En las páginas del diario “El País”, nos hemos enterado hoy de que María Asquerino (María Serrano Muro, Madrid, 25-11-1925) se retira de la escena. A sus 83 años, la actriz ha recorrido un camino largo, glorioso y fructífero en los escenarios y en las pantallas, y ha decidido que ha llegado el momento de dejar de trabajar. Desde aquí queremos desearle una muy feliz jubilación porque la admiramos y somos conscientes de que con su marcha se aleja de los focos una personalidad fuerte, única y extraordinaria, independiente, valiente, que subyuga al espectador con la fascinación reservada para las más grandes. La actriz, hija de los actores Mariano Asquerino y Eloísa Muro, empezará su periodo de descanso con el dulce sabor del premio especial “Toda la Vida” otorgado por la Unión de Actores en la gala que se celebrará el próximo 9 de marzo. Verá así coronada una trayectoria que se inició hace setenta años, cuando, a los trece de edad, debutó en la compañía de sus padres, en una representación de “Campo de armiño” en San Sebastián. Sólo tres años después, en 1941, debutaría en el cine de la mano de Juan de Orduña, en la película “Porque te vi llorar” y desde entonces ha perseverado en la mágica ocupación de emocionar al público. La inteligencia que brilla en la incandescente mirada de esta mujer rivaliza en altura con la intensidad dramática de la que está dotada su excepcional voz. Ya en 1949, a sus veintitrés años, en entrevista concedida a la revista Cámara (de la que hemos extraído la fotografía que acompaña estas líneas), Maruja Asquerino tenía clara su preferencia por encarnar el tipo de la mujer “con carácter”, de la “vampiresa”, de la “femme fatale” que buscaba su propio camino sin reparar en cuántas perdiciones de hombres tendría que procurarse. Esta predilección convertiría a la actriz en lo más parecido al modelo de mujer independiente que encarnaban en otras cinematografías Bette Davis o Barbara Stanwyck, con la insoslayable dificultad añadida que semejante rol conllevaba en la represiva sociedad franquista. Su encarnación de “la mujer mala” en el cine español ha deparado al espectador inolvidables momentos, como los que protagonizó en “Séptima página”(1950), de Ladislao Vajda, en la que humillaba hasta la trituración moral al personaje del infeliz camarero al que daba vida un joven Luis Prendes, o en la fundamental “Surcos”(1951), de José Antonio Nieves Conde, donde no obstante la dureza de su personaje, la Pili, no podía evitar horrorizarse cuando “El Mellao” (Luis Peña), ponía brutalmente fin a la vida del pobre Pepe, el humilde campesino trasplantado a la cruel urbe. Los espectadores siempre estaremos en deuda con los actores que nos han hecho soñar, que nos han hecho emocionarnos. Este burgomaestre quiere recordar mediante este pequeño apunte, las largas décadas de gloria de esta suntuosa actriz, María Asquerino, a la hora de su retirada. PD: Es intención del que suscribe convertir esta entrada en un mero anticipo de la que intentará glosar con más extensión la trayectoria profesional de nuestra protagonista de hoy. Pero, bueno...¿hacía falta decirlo?
Resultaría difícil de explicar que este weblog, dedicado a los actores españoles, pasara por alto el hecho de que una de nuestras actrices se haya alzado con el premio más prestigioso y de resonancia más universal de los que se conceden a los profesionales de la escena cinematográfica. Por eso, al igual que hicimos hace un año cuando el agraciado fue Javier Bardem, hoy queremos congratularnos del triunfo de Penélope Cruz, que ha obtenido el primer Óscar de la Academia de Hollywood concedido a una actriz española. Cierto es que la categoría del premio, el de Mejor Actriz Secundaria no es (como cabía afirmar igualmente en el caso de su colega, Javier Bardem, el año pasado) precisamente, de los que quedan en la memoria del aficionado. Los galardonados con esta estatuilla son, frecuentemente, pasto del olvido en muy poco tiempo y sus trofeos languidecen en sus repisas hogareñas sin más misión que la de reclamar que les limpien el polvo periódicamente.
El caso es que la noticia de la concesión de este Óscar ha coincidido con el anuncio, por parte del Ministerio de Cultura, de la lista de acreedores a las Medallas al Mérito en Bellas Artes del 2008, en la que se encuentran los actores Imanol Arias, Charo López,Pilar Bardem y Cecilia Roth, motivo por el cual, este burgomaestre considera oportuno recoger aquí la noticia de la distinción y felicitarles por ella.
Y con ser estos reconocimientos muy sonados y campanudos, en este weblog (o lo que sea) aprovechamos la coyuntura de la actualidad para echar la vista atrás y recordar con reverente admiración a Julia Gutiérrez Caba (Madrid, 20-10-1934) en un momento concreto de su brillante carrera, cuando, en enero de 1966, le era concedida la Placa de San Juan Bosco (patrón de la Cinematografía) premio instaurado por la revista Fotogramas (precedente de los actuales Fotogramas de Plata), con el que se alzó brillantemente, tras votación popular de los lectores de la revista concesionaria, por su trabajo en el film de Juan Antonio Bardem “Nunca pasa nada”, estrenado en 1965. La sensacional actriz, miembro destacado de toda una estirpe de actores (hija, nieta, hermana, sobrina y esposa de actores) había hecho el aprendizaje de su profesión junto a sus padres en la compañía de teatro del Infanta Isabel, teatro regentado por Isabel Garcés, en 1951, alcanzando la profesionalidad al año siguiente. En el momento de la obtención del galardón al que nos referimos hoy, Julia Gutiérrez Caba, que había debutado en el cine en 1961 y en televisión un año después, coleccionaba premios y galardones con la misma serenidad con la que la tierra recoge el agua de la lluvia tranquila. Y mientras en Barcelona, la guapa Teresa Gimpera recogía el premio en su nombre, en la correspondiente gala oficial, Julia Gutiérrez Caba actuaba en el escenario del teatro María Guerrero, en Madrid, repasando quizá, mentalmente, las distinciones que habían jalonado su ejecutoria profesional. Así, en 1962 había ganado el Premio San Jorge de la crítica cinematográfica de Barcelona, y en 1963 obtuvo el Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos y el Premio Nacional del Sindicato en su categoría de Cine. En 1964, uno de los primeros Premios Nacionales de Televisión fue a parar a sus manos, y, en 1965, a la Placa de San Juan Bosco de Cine, se sumaron la concesión del Premio de la Popularidad del diario “Pueblo”, en su categoría de televisión y otro premio análogo concedido por el diario “Tele/eXpress”. Pero por encima de esta cosecha de recompensas, en forma de trofeos, Julia Gutiérrez Caba se ganó con su arte, desde entonces y hasta hoy mismo, el derecho de estar siempre presente en el corazón del público. Quizá por eso, hoy que se habla de premios, este burgo piensa en ella.
PD: en aquella edición de los premios San Juan Bosco, el recordado Antonio Ferrandis (Paterna, Valencia 28-2-1921 – Valencia, 16-10-2000) logró el primero que se concedía en la categoría de televisión, por su trabajo en la serie de Jaime de Armiñán “Tiempo y hora”. En el mismo año, el fenomenal actor había ganado el Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo por su trabajo en el film “Posición avanzada” (Pedro Lazaga, 1965). Por último, anotemos que, en el apartado internacional de los premios San Juan Bosco 1965, el galardonado fue nada menos que Jerry Lewis. ¿Eran otros tiempos? Desde luego que sí. Para lo bueno y para lo peor, también.
Algo en su sonrisa apenas esbozada y levemente burlona nos indica que se halla en posesión de un secreto que prefiere no revelarnos. Quizá se trate de la clave con la que es capaz de tocar la nota exacta que desencadena el caudal de sentimientos que el oyente tiene presos en su interior. Quizá sea su causa que conoce el autentico material del que están hechos los sueños de los radio-oyentes. Quizá se trate simplemente de la sonrisa que aflora al rostro de los que convivimos con la certeza de ser feos y la esperanza de ser, por compensación, inteligentes. Sea como fuere, esta imagen triunfante de Juana Ginzo desde la portada de la revista Ondas quiere este burgomaestre que sirva de homenaje a la actriz y de reconocimiento a su trayectoria profesional en los años dorados de la radiodifusión española.
Este weblog (o lo que sea), dedicado a los actores españoles, podría ser identificado erróneamente como un weblog (o lo que sea) dedicado a los actores del cine español. Y su pretensión (bien osada) es otra, porque no quiere limitarse al Séptimo Arte. Sirva como prueba de ello esta modesta entrada destinada a reflejar algo del destello de una de las figuras señeras de la dramaturgia radiofónica, la gran Juana Ginzo, que si bien ha intervenido en una docena de películas, lo ha hecho casi siempre en papeles de breve extensión que no obtuvieron, en ningún caso, ni la difusión ni el relieve que su trabajo en las ondas llegó a alcanzar.
Juana Ginzo nació en Madrid en 1922. Hija de madre anarquista y de padre socialista, el impacto de la Guerra Civil en su adolescencia y primera juventud tuvo que fortalecerla (muy a pesar suyo). Los terribles años de escasez de la posguerra la llevan a curtirse en trabajos modestos, de supervivencia, hasta que en 1946 ingresa, a través de su participación en el programa concurso “Tu carrera es la radio”, creación del americano Robert Kieve, en el cuadro de actores de Radio Madrid. Por la misma puerta de entrada, el concurso de Kieve, entrarían otras ilustrísimas luminarias del medio, tales como los imprescindibles Luisa Alberca y Guillermo Sautier Casaseca, Pedro Pablo Ayuso o Vicente Marco.
La seguridad y el dominio con que los que la joven Juana Ginzo utiliza su cristalina y algo nasal voz, desde su mismo ingreso en la plantilla de Radio Madrid, no pasan inadvertidos a Antonio Calderón, el director de los espacios dramáticos de la emisora, quien había creado en 1942 el programa “El teatro del aire” y dirigía una compañía estable de actores (que incluía a Teófilo Martínez como narrador y como actores con papel, a Fernando Dicenta, Maribel Alonso, Miguel Martín y Carmen Arenas, entre otros) que a sus órdenes escenificaban, a través de la magia de las ondas, obras teatrales de Shakespeare, Ibsen, Zorrilla, Calderon o Pirandelo, amén de alguna adaptación memorable de novelas, como la del “Quijote”. Calderón la elige para protagonizar muchos dramas radiofónicos en “Teatro del aire”, programa que prolongaría su existencia hasta 1973. En esas tres décadas, Juana Ginzo mantendrá una constante y destacada presencia que forjará el temple de su leyenda. Así, por ejemplo, será la Nora de “Casa de muñecas”, de Ibsen, y la Raimunda de “La Malquerida”, drama benaventiano que estrenó sobre el escenario del Teatro Princesa de Madrid, en 1913, nada menos que María Guerrero y asímismo, también debida a la pluma del Nóbel Benavente, interpretaría a Dominica, la protagonista de “Señora Ama”, comedia también de ambiente rural que se había estrenado en 1908, en el mismo local, con Carmen Cobeña asumiendo ese rol.
Pero si bien las interpretaciones de Juana Ginzo se prodigaron sobre materiales tan reputados como el que produjeron los autores anteriormente citados, lo cierto es (y ella es bien consciente de ello, a pesar de que considere “deleznable” el género) que si su nombre es un mito en la historia de la radiodifusión española se debe, fundamentalmente, a sus interpretaciones para los seriales, descollando, de entre todas ellas, la que hizo de Rosa, la protagonista del drama por entregas debido al ingenio de Guillermo Sautier Casaseca, “Ama Rosa”. La historia de Rosa, madre soltera que entrega su hijo a una familia que acaba de perder el suyo en el momento del parto, en cuya casa entra a servir para estar cerca de su vástago, con la promesa de no dar nunca a conocer su identidad, conmovió a la audiencia y cosechó un éxito arrasador que propició el traslado de la misma ficción a la escena teatral y al cine (medio en el que Imperio Argentina tomó el rol que había forjado Juana Ginzo, dirigida por Leon Klimovsky). En su versión original radiofónica, que empezó a emitirse en 1959, el papel del hijo de la protagonista lo representó el valenciano Doroteo Martí (cuyo rol heredó para el cine Germán Cobos), traído expresamente de Argentina, su país de adopción.
Magnificado por la resonancia mítica que le prestaba la magia de la radio, el nombre de Juana Ginzo (al lado de los igualmente míticos de Matilde Conesa, Matilde Vilariño, Pedro Pablo Ayuso o el narrador, Julio Varela) ha quedado indisolublemente unido a los más populares seriales de la época dorada del medio, escritos y dirigidos por Guillermo Sautier Casaseca (en ocasiones, en colaboración con Luisa Alberca). Así, además de la sufridísima y abnegadísima protagonista de “Ama Rosa”, Juana Ginzo tuvo también papeles decisivos en otros folletines de la Cadena Ser, tales como “El derecho de los hijos”, “Lo que no muere”, “Un arrabal junto al cielo” o “La segunda esposa”. El éxito de los seriales fue de tal magnitud que los actores cuya trayectoria profesional se había iniciado en la radio, como Juana Ginzo, pasaron a desplegar su actividad en los escenarios teatrales representando las obras de Sautier Casaseca adaptadas al nuevo medio, y también de otros autores de guiones radiofónicos, como la exitosa “Estampas y sainetes”, de Antonio Calderón y Eduardo Vázquez.
De tono más ligero al habitual fue su trabajo en el serial de aventuras “Diego Valor”, emitido en 1953, y en el programa original de Vicente Marco, al servicio del cómico argentino Pepe Iglesias el Zorro, “Margarita Campeonato 1960”, que se estrenó el 14 de septiembre de 1959, y que comentaba en clave cómica las incidencias del campeonato de Liga de fútbol mediante una leve trama argumental en la que la Margarita del título recibía cada jornada a sus pretendientes, los cuales representaban a cada uno de los equipos participantes en el campeonato. El desfile de personajes lo componían, entre otros, “Don Merengue” (Ramiro Muñoz), “Don Barça” (Fernando Gamero), “Don Colchoneta”, “Don León de San Mamés”, “Don Ché”, “Don Giraldo”, el árbitro “Don Silbato” (Manolo Bermúdez) y así, hasta totalizar los 16 aspirantes al título y a las gracias de Margarita. También apoyada en el humorismo, por su vertiente más costumbrista será la serie con la que Juana Ginzo pondrá fin a su carrera en la radio, “La saga de los Porretas”, encargo tardío de Antonio Calderón al especialista en el género, Eduardo Vázquez, en la cual interpretará el papel de Candelaria hasta su jubilación, momento en el que será sustituida en el desempeño de ese rol por su compañera en tantos repartos, desde sus comienzos en “Tu carrera es la radio”, la también enorme Matilde Conesa.
Antes de poder posar, con justo orgullo, para la portada de “Ondas” con el premio del mismo nombre en ristre, Juana Ginzo (acreditada, por lo regular, como Juanita Ginzo) había realizado lo que podríamos calificar de “incursiones” en el medio cinematográfico. Breves apariciones, a veces apenas entrevistas, en una serie de películas rodadas todas en el lapso de tiempo de un lustro, poco más o menos, de duración. Así, trabajóa las órdenes de Luis Lucia en sus dos películas estrenadas consecutivamente, primero en “La hermana San Sulpicio” (1952) y, seguidamente en “Aeropuerto”, como una uniformada y algo estrambótica operadora de unas líneas aéreas paraguayas a quien, mientras trataba de atender a otro cliente (Manuel Arbó), abordaba una atosigante Julia Caba Alba, acompañada de su sometido marido Juan Vázquez, los cuales habían ganado un premio consistente en un viaje al Paraguay en un concurso de frases publicitarias. Entre una y otra, rodó una episódica colaboración para el director Ladislao Vajda en su versión libre de “Doña Francisquita”, en el papel de amiga de la protagonista, a quien daba vida la rubia argentina Mirtha Legrand, tomándose una horchata con ella en un velador, oteando a los “pollos” Armando Calvo y Antonio Casal. Su siguiente intervención en una película la hallamos en “Novio a la vista”, el film “nevilliano” de Luis García Berlanga estrenado en 1954, y tiene algo más de extensión y gracia. Juanita Ginzo incorpora en ella el papel de Clotilde Peláez tontísima y cursi veraneante que pasa las vacaciones en Lindamar, con su madre y su hermana Genoveva, a la que pretende un obsequioso Juanito Renovales (José Luis López Vázquez). Además de acompañar al piano al postinero Federico Villanueva (José María Rodero) en sus pinitos canoros zarzueleros, Clotilde se dedica a devolver desde la playa los “saludos” de los bañistas que están ahogándose. Por último, cierran esta etapa de actuaciones cinematográficas de Juana Ginzo dos entrañables títulos firmados por Pedro L. Ramírez para Aspa Films, siendo el primero “Los ladrones somos gente honrada”(1956), en el que aparece como criadita a la que “El Castelar” (José Luis Ozores) le aligera, al descuido, el bolso, al comienzo y al final del film, mientras “El tío del Gabán” (Pepe Isbert) recita su sensacional discurso comercial como charlatán en El Rastro: “...tortuga africana cazada por mí en las selvas del Orinoco (...) ...cualquiera de los presentes, sea joven, persona o militar, podrá comprobar que a veces las bestias superan a los humanos”. El segundo título es “El tigre de Chamberí”(1958), donde Juana Ginzo personificaba a una vecina “coladita” por el buenazo del protagonista, el “boxeador espontáneo” Miguel Orégano, nuevamente el gran José Luis Ozores.
En aquella noche de triunfo personal, del 14 de noviembre de 1957, que hoy recordamos, a Juana Ginzo la acompañaron en el reparto de Premios Anuales de la Radio y la Televisión (los actuales Ondas) correspondiente al año 1957, ilustres figuras, hoy míticas, como Laura Valenzuela, que conseguía con su buen hacer que por primera vez, un premio Ondas fuera a manos de una locutora de televisión, marcando así el inicio de la era catódica. El premio al mejor actor lo recogió el excelente doblador (muy citado en este weblog) Juan Manuel Soriano, de Radio Nacional de España en Barcelona, mientras que en la categoría de mejor locutor el premiado fue Ángel de Echenique, que desempeñaba su labor en Radio Intercontinental de Madrid. Otros nombres, hoy menos recordados, son los de los premiados en las restantes categorías: Juan Monje, Armand Blanch, Enrique Mariñas, Enrique Franco y Conchita Orts.
La Muestra: Como ejemplo del hacer radiofónico de nuestra protagonista de hoy sirva el minúsculo fragmento adjunto del serial "El derecho de los hijos", original de Guillermo Sautier Casaseca, en el que podemos oír a Juana Ginzo interpretando, en su papel de Amparo, un parlamento que se diría ironiza sobre su asumida condición (con la que este burgomaestre no está en absoluto de acuerdo) de mujer fea. Le da la réplica en el papel de Elisa su colega de tantas radionovelas, la también excelente Matilde Conesa, inconfundible voz de Bette Davis.
NOTA: nuestra protagonista de hoy, desafiando los achaques de la edad, ha entregado tres libros a la imprenta, satisfaciendo una vocación tardía de escritora y una propensión natural hija de su inteligencia, todos ellos publicados por “Ediciones Temas de Hoy S.A.”: “La pasión de vivir con un montón de años” (2000), “Parejas. El amor y otras libertades” (2002) y “Mis días de radio: la España de los cincuenta a través de las ondas” (2004), escritos, los dos últimos, en colaboración con Luis Rodríguez Olivares. Al año siguiente de la publicación de este último título le fue otorgada, con todo merecimiento, la Medalla de Oro al Mérito en el trabajo.
·Quizá por considerarlo innecesario, el diario “El País”, en su artículo necrológico publicado hoy en sus páginas de la sección “obituarios”, no ha incluido una fotografía del actor Fernando Cebrián, recientemente fallecido. Y si bien es cierto que su labor en el medio cinematográfico se prolongó a través de cuatro décadas distintas, entre los años cincuenta y los ochenta, y que Fernando Cebrián alcanzó la popularidad masiva que da la televisón con su interpretación del personaje del alcalde de la serie de Antonio Mercero “Crónicas de un pueblo”, lo que podría hacer parecer superflua la inclusión de su efigie junto a las líneas del escrito de homenaje funeral, no es menos cierto que este burgomaestre considera escasamente acertado omitir la imagen del actor, toda vez que es ello, precisamente, lo que necesariamente puebla la memoria del público. Escatimarle a un actor la difusión de su rostro en el momento del adiós no le parece a este burgomaestre digno de un medio de comunicación con vocación “global”, cual es el caso del rotativo que preside Javier Polanco. Por eso, y aún consciente de la nimia importancia de este weblog (o lo que sea), colocamos junto a estas líneas un fotograma capturado de la versión de "Hamlet" que dirigió Claudio Guerín para el espacio Estudio Uno y que se emitió por Televisión Española en 1970, en el que podemos contemplar, en su papel de rey Claudio, la serena y digna apostura de Fernando Cebrián, un actor de matiz grave y solemne, pero sin afectación, poseedor de una dicción cristalina y, además, de la misma nobleza natural y sencilla que exhibió, en sus mejores momentos, un estelar Gary Cooper, pues como el ídolo hollywoodiense supo hacer de su integridad moral, un espectáculo .
PD: Fernando Cebrián Gracia (Bilbao, 15 de mayo de 1929 – Madrid, 30 de enero de 2009) merece una futura entrada en este weblog que, desgraciadamente, será “in memoriam” y que destacará sus muchos méritos y repasará su interesantísima trayectoria cinematográfica, especialmente notable cuando tuvo su desarrollo en los convulsos y prometedores tiempos en los que se estaba tratando de reinventar el cine en España allá por los inquietos años sesenta y aledaños, cuando trabajó a las órdenes de los renovadores José María Forqué, Francisco Rovira-Beleta, Carlos Saura o Antonio Isasi-Isasmendi.