El mejor de su promoción
Jaume Rovira Freixa (1951, Sentmenat – Barcelona) se incorporó a la nómina de Bruguera en el último suspiro de 1969. Concretamente, la primera historieta que publicó vio la luz el 8 de diciembre de 1969, en el DDT número 125 (tercera época), y ya tuvo el dudoso honor de aparecer en este weblog (o lo que sea) hace más de un año, en la entrada “Simplemente Pepe”. Dijimos entonces que aquel personaje gordito que correteaba por la página parecía el resultado de las pruebas de un joven dibujante haciendo una demostración de sus capacidades como narrador gráfico y el propio Rovira nos lo corroboró en uno de los comentarios con los que ha tenido la generosidad de obsequiarnos. Sin lugar a dudas, Jaume Rovira había sido un niño lector de tebeos que alimentaba la ilusión de llegar a ser, él mismo, creador de sus propias historietas. Con esa primera publicación, aquel niño que leía historietas vio cumplido su sueño cuando apenas había dejado de serlo. Desde aquel momento, se daba inicio (y contando tan sólo dieciocho años de edad) a la carrera del que para este burgomaestre es el mejor artista de la tercera hornada de dibujantes de los tebeos de la editorial Bruguera. Un tipo quien, a través de sus creaciones, fue capaz de continuar más y mejor que ninguno de sus compañeros de generación, la mágica práctica del maravilloso arte de contar historias por medio de unos personajes dibujados (más vivos que muchos de carne y hueso) que se expresan verbalmente utilizando unos globos con rabito, a los que llamamos bocadillos, esa práctica en la que habían brillado con cegadora luz propia maestros pretéritos como Cifré, Peñarroya, Vázquez, Escobar o Conti, de los cuales Rovira, ese joven que ven en el recorte de la instantánea que tuvo la amabilidad de enviarnos (que lo inmortalizaba, a mediados de los años ochenta, en compañía de grandes maestros como Escobar o Raf, en el homenaje al primero) es más que digno sucesor.
Un gran discípulo de dos grandes maestros
Escobar y Vázquez
¿Qué significa ser un gran discípulo?
Pues desde luego no limitarse a los cauces del continuismo, ni a repetir los esquemas trillados de sus predecesores, sino, asimilando sus enseñanzas hasta hacerlas parte de su propia naturaleza, evolucionar aportando una nueva mirada, una nueva manera de hacer. Así, en la obra de Rovira es fácil encontrar la herencia de su “padre espiritual”, Vázquez, pero también resulta sencillo descubrir las novedosas aportaciones que su obra introdujo en el universo Bruguera.
De sus maestros, Rovira adoptó el ritmo, la fluidez y la naturalidad, es decir, instrumentos de trabajo que, de alguna manera, ya se encontraban en él (porque son características que se han revelado de difícil aprehensión si no se tiene algún talento innato para saber plasmarlas). Las aportaciones de Rovira tienen más que ver con la temática de sus historietas y con la naturaleza de sus personajes. Y en ambos casos, las muy distintas circunstancias sociopolíticas tienen mucho que ver en este nuevo enfoque.
Si Escobar fue, en sentido estricto, el maestro de Rovira (sobradamente sabido es el hecho de que el joven dibujante nacido en Sentmenat siguió un curso por correspondencia del padre de Carpanta), la impronta de la obra de Vázquez es la más evidente en la ejecutoria de Jaume Rovira y es del creador de Anacleto de quien podemos afirmar que es claro heredero. Una herencia que no trata de disimular y que incluso proclama abiertamente en múltiples ocasiones, de las cuales podemos proponer unos pocos ejemplos, que por gráficos, sean quizá los más reveladores. Así, encontramos en historietas de Pepe (una especie de versión masculina y en la que el parentesco está rebajado - las Gilda son hermanas y Pepe y Braulio son primos- de “Las hermanas Gilda”, en la que, por otra parte, no se han definido, de manera tan contrapuesta, las personalidades de la pareja protagonista), citas concretas a la influencia vazquiana tales como la de la página del DDT 234 (de fecha 10-1-1972), “Día de campo”,en la que interviene Hermenegilda para subrayar la similitud del “planteamiento campestre” de la historieta con el de las suyas, o como en la del DDT 221 (de fecha 11-10-1971), en la que Rovira reproduce fielmente la versión que del mito del hombre lobo había ofrecido Vázquez en una historieta de la Abuelita Paz (concretamente, la vista en el Gran Pulgarcito 69, de fecha 18 de abril de 1970) en la misma viñeta en la que dibuja un vampiro idéntico a Anacleto, el agente secreto.
Juventud, divino tesoro
Sí, Vázquez era apenas un muchacho cuando se inició en la creación de historietas. Fue el suyo un caso más bien excepcional, dentro de la nómina de los primeros tiempos de los tebeos Bruguera. La generación de los Escobar, Peñarroya, Cifré o Jorge (sus compañeros) había vivido la Guerra Civil en primera línea, siendo adultos o jóvenes forzados a madurar, por el camino más tortuoso. La renovación en la editorial, precipitada por la fundación del Tio Vivo por parte de la mayor parte de estos artistas, vino representada por autores que habían sufrido los rigores de la vergonzosa contienda (o de la inmediata posguerra) siendo niños. Es el caso de los Ibáñez, Segura y Raf. La tercera renovación, propiciada más que por ninguna otra causa, por la expansión del mercado, el crecimiento de la difusión y la profusión de cabeceras, llegó sustentada por jóvenes que ya no habían tenido que padecer los rigores más vivos de la guerra que partió la historia reciente de España, sino que habían crecido (muy convenientemente) durante el desarrollismo y habían florecido (por así decir) de forma simultánea a la incorporación del país al fenómeno de la “Sociedad de Consumo”. Por otra parte, estos nuevos creadores han crecido leyendo los tebeos dibujados por sus predecesores. Estas circunstancias vitales se encuentran en la raíz de la innovación más destacada de la obra de Rovira con relación a sus predecesores: la juventud de sus protagonistas, no sólo en su aspecto, sino también en su actitud hacia la vida y hacia el medio de expresión que los sustenta. Una actitud que se hallaba asímismo presente en el autor. Pocas veces, hasta la irrupción de Rovira en el panorama brugueriano, se había tenido una sensación tan fuerte, como lector, de que el dibujante se había divertido tanto al hacer su trabajo, como entonces, al leer sus páginas.
Cambio de arquetipos
El modelo de personaje brugueriano más repetido a lo largo de un periodo de tiempo más dilatado es el que podría describirse como el de señor entrado en años, preferentemente vestido de manera anticuada, adornado con bigote y sombrero y de actitud marcadamente “metomentodo”. A este arquetipo se adscriben infinidad de variantes las cuales aportan algún signo característico, tales como un reiterativo latiguillo o alguna acentuación del carácter. Este gusto por los señores más o menos ancianos, desocupados, deambulantes y provocadores de desastres parece tener su raíz en Rafael González (quien tal vez se veía a sí mismo así: un caballero solitario y anticuado), lo más parecido a un verdadero Creador que el Universo Bruguera puede ostentar. Las páginas de la editorial estaban llenas de “dones” dispuestos a ofrecer su consejo al transeúnte desprevenido y para complicarle la existencia con el pretexto de procurarle alguna ayuda. En función de la creatividad del artista, las variaciones podían permitirse despegarse más del modelo propuesto. Así, Peñarroya derivó hacia la irascibilidad rabiosa a su Don Berrinche y a la ingenuidad pasmosa a su Gordito Relleno. Schmidt, por su parte, en sus inicios, bregó con las similares características de sus Don Danubio y Don Usurio. Los nuevos valores, personificados en Raf e Ibáñez, todavía insistieron en estos modelos y dieron comienzo a sus andaduras en Bruguera con el Don Pelmazo original o el poco visto Don Agapito (el primero) y el Don Adelfo (el segundo), todos claramente inscritos en el modelo-base del estrafalario señor. Tanto uno como otro, reincidieron, aunque llevándolo hacia terrenos más personales. Raf dibujó un Olegario, en su regreso a Bruguera en 1965 muy similar (sombrero y bigote incluídos) al típico protagonista “de la vieja escuela”, para modernizarlo, bruscamente, a las pocas historietas. Ibáñez creó a su Don Pedrito insistiendo todavía en las señas de identidad del bigote y el sombrero y sobre todo, en sus asaltos callejeros contra la convivencia pacífica ciudadana. Sanchís aportó su Don Agapito para el Pulgarcito (mejorando a su previo Don Facilillo), Cubero dibujó por aquellas fechas a su Don Yalosabía y Joso a su Don Cuplé, dos muestras de inane ingenio. Conti aportó a su Tío Magdaleno y a su Don Eulalio. El gran Vázquez también cultivó esta corriente y brindó al lector su versión más depurada, la del Don Polillo del Gran Pulgarcito, al que había precedido otro personaje de perfil semejante: Don Isótopo (al que se le puede ver, encima de estas líneas, en una viñeta de su historieta del Din Dan número 43, reedición de 1968 de la original, de finales de los cincuenta).
Con muchísima menor fortuna, Mingo dibujó dos “dones” tan parecidos que apenas se molestó en cambiarles algo más que el nombre. Primero publicó a Don Tiburcio en el DDT y algún tiempo después a Don Lucas en Din Dan (véase la muestra, al principio del párrafo, tomada del número 136 de Din Dan, de septiembre de 1970). Ninguno de los dos dejó la menor huella.
El ignoto Murguia dibujó a Don Accidento en algunos DDT, como el de la muestra, hallado en la contraportada del Almanaque de la revista para 1971.García Lorente, un dibujante de personalísimo estilo, avezado en todos los terrenos, todavía entregó en tan tardía fecha como 1975 para Din Dan, sus páginas de Don Amnesio, quien, visualmente, resultaba una especie de Don Polillo sobre-crecido. Y como estos, otros muchos ejemplos podrían traerse aquí, algunos de los cuales fueron vistos en la entrada anterior de este weblog “Siete tipos de cine cómico”.
Frente a este reiterado esquema, Jaume Rovira se inclinó por un perfil de protagonista juvenil, totalmente inserto en la actualidad, tanto en lo que tiene de anecdótico, como en la actitud vital. Un protagonista quien, por lo general, prefiere vivir su vida que inmiscuirse en la de los demás. Es el caso de Olivio, de Vicente, de Pepe o del botones del Hotel Mediaestrella. No obstante (y sería bueno saber si hubo alguna directriz de la superioridad que se lo sugiriera), Rovira también tuvo su “anciano estrafalario”. En una página de ubicación variable y de diseño fijo, llamada “El rincón del lector avispado” de la publicación mensual Súper-Pulgarcito, publicó “La historieta casi muda”, una de las secciones fijas que conformaban la mentada página, un inteligente formato que jugaba con el pie forzado de tener que terminar siempre la historieta con la frase “Así está mejor”, un esquema que recuerda, naturalmente, al Ángel Síseñor del gran Vázquez. Por la raíz de los “gags”, los argumentos de esta historieta participan más de las historietas-problema de los personajes solitarios que de las de los individuos “metomentodo” que interfieren en los asuntos del prójimo. El ancianito de Rovira, como los hombrecillos de Schmidt, Sófocles o Rasputín, procura la diversión del lector mediante las resoluciones de ingenio absurdo con las que sale de las contrariedades o afronta los problemas. Su aspecto, basado en los signos externos del sombrero, el bigote, las gafas y la bufanda, lo emparenta con los personajes precedentes de la casa, ya citados. Y resiste la comparación con cualquiera de ellos, superándolos, incluso, en bastantes ocasiones, lo que habla muy en favor de Jaume Rovira. Esta historieta, que ocupaba menos de media página, puede considerarse una rareza dentro de la trayectoria de su autor, quien, como veremos, producía, por lo general, una obra de características bien diferentes. De ellas, la más evidentemente contrapuesta, es el habitual y hábil uso de agilísimos diálogos, aquí inexistentes.
Así, con la excepción señalada previamente, puede hablarse del protagonista roviriano como de un individuo joven, soñador, ingenuo, vitalista, amante de la música (inclinado a disfrutarla de manera activa, más que pasiva) y, en general, de las diversiones. Alguien con disposición para disfrutar de lo que le rodea. Las circunstancias, en contraposición con los personajes que le precedieron en las revistas bruguera, no son tan crueles con él. El Destino puede tenerles reservada alguna jugarreta, pero nunca llega la sangre al río y su existencia no representa una frustración continua, ni las desgracias en forma de palizas o encarcelamientos siniestros, le acechan a cada paso. En la misma medida, que la suerte no le es esquiva al protagonista de Rovira, éste no contiene en su ánimo la acidez que encontraba uno en el regusto del humor de los dibujantes que le precedieron. Está claro que el tenebrismo ambiental que palpitaba en la España de las primeras décadas de la posguerra ha dado paso a cierta sensación de confortabilidad. Las influencias externas, propiciadas por la superación de las distancias motivada por el auge de los nuevos medios (la imposición de la televisión, en primer lugar) contribuyó a hacer del clima español algo mucho más respirable. Tales circunstancias influyen, necesariamente, en los frutos de la inspiración de los creadores. Cierta ferocidad brutal que hallamos en Doña Urraca (Jorge), que nos asalta en Don Berrinche (Peñarroya), que rastreamos en las escaramuzas de Ibáñez, está ausente en Rovira. La despiadada crítica (inteligentísima, quevediana, larriana) que puede saborearse en Vázquez, por otro lado, también está alejada de las intenciones de Rovira.
Jaume Rovira, el dibujante de la complicidad y la cercanía
Parafraseando un tanto viejas campañas de Pepsi-cola (que tuvieron su reflejo en las revistas Bruguera. Ahí está el Pepsi-man de Ibáñez, ahí, en Pulgarcito), a Rovira podría calificársele como el dibujante de la cordialidad o, mejor aún, el de la complicidad. Es ciertamente, esa cercanía al lector, tan marcada, una de las innovaciones que supone la obra roviriana. Si bien, en las décadas precedentes, son muchos los ejemplos en los que los dibujantes se dirigen directamente al lector, no cabe duda de que en todos los casos, este fenómeno se produce amparándose en unos convencionalismos bastante formales. Rovira rompe, con naturalidad fresquísima, las convenciones de la historieta en todo momento, recordando al lector que participa con él en un juego consistente en distraerle valiéndose de un medio que ambos conocen. Esta familiaridad con el metalenguaje llega en el momento en el que el recorrido del tebeo español lo permite. Rovira pertenece a una generación que, como el maestro Escobar le recordaba insistentemente, ya disponía de un sustrato sobre el que asentarse. Es una muy sana costumbre que los dibujantes se muestren al lector interviniendo activamente en las historietas de sus personajes. Rovira no se limita a ello, sino que, siguiendo una práctica habitual de Vázquez, interviene sin mostrarse en esa autoconciencia que sus personajes tienen de vivir en el mundo de las viñetas. Los ejemplos son abundantes. Con mucha frecuencia, los personajes hablan de las viñetas en las que se desarrollan sus peripecias, como cuando Olivio, en la publicada en el Super Mortadelo 22, “El aniversario”, está cocinando y nos dice que uno de los ingredientes lo ha añadido durante el espacio de tiempo transcurrido entre dos viñetas porque “todo, no cabe”. En la historieta del dependiente Vicente del Din Dan 270 , un personaje aparece esperando que le avisen de que la acción ya se ha iniciado, como un actor aguardando la indicación para su entrada, convirtiendo mágicamente, el desarrollo de la historieta en algo similar al rodaje de una película o de un episodio de una serie de televisión. En la historieta de Pepe del DDT 202 (de fecha 31 de mayo de 1971), el protagonista comenta “Prefiero irme de esta historieta. Con una flecha en ristre, esto acabará mal”. Como no se va, Braulio le pregunta: “¿Pero no te ibas”, a lo que Pepe replica: “No. Quiero ver cómo al final corres tú solito”. Es decir, que los personajes de Rovira no sólo actúan en sus historietas, sino que también son conscientes de su actuación y de su inserción en un mundo hecho de viñetas. El autor riza el rizo interrelacionando el mundo real con el ficticio hasta el límite, como cuando, al final de la historieta del “Hotel Mediaestrella” del Din Dan 228 (de fecha 26 de junio de 1972), el recepcionista, que está siendo perseguido por el director del hotel en la típica viñeta final de persecución, para excusarse recurre a recomendarle a su superior que compre el Din Dan de esa semana, que así “lo entenderá todo”.
En este juego que se desarrolla entre el dibujante, el medio de expresión que emplea y el lector, no es extraño que un personaje circunstancial, un cliente decepcionado con la cochambre de habitación que le ha correspondido en el Hotel Mediaestrella (visto en el Din Dan 244, de octubre de 1972), se tranquilice diciéndose que, a fin de cuentas, "la tinta china es igual en todas partes". Y se conteste, en la viñeta siguiente, impregnada de tal substancia que ""¿No decía yo?".
Rovira se acerca al lector y tiende hacia él el puente de sus personajes. Los estrambóticos Doña Urraca, Gordito Relleno o Don Usurio, tan alejados en sus distorsionadas formas del público al que sus historietas van dirigidas son la antítesis del personaje de Rovira, siempre cercano al lector, no sólo en sus intereses y anhelos (característica brugueriana de las fundamentales), sino también en su aspecto y hasta en su edad. A menudo, se decide incluso a acompañarles en sus peripecias, tal como vemos en la historieta del Almanaque para 1973 de Mortadelo, en la que interviene para dibujarles “in situ” una casa en la que poder celebrar la nochebuena, dado que la suya ha sido consumida por un incendio. Con la modestia que le caracteriza, Rovira se dibuja a sí mismo nervioso bajo la mirada de sus criaturas, lo que le altera el pulso y le hace dibujar de forma que el resultado es titubeante.
Vertiginosa evolución gráfica
Rovira maduró artísticamente de manera pasmosamente instantánea, alcanzando enseguida cimas que otros colegas nunca pudieron rozar. Su dibujo evolucionó ante los atónitos ojos del lector pasando de la más que aceptable competencia a la excelencia en unos pocos meses de ejercicio profesional. Sin abandonar a lo largo del periodo aquí comentado, la advocación vazqueña, Rovira se inicia dibujando figuras decididamente cabezonas, con trazo grueso, algo ingenuo, muy eficaces en la expresión, para ir pasando a una progresiva afinación de la línea y a una normalización de la morfología de los personajes. Entre el primer momento creativo, que , en lo gráfico, podríamos calificar como "primitivo" y la consolidación de su estilo personal (con claras concesiones a un estilo más realista, especialmente en escenografía y ambientación) existe una etapa en la que la similitud con el arte de Vázquez es asombrosa, especialmente porque no parece una mera imitación, sino una suerte de mágica reproducción de la habilidad del maestro en la mano que guía el lápiz del joven discípulo.
Valga como paradigma de la citada normalización, el ejemplo de Olivio, al que vemos en la primavera del año 71 (Mortadelo número19) portando su característico sombrero de un tamaño desproporcionadamente grande. Con el paso de las semanas, el gorro irá menguando, así como la cabeza del personaje. Su lacia y negra melena irá acortándose y tornándose más clara, terminando el aspecto de Olivio confluyendo con el de otros protagonistas rovirianos de la época, como Vicente el dependiente y la versión final del camarero Rompeplatos del hotel Mediaestrella. Aquí al lado lo vemos (muy elegante, además) en una ensoñación de Segis en la historieta del Mortadelo 165, "¿Una joven promesa?", de fecha 21 de enero de 1974.
Los dibujos de las historietas de Jaume Rovira reservan para los personajes la vitalidad y la español. Asimismo, la tarea de crear una escenografía propia, un ambiente particular para el desarrollo de las peripecias, está resuelto con pericia que alcanza en ocasiones la suntuosidad. expresividad de la mejor ley, de un nivel tan alto como el de los mejores autores del tebeo Rovira suele dibujar primeras viñetas, a modo de planos de situación, tan útiles para iniciar la acción y enmarcarla convenientemente, espléndidas en su ejecución y ricas en detalles. Los campos que recorren Segis y Olivio, las ciudades, descritas por medio de gran variedad de emplazamientos o localizaciones, como, por la ejemplo, la plaza en la que se sitúan los almacenes “El Corte Flamenco”, donde trabaja Vicente, muy semejante a la caótica (urbanísticamente hablando) plaza Lesseps, de Barcelona, la recurrente presencia de la lluvia, del mar o de los bosques, son, en el lápiz de Rovira, mucho más que meros telones de fondo ante los que desfilen los “monos”, son parte sustancial de la historieta. Hecho que se puede constatar en diversas ilustraciones de las que pueblan esta entrada. Rasgo característico del arte de Rovira es su excepcional precisión y realismo para el dibujo de lo accesorio. Los edificios, calles, coches, aviones o botes de pesca que plasma sobre el papel son, como decíamos de los escenarios, de los mejor acabados de la historieta española y, en ocasiones, Rovira les dedica tal atención que los llega a convertir en algo así como una ilustración que tiene valor en sí misma, añadido al de la historieta que la contiene .
Como todos los dibujantes, en Rovira apreciamos una evolución que le llevó de un primer periodo de formación, previo a la consolidación de un estilo propio, que dio paso a la madurez artística (en su caso, en opinión de este burgomaestre, alcanzada de manera excepcionalmente precoz) y a la madurez, a la que sucede casi siempre un cierto manierismo, una evolución que lleva a los artistas a insistir en su visión particular e individual e, incluso, en sus "vicios", lo que, a los ojos de este lector tiene que ver con una forma de decadencia. Por lo que respecta a Rovira, la parte de su obra de la que nos ocupamos hoy aquí, se corresponde, evidentemente, a su formación (el año 1970 y comienzos del 71) y a su periodo de plenitud (resto de 1971, 1972, 1973 y 1974), lo que daríamos en llamar su etapa clásica.
El estilo de Rovira, antes de enmascararse un tanto en su propia búsqueda de rasgos que le definieran gráficamente en años posteriores, era en el periodo aquí tratado, un prodigio de eficacia y de naturalidad. La habilidad para dar viveza a sus personajes daba la impresión de ser consecuencia de una gran facilidad para el dibujo. Y esto es algo que debe inferirse del hecho de que Rovira era tan joven en el momento de empezar a publicar y, al mismo tiempo, tan resuelto. Sus páginas parecen brotar con prodigalidad, sin aparente esfuerzo, del mismo modo que acción y diálogos fluyen fácilmente para el lector. Para el aficionado al detalle anecdótico quedan sus distintas probaturas, tales como los distintos modos de dibujar los ojos de los personajes, siempre en pro de una mayor y mejor expresividad, como cuando los convertía en meros puntos negros en algunas viñetas de las historietas de Pepe de los DDT 212, 213, 216, 219, las primeras en las que contaban con título propio, que fueron, respectivamente “La apuesta”, “Empapeladores”, “Castillos de arena” y “No digas nada”, publicadas en agosto y septiembre de 1971 (con la inclusión, intercalada, dicho sea como curiosidad, de una historieta sin duda anterior, la del número 215, sin título y con un estilo de dibujo previo. Historieta que, por cierto, contiene la revelación de que Pepe y Braulio son primos, dato que nos facilita Pepe al hacer un comentario al respecto del secuestro que ha sufrido su compañero). O también, hablando de ojos, el experimento de dibujarlos al “estilo Disney”, con un corte en la pupila, en la historieta del dependiente Vicente del Extra de Verano de Din Dan de 1972. De experimento "a ojos vista" puede calificarse la historieta de dos páginas publicada en el DDT 179 (de fecha 21 de diciembre de 1970) a la que nos referimos ya en una entrada anterior, por su condición de rareza, al suponer un evidente acercamiento momentáneo al Uderzo de Astérix.
Jugar con las palabras
La extraordinaria viveza de sus personajes no se limita a la acción que son capaces de desarrollar ni a la expresividad que atesoran. Rovira los hace ágiles de mente y, siguiendo las pautas del gran Vázquez (aún incluso superándolas), dota a sus personajes de un chispeante ingenio verbal que roza la excelencia y hace recordar al mejor Goscinny (o a sus mejores traductores, con Jaume Perich a la cabeza). Los juegos de palabras se amontonan en las viñetas rovirianas. Así, por citar algunos ejemplos, encontramos a Segis y a Olivio en el Mortadelo número 40 (de agosto de 1971) embarcándose accidentalmente en un bote inflable, después de que Olivio “apriete” un botón, atolondradamente, el efecto de esta acción del joven trapero hace exclamar a su jefe: “¡Vaya un aprieto!”. Diez números después, en la historieta titulada “Día de viento”, a Olivio se le ocurren distintos métodos para utilizar a su favor de sus tareas de recogida de papeles el efecto del viento, la primera idea hace que la pareja de traperos salga volando, por lo que cuando el joven se dispone a proponer una segunda idea, tras el doloroso aterrizaje correspondiente, Segis advierte: “Espero que no sea tan elevada”. La nueva idea consiste en tender una red, que supuestamente capturará los papeles volanderos, pero lo que captura es un coche de la policía. Al verlo aproximarse, Olivio comenta: “Se va a “enredar” el asunto”. En la historieta “La fiesta mayor”, del Extra de Primavera de Mortadelo de 1972, al explicar Olivio que ha recibido en la puerta de casa a la Primavera, que anunciaba su llegada, Segis le contesta que eso no es posible, pues “es una estación”. Olivio comenta: “¡Ah, vaya! por eso su conversación era “viable”. Este jugueteo constante, tan ligero y festivo como los propios dibujos, contribuyen a construir un universo roviriano, y a definirlo como lo que es: un terreno ameno, sin tensiones, fresco y balsámico para el lector. Por contraste, las historietas de Peñarroya semejan ejercicios de acidez máxima, las de Jorge, las pinturas negras de Goya; las historietas de Ibáñez, trabucazos de sal gruesa, y las obras de Vázquez, vitriolo puro.
Cancionero Rovira
Como hemos mencionado antes en algún lugar de esta entrada, los personajes rovirianos se pirran por cantar, que es la manera más directa y espontánea de hacer música. Aunque no desdeñan utilizar otros instrumentos (guitarras, flautas...) los personajes de Jaume Rovira se ponen a cantar con gran facilidad, lo que transmite una naturalidad y una alegría de vivir que no conoce parangón en las historietas de otro creador. Los ejemplos son numerosos, y no se limitan a los personajes más jóvenes, aunque, por ser éstos la especialidad del autor, sí son los más habituales en las demostraciones canoras. Olivio, en la historieta que descubre la flauta que vamos a verle tocar en las cabeceras de la serie, es decir, en la del Mortadelo número 21 (de 19 de abril de 1971), inicia la acción en plena interpretación del éxito del grupo Los Diablos: “Un rayo de sol”, frenético “hit” del verano de 1970. En la historieta del Mortadelo 56 (de 20 de diciembre de 1971), Olivio canta a su jefe el “Cumpleaños feliz”, dos números después, ambos personajes unen sus voces para entonar la tradicional tonada infantil “Que llueva, que llueva”. Las canciones infantiles afloran con facilidad a los personajes rovirianos. Así, Olivio canta “En el fondo del mar, matarile” en la historieta del Mortadelo 68 (de 13 de marzo de 1972), que tiene por título las primeras palabras del citado estribillo. Unas semanas antes, Segis canta (disfrutando, evidentemente, con ello) “Tequila”, por las calles, en la primera viñeta de la historieta del Mortadelo 61 (de 24 de enero de 1972). El mismo Segis, tratando de animar a Olivio, se marca una interpretación llena de vitalidad del éxito del momento “Taka Takatá” de Francisco Ropero Gómez (Paco Paco), en la historieta del Mortadelo 135 (de 25 de junio de 1973) una canción que, dicho sea de paso, además de ser versionada en todo el mundo, tuvo su derivación tebeística al ser utilizado su título (tras obtener el permiso correspondiente) por la editorial franco-belga Rossel Edition para dar nombre a uno de sus personajes: un kamikaze ciclista. Hasta los personajes de presencia eventual se ponen a cantar, como el miembro de la banda de facinerosos que aparece en la historieta del Hotel Mediaestrella del Extra de Primavera de Din Dan de 1973, al que vemos interpretar el morrocotudo éxito popular “Soy rebelde”, que popularizó Jeannette. En la misma historieta, “Rompe” y el botones, al ser obligados a “cantar”, consiguen liberarse de sus captores interpretando “acapella” “Carrascal”. En el extra de primavera de Mortadelo de 1972, Olivio canta el sonadísimo “hit” de Mari Trini (que compareció en este weblog no hace mucho) ”Yo no soy esa”. Un turista canturrea “Borriquito como tú”, del maestro Peret en la historieta del “Hotel Mediaestrella” del Din Dan 228 (citada antes), provocándole un conflicto al recepcionista. Otro éxito multitudinario, el “Help!” de Tony Ronald es citado explícitamente en la historieta del Extra de Primavera de Din Dan de 1972. Braulio, en el DDT 257 (de fecha 19 de junio de 1972) canta “Si yo fuera rico”, del musical “El violinista en el tejado”, que popularizó en la escena de Broadway Zero Mostel y Topol en el cine (en la oscarizada película de Norman Jewison) y, aquí, en España, el ínclito Antonio Garisa (en teatro y en televisión, también). Al mismo Braulio, ya le vimos cantar en este weblog el tema (grabado por diversos artistas, de entre los que nos quedamos con la adorable France Gall) “La lluvia”, cosa que pasaba en la historieta “¿Lluvia o sol?” del DDT 235 (de fecha 17 de enero de 1972). Y Pepe se une a él para interpretar juntos el « La, la, la », la canción de Manuel de la Calva y Ramón Arcusa que le valió a TVE el primer premio del festival de Eurovisión de 1968, en la historieta del Almanaque del DDT para 1973, “En busca del yeti”.
A pesar de que los temas musicales interpretados en las historietas rovirianas son mayoritariamente en castellano, cierta predilección de Rovira por los cantautores norteamericanos parece desprenderse del hecho de que su dependiente Vicente se ponga a cantar el “American Pie” de Don McLean en la historieta “El slogan”, del Extra de Primavera de Din Dan de 1973 (una imagen que ya recogimos en su día en la entrada "Festival"), o que Olivio, en la titulada “La amabilidad”, publicada en el Mortadelo 177 (de fecha 15 de abril de 1974) haga lo propio con el himno dylaniano “Blowin’ in the wind”.
Filias rovirianas
Lo que le haría coincidir una vez más con Vázquez, uno se atrevería a apostar que a Rovira le gustan los gatos, presentes insistentemente en sus historietas. Y, por la misma razón (aunque el orden de preferencias pueda ser distinto al que aquí exponemos), por su frecuente presencia, da la sensación de que le gustan las chicas guapas. Y no es esta una cuestión que se deba eludir, pues en los tebeos Bruguera, debido al proceso de infantilización que sufrieron a partir de los años sesenta, se pasó de la abundancia de bellezas femeninas debidas a los lápices de Peñarroya o Nadal, a su casi total desaparición. Rovira, dada su extrema juventud, no parece dispuesto a omitir tan importante elemento en sus historietas y, si bien rara vez alcanzan un protagonismo destacado, las mujeres hermosas y jóvenes, de una belleza moderna y cercana, asoman habitualmente al paso de los personajes rovirianos y hacen girar la cabeza al Olivio o al Vicente de turno . Para ellas reserva el artista un estilo más realista que para sus comediantes personajes, cosa que agradecemos los lectores. Una de las pocas que alcanza la categoría de “figurante con frase” es esta azafata de aquí al lado que fue vista en la historieta de dos páginas de Pepe “Navidades en Hawai”, del Extra Almanaque del DDT para 1972. Una monada, si me permiten la expresión y la expansión.
La naturaleza está muy presente en las historietas del joven Jaume Rovira y lo seguirán estando en su trabajo futuro. Sin duda, su procedencia del mundo rural es determinante para hacer de él el dibujante de Bruguera que más atención presta a las distintas manifestaciones del mundo natural. Ninguno como él ha dibujado tantas lluvias, nevadas, bosques, mares, ríos o montañas en las historietas, mayoritariamente urbanitas, de los tebeos Bruguera, ni los ha integrado tan bien en el entramado de su obra. Como parte integrante de esta predilección por lo natural, el mundo animal, en forma de conejos, lechuzas , abejas, cangrejos, mariposas, gusanos, presentes en sus páginas o el fenomenal caballo que dibuja para la historieta de Segis y Olivio del Almanaque de Mortadelo para 1973, “Nochebuena, cha, cha, cha”, revelan que Rovira es de esos humanos con la suficiente sensibilidad para apreciar el encanto y la noble belleza de todos los seres vivos. Ahí está el espectacular toro bravo de la historieta del Mortadelo número 58 "Segis se nos resfría"(de 3 de enero de 1972), un ejemplar mágnífico a medio camino del que Uderzo dibujó para "Astérix en Hispania", que a su vez recordaba al que trazó Chuck Jones para el cortometraje de Bugs Bunny de 1953 "Bully for Bugs".
No deja de resultar curiosa esta afición de los personajes de Rovira por montar a caballo, probablemente paralela a la del propio dibujante. Además de la experiencia citada de Olivio, hasta tres veces Pepe intenta dominar el arte de la equitación, en las historietas de los DDT número 190 (de 8 de marzo de 1971), 263 y 264 (de 31 de julio y 7 de agosto de 1972). Las referencias al western y a John Wayne van aparejadas a estos momentos cuadrúpedos, con lo que cabe suponer que el género es del agrado del joven Rovira.
No es difícil encontrar en las historietas rovirianas suficientes guiños a la actualidad televisiva, lo que se correspondería perfectamente con los gustos propios de su generación y la de sus lectores. Aparecen citas expresas a series del medio catódico, como “Ironside” (en las historietas de Pepe del DDT 151, de 15 de junio de 1970 y del Extra de Primavera de 1972, "El caso del diamante"), al concurso “Un, dos, tres” (en la de Segis y Olivio del Almanaque de Mortadelo para 1973), al espacio dramático “Estudio Uno” (en la de Pepe del DDT 227, de 22 de noviembre de 1971), a la serie que catapultó a la fama al guaperas Chad Everett “Centro médico” (en la de Pepe del DDT 228, de 29 de noviembre de 1971), o a “Los dos mosqueteros”, una de las últimas series del género western de cierto éxito en televisión, en la historieta de Vicente el Dependiente del Din Dan 270 (de fecha 16 de abril de 1973), o, por citar un último ejemplo, la cita ya vista más arriba, a la Familia Munster (que, por cierto, no es la primera vez que visita este weblog).
Por último, el amor, más que evidente, por los tebeos, rezuma toda la obra de Jaume Rovira y se encuentra en el aliento vital de toda ella.
“A la catalana”
La catalanidad de Rovira se filtra por las junturas de sus historietas a la menor oportunidad. Ahí está, en el nombre que le adjudica al trasunto de John Wayne de la historieta de Pepe del DDT 227, “Una del oeste”, al que bautiza como John Sanfaine trasnformando así el apellido del astro hollywoodiense de los westerns de John Ford y Howard Hawks en un plato típico catalán semejante al pisto. Sin dejar la gastronomía, la sospecha del gato que aparece en la historieta del Hotel Mediaestrella del Din Dan número 269, la cual nace del temor a formar parte de un hipotético menú consistente en “conejo con all i oli”, también nos remite a los sabores de la cocina catalana. Rovira, por citar otro ejemplo en el que su catalanidad se hace manifiesta, emplea la expresión autóctona “anar a pams” (ir poco a poco) traduciéndola directamente al castellano en la historieta de dos páginas, “La gran nevada”, del Almanaque para 1972 de Mortadelo como “Vayamos por palmos” saliendo de la boca de Segis.
PEPE
Inesperadamente de actualidad por los caprichos de los destinos futbolísticos (ahí está el fichaje de estratosférico precio del defensa central del Real Madrid), este nombre españolísimo y minimalista se corresponde a una serie con un protagonista libre de cargas estereotípicas, en la línea del Olegario de Raf, es decir, un personaje sin atributos característicos más allá de un ligero sobrepeso. Al lado de Pepe, formando un dúo de neta raíz gildiana, su amigo y primo Braulio, que se contrapone a él por mediación de su cabello rubio y su más estilizada figura. Como sustento argumental de la serie, la convivencia de ambos integrantes del dúo. Con tan escasos elementos, con habilidad digna del maestro Vázquez (el indiscutible Supremo Hacedor de historietas De la Nada) Jaume Rovira consigue publicar en el DDT un buen número de entregas llenas de livianas anécdotas recorridas por la vivificante savia de su ingenio ligero y grato. De la contrariedad de la lluvia (de la que, a modo de ejemplo hemos colgado dos viñetas, de los DDT 158 y 182, de julio del 70 y enero del 71, respectivamente), de la elección de un canal u otro de la televisión (cuando ésta tan sólo ofrecía dos posibilidades), o de un simple juego, Rovira consigue facturar espléndidas historietas llenas de diálogos veloces y ocurrentes, dichos por unos personajes dotados de la mágica gracia de la vida. Son estas dos previamente citadas, características fundamentales del trabajo roviriano: De un lado, diálogos vivísimos, que recogen el sentido del ritmo de la mejor comedia hollywoodiense (en la tradición hawksiana, que fuerza la celeridad de las réplicas), de otro, la convincente vitalidad de sus personajes, dotados no sólo de movimiento, sino también de un ánima (lo que nos lleva de algún modo al terreno de la “animación”, un constante interés de Jaume Rovira, como prueba su completo estudio de fin de carrera, para cuya elaboración contó con la valiosa cooperación de Josep Escobar y su definitiva dedicación profesional a este campo).
La carencia de características sobresalientes confiere a “Pepe” cierto matiz de esencialidad, como si su desnudez de rasgos particulares sirviera para revelar con mayor claridad que otras propuestas de su autor, el fundamento de la inspiración roviriana. No debe ser considerado fruto de la casualidad, pues, que fuera su primera creación. De hecho, si no fuera por el ejercicio de contraposición entre Pepe y Braulio, la serie carecería de sentido. El contraste entre ambos no está especialmente marcado y se hace necesario que interactúen para que se revele. En lo físico, sus distintas fisonomías quedan cómicamente subrayadas por la anécdota de la historieta del DDT 228, "El régimen" (de 29 de noviembre de 1971), en la que el médico les diagnostica tener a uno (a Pepe) la misma cantidad de sobrepeso que le falta al otro: cinco quilos, por lo que han de compartir un mismo régimen, pero a la inversa. Se da la paradoja de que, como es natural, quien debe comer no tiene apetito y viceversa.
"Pepe" fue una serie que asomó en diversas ocasiones a la portada del semanario que la acogió (como mínimo, dos veces, en los números 182 y 195, de once de enero y doce de abril del 71) y que dejó huella e incluso unos herederos directos en el DDT, en forma de la página de “Pillo y Bollo”, de David (Jorge David Redo), pero ante todo, fue la puerta de entrada del maestro Rovira a su casa, Bruguera.
SEGIS Y OLIVIO
Distinguidos con el que aceptamos como “marchamo del éxito popular”, es decir, con la publicación de un Olé (si bien que tardío, mediados los años ochenta) consagrado a recoger sus andanzas, la pareja de traperos más famosa del tebeo español vio la luz en la revista semanal más difunda de Bruguera, “Mortadelo” en 1971 y amplió su presencia al desembarcar también en la posterior "Super Mortadelo". Más allá de la probada popularidad del dúo, en Segis y Olivio encontramos, con toda seguridad, la contribución más clásica (por perdurable, por consumada) de Rovira a la historia del tebeo español.
Traperos de alivio
La segunda propuesta, cronológicamente hablando, de Rovira para Bruguera, se alzó con la cota máxima de popularidad de entre sus creaciones. Su comparación con la obra previa del autor, arroja una serie de hechos diferenciales determinantes: el primero, se encuentra ya en el mismo título, en el que encontramos los dos nombres de los integrantes de un dúo protagonista, la cual cosa la distingue de “Pepe” (por más que, de hecho, la mayor parte de las historietas tuvieran el protagonismo compartido del titular con su primo, Braulio). En segundo lugar, la relación descrita en esta segunda serie de Rovira entre sus dos protagonistas está basada no en vínculos familiares, sino profesionales, una tendencia marcada por los renovados tiempos brugueriles. En tercer lugar, el contraste entre los dos miembros de la pareja viene sustanciado, fundamentalmente, por la diferencia de edad entre jefe y subordinado, que si bien ya era presente en otros casos, habitualmente los años no separaban entre uno y otro, como en el presente, a dos estadios de la vida, la madurez de Segis y la juventud de Olivio (los jefes de los personajes Bruguera, si bien eran algo mayores que sus empleados, compartían con ellos su misma condición de adultos. Esta diferencia de edad marca la relación personal (Segis actúa a veces como un padre. Por ejemplo, le lee cuentos de terror a Olivio en la historieta del Mortadelo número 28) y laboral de ambos personajes, de modo que en la historieta del Mortadelo 19 (de 5 de abril de 1971), una de las primeras de la serie, si no la primera) ya encontramos a Segis afanado en la tarea de transmitir sus conocimientos al joven Olivio, explicándole el modo en que debe vocear para obtener la materia prima del oficio de trapero, para que, de alguna manera, se inicie en la tarea en solitario, dándole, en cierto modo, la alternativa . Se insiste, pues, en la inexperiencia inherente a la juventud, rasgo este definitorio de Olivio. Así, en la serie de Rovira que se estrenó en la más moderna revista de la casa, la versión popular de “Gran Pulgarcito”, “Mortadelo”, que instauró y certificó una nueva etapa para los tebeos de la Editorial, con Ibáñez (y su criatura más famosa) como buques-insignia, encontramos la expresión última de la evolución de las tendencias del tebeo humorístico brugueriano. Si, en líneas generales, en sus orígenes, el tebeo de de la editorial barcelonesa era poblado mayoritariamente por solitarios sin oficio (o con un oficio difuso, como el de oficinista) , más bien entrados en años, y, cuando las relaciones entre los personajes solían tener un fundamento familiar, con el paso de los años, se fue cediendo paso a series protagonizadas por parejas primero y grupos profesionales después (tripulaciones, plantillas, equipos…) simultáneo a un progresivo rejuvenecimiento de los personajes. Probablemente, las influencias externas, provinentes de Europa, se impusieron a la influencia de la figura señera de Rafael González, el puntal unívoco de los inicios del tebeo brugueriano. La expansión comercial de la editorial, imparable con el paso de las décadas, obligaba a esta confluencia con el gigante del tebeo franco-belga. Rovira, que había crecido como lector de tebeos, aterrizó en Bruguera con el empuje de la savia nueva y sus protagonistas reflejaban ese empuje con el encanto de la mocedad.
La innovadora figura de Olivio
El juvenil trapero de Rovira, Olivio, representa el primer acercamiento real del personaje del tebeo brugueriano a su presunto lector. Este muchacho de pelo largo, bastante inconsciente y desinhibido, con ganas de divertirse, ingenuo, pero remiso a someterse a la autoridad representada en todas sus formas (pero, especialmente, en la paternal figura de Segis) tiene aspecto de hippy moderado y recuerda (premonitoriamente) al personaje interpretado por David Carradine en la serie televisiva Kung Fu, con su sombrero, su cabello lacio y sus caminatas campo a través. Reforzando el parecido, ambos personajes son vistos tocando la flauta, imagen la cual hallamos por primera vez en el Mortadelo número 21 (de 19 de abril de 1971). Lo que distancia, obviamente, a ambos personajes (amén de la raíz dramática de uno y humorística del otro) son sus actitudes, diametralmente opuestas: contemplativa la del chino americano y vitalista la del chaval brugueriano. El primero toca la flauta para concentrase y el segundo, para disfrutar de la música.. Este parecido “avant la lettre” termina por confirmarse cuando, pasados los años, Olivio estudia un libro de Kung Fu en la historieta del Mortadelo 179 (de fecha 29 de abril de 1974). Trata de poner en práctica sus enseñanzas, desafiando la autoridad de Segis con sus recién adquiridas habilidades en artes marciales, pero cosecha una severa derrota y un par de bofetones. El fundamente de esta involuntaria similitud debe hallarse en que ambos personajes son versiones "aptas para el consumo" del fenómeno hippy.l
El binomio
Entre Segis y Olivio se establece una relación que ya hemos calificado antes de paterno-filial, que viene pautada por la diferencia de edad y por la labor de enseñanza del oficio que el primero desarrolla para el segundo. Segis representa la voz de la experiencia, una voz algo hueca y fatua a los oídos del aprendiz Olivio, tal como podemos comprobar en la historieta del Mortadelo número 61 (de 24 de enero de 1972) titulada “Sistemas de venta”. En ella asistimos a una lección teórica del maestro Segis que en su pupilo Olivio provoca una reacción tan visceral como irreprimible, que le lleva a salir corriendo hasta lo alto de un monte, lugar donde puede expansionarse y lanzar a los cuatro vientos lo mucho que “le carga” su mentor. Es esta una reacción muy típica de personajes vazquianos. El matiz innovador que aporta Rovira se encuentra en la carga de “protesta generacional” que supone el hecho, ya destacado, de que entre los dos personajes se interpone el consabido “abismo generacional”. Cuestión esta, por cierto, del contraste de las generaciones, a la que no era ajeno, sino, por el contrario, muy consciente, el autor, como prueba la mención explícita que hallamos en la historieta “La llamada fatal”, del Mortadelo 64 (del 14 de febrero de 1972), en forma de una viñeta que incluye un texto de apoyo en el que encontramos la referencia textual y un dibujo que puede considerarse hasta alegórico.
La convivencia entre ambos está naturalmente marcada por la subordinación del joven aprendiz al maduro empleador, pero no carecen de momentos de diversión en común, ni de expansiones varias en forma de juegos. En este sentido, son significativas una serie de historietas tales como la del Mortadelo 135, citada en el epígrafe titulado “Cancionero Rovira”, en la que asistimos a los esfuerzos de Segis para animar a su discípulo, que obtienen tal éxito que ambos son llevados, finalmente, por una ambulancia, totalmente turulatos.
Otro aspecto que se presenta ante los ojos del lector, de la pareja de traperos brugueriana es su condición de deambulantes o caminantes. Sus figuras, saco a la espalda, por los caminos rurales, recuerdan acaso a un Sancho Panza (con el que Segis, a pesar de su nombre calderoniano y no cervantino guarda bastante semejanza) que se hubiera echado a las sendas acompañado a su vez de un escudero propio y, adecuadamente, joven. El temperamento del hombre de más edad, del empleador, Segis, es pragmático y materialista, mientras que el mozalbete vive más para el hedonismo y la inconsistencia.
En comparación con otras parejas del mundo Bruguera de jefes y empleados, Segis y Olivio representan un modelo de convivencia mucho más relajado. Las broncas no llegan al nivel descarnado de encarnizamiento de Don Apolino Tarúguez y su secretario, verdaderas batallas sin cuartel, ni a las despiadadas palizas que le propina el redactor -jefe de El Chafardero Indomable a su reporter Tribulete. Segis le sacude bofetadas a Olivio muy semejantes a las que Anacleto recibe de su jefe, es decir, tortazos de payasos, para hacer reír, que provienen de la exasperación ante la estupidez más que de la crueldad. El hecho de que, a diferencia de otros binomios de superior y subordinado, Segis y Olivio convivan, en la mayoría de los casos compartan tareas, y, además, de que mantengan una diferencia de edad que propicia el paternalismo hacen de su serie un caso único, rico en matices e interesantísimo. Algunos momentos de las vidas de Segis y Olivio, a los que asistimos los lectores, nos permiten vislumbrar algo en ellos que no nos era dado contemplar en personajes precedentes, hechos con la exclusiva misión de divertir. Rovira se permite el lujo de mostrar a Segis melancólico, sentado en el muelle, contemplando el agua del mar, o a Olivio pidiéndole a un genio encantador algo tan inesperado como un caballo, sólo por el placer de galopar.
Nuevas tendencias: Vicente y el Hotel Mediaestrella.
Con idéntico título a una serie precedente del maestro Escobar, publicada en el Tio Vivo (ya dentro de Bruguera), el dependiente Vicente vive sus peripecias en un escenario propio de su tiempo, unos Grandes Almacenes, ese recinto que vino a sustituir en la conciencia colectiva de las familias de la España de los años setenta a otros lugares de reunión y peregrinaje, en la medida que la ciudadanía cambiaba la tradición de mantener el culto tradicional religioso por un desordenado culto al Consumo. En la misma revista en la que empezó a publicar sus historietas, Rovira “colocó” también las de “Hotel Mediaestrella”, otra serie consecuencia de su tiempo.
De forma similar a como Javier Pérez Andujar describe la evolución de la sociedad a través de los modelos empleados en las series americanas de televisión de detectives en su magnífico libro “Los príncipes valientes” (Editorial Tusquets, colección Andanzas, 2007), de modo que de los títulos de protagonista individual (Kojak, Columbo, Canon) pasó a series de parejas (Las calles de San Francisco, Starsky y Hutch) y después, a series de grupos, con “Canción triste de Hill Street” como paradigma. Así, también las series Bruguera presentan una evolución análoga y si, en sus inicios son mayoritariamente series de individuos solitarios (años 40 y cincuenta), se pasa después a las parejas (de las que la pionera, obviamente, es la de las Hermanas Gilda) y, por fin, en los años setenta, se vivió una proliferación de las series de grupos profesionales, como la agencia de viajes Pórrez (de Pedro Alférez), o la de publicidad OK (de Josep Colomer Fonts) y también, naturalmente, el Hotel Mediaestrella, de Jaume Rovira. Grupos profesionales, los cuales, como corresponde a la evidente mejoría socioeconómica, dedican sus esfuerzos a tareas insertas en el sector de servicios, algo impensable en décadas pretéritas, en las que la sociedad española tenía que reubicarse tras la desoladora experiencia vivida durante la sangrienta, devastadora y penosísima Guerra Civil y su no menos traumática posguerra.
Desde el punto de vista de la evolución del artista que nos ocupa hoy, las series que dibujó para Din Dan, tanto la del dependiente Vicente, como la del Hotel Mediaestrella pueden considerarse consecuencia de su crecimiento como creador, toda vez que suponen retos de superior calado. Después de demostrar que podía hacer su propia versión de las Hermanas Gilda, con el “Pepe” del DDT, y de mejorar la propuesta con su pareja de traperos (Segis y Olivio), Rovira se atreve con la ejecución de dos nuevas series, una de las cuales, además, incluye una completa galería de personajes fijos.
Las peripecias que dan lugar ámbitos tan abigarrados y concurridos como los Grandes Almacenes o los Hoteles, han sido de probada eficacia en el terreno del humor y artistas de fama mundial del género cómico como Jerry Lewis han dado a la posteridad pruebas de ello.
Vicente coincide netamente con la personalidad del trapero Olivio, prefiriendo la holganza al trabajo y la devoción a la obligación, cosa que se puede corroborar en la historieta del Almanaque para 1973 de Segis y Olivio, en la que Vicente aparece como “estrella invitada” y ambos personajes mantienen un diálogo del que se desprende una perfecta comunión ideológica. Sus problemas provienen del hecho (común a todos los empleados) de tener un jefe exigente que le hace encargos (en algunas ocasiones, como en la historieta del Extra de Primavera de Din Dan de 1972, muy semejantes a los que Anacleto recibe del suyo).
El aspecto de Vicente evoluciona notablemente en muy poco tiempo, pasando de ser una especie de Anacleto con cabeza algo alopécica (tal como le vemos en las dos viñetas del citado Extra de Primavera de Din Dan de 1972), a un melenudo rubio en muy pocos meses. Su jefe, dentro de la ortodoxia brugueriana, es calvo, gordo, con gafas y bigote, emparentado directamente con los jefes de estirpe vazquiana.
En cuanto a la nómina del “Hotel Mediaestrella”, está formada por un botones que parece el Tío Vázquez a la edad de Olivio, un camarero llamado Rompeplatos que empieza la serie con media melena negra (peinada con raya en medio) y que irá aclarando el tono del cabello a lo largo de las entregas, un conserje, García, (traje y bigote negros) que será su inmediato superior y un director (hombre grueso, entrado en años, con gafas y bigote cano) que tratará de sobrellevar la desgracia de tenerlos a los otros tres como empleados. Estos cuatro personajes funcionan como un esquema de dobles parejas. Los dos miembros de inferior rango en el escalafón podrían constituir una serie con el esquema habitual similar al de Segis y Olivio, a los que se superpondrían los dos superiores (que desdoblan el papel de la autoridad, de forma parecida a como funcionan el director y el presidente de la editorial donde presta sus servicios el botones Sacarino). Los cuatro protagonizan algunas de las mejores historietas de Rovira, tanto por la diversión que procuran, como por la dificultad que entrañan.
Algunas historietas morrocutudas...
Dignas de figurar en una antología del tebeo español son las historietas de Rovira en las que merced a una mayor extensión, disponía de más espacio para mejor desarrollar su capacidad narrativa y artística, aunque no tan sólo éstas, naturalmente. También en el trabajo cotidiano, en las historietas de una sola página, Jaume Rovira era muy capaz de “despachar” auténticas joyas Este burgomaestre selecciona del periodo estudiado las siguientes:
De Pepe:
“En busca del Yeti”, del Almanaque del DDT para 1973. Cuatro páginas en las que se hace referencia a la experiencia de César Pérez de Tudela con el yeti, al que dijo haber visto “en persona”. Rovira convierte al escalador asturiano en sueco, llamándolo Perezdetulensen. Pepe y Braulio parten hacia el Tibet y terminan descubriendo allí a un presunto “abominable hombre de las nieves” que no es más que un hippy.
“El caso del diamante”, del Extra de Primavera del DDT de 1972 es un homenaje en toda regla a las historietas largas de Anacleto. Con una asunción total de los temas, del estilo gráfico del maestro Vázquez y de su manera de exponer las situaciones, Rovira culmina una historieta de cuatro páginas excelentes, sin desperdicio, en la que Pepe y Braulio se meten en ambiente gangsteril.
“La novela de aventuras”, del Extra de Verano de 1972. Asombrosamente evolucionado en lo gráfico, el trabajo de Rovira, alcanza aquí su máxima expresión. Son cuatro páginas de ritmo narrativo que evoluciona sin desmayo, enganchando al lector desde la primer viñeta, en la que Pepe le pregunta si quiere que le cuente la historia de aquello que va a lanzar al mar. En la segunda viñeta, un clamor de lectores invisibles contesta de no. Pepe se rebela a la tiranía del público y nos relata un cuento de aventuras, lleno de peripecias, ambientado en un lugar que podría ser la misteriosa Casablanca. En el curso de las peripecias, Pepe y Braulio son confundidos con unos gángsters de Chicago y tomados prisioneros. Cuando huyen, al ser descritos como uno gordo y otro flaco por el jefe de sus captores, son confundidos con Stan Laurel y Oliver Hardy, que, con tal motivo, hacen una aparición estelar en una de las viñetas. En la viñeta final, Neptuno es quien disfruta de la lectura de la novela que los editores han rechazado a Pepe y Braulio. En la que cuelga ahí, a modo de muestra, este burgo cree ver un guiño a la obra de Hergé en el figurante dibujado en primer término.
De Vicente, el dependiente:
De este personaje destacamos especialmente la historieta a color de 4 páginas “Vacaciones agitadas”, del Extra de Verano de Din Dan de 1972, que mencionábamos en el capítulo del estilo por la novedad que contiene en relación al formato de los ojos de los personajes. Incluye la inesperada atención del jefe de Vicente, que le invita a unas vacaciones a Egipto (una gentileza impensable en los tiránicos jefes habituales de las historietas habituales de la editorial), lo que no quita para que, ante la ignorancia supina de su subordinado, se las ingenie para darle una torta por teléfono. La historieta reserva al lector alguna sorpresa, como la desesperada maniobra de su protagonista para alcanzar el barco que debía tomar, consistente en saltar de una fila de viñetas a la inmediata inferior, saltándose, como el mismo Vicente reconoce “todas las reglas de la historieta”. A los pies de las pirámides, el jefe del dependiente, ante su indiferencia frente a la monumentalidad de las tumbas de los faraones, comenta, citando a Shopenhauer: “Cabellos largos, ideas cortas”. La historieta concluye tras la intervención de una momia muy movida y del despertar de Vicente, que soñaba. La historieta contiene una cita explícita de Vázquez, en boca del protagonista.
Del “Hotel Mediaestrella”:
Seleccionamos las historietas “La gran pesca” (del mismo tebeo que la aventura de Vicente, recién comentada), y “Noche de reyes”, del Almanaque de Din Dan para 1973, ambas de cuatro páginas, en color. En la citada en primer lugar, la plantilla del hotel se hace a la mar para conseguir pescado fresco de manera económica. Terminan robando las reservas municipales de pescado, por lo que son detenidos. El rastreo de su pista la policía lo efectúa ayudándose de gatos, en lugar de perros. El botones tiene su momento de gloria cuando dispone de una secuencia de cuatro primeros planos, durante los cuales dice recordar un chiste del Tío Vázquez (a quien se parece físicamente). Un momento de humor absurdo lleno de frescura y muy típico del gracejo roviriano es cuando el director del hotel, ante la visión de sus empleados, comenta que parecen los tres mosqueteros y pregunta “¿Dónde está D’Artagnan?”. Pregunta retórica que hace que el personaje de Alejandro Dumas (padre), transgrediendo todas las normas del tiempo y de la coherencia, irrumpa por la ventana. En la citada en segundo lugar, se produce una formidable confusión entre los integrantes del personal subordinado del hotel, una banda de atracadores y sus majestades los Reyes de Oriente, una noche de Reyes, cuando los tres tríos van vestidos de similar manera y se confunden sus identidades.También la historieta del Extra de Primavera de Din Dan de 1973, “La banda del canuto”, con la inclusión de un “gang” de tres delincuentes, espléndidamente caracterizados, que pretenden atracar el hotel Mediaestrella, con un final de gran espectacularidad, merece una distinción especial.
De Segis y Olivio
Además de la historieta de cuatro páginas, en bitono, publicada en el Almanaque para 1973 “Nochebuena Cha, cha, cha”, comentada antes a propósito de la intervención de Rovira en su final, representa un logro de especial relieve la del Extra de Primavera de 1973, también de cuatro páginas y también en bitono, “Excursión conflictiva” Empieza la historieta con el despiste de Rovira, que dibuja la casa de Segis y Olivio rodeada por la nieve. Los dos protagonistas advierten del error al dibujante y así se inicia la acción, que empieza con la típica disputa entre los dos traperos, esta vez por la preferencia del mayor por trabajar en el campo (al que alaba en términos vazquianos) y del menor por trabajar en la ciudad (pues considera aburrido el ambiente campestre). Tras someter la cuestión a "botación" (pues lo hacen compitiendo a ver quién resiste mal dando saltitos), salen en dirección al campo, pero se pierden en el desierto. Llevados por el viento, terminan en pleno océano. Consiguen ganar la costa a nado y terminan en la ciudad, para contento de Olivio, pero al inspirar profundamente su aire contaminado terminan siendo ingresados en un hospital, intoxicados.
...y una historieta repetida
Todos los creadores, desde los más modestos, a los más geniales, son susceptibles de incurrir en alguna repetición. Tal sucede también en el caso del juvenil Rovira, cuando repite la historieta del Mortadelo 38 de Segis y Olivio "Trabajo extra" (publicada en agosto de 1971) en el DDT 234 (de enero de 1972) esta vez en la cabecera de "Pepe". En ambos casos relata como sus dúos protagonistas son empleados para cuidar un campo, a modo de espantapájaros humanos y cómo terminan por prenderle fuego a la cosecha.
Epílogo: “Pero...¿queda alguien ahí?”
Esta ha sido una entrada muy larga para un periodo de tiempo relativamente muy breve. Y ha llevado mucho tiempo hacerla, además .Este burgomaestre es un zángano de tal magnitud que casi ha tardado más en elaborar este desaguisado que lo que el propio Jaume Rovira invirtió en su momento para dibujar sus magníficas páginas, allá por los comienzos de la década de los setenta. Pero bueno, permítanme alegar que entonces el amigo Jaume era un jovencito, lleno de vigor y de ilusiones y que este burgomaestre que les da la lata, amigos, hoy está ya, irremediablemente, metido en años.
Disculpen la perorata y piensen que el sacrificio que han hecho leyéndome ha sido en aras de rendir homenaje a un excelente creador. Para este burgo, el mejor de su promoción de la escuela Bruguera.
Nota al margen (de toda ley). Para más información a propósito del mentado cantante Paco Paco, este enlace puede ser de utilidad.
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