Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

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Lugar: El Escorial, Madrid, Spain

miércoles, mayo 30, 2007

Los diminutos señores de Schmidt


Una barba para dos

Podría haber ocupado su lugar en la entrada dedicada a los Almanaques del mes de diciembre del pasado año, o bien en la dedicada a las portadas “con alas” de marzo del presente, pero, sencillamente, este burgomaestre todavía no disponía de este Almanaque de Pulgarcito para 1971 en la que, una vez más, Roberto Segura (verdadero especialista en el tema) hacía despegar, desde su portada, una nueva revista Bruguera. De un vistazo podemos identificar a todos los personajes de la publicación, fundacional de la era brugueriana del tebeo, en el trance de ser víctimas de un secuestro aéreo. En el interior, una historieta, la protagonizada por el Doctor Cataplasma, contaba con la intervención estelar de un invitado significado, su “hermano” de tinta, el profesor Tragacanto.

Como si quisiera admitir sin eximentes el delito de haber repetido sus criaturas, Schmitd pone a dos de sus más conocidos personajes compartiendo una peripecia en la que su similitud evidente, sustanciada en una gran barba blanca, resulta fundamental. Tanto el galeno como el maestro tienen la ocurrencia de servirse de su accesorio piloso para obtener algún beneficio incorporando al personaje de Santa Claus con fines publicitarios. Esta coincidencia, admitida sin reservas por el dibujante, le permitió a este burgomaestre dar en abundar sobre la cuestión de la constante creativa presente de forma preponderante en la obra del artista murciano de extranjerizado seudónimo, Gustavo Martínez Gómez (Cartagena 1922, Elche 1998), conocido como Martz Schmidt.

Ciertamente, no supuso el Almanaque de Pulgarcito para 1971 la primera ocasión en la que Schmidt explotó el evidente parecido del Doctor Cataplasma con Santa Claus. Ya en el Almanaque para 1959 de la misma revista , encontramos al buen galeno disfrazado de tal guisa. Una historieta deliciosa que se beneficia de un color espléndido de la que reproducimos aquí algunas muestras en las que se aprecia maravillosamente el ágil y plástico estilo de Schmit que le permite desplegar unas líneas que se dirían vivas con las que alumbrar unos personajes dotados de un movimiento que salta a la vista del lector con un ritmo visual agradabilísimo, lejos, todavía, del exceso en que habría de incurrir al adentrarse en la década de los setenta (y que, por otro lado, tantos entusiastas seguidores cosechó entre los lectores más jóvenes).

Es verdad que Schmidt creó a Pepe Ko, que era igual de robusto y fornido que los indios que se enfrentaban al Sheriff Chiquito, o que el patán conserje del colegio del profesor Tragancanto y que en la etapa final de su carrera profesional creó a Deriranta Rococó, tan ebúrnea y gordinflona como Panchita, la fámula del doctor Cataplasma y que, también, cuando su estilo de dibujo se había descoyuntado y se había deslizado en cargados manierismos, dibujó a una Doña Urraca larguirucha, retorcida y estilizada hasta la hipérbole. Pero así y todo y considerando además que la mayoría de los personajes aquí citados eran contrapuntos, este viejo burgomaestre considera a Schmidt el dibujante de los hombrecitos diminutos. Ningún otro, de entre sus colegas puede presentar una galería de protagonistas tan caracterizada por una tipología tan uniforme como en su caso. La coincidencia del doctor Cataplasma y del profesor Tragacanto en las viñetas de la historieta con la que iniciábamos esta entrada pone de relieve esta peculiar característica, esta predisposicón a hacer que hombres bajitos, de cortas piernas, preferentemente barbudos porten el peso del protagonismo en las historietas de Schmidt. Vamos a darles un repaso, caprichoso, por supuesto, deteniéndonos más allá donde más nos apetezca y pasando por levemente por donde prefiramos el vistazo sumarial. Para eso somos burgomaestres, entre otras cosas.

Dos que menguaron: Don Danubio y Don Usurio

Don Usurio es el primer personaje que Martz Schmidt dibujó para Bruguera, concretamente, a partir de 1950 para la revista Pulgarcito. Su característica fundamental es la tacañería exacerbada y su aspecto, inicialmente zanquilargo y con perfil afilado y agresivo (le conocemos interno en un manicomio, quién sabe si el mismo que habitó Carioco) fue menguando hasta adoptar las formas más redondeadas y menudas con las que definitivamente se quedó, formas que al mentor de todos los tebeos Bruguera de aquella época, el imprescindible Rafael González, le parecían las idóneas y que se impusieron durante toda una década (la que va de 1947 a 1957). De manera análoga, su carácter también fue dulcificándose y llegó a convertirse en un individuo inofensivo, cuyo aspecto atildado y frágil le colocaba cerca de los tiernos héroes de Cifré como Cucufato Pí. Del Don Usurio original podemos mostrar alguna viñeta tomada de la historieta del Pulgarcito 176, publicado en octubre de 1950, de su reducida y más dulce versión posterior, hemos escogido viñetas de los números 195 y 196, de marzo del 51. Las diferencias entre los dos formatos del personaje son evidentes y, con el tiempo, se revelaron decisivas, pues marcaron la tendencia general de Martz Schmidt. Una evolución semejante sufrió Don Danubio, quien de su original aspecto de villano de opereta, tocado con una larguísima chistera y adornado con una larga barba de chivo vio cómo sus piernas se iban acortando con el paso de las historietas. Su comportamiento, dado al disparate y a lo desopilante le fue apartando del escabroso terreno de las influencias y arrimándolo al surrealismo. Como ya hemos dicho alguna vez, por momentos, parece el antepasado más directo del posteriormente archipopular Don Cicuta. En la historieta que hemos tomado como muestra de sus andanzas, justamente la de su debut, en el DDT número 1, le vemos entregado al frenesí del absurdo danzando irrefrenable por una exposición artística. El futuro desquicie que gobernará muchas de las historietas de Schmidt se encuentra ya presente en esta joyita en la que el propio Schmidt (o tal vez Rafael González a través suyo) aprovecha para descalificar alegremente todo el arte pictórico existente.

Dos señores insignificantes y sin barbas: Sófocles

Lejos de participar de la grandeza del trágico griego del que toma el nombre ( quien, como dejó escrito en sus “Ensayos” Michel de la Montaigne, feneció de placer) , es Sófocles un señor cuyo aspecto y andanzas pueden definirse como la esencia de la insignificancia. De peso tan nimio que le hace elevarse cuando le compra un globo a una vendedora callejera (como vemos en el Pulgarcito 1128) vive, casi en completa soledad (le acompaña un perro con el que, en ocasiones, se disputa la comida –por ejemplo, un hueso en el Pulgarcito 1120 y un plátano en el 1136, con victoria del humano en el primero y del can en el segundo caso) en la mayoría de las historietas, aunque en la del Pulgarcito 1115 es reñido por lo que parece una esposa típica de tebeo por fumar en pipa dentro de casa, lo que le impele a seguir fumando, a salvo, refugiado en la chimenea. No obstante la existencia de esta represora doméstica, Sófocles le tira los tejos a una viandante en la historieta del Pulgarcito siguiente, aunque sólo para recibir, en plena cocorota, una rotunda calabaza. Dentro de la indefinición propia de un personaje tan ínfimo que ocupa sólo una tira de menos de un tercio de página y que, prácticamente, desarrolla sus peripecias sin apoyo de texto alguno, podemos decir que las de Sófocles son historietas, en cierto modo, semejantes a las del Melitón Pérez de Benejam, también ilustrativas de anécdotas livianas, como la lucha contra un paraguas en día de lluvia, o la lectura distraída de un periódico en la vía pública con resultado de pisotón sobre la cabeza de un pocero. Las historietas de Sófocles son poco más que un chiste desarrollado en cuatro viñetas en las que, por ejemplo, se propone una solución estrambótica a un problema cotidiano (como en el Pulgarcito 1130, en la que se cobija de la lluvia bajo el sombrero de reclamo de un establecimiento del ramo, o como en la del número 1135, en la que Sófocles se fríe un helado en el fogón de su cocina para comerlo mejor, o como en la del Pulgarcito 1122, en la que pega groseramente un cuadro en la pared valiéndose de un bote de cola, harto de golpearse los dedos con el martillo). En estos casos, Sófocles es el sujeto activo de la historieta, en otros, es mero observador de algún fenómeno absurdo que lo anonada, como cuando en una partida de caza, al disparar contra una pieza volátil ésta cae transformada en un suculento plato cocinado y servido (tal como vemos en el Pulgarcito 1123), o como en el Pulgarcito 1127, cuando disgustado por la ineficacia del crecepelo que ha comprado, estrella el frasco que lo contiene contra una estatua de la que instantáneamente brota una tupida mata de pelo. En otras historietas, Sófocles hace gala de un despiste morrocotudo, rayano en el absurdo, como cuando, en otra práctica del arte cinegético, se pasa las tres primeras viñetas disparando a las piezas con los dedos, y no comprende la razón de su falta de éxito hasta que llega a su casa y ve la escopeta colgada sobre la chimenea (Pulgarcito 1133).

La indefinición de Sófocles le lleva incluso a tener el acento de su nombre desplazándose por las tres sílabas que lo componen. En las primeras historietas publicadas, suele aparecer escrito sin acento gráfico, para pasar luego a estar en la segunda sílaba y, finalmente, en la primera. Si el conocimiento de las reglas de puntuación de Schmidt arroja algunas dudas, tampoco la posición social de su personaje parece muy clara y es especialmente llamativa la historieta del Pulgarcito 1109 en la que puede vérsele viviendo a la intemperie, en compañía de un perrazo al que utiliza para conseguirle pares de zapatos por el procedimiento de hacerle aullar durante la noche, y ataviado con ropas llenas de remiendos. En cambio, en los números inmediatamente siguientes, se le ve caminar muy ufano, bien vestido y fumando un espectacular veguero. Lo que no cambia, a lo largo de su existencia, es su insignificancia. Sófocles es casi completamente calvo, no levanta más de un metro del suelo y no tiene profesión conocida. Es tan poca cosa, el bueno de Sófocles, que puede terminar dentro de una pompa de jabón, como en el Pulgarcito 1156, o, como en el 1114, cuando hace autostop, puede terminar recogido por una señora que transporta un cántaro en una carretilla.

...y Prudencio

A diferencia de su pariente Sófocles, Prudencio nace netamente definido desde su mismo nombre y sus historietas están llenas de palabras. La coincidencia entre ambos se encuentra en su menguado físico, coincidente con el del compañero de Pulgarcito, y tan leve que le permite a un desagradable personaje circunstancial, que aparece en la historieta del DDT 34, definirlo como “lombriz anémica”.

Prudencio, como el efímero Súper Birria de Cifré, o la perenne familia Cebolleta de Vázquez, nació en el número uno de la revista DDT, en mayo de 1951 y lo hizo bajo el signo de la prudencia, de la cautela, que le hicieron un hombrecillo precavido en extremo, timorato incluso, pero resuelto a acometer cualquier empresa. Del mismo modo que otro compañero de revista, el Ofelio de Jorge, era la timidez hecha persona, Prudencio tomaba en cuenta todos los factores posibles antes de acometer la menor empresa y vivía con la certeza inserta en el fondo de su cerebro que “toda precaución es poca”. Así definido, las primeras historietas de Prudencio sufren de una limitación férrea que las hace repetitivas. El mecanismo del chiste, además de sabido por reiterado, peca de prolijo, ya que Schmidt se obliga a detallar todas las medidas que su personaje toma antes de realizar cualquier “proeza”, ya que la gracia se halla en la exageración. Así por ejemplo, antes de decidirse a bailar mambos (“hasta que se le doblen las piernas”) el hombrecillo de gafitas redondas y nariz semejante al pico de un ave granívora emprende previamente un viaje al corazón de África y se doctora en todo tipo de conocimientos del continente negro (DDT 32), o bien adquiere un saber enciclopédico en el campo de la ingeniería antes de pedirle a sus majestades, los Reyes Magos, un mecano (DDT 9). Esta prolijidad en el detalle y en la verbosidad la fue abandonando Schmidt rápidamente, por los inconvenientes ya descritos, para dar paso a un humor más ágil y ya sin apenas apoyo de texto. Simultáneamente, la extrema cautela del personaje fue quedando relegada y, aunque no desapareció completamente, compartió protagonismo con chistes más parecidos a los de la serie de Sófocles, con más soluciones visuales.

Al igual que sucediera con su colega Sófocles, Prudencio conoció también cierta evolución gráfica, pero ambos fueron concebidos inicialmente con el que podríamos considerar formato "de bolsillo" prototípico de Schmidt. No obstante, las diferencias entre el Prudencio de sus primeras apariciones son destacables y afectan a la eficacia del gag, pues, tal como podemos apreciar en las viñetas tomadas del número 1 del DDT, en sus comienzos Prudencio es incluso excesivamente insignificante, tan diminuto que apenas se distinguen rasgos que le caractericen, bajo su sobrero canotier y detrás de sus gafitas. Con el paso de los números de la revista, Prudencio va afirmando una personalidad a través del aumento de la importancia de sus rasgos característicos (efectuado tanto a través del aumento del tamaño de su cabeza, como de la aproximación del punto de vista, cifrado en un mayor número de primeros planos).

Tres de barba blanca:

El doctor Cataplasma

Del Doctor Cataplasma , el médico por excelencia de los tebeos Bruguera nos ocupamos un tanto en este modesto web log hace ya más de un año, a través de las entradas tituladas "El Doctor Cataplasma I: El goticismo de Martz Schmidt" y "El Doctor Cataplasma II: El doctor abre consulta". A lo que dijimos entonces y a los apuntes deslizados al principio de la presente entrada, poco más añadiremos ahora, pero como personaje emblemático de su autor y primer fruto de uno de sus filones creativos, no quisiéramos despacharlo en el momento presente sin aportar alguna muestra más de su periplo por los tebeos Bruguera, en los que tuvo tanto protagonismo que, por ejemplo, lo llevó a muchas portadas del Pulgarcito. Por eso colocamos aquí la prueba de su consagración popular absoluta, es decir, la portada de uno de los Olés que se le dedicaron (el número 46, titulado impersonalmente "El doctor Cataplasma y su criada Panchita", un ejemplar al que el anónimo portadista no hizo justicia con un trabajo sólo aceptable y en el cual encontramos que 6 de las 7 últimas historietas que lo componen fueron dibujadas por Torá, el honrado pero poco brillante profesional que se hizo cargo del personaje a mediados de los años sesenta) y una viñeta, tomada del Almanaque para 1958, en la que nos enternece el comentario que el doctor dedica a su fámula, una referencia a un éxito popular arrollador de la canción, la melodía que popularizó Antonio Machín, original del mejicano Ángel Maciste (música) y el venezolano Eloy Blanco (letra) que el cantante cubano de padre gallego (se llamaba en realidad, Antonio Lugo Machín) oyó en el camerino de al lado del suyo en el Novedades, en 1947, y cuyos derechos se apresuró a adquirir para obtener el éxito de su vida. Hasta 19 bises llegó a interpretar en el citado teatro Novedades de la calle Casp de Barcelona cuando estrenó el tema, tal como relata Santiago Tarín en su libro “Barcelona, en rosa y negro” (Plaza y Janés. Serie Mitos).

El profesor Tragacanto

Las similitudes por las que están unidos Cataplasma y Tragacanto empiezan, como hemos dicho antes, por la barba, pero van más allá. Como queda certificado por el comentario del niño Vicente en el Din Dan 24 (de fecha 29-7-68), una barba como la del profesor "hace catedrático". No es casualidad, por tanto, que Schmidt la haya puesto sobre los nobles mentones de un doctor en medicina y de un docente. Las barbas canosas, el dibujante nacido en Cartagena las reserva para personas instruidas o con alguna autoridad, como el sheriff Chiquito. Pues bien, más allá de la coincidencia pilosa, tanto Cataplasma como Tragacanto tienen a su lado a una persona voluminosa que trabaja a su servicio. El notable espacio que ocupa Panchita en las historietas del doctor, lo llena el conserje Petronio en las del profesor. Si el primero tiene como cliente más decisivo a la acaudalada señora Millonetis, el segundo depende en gran medida de las influencias de la señora Dineritis. El rasgo más distintivo entre ambas series es la presencia fija de los alumnos del profesor Tragacanto, esa "clase que es de espanto" y que forman, fundamentalmente el travieso Jaimito Buitrago (responsable, según declaración del mismo profesor, del “espanto” que anida en la clase) y el (repelente) Vicente, típico niño empollón, gafitas y pelón.

Nacido siete años más tarde que su pariente el galeno Cataplasma, para la misma revista, la fundacional Pulgarcito, el profesor Tragacanto obtuvo andando el tiempo los honores de ocupar muchas veces la contraportada de la revista e, incluso, aunque algo menos, la portada. De entre las primeras, hemos escogido una historieta (la del Pulgarcito 1641, de 15 de octubre de 1962) en la que el maestro toma amarga conciencia de su escasa estatura, olvidando la máxima tan socorrida de que "el tamaño no importa" y acusando a su creador de haberle "hecho así", quizá por un motivo tan prosaico como el de ahorrar tinta. Después de catar el punto álgido del éxito en la revista de mayor difusión de la editorial, el profesor y sus discípulos dieron diversos tumbos por distintas cabeceras hasta recalar definitivamente en la remozada Din Dan de 1968. De entre las historietas publicadas en esta revista, hemos seleccionado unas cuantas, en una de las cuales encontramos un argumento cómico que ya nos vimos en una historieta de Prudencio. Si el hombrecito con aspecto de pajarillo del DDT pasaba por la sartén un helado para poder tomarlo sin molestias, Petronio, en uno de sus alardes habituales de estulticia, hace lo propio con un par de helados que debía degustar en comandita con su patrón, el profesor Tragacanto. Eso pasa en el Din Dan 82 (de fecha 8 de septiembre de 1969). En el Din Dan 152, Schmidt aprovecha para dar una lección práctica de supervivencia al relatar la típica anécdota de la vida escolar en la que Jaimito sufre el acoso de un matón (al que, por cierto, había hecho trampas) y recibe el consejo del profesor (por mediación de Vicente) de hacer frente al agresor, demostrándole que no le teme, con lo que el violente depondrá su actitud belicosa. La resolución del caso, contraria al tópico propio de telefilm norteamericano, demuestra que hacer frente a un violento más forzudo que uno es una majadería y una estupidez. Jaimito recibe estopa y Vicente, a manos de Jaimito, también se lleva su correctivo.

En las historietas reproducidas en la segunda etapa de Din Dan puede apreciarse la evolución del estilo gráfico de Schmidt aunque, como era lamentable norma de la casa, sin atender a ningún orden. Algunas historietas, como la del número 98 (de fecha 29-12-69) en la que Jaimito trata de engañar al profesor haciendo pasar a su condiscípulo Vicente por una especie de cerebro electrónico de cartón, parecen dibujadas en ese momento. Así, el canon de las figuras y de las viñetas que las contienen ha aumentado de tamaño. El trazo, que del preciosismo de los cincuenta se había tornado más tosco en los sesenta, estaba alcanzando la línea más, digamos, “nerviosa” y hasta “neurasténica” de los setenta. Sin embargo, otras historietas de números posteriores parecen pertenecer a etapas anteriores, como la del Din Dan 118, en la que toma a Jaimito por un potentado (como si todavía no lo conociera bien) que recuerda el estilo “fauve” que Schmidt adoptó en sus sustituciones forzosas del “ausentado” Vázquez, haciéndose cargo de sus familias Cebolletas y hermanas Gilda.

El sheriff Chiquito

Nueve años después de la creación del Doctor Cataplasma y tres más tarde de haber dado a la imprenta al profesor Tragacanto, apareció el tercer mellizo de barba blanca nacido de la hábil plumilla de Schmidt. Instalado como complemento humorístico para revistas de aventuras (pasó por el Jabato Extra y por el Capitán Trueno Extra) terminó situándose en las revistas más ambiciosas de la editorial, las monumentales Gran Pulgarcito y Superpulgarcito al iniciarse la década de los setenta. Donde el buen doctor gastaba chistera y el maestro de la clase espantosa usaba birrete con borla, el representante de la ley en el oeste, se cubre la cabeza con un aparatoso Stetson que cambia de forma, pero mantiene siempre unas grandes alas. Por lo demás, dos revólveres al cinto y la consabida estrella de sheriff completan el atavío de la nueva versión del mismo venerable a la par que dinámico personaje de Schmidt.

La del sheriff Chiquito es una serie que, aparentemente, se limita a utilizar superficialmente la iconografía del western, pero, lo cierto es que, de poder revisarla a fondo, sin duda se encontrarían en ella numerosos guiños a momentos cumbres del género (en su vertiente cinematográfica) afirmación ésta que este burgomaestre se atreve a realizar habida cuenta de que tan sólo ha podido leer unas pocas muestras de entre las historietas aparecidas en Gran Pulgarcito y ha topado con dos perlitas. Una, en la historieta del número 67, en la que Schmidt reproduce el mítico contraluz en el hueco de una puerta que John Ford instauró para John Wayne (quien casualmente está de actualidad pues justamente habría cumplido cien años el pasado sábado) en Centauros del desierto (The Searches, 1956) y que luego fue copiado hasta la saciedad. La otra es el guiño al film dirigido por Marlon Brando “El rostro impenetrable” (One-eyed jacks, 1961), excelente película que cosechó la Concha de Plata del festival de San Sebastián de aquel año, que aparece en el Gran Pulgarcito número 71. Las fechas de publicación de estos números de Gran Pulgarcito (mayo y junio del año 1970) probablemente son posteriores a las de las historietas, por lo que las citas a los filmes debieron ser más próximas en el tiempo a la fecha de estreno de los mismos.

Dos de barba negra

Si entre el nacimiento de los tres barbudos de blancas pilosidades transcurrieron casi dos lustros, los dos portadores de negras barbas nacieron casi al unísono, por lo que a Rasputín y Troglodito podemos considerarles mellizos. De vida mucho más larga el primero que el segundo (lo que se correspondería con la invulnerabilidad atribuida al mitificado monje ruso), desarrollaron sus actividades de papel en las revistas DDT y Pulgarcito, respectivamente, desde finales del año 1957.

Rasputín

A diferencia de Sófocles, que se limitaba a lucir el nombre del autor de Antígona, Rasputín tomaba no sólo el nombre, sino también el aspecto y la indumentaria de “El monje loco”, un hipnotizador y curandero que dirigió desde la sombra los destinos de Rusia al poner bajo su influencia a la zarina Alexandra allá por los primeros años del siglo XX y que asombró al mundo con su capacidad amatoria y su invulnerabilidad (a la que se puso fin drásticamente, siendo asesinado el 31 de diciembre de 1916 envenenándole, disparándole, golpeándole la cabeza, arrojándole al río Neva y extrayéndole, finalmente, el corazón y castrando su cadáver). Claro que las ocupaciones del personaje de Schmidt que empezó a aparecer en la página 3 de los ejemplares de DDT a partir de septiembre de 1957 sustituyendo a la serie “Mi tío Magadaleno” (de un Conti demasiado absorbido por la tarea de dirigir el Tio Vivo independiente) eran mucho más inocentes que las del personaje histórico que le sirvió de modelo. En general, eran tan inocuas como las de Sófocles o Prudencio, los otros personajes de Schmidt que disponían de menos de una página para desarrollar sus peripecias. Como pasa con ellos, muchas de las historietas de Rasputín revelan soluciones ingeniosas y sorprendentes a problemas cotidianos. En una de las primeras, la del DDT 334, ante la imposibilidad de portar simultáneamente dos maletas y una sombrilla, termina sujetando esta con la barba que, milagrosamente, adopta la forma de una tercera mano. Así vemos, por cierto, desde sus primeros pasos, que el rasgo que distingue a Rasputín de sus predecesores es esa larga barba negra a la que Schmidt sabe sacarle juego cómico, como sucede en el DDT siguiente al comentado, el 335, en el que la dificultad para lucir una corbata es vencida irrisoriamente por su menudo personaje atándose la barba por encima de la cabeza. Su irreflexiva fe ciega en su ingenio sólo menor que su ingenuidad le lleva, en ocasiones a incurrir en situaciones absurdas, como el chapuzón que se da, a todo correr, en el DDT 360, esgrimiendo un voluminoso manual para aprender natación que no le sirve, naturalmente, de ninguna ayuda.

Aparte de las posibilidades argumentales que la barba de Rasputín podía brindarle a la inspiración de Schmidt, uno de los recursos más utilizados por éste es el de poner a su personaje en una situación que le haga transformarse de la manera más sorprendente posible. Ejemplos de este esquema argumental son muy abundantes y citaré sólo algunos por no fatigar al lector más de lo necesario. Así, nos podemos encontrarnos con Rasputín convertido en una especie de zángano en el DDT 332 (de fecha 26-9-57) tras ingerir grandes dosis de jalea real, un producto que debía estar de moda especialmente en aquellos años y cuyas propiedades parecían casi milagrosas (el mismo Schmidt, en la historieta del doctor Cataplasma del Pulgarcito 1368 (del 26 de julio de 1957, es decir tan sólo dos meses anterior) incide nuevamente en las cualidades del alimento de las abejas reina). Unas semanas más tarde, en el DDT 338, Rasputín, intentando sintonizar un televisor (de los poquísimos que había en España, por aquel entonces) termina convertido en una especie de “interferencia”. Cuando, en el DDT 347 (un número adecuadamente invernal, de fecha 6 de enero de 1958) le sorprende una nevada, Rasputín termina convertido en un muñeco de nieve al que no le falta detalle. Su aspecto sufre una nueva transformación en el DDT 355, cuando, estimulado por la imagen que se forma en su mente de un porrón (¡¡!!) estúpidamente toma por un bar lo que es una barbería y termina completamente rapado, sin barbas ni guedejas, pelado como un huevo. Cuando, en el DDT 364, acude a un cine y ve una película en el innovador formato del cinemascope, el barbado hombrecito sale de la sala convertido en una versión panorámica de sí mismo. En el número 359 (de fecha 18 de marzo de 1958), por último, vemos cómo culmina la historieta convertido en émulo de Dalí al ayudarse de dos globitos que elevan las guías de su bigote. Por cierto, que el artista ampurdanés, sin duda el pintor que gozaba de mayor popularidad de entre todos los del siglo XX, no fue en esta la única ocasión en la que fue homenajeado por Schmidt. En una historieta de Prudencio, la del DDT 35 (de enero de 1952), el timorato personaje efectúa una serie de complicados estudios y controles médicos para cerciorarse de que podrá resistir una conferencia daliniana en la que el pintor de “El gran masturbador” explica el sentido de su obra. Como no podía ser de otro modo, tratándose de una historieta brugueriana, y tal como se puede comprobar en la imagen colgada ahí al lado, la importancia del percebe se revela capital para explicar el surrealismo.

En el capítulo de curiosidades, decir que en el DDT 385 se desvela el misterio de si lleva ropa interior debajo de su remendado sayal. Al ser rebasado por un coche que pasa a gran velocidad cuando está haciendo auto-stop, pierde toda la ropa y se queda en cueros vivos. En perfecta hilera, los zapatos, los calzoncillos (a topos) y la camiseta quedan en el suelo de la cuneta, al lado de su dueño de quien, apropiadamente, quedan cubiertas las vergüenzas con su frondosa barba. Por otra parte, Rasputín, que por lo común se presenta como un personaje solitario, parece que tiene familia, o al menos eso se desprende de la lectura de su historieta del DDT 377) de fecha 4 de agosto de 1958), en la que, preguntado por una señora con la que evidentemente convive, sobre lo que está haciendo, éste asegura que está arreglando un juguete “del niño”. Y podemos también atrevernos a afirmar que Rasputín era aficionado al morapio pues si antes le veíamos ilusionarse por un porrón, en el DDT 356 se propone vaciar un barril que provoca una gotera por el sistema de colocarse debajo con la boca abierta.

Troglodito

A este personaje, al que tuvimos que aludir obligatoriamente en la entrada anterior, dado el tema cavernícola, apenas hemos podido verlo. Su paso por el mundo brugueriano fue breve y disponemos de poquísimas historietas que
mostrar. Podemos afirmar, a pesar de ello, que, y además de destacar su sorprendente y evidente similitud física con su hermano gemelo Rasputín, Troglodito es un personaje atípico dentro de la carrera de Schmidt y de los tebeos Bruguera en general. Por un lado, es un precursor del tema prehistórico, antecediendo al Hug de Gosset en ocho años y por otro (lo que es más importante)

protagoniza una serie familiar de estructura compleja e inédita, al incluir una tía solterona que
comparte protagonismo con el matrimonio y sus dos hijos pequeños. Es una serie que revela que los problemas de la Humanidad vienen de lejos. En la prehistoria ya había cuñados.

Quizá el tono desenvuelto con el que Schmidt retrataba a la institución familiar (de la Edad de Piedra, pero llena de citas anacrónicas), que creemos adivinar en las escasísimas historietas que hemos podido leer, explique lo efímero del paso de Troglodito por la revista Pulgarcito. En la viñeta adjunta, se retrata en dos simples preguntas la complejidad de la vida familiar, revelándose el desprecio por la familia política y el férreo control inherente al yugo matrimonial (está tomada del Pulgarcito 1396, de fecha 3 de febrero de 1958).

La realización gráfica de “Troglodito” coincide con la travesía de Schmidt por su mejor momento estilístico. Se halla en un punto culminante en su evolución como artista, ese punto en el que dibuja con facilidad y gusto asombrosos y el dominio de su arte ha alcanzado el culmen (prueba fehaciente de ello son las dos viñetas en color previamente expuestas, tomadas de la historieta publicada en la contraportada del Almanaque de Pulgarcito para 1958). Argumentalmente, a pesar del escaso material manejado por este burgomaestre para efectuar el análisis pertinente, se puede asegurar que es de las propuestas más ambiciosas de esta etapa de la carrera de Schmidt, dentro de las historietas autoconclusivas. Para la anécdota, digamos que pocas veces un personaje brugueriano ha hecho una afirmación tan innecesaria como la que realiza Troglodito en una de sus historietas, cuando, garrote en mano, asegura “Iré a dar una vueltecita por el campo”. ¿Pues por dónde, si no?


”En el frasco pequeño está la buena confitura”

Schmidt, que también dibujó fenomenales series protagonizadas por niños, como las que hizo para la revista “Florita”: “Babalú”( la cual, por cierto, era una nena negrita rubia, idéntica a una sobrina de Panchita que fue vista en alguna historieta del Doctor Cataplasma), “Esos mellizos” o “Dolly” y para la agencia Bardon Art, la serie “Terror Tornado Street

(respescada por Bruguera para Din Dan como Berenjena Street) y, directamente para la editorial barcelonesa, “La pandilla Cu-Cux Plaf”, encontró, no obstante, su especialización máxima en los personajes adultos con tamaño de niño pequeño. Esos “locos bajitos” a los que definió Gila y popularizó Serrat bien podrían ser estos Prudencio o Rasputín de Schmidt, unos personajes ingenuos, dotados de una gracia de movimientos y de trazo que, en gran parte, se debe a las directrices de Rafael González, el Stan Lee de Bruguera, que corrigió el estilo del dibujante llevándolo hacia la excelencia.

El arte de Schmidt, capacitado para grandes empresas (como las diversas pinturas murales o escenografías teatrales que realizó) encontró su expresión más personal en la plasmación de figuras menudas y redondeadas que eran sus personajes más característicos. El encanto indiscutible de sus hombrecillos merece sin duda la admiración y nos hace recordar al Arcipreste de Hita quien reparaba en su “elogio de la mujer pequeña”, extraído del “Libro del Buen Amor” en las muchas cosas chicas que tantas bondades encierran. A este burgomaestre no le cabe duda de que, de haber podido conocer a los personajitos de Schmidt, sin duda los habría mencionado.

Martz Schmidt: su singularidad

Desde el desconcertante seudónimo, casi impornunciable para un español, Martz Schmidt se mantenía dos pasos más distante de lo cotidiano que sus compañeros, que firmaban, no casualmente,con su propio apellido y que se ocupaban de temas tan cercanos a la vida diaria como las distracciones populares, como los deportes o los afanes de la vida diaria (como la carestía de la vida o la convivencia vecinal). Así, Troglodito y el sheriff Chiquito habitaban terrenos alejados de la cotidianidad, claramente paisajes de evasión, lo mismo que el Doctor Cataplasma, cuya serie parece ambientarse en algún punto de l adécada de los treinta en lso jóvenes USA. Una ambientación similar se reserva a Prudencio y a los Dones Usurio y Danubio. Dentro de tales escenarios, la irrupción de lo estravagante es más que habitual. Rasputín, por su parte, lleva la bizarría consigo.

Este alejamiento notable de la realidad circundante, verdadera seña de identidad o signo distintivo del autor, acaso en consonancia con otro maestro brugueriano atípico, el gran Alfons Figueras, no hizo en Schmidt sino acrecentarse con el tiempo, alcanzando su grado máximo con la realización de la celebrada serie de "Doña Urraca en el castillo de Nosferatu" (1972).

Epílogo: Insegurini

Cuarenta años después de que entregara sus primeras páginas de Don Usurio a la editorial Bruguera, Schmidt dibujaba para el TBO de Ediciones B, en 1990, la aventuras de Insegurini, un nuevo personaje cortado por el mismo patrón que sus hombrecitos de siempre. Con guiones del propio Schmitz, de Abulí, de Antoni Norverto o de Jaume Ribera, Insegurini nace bajo el signo del Prudencio de los primeros DDT, pues como él, se siente obligado a prever cualquier contingencia para intentar vencer su temor a lo imprevisto. Por otra parte, como el Doctor Cataplasma con su Panchita, o como el profesor Tragacanto con su conserje Petronio, también tiene un voluminoso subalterno con quien interactuar (la instruída y docta fámula Romualda). El estilo del casi septuagenario dibujante ha perdido gran parte de su encanto, pero todavía se beneficia del oficio acumulado y del talento innato que ha derrochado durante cuatro décadas años de ejercicio profesional.

Para terminar, algo completamente diferente

Permítaseme, que parafrasee a la Monty Python a la hora de concluir esta entrada. Es notorio que a los burgomaestres nos gusta poner cosas de fuera de los tebeos que nos hemos encontrado dentro de ellos. En esta ocasión hemos vislumbrado al gran pintor catalán Salvador Dalí a quien el dibujante nacido en Cartagena en 1922 y muerto en Elche en 1998, Gustavo Martínez Gómez (Schmidt), ya fuera por su innegable popularidad, o ya por admiración sincera, parecía tener muy presente. Lo cierto es que Dalí fue una presencia constante en los medios de comunicación durante muchas décadas y muestra de ello es esta fotografía de cierto carácter surrealista y digna de figurar, como una viñeta más, en una de las historietas con niños que dibujaba Schmidt. En ella encontramos al genio de Port Lligat posando para las cámaras de un grupo de girls-scouts en el aeropuerto de New york, el 14 de abril de 1960, un día en el que un monárquico declarado como él, no debía tener nada que celebrar, cosa que no le impedía prestar amablemente su imagen universal a la voracidad de los objetivos de las niñas (y del periodista gráfico del New York Daily News que recogió el momento).