 1966, de los Telerelojes Guisval y de uno de esos mismos relojes, con su carga de décadas y memorias a cuestas.
En el año 1966, cumplido el primer decenio de existencia del ente público TVE, la televisión ya era un medio que en España comenzaba a imponer su reinado y extendía el manto de la popularidad de sus personajes de forma creciente entre la población del país.
Tanto la industria juguetera, como la editorial, comenzaban a observar con ojo calculador el fenómeno naciente.Ambas se dan cita en este pequeño objeto que mostramos hoy a a los amigos de Lady Filstrup, este rudimentario mecanismo en el que, examinado el anuncio insertado en las páginas de Tio Vivo, comprobamos un perfecto hermanamiento de los dos mundos, objeto de deseo de la chiquillería de aquel momento, en España. Los ídolos de la pequeña pantalla que, simultáneamente y de forma significativa, llenaban las páginas de la revista de la Editorial Bruguera Din Dan, son los protagonistas igualmente de otros modelos de reloj de la misma colección.
Así, la familia Telerín, de José Luis Moro, o las marionetas de Herta Frankel eran figuras destacadas en TVE, en la publicación brugueriana y también en innumerables productos de juguetería, tales como el que hoy nos ocupa. Digamos, en espera de futuras entradas más concienzudas, que a los personajes de Moro los dibujó Blas Sanchís, a la perrita Marilín le dio vida en viñetas Joso, y al resto de marionetas de la artista del llamado “Clan de los Vieneses”, la austríaca Herta Frankel (quien, casualmente, inició su andadura en la televisión española en 1960 con un espacio titulado “Tiovivo”), las dibujó el gran Josep Escobar.
Otro modelo de la colección estaba consagrado a los héroes épicos más populares de Universo Bruguera, los Jabato y Capitán Trueno debidos a la imaginación de Víctor Mora y al talento gráfico del correcto Francisco Darnís (fallecido, precisamente y de forma algo prematura, ese año 1966 en el que nos situamos) y del genial Ambrós (Miguel Ambrós Zaragoza , 1913-1992) respectivamente.
Ya fueran nacidos del ámbito televisivo o del viñetístico, los personajes que poblaban la esfera de estos relojes de juguete atesoraban un atractivo extraordinario y debía constituir motivo de infantil orgullo, en aquel ya remoto decenio, el hecho de lucirlos en la muñeca.
Los anfitriones: Zipi y ZapeResulta paradójico que los gemelos más famosos del Mundo bruguera sean quienes protagonicen y presidan el desfile de personajes invitados al círculo de las horas que hoy mostramos aquí. Su constante pendencia con la puntualidad, siempre irresoluble, es de sobras conocida. No obstante, su supremacía en el terreno de la popularidad (especialmente, entre el público infantil) siempre fue incontestable y les hacía merecedores de tal honor. El hecho de tratarse de (prácticamente) los únicos personajes de edad menuda con verdadero tirón entre el público lector debió hacer que su elección para este papel fuera obligada. Es posible, también, que ceder la imagen de Mortadelo y Filemón hubiera exigido un acuerdo económico más gravoso para la firma juguetera (claro que por aquel entonces, la cota de éxito que habría de alcanzar la pareja de detectives creados por Ibáñez todavía estaba en ciernes).
Y como el paso del tiempo debe ser el leit-motiv latente en toda esta entrada, ya que de un reloj estamos hablando (un reloj que da la hora, pero que permanece inmóvil), hemos seleccionado una viñeta en la que Don Pantuflo, desafiando el lógico decurso de los acontecimientos, toma la apariencia de su hijo Zape, tras una largo proceso de transformación en el que va perdiendo años y patillas. Esto pasaba en la portada del Pulgarcito número 1214, publicado en 1954.
A las dos y veinticinco del medio día: El abuelo CebolletaNo se libran, los personajes Bruguera de que el paso del tiempo, incluso escenificado en un reloj de juguete, transforme su aspecto e, incluso, en algún caso, como veremos después, les haya hecho pasar de las manos de un dibujante a otro. El abuelo Cebolleta, miembro destacado y carismático del universo Bruguera, debutó en el semanario DDT, en 1951, en su número inaugural, con el aspecto que podemos ver en la viñeta seleccionada, la primera en que aparecía. Entre esta imagen y la que luce en la portada del Olé número 4, han mediado dos décadas y la irrupción del medio televisivo, al que se asoma,
tanto en el relojito de mentirijillas, como en la portada antedicha. En ambos casos, la pantalla del televisor ha desaparecido y el espacio vacío enmarcado por la caja del aparato sirve de escenario al personaje, equiparando al moderno electrodoméstico, con un secular teatrillo.
El atascado y muy rudimentario mecanismo del juguete de la casa Guisval nos hurta la completa visión del patriarca de los Cebolleta al quedar oculto por las manecillas (tal vez con la inconfesada intención de impedirle que nos endilgue una de sus peroratas henchidas de heroicidad y erizada de peligros y cipayos). Para sus numerosos fans (entre los que este latoso burgomaestre se incluye), recordamos que hay una entrada anterior, en este mismo weblog (o lo que sea) dedicada a su augusta, cambiante y venerable figura.
A las nueve y cinco de la noche: Carpanta persigue una quimérica cenaA estas horas ya apetece cenar y el hijo predilecto de Escobar ni siquiera ha desayunado. El querido vagabundo rigurosamente hambriento del tebeo español es, de todos los personajes comparecientes en el escenario del Telereloj de Guisval, el único que podía ostentar con propiedad el honor de ser una figura de la pequeña pantalla. Efectivamente, en 1960 se emitió una serie de trece episodios protagonizada por el entrañable Carpanta, en la que no faltó la presencia de su compañero de fatigas, el orondo Protasio. De esta obra televisiva han quedado raquíticos testimonios (como igualmente, por otra parte, sucede con la mayor parte de la producción televisiva española anterior a la Transición), de los cuales, el más robusto quizá
sea esta fotografía (no por de sobras difundida, menos interesante) del mismísimo Josep Escobar i Saliente posando con los actores convenientemente caracterizados para encarnar los papeles de Carpanta y Protasio. La pobre calidad de la reproducción de la instantánea y las dificultades para escanearla quedan (¡y bien que los siento!) patentes.
Carpanta, que no era un personaje que despertara simpatías entre las jerarquias del régimen franquista (demasiado severo, en cualquier caso, para cualquiera). Sin duda, ello era así por culpa de la mala propaganda que suponía un personaje que no podía comer nunca. Al igual que el resto de los personajes de Bruguera, fue dulcificando su perfil temático y disminuyendo la carga crítica de sus peripecias en la misma medida que se infantilizaba. Con lo cual, a pesar de ir sumando décadas de vida, de algún modo rejuvenecía con el paso de los lustros, tal como parecía desear en una de sus historietas de la primera época, la titulada “Carpanta y el biberón”, publicada en el Pulgarcito número 90, de mayo de 1949,
en la que Escobar, a través suyo, citaba de forma implícita al inmortal Enrique Jardiel Poncela, un dramaturgo superior, aludiendo al título de la obra que éste estrenó en mayo de 1936, “Cuatro corazones con freno y marcha atrás”. Una cita-homenaje de un modesto autor teatral (dicho sea el calificativo en virtud de la escasa repercusión de su obra en relación a la del homenajeado) hacia otro que alcanzó éxitos rutilantes y estrepitosos fracasos. Una cita que era al mismo tiempo un reconocimiento al genio y una prueba de admiración, y, simultáneamente, no era menos un testimonio de la generosidad de espíritu de Josep Escobar, un republicano que sufrió prisión, hacia un intelectual que celebró la rebelión del general Franco.
A las siete menos diez de la mañana: Don Pío nos saluda al pasar, camino de la oficinaNo cabe duda que Peñarroya era muy aficionado a la vida. Su fisonomía facial lo denunciaba. Tenía labios, sonrisa y bigotillo de “bon vivant” y un parecido más que notable con Xavier Cugat, cosa que le permitió firmargún que otro autógrafo en su nombre. Su inclinación para disfrutar de todos los placeres le llevaba a interesarse por todo y, con el paso de los años, dentro de ese “todo” universal, ganó cierta preponderancia su afición por la televisión. Pruebas de ello las encontramos sin necesidad de salir de este mismo weblog, en las entradas previas dedicadas a historietas de personajes suyos. Así, recordamos a Gordito Relleno aterrorizado ante las “Historias para no dormir” de Narciso Ibáñez Serrador (entrada del día 12, dentro de las de febrero del pasado año 2006), y a Pitagorín, emulando sin dificultad los artefactos de los alienígenas de la serie “Los invasores”, o a Don Berrinche, imaginándose vampiro, influido por una emisión televisiva.
A su vez, Don Pío disfruta de su televisor con la misma delectación que el mismísimo Don Tele de Cifré. Por eso queda tan bien inscrito en el cuadrilátero de la pequeña pantalla. Como ejemplo de la afición por el tubo catódico del oficinista por antonomasia de la páginas Bruguera, traemos aquí una viñeta del Tio Vivo número 87 (segunda época), de fecha 5 de noviembre de 1962, en la que trata de gozar de una nueva entrega de la serie “Perry Masson” (evidente trasunto de la muy popular serie de la cadena CBS, protagonizada por Raymond Burr entre 1957 y 1966, basada en las novelas de Erle Stanley Gardner, que, como efecto colateral, provocó, incluso, el nacimiento de una serie brugueriana, el “Perry Tostón”, de Blas Sanchís).
Los esfuerzos de Don Pío se ven torpedeados por las constantes interrupciones de su esposa, doña Benita. Bien es verdad que, años atrás, en los primeros tiempos de su convivencia de papel, las cosas mostraban un cariz mucho más contundente y la dulce Benitina, dotada todavía de una cabellera oscura y puños de acero, le zurraba la badana con notable ímpetu e insana frecuencia a su abnegado maridito, como se puede comprobar en esta viñeta extraída de la doble página central del Pulgarcito número 88, publicado en abril de 1949 que llevaba por título “Don Pío y los vecinos”.
A las cinco menos veinte de la madrugada: El Caco Bonifacio acecha alegrementeEsa colilla sobre el moflete contrario, semejante a la pipa de Popeye, que también le sale del carrillo opuesto a donde tiene la boca, atrae la simpatía del lector hacia el caco Bonifacio, la contribución más recordada y apreciada de Enrich (Enric de Manuel González ).
Enrich se inició profesionalmente de la mano de su cuñado y mentor, el genial Guillermo Cifré Figuerola (Cifré). Tal como relata el propio Enrich en la entrevista reproducida en el DDT número 59 (tercera época) de fecha 2 de septiembre de 1968, Enrich recogió el encargo ofrecido a Cifré (que éste, por causa del exceso de trabajo, no se vio capaz de atender), para estrenar una serie de historietas (Ciriaco Majareto) en la revista editada en Madrid, Trampolín, mediada la década de los cincuenta . Cuando, en 1957, Cifré, junto a sus compañeros de viaje Conti, Peñarroya, Escobar y Giner montó el Tio Vivo, Enrich fue nuevamente requerido para colaborar en la recién nacida publicación. Su contribución inicial fue la creación del Caco Bonifacio, personaje que se incorporó , en forma de chiste fijo , a la
contraportada del semanario, espacio que compartía con el Fortunato (y su perro) de Conti, el profesor Tenebro de Escobar, la Rosalía de Cifré, el Raskalana de Pañella y el Olimpio de Peñarroya. Como muestra de este periodo, aquí al lado se puede ver el chiste del número 1 de Tio Vivo, primera aparición del caco de Enrich. En esta primera etapa de la revista, el director artístico era Conti, que se mantuvo en su cargo durante un año, aproximadamente. Quien le sucedió fue precisamente Enrich, quien realizó tales labores directivas hasta que la revista pasó a ser absorbida por Bruguera (que, desde su nacimiento, había intentado torpedearla, como atestigua Francisco González Ledesma a quien le tocó la ingrata misión de entorpecer en lo posible el desarrollo de la revista de los dibujantes, tarea en la que, tal como él mismo relata, procuró invertir el menor grado de pericia profesional posible, porque apreciaba a los artistas y sus ansias de libertad). El caso es que, en ese ínterin, el Caco Bonifacio había experimentado algunos cambios.
El primero, cuantitativo, por cuanto sus andanzas pasaron a extenderse a lo largo de una página por semana, y el otro, cualitativo, ya que su imagen adquirió un aspecto más infantil, depurando la dureza inicial en favor de rasgos más suaves. Las formas más estilizadas y redondeadas, así como el detalle de que Bonifacio apareciera ya sin asomo de barba son algunos aspectos que ponen de manifiesto ese cambio al que aludimos.
Fue precisamente en los inicios de 1966, unos meses antes de que la casa Guisval lanzara su Telereloj con la criatura de Enrich colocada en él, cuando Bonifacio dejó de aparecer en las páginas de Tio Vivo, donde venía acudiendo semana a semana, desde 1957. Probablemente, su actividad profesional, en un momento en que la censura apretaba más que nunca, dado el carácter infantil de la revista (que, recordemos, había nacido como un semanario de humor para mayores), más acentuado al pasar a pertener a Bruguera, fue lo que precipitó su desaparición. En opinión de las mentes pensantes del franquismo (si es que tal formulación es posible), los niños españoles debían ser protegidos de malas influencias como esa. En consecuencia, la última historieta del caco Bonifacio la encontramos en el Tio Vivo 256 de la segunda época (de la que procede la viñeta escogida, una bonita imagen de Boni montado en un artilugio volador, muy propio de la época bondiana del momento), con lo que podemos fechar el cese de Bonifacio en el 31 de enero de 1966 . En el número de la semana siguiente, el 257, Enrich ya había sustituido, muy a su pesar, al amigo de lo ajeno por el probo conserje Toribio, quien, de irreprochable conducta, era admitido en su nuevo empleo en unos grandes almacenes.
En la entrevista a la que nos referíamos al comienzo de este comentario, Enrich le aseguraba a Jaume Perich, sin género de dudas, que al personaje, de entre todos los suyos, al que querría volver a dibujar era también su predilecto, el caco Bonifacio, afirmación que me permite asegurar con bastante grado de certeza, que no fue su voluntad, precisamente, la causa de la eliminacón del ladronzuelo de las páginas de Bruguera, sino, tal como he explicado, la intervención de una censura que, en los años sesenta se volvió ultra-protectora.
NOTA: la denominación de “caco” para los ladrones tiene un origen mitológico y hace referencia al gigante, hijo de Hefesto, que le robó cuatro parejas de bueyes a Hércules y que, como consecuencia de ello, sufrió sus iras, resultando muerto a sus hercúleas manos. En la versión romana del mito, a Caco lo traicionó su hermano Caca, que fue quien le denunció al héroe griego super-fuerte. Se da la curiosidad de que en Barcelona, concretamente, en el céntrico Paseo San Juan, se puede contemplar un monumento dedicado a la figura de Caco, representado con su garrote y con un saco que supuestamente ha de servir para contener el producto de sus robos. Helo aquí.
A las once y cuarto (del día o de la noche): Tribulete pasea en busca de asunto...Al fallecimiento de Cifré, su personaje estrella, el reporter Tribulete, que creara gráficamente en 1947 siguiendo las directrices de Rafael González (quien se encargó asimismo, de los guiones), quedaba huérfano. Su cuñado Enrich se hizo cargo de la continuación de la serie. Poniendo en juego su capacidad profesional, combinada con la respetuosa admiración del discípulo hacia el maestro, Enrich realizó un trabajo dignísimo, procurando honradamente dotar a la serie de un nivel que rayara a altura similar a la alcanzada por su creador, rechazando, además firmarla, intentando, en definitiva, no ser más que una anónima prolongación que hiciera pervivir a un personaje más allá del punto final al que la fatalidad había llevado a su autor. Como muestra de la profesionalidad de Enrich, mostramos aquí una viñeta extraída del Pulgarcito 1812, de fecha 24 de enero de 1966, coetáneo del Telereloj de Guisval.
En ella observamos el despliegue de Tribulete triplicado quien, dopado sin él saberlo, da rienda suelta a un ataque de hiperactividad, bastante inédito, a pesar de llevar, a esas alturas, casi veinte años de permanencia en el “Chafardero indomable”.
Dando vueltas a la ruedecilla de este Telereloj, el tiempo no se detiene, ni avanza. Se limita a dar paso a unos personajes que se suceden en ese asomarse permanente, a esa ventana pintada de televisor y a nuestras vidas.