Lady Filstrup (3ª época)

Dedicado a la música ligera, actores españoles y tebeos de Bruguera (porque sí, porque rima).

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Lugar: El Escorial, Madrid, Spain

jueves, abril 23, 2009

Jesús Tordesillas, un genérico de largo recorrido. (Primera parte)

El prestigio ganado por el actor Jesús Tordesillas ha sobrevivido mal al inexorable paso del tiempo. Sus méritos artísticos, premiados puntualmente y con prodigalidad durante su periodo de vida activa, no se han beneficiado de circunstancias favorables que los preservaran del olvido. Así, compañeros suyos de generación y de similares registros, se ganaron el reconocimiento masivo y popular a través de su incorporación cotidiana a la pantalla de la televisión (casos de Manuel Dicenta, Guillermo Marín o Francisco Pierrá), otros coetáneos, igualmente procedentes del teatro, como los anteriores, si bien no tan asiduos del medio televisivo, contaron a su favor con el cultivo del género cómico (de todos, el más acertadamente tratado por la cinematografía hispana) para asegurarles un lugar preferente en la memoria del público (como el gran Pepe Isbert, Mariano Azaña, Antonio Riquelme, o Joaquín Roa). Tampoco tuvo Jesús Tordesillas la fortuna de ser invitado a participar en ninguno de los escasos e inolvidables festines interpretativos que jalonan la historia de la cinematografía española. Ningún título de los que conforman la filmografía de Jesús Tordesillas tiene entidad comparable a cimas reconocidas crítica y popularmente tales como “Bienvenido míster Marshall”, “Plácido”, “El pisito”, “Atraco a las tres”, “Marcelino Pan y Vino”, “Historias de la radio”, “La vida por delante”, “Calle mayor”, “Surcos”, “La gran familia”, “La calle sin sol” o “Mariona Rebull”, o “La caza”. Sólo películas como “Balarrasa”, cuyo adoctrinamiento moral la deja hoy anclada al pasado, o las orduñescas “Locura de amor” o “Agustina de Aragón”, en las que su figura aparece cubierta por la pátina de la ambientación histórica y confundida entre otras muchas igualmente enmascaradas por la escenografía y el vestuario “ad hoc”, tuvieron verdadero éxito popular, y aún estas cayeron, en poco tiempo, en la sima de lo “demodée”.

Y no obstante, Jesús Tordesillas, pese a quedar su nombre asociado a propuestas hoy anticuadas, revelaba en sus interpretaciones una cualidad especial, cierta modestia natural que impregnaba su tipología de “respetable hombre mayor”, proclive a la bonhomía y cercano a la nobleza, dotándola de un valioso verismo. Y esta cualidad, tan grata al espectador como difícil de conseguir por medio de artificios, le permitió a Jesús Tordesillas encarnar sin acartonamientos ni rigideces personajes tan monumentales y totémicos como al emperador Carlos I de “Jeromín”, al Luis I de Baviera, en “Lola Montes”, o al William Shakespeare de “Un drama nuevo”.

Las claves de don Jesús Tordesillas

Por lo que sabemos, nuestro protagonista de hoy perteneció por entero a la idea estereotipada de la España tradicional y de firmes convicciones reaccionarias (y algo delirantes) del franquismo. Defensor a ultranza de “lo español”, en su acepción más carpetovetónica, debía sentirse a sus anchas encarnando al emperador Carlos I (y V de Alemania), ensanchador de la grandeza del imperio patrio, defensor de la fe católica y, al mismo tiempo, proclive al desliz carnal, el cual puede lavarse muy píamente con bulas y rezos de rosarios. Amante de los toros, del flamenco y de la “cultura” enraizada en lo celtibérico, Jesús Tordesillas, se inició profesionalmente en el teatro de la mano de los hermanos Álvarez Quintero, como su compañera Társila Criado, con quien formaría compañía y compartiría escenario tanto en el Madrid de los años treinta como en el resto de los teatros españoles. En el seno de cuya formación, por cierto, y procedente de la compañía de Julia Lajos, iniciaría su ascensión a la fama un joven Antonio Casal, a quien Jesús Tordesillas se encargaría de aleccionar, haciéndole ver, por lo que sabemos, que su camino estaba en el género cómico, dado que el público, ante la impavidez del actor gallego, reaccionaba con la risa. Pero Antonio Casal será motivo de otra entrada, que deparará el futuro. Volviendo a Jesús Tordesillas, de su experiencia con Társila Criado quedará constancia fílmica en la adaptación que del drama benaventiano, “La malquerida”, realizará José López Rubio, entre 1936 y 1939, con el trágico desarrollo de la Guerra Civil interponiéndose entre el principio y la conclusión de su rodaje. Precisamente, José López Rubio es uno de los directores más decisivos en los primeros pasos en el medio cinematográfico de Jesús Tordesillas, dirigiéndole en cuatro films de los de la primera etapa de su carrera: “La malquerida” (1939), “Pepe Conde” (1940), “Eugenia de Montijo” (1944), y “El crimen de Pepe Conde” (1946). En las dos entregas de las aventuras del actor cómico Miguel Ligero como Pepe Conde, Jesús Tordesillas hace el papel de Don Gaspar, el desocupado marqués de Hinojo, y tiene especial protagonismo en la segunda, pues es el impulsor de la trama que lleva a hacer creer al héroe, mediante una de sus habituales bromas, que ha vendido su alma al diablo. En “Eugenia de Montijo”, es Próspero Merimée, y en el drama benaventiano es Esteban, el segundo marido de la Raimunda (Társila Criado) y padrastro de Acacia (Luchy Soto), tal como describimos en la entrada titulada “Dos primos figurantes”, al ocuparnos de esta película. La preeminencia de la figura de Jacinto Benavente en la escena española durante su prolongada actividad literaria se pone de manifiesto en la carrera de Jesús Tordesillas quien lo representará en los escenarios repetidamente. El siguiente, tras José López Rubio, de los directores más influyentes en ese momento de la carrera del actor es Eusebio Fernández Ardavín quien le repartió el papel de Julio Mendoza en “La marquesona” (1940), una de las tres películas en las que, en la década de los cuarenta, lo dirigió. Las otras fueron “La florista de la reina” (1940) y “Neutralidad” (1949) que, como recordará el habitual de “Lady Filstrup”, supuso el debut en la pantalla de Gérard Tichy. Si López Rubio y Eusebio Fernández Ardavín contaron con Jesús Tordesillas de manera habitual, aún mayor fue la frecuencia con la que Juan de Orduña recurrió al actor para que interpretara uno de los papeles de sus películas. Hasta en trece ocasiones, el director (galán de la pantalla, en primer término) tuvo a sus órdenes a Jesús Tordesillas, incluyendo en la lista sus mayores éxitos, concentrados éstos en el breve periodo de tiempo que da inicio a la década de los años cincuenta. Así, nuestro protagonista de hoy figura destacado en los repartos de: “Leyenda de feria” (1945), “Un drama nuevo” (1946), “Misión blanca” (1946), “Serenata española”(1947), “La Lola se va a los puertos”(1947), “Locura de amor” (1948), “Vendaval”(1949), “Agustina de Aragón” (1950), “Pequeñeces” (1950), “Alba de América” (1951), “Zalacaín el aventurero” (1954), “La leona de Castilla” (1957) y “Teresa de Jesús“ (1962). Otros directores decisivos en la carrera de nuestro protagonista de hoy (sin llegar, por supuesto, al grado de afinidad de Orduña), fueron el húngaro Ladislao Vajda Weisz (Budapest, 1906- Barcelona, 1965), que le dirigió en “Séptima página” (1951), “Doña Francisquita” (1952) y “Tarde de toros” (1956); Luis Lucia, para quien actuó en cinco ocasiones: "De mujer a mujer” (1950), “Jeromín” (1953), “La lupa” (1955), “El Piyayo” (1956) y “Un ángel tuvo la culpa” (1960); con el gallego Ramón Torrado, tuvo ocasión de trabajar en su etapa siguiente, ya en los años sesenta, en tres films: “Fray Escoba”(1961), “Ella y los veteranos” (1961), “Cristo Negro” (1962) y “Bienvenido, padre Murray” (1963); otras tres películas, filmadas desde finales de los cincuenta hasta rebasado el ecuador de los sesenta pusieron a Jesús Tordesillas a las órdenes del italo-argentino Luis César Amadori: la muy exitosa “¿Dónde vas, Alfonso XII?” (1958), y “Una gran señora” (1959) y “Acompáñame” (1966), vehículos éstas últimas al servicio de sus protagonistas, Isabel Garcés y Rocío Dúrcal, respectivamente.

A sus directores más habituales (Juan de Orduña, López Rubio, Luis Lucia, Eusebio Fernández Ardavín, Ramón Torrado, Luis César Amadori) hay que añadir otros con los que colaboró puntualmente, como José Antonio Nieves Conde, quien puso al actor en el cartel de “Balarrasa” (1950), quizá su película de mayor éxito popular, en un año extraordinario para el actor, pues a la del film de Nieves Conde, Jesús Tordesillas pudo sumar intervenciones en otros éxitos del año, como las dos películas de Juan de Orduña de tremendo impacto popular, “Pequeñeces” y sobre todo, “Agustina de Aragón”, o como “De mujer a mujer”, duelo interpretativo entre las estrellas Ana Mariscal y Amparo Rivelles, que dirigió Luis Lucia. Nieves Conde volvió a convocar a Tordesillas para su película “La legión del silencio”, que comentamos aquí en la anterior entrada, dedicada a Fernando Cebrián, que hacía en ella su debut en el cine.

Jesús Tordesillas también actuó a las órdenes de otros destacados directores como Antonio del Amo, Manuel Mur Oti, Arturo Ruiz-Castillo y el más habitualmente productor (como veremos, frecuentemente de películas en las que intervenía el actor) Eduardo Manzanos Bronchero, quien le adjudicó uno de sus pocos papeles de protagonista en “El andén” (1953).

Un poco de su mucho teatro

Apartado de los escenarios cuando mayor era su actividad cinematógrafica, mediada la década de los cuarenta, reemprendió la actividad teatral de la mano de su compinche Manuel Luna, con quien -como veremos- había actuado repetidamente ante las cámaras, y formó con él una compañía que representó comedias de repertorio por los teatros de España hasta el fallecimiento del señor Luna, que se produjo en junio de 1958. Previamente a la formación de esta sociedad, Jesús Tordesillas había actuado, en lo que podría considerarse colofón a una larga ejecutoria en los escenarios, en la Compañía del Teatro María Guerrero, en la representación de “Diez minutos de parada ¿Quién soy yo?”, montaje dirigido por Carlos Fernández Cuenca, que le reunió sobre el tablado con Aurora Bautista, Fernando Rey, Eduardo Fajardo, Félix Dafauce, Carlos Muñoz, María Esperanza Navarro, Maruchi Fresno, Margarita Andrey, Emma Penella y Manolo Morán, todos ellos, estrellas de la pantalla grande. La excepcional función del María Guerrero supone apenas una gota en el océano de una actividad teatral que se prolongó durante sesenta y cinco años de profesión en los que Jesús Tordesillas estrenó ciento setenta y dos comedias de autores tales como Gregorio Martínez Sierra, Jacinto Benavente, Eduardo Marquina, Alfonso Paso y Abati, o Asenjo. De las obras originales de don Jacinto Benavente, tenemos constancia de los estrenos en el Teatro de la Comedia de la obra “Cualquiera lo sabe”, el 13 de febrero de 1935, en la que le repartieron el papel de “Don Rosendo” y donde tuvo como compañeros en el escenario a Mariano Azaña (como “Benito”), a Manuel Dicenta (como “Félix”) y a las damas de la escena Guadalupe Muñoz Sampedro (como Doña Adelaida”) y a Elvira Noriega. Nueve años más tarde, el 19 de enero de 1944, hizo de “Mauricio” en el poema escénico en cuatro actos “Nieve en mayo”, actuando junto a Mary Carrillo (para quien don Jacinto había escrito la obra, la cual le proporcionó a la actriz la primera ocasión en que su nombre estaba por encima del título, en el cartel), que hacía el papel de “Blanca”, Mariano Asquerino (como “Rafael”) y Diego Hurtado (como “Eddy”). La obra se ambientaba en Granada, en el Sacromonte, lugar en el que el autor se había inspirado mientras acompañaba a Mary Carrillo durante el rodaje de “El doncel de la reina” (Eusebio Fernández Ardavín, 1944) en la capital andaluza. Nuevamente con Mary Carrillo como protagonista (en el doble papel de “Guillermina” y “María de las Nieves”), el estreno de la comedia en tres actos “La ciudad doliente”, que se produjo el 14 de abril de 1945, contó con Jesús Tordesillas en su elenco, que hizo esa vez el papel de “El doctor”. Completando el reparto, entre otros destacados intérpretes se hallaba Antonia Plana (como “Doña Esperanza”), Mariano Asquerino (como “El novelista”), Diego Hurtado (como “Florencio”), y Roberto Camardiel (como “Fernando”). A Enrique Jardiel Poncela, integrando igualmente la compañía titular del Teatro de la Comedia, don Jesús le estrenó el 20 de diciembre de 1935 su comedia “Las cinco advertencias de Satanás”, interpretando el papel de “Ramón”, al lado de Mariano Azaña (como “Pedro”), Guadalupe Muñoz Sampedro (en el papel de “Alicia”), Ricardo Canales que hacía el protagonista, “Félix”, y José Marco Davó, que hacía el papel de “Leonardo”, sin aparecer en escena, prestando sólo su voz. En esta comedia agridulce, de inspiración fantástica, un seductor (Félix) que tiene la costumbre de pasar sus conquistas amorosas a su amigo Ramón una vez se ha cansado de ellas, decide poner fin a sus actividades donjuanescas justo antes de recibir de Lucifer cinco advertencias de otras tantas desgracias. La última de ellas es que se enamorará perdidamente de una mujer, que será correspondido por ésta y que deberá rechazarla inevitablemente. Esta mujer, Coral (Elvira Noriega en su debut como primera actriz), resultará ser su hija. Con el corazón roto, Félix se la cede a su amigo Ramón.

Relación permanente, pero inestable, con el cine

El estereotipo fílmico habitual de Jesús Tordesillas fue variando al paso de las décadas. Si en un primer momento se le identifica frecuentemente con el rol de villano (alguno de ellos tan matizado como el de “La malquerida”), o, cuando menos, de personaje de cierta ambigüedad moral, susceptible de redención final, conforme los años fueron blanqueando su noble cabeza y empequeñeciendo su menuda figura, la figura del anciano amable se fue imponiendo sobre el malvado. A este principio general, hay que añadir su nutrida galería de clérigos de todo tipo, sacerdotes, párrocos, frailes y misioneros que, desde la pantalla grande difundieron la doctrina de Cristo y practicaron las virtudes teologales, esparciendo sus bienes por toda clase de descarriados o confortando al afligido. Otra vertiente muy habitual en la filmografía de Jesús Tordesillas la conforman sus personajes históricos, revestidos de dignidades aristocráticas o de mando militar, adornados muchas veces con el seguro dominio de la esgrima (un valor muy estimable para la interpretación o, simplemente, para dar sablazos). El hombre adinerado, de sólida posición económica, es también un rol de los que más repitió en la pantalla, con la variante del señorito andaluz, incluida. Fuera de estos parámetros, señalaremos que Jesús Tordesillas consiguió sus más meritorias actuaciones o, como mínimo, las más llamativas, como la que realizó en la piel del enigmático Patricio Allen, el marino irlandés de “Las inquietudes de Shanti Andía” (Arturo Ruiz-Castillo, 1947).

Marginado por la edad y por los nuevos y renovados rumbos del cine español, Jesús Tordesillas vivió su decadencia profesional a partir del nacimiento del llamado “Nuevo cine español”. Podría haberse retirado, y según él dejó dicho así lo intentó, pero un ataque de neurastenia motivado por la conciencia de “no volver a ser actor” le impulsó a postularse para continuar trabajando aunque fuera en papeles casi testimoniales, en los que prestaba su presencia de anciano apacible sin aparente esfuerzo, llegando, en esta línea de confortables colaboraciones, a interpretarse a sí mismo en dos películas de escasa valía, como fueron “El relicario” (Rafael Gil, 1970) y “La boda y la vida” (Rafael Romero Marchent, 1974). También es posible que su proclamada aversión al ahorro (que él veía más como un defecto detestable que como una virtud, según proclamaba en entrevista concedida a la revista “Cámara”) le obligara a continuar en activo por imperativos económicos. Esta laboriosidad, que no dejó de tener su recompensa oficial, que enseguida diremos, se desarrolló habitualmente en proyectos de productoras afines (en el tiempo de esplendor –ya pasado- y en filiación política). Sus prestaciones, que por teatrales, no habían sido consideradas por los cineastas emergentes, de mediados los cincuenta, tampoco fueron tenidas en cuenta por los valores más jóvenes de los sesenta. Su ancianidad estuvo frecuentemente al servicio de films intrascendentes de mera explotación comercial, donde prestaba su avejentado físico al estereotipado rol de abuelito (si había niño cantor por medio), de un avejentado clérigo (de la nutrida galería de ellos que había ido representando a lo largo de su carrera), o de honorable padre del héroe (si la cosa iba del Oeste). Y es que los tiempos, a pesar de los pesares, iban cambiando, y Jesús Tordesillas, tan pronto como asumió la cima del éxito, en los albores de la década de los cincuenta, cayó para quedarse, pocos años después, en la sima del olvido del público, que, como era su obligación, prestaba su atención renovada a nuevos artistas. En cambio, las instituciones sí recordaban al actor, como prueba el hecho de que fuera distinguido con el título de Productor Ejemplar el 18 de julio de 1962, y que el mismo Francisco Franco le entregara la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo a Jesús Tordesillas pocos meses antes de que éste cumpliera los ochenta años de edad. Poco después de hacerlo, el 24 de marzo de 1973 Jesús Tordesillas expiraba, dejando, para la Biblioteca del Teatro un fondo de seis mil libretos teatrales. Afortunadamente, hoy podemos disfrutar de lo bueno que el actor hizo, prescindiendo de consideraciones coyunturales, por muy justificadas que estuvieran, y el respeto que sólo le tuvieron sus contemporáneos ideológicamente cercanos podemos sentirlo también, admirando su oficio, los que estamos bien alejados de sus coordenadas políticas.

Trazado en el capítulo precedente un esbozo de la trayectoria profesional de Jesús Tordesillas, pasaremos a continuación a comentar cronológicamente algunos de los títulos que conforman su trayectoria profesional, a efecto de que sirvan como representación de la totalidad, que rebasa, sólo en el medio cinematográfico, la más que respetable cifra de noventa películas.

Creciendo en el escenario y madurando en la pantalla (1904 – 1945)

Jesús Tordesillas Fernández nació en Madrid el 23 de enero de 1893. Siendo un niño de corta edad, sufre la proverbial picadura del gusanillo escénico al representar en el colegio “Aprobados y suspensos”, de Vitor Aza. A los once años, don Tirso Escudero, empresario del Teatro de la Comedia, le reclama para que sustituya a Pedro Zorrilla en la comedia “El niño de oro”, con Catalina Bárcena en lo alto del cartel. De muchacho, consigue una colocación en el Banco Español de Crédito, ocupación que combina con representaciones de teatro de aficionados. A una de ellas, a la de la comedia “Los galeotes”, asisten sus autores, los archifamosos hermanos Álvarez Quintero, acercándose, al término de la función, Serafín a felicitar al joven Tordesillas y a sugerirle con su comentario que pase a dedicarse profesionalmente a la interpretación. Al estímulo verbal unieron en 1911 la acción, al convocar a José Tordesillas para que tomara parte en el reestreno de su obra “El patio”. A los dieciocho años, el actor abandona definitivamente su empleo en el banco y comienza su carrera como actor profesional, debutando con un papel minúsculo, sin letra, en la benaventiana “La losa de los sueños”, el de “El echador” (sencillamente, el mozo que sirve café con leche a los protagonistas). Tan escasamente destacado rol pronto se verá mejorado en comedias futuras, para tranquilidad del principiante, cosa que el mismo Jacinto Benavente se encargará de asegurarle al joven Tordesillas, que llegará a estrenar cinco obras del laureado autor y que llevó quince de sus comedias en la gira que hizo por Sudamérica en los años veinte. De la amistad que nació entre dramaturgo y cómico quedó el testimonio de un retrato que el primero le hizo al segundo y que le regaló, dedicado.

El debut en el cine de Jesús Tordesillas llega, según testimonio suyo recogido en la entrevista publicada en el libro correspondiente de las serie “Los cómicos”, de Manuel Román, con el ignoto film “Tauromanías”, por cuya participación el actor percibió una remuneración de cinco duros, el cual fue también conocido como “Los oficios de Rafael Arcos”, título que recogía el nombre de su guionista y protagonista, padre, por cierto, del actor del mismo nombre, con quien Tordesillas trabajaría en décadas posteriores. La fecha de estreno fue la del 4 de mayo de 1916, la dirección, de Francisco Elías y, junto a Tordesillas y Rafael Arcos, actuaba en la pantalla Joaquín Carrasco.. A esta primera experiencia en celuloide siguió “Flor de España”, film de 1922 (1920, según algunas fuentes) dirigido por José María Granada y por la propia estrella del film, Helena Cortesina, en el que Jesús Tordesillas daba vida al personaje del torero "Juncales", el cual se enamoraba de una florista (Helena Cortesina), la cual terminaba triunfando en los escenarios como cantante, con el nombre artístico de (¡como no!) "Flor de España". Con posterioridad llegaría el gran éxito de “Currito de la Cruz”, primera de las cuatro adaptaciones al cine de la novela homónima del crítico taurino Alejandro Pérez Lugín, que firmaba sus crónicas bajo el seudónimo de “Don Pío”. La película, en la que Jesús Tordesillas encarnaba a una figura del toreo, además de un gran éxito popular (el cual le alcanzó en La Habana, donde actuó dos años, entre 1925 y 1927, y que le valió una oferta de trabajo de la Fox hollywoodiense que se vio obligado a declinar), supuso para el actor la satisfacción de lidiar con buen arte en la pantalla, adornándose con alguna que otra revolera. Aunque para las escenas de riesgo fue doblado por el diestro Antonio Márquez, Jesús Tordesillas no era un completo profano en la materia, pues tuvo ocasión de torear alguna becerra y hasta recibió en una ocasión un puntazo. Otras aficiones, a propósito, muy raciales (y algo más elevadas, quizá) de nuestro protagonista de hoy por aquellos años, eran también las de tocar la guitarra (española, por supuesto), escuchar flamenco degustando manzanillas durante noches enteras, hasta bien entrada la mañana siguiente, en diversos tablaos, como el de “Villa Rosa”, donde escuchaba a Antonio Chacón, y acudir a las tertulias literarias del salón del Teatro Lara, compartiendo mesa y conversación con don Jacinto Benavente, Linares Rivas, Gregorio Martínez Sierra y López Silva, entre otros. De su contacto con tales literatos tal vez naciera su vocación escritora que le llevó a autoeditarse un puñado de opúsculos, de los que conocemos el título de, al menos, uno, “Naderías”, recopilación de pensamientos y breves leyendas. Por completar el capítulo de las aficiones de Jesús Tordesillas, antes de retomar el hilo de su trayectoria profesional, añadamos sin más tardanza que fue toda su vida un apasionado del circo y que su primera vocación había sido la de acróbata.

Producida en 1933, “Madrid se divorcia”, se estrenó en la capital de España en febrero de 1935, presentando en los papeles protagonistas a la pareja, matrimonio en la vida real, que formaban Jesús Tordesillas y Rosita Lacasa. Entre el rodaje y el estreno de esta película, que aprovechaba con el debido oportunismo la aprobación del gobierno de la República de la Ley de Divorcio, la esposa de Jesús Tordesillas había participado de manera destacada en la película de debut de José Luis Sáez de Heredia, “Patricio miró a una estrella”, deliciosa comedia de tintes fantásticos protagonizada por Antonio Vico. Asimismo, tuvo un papel principal en la versión sonora de “La hermana San sulpicio”, mítico film de los dirigidos por Florián Rey a mayor gloria de su estelar pareja, Imperio Argentina, buena amiga de Jesús Tordesillas con quien, casualmente no trabajó nunca. Con posterioridad a estos títulos, Rosita Lacasa actuó también en la comedia “Veinte mil duros”, basada en la comedia teatral de Leandro Navarro y Adolfo Torrado que, dirigida por Willy Rozier en 1935 no se estrenó en Barcelona hasta marzo de 1936, y en Madrid, hasta octubre de 1938. En “Madrid se divorcia”, película que firmaron Alfonso Benavides y Adelqui Millar sobre un argumento de Enrique López Alarcón y con guión de Alfonso Benavides, la trama se centraba en la fiebre divorcista que se apoderó del mundillo artístico con motivo de la aprobación, en agosto de 1932, de la ley del divorcio por el gobierno presidido por Azaña.

Dirigido por Eusebio Fernández Ardavín

Hasta ahora, en este weblog habíamos citado más a Eusebio Fernández Ardavín por su condición de tío de César Fernández Ardavín que por los méritos de su labor profesional. Pero es el caso que el director de “El abanderado”(1943) estrenó en 1940 dos títulos en los que intervenía Jesús Tordesillas, “La florista de la reina”, que trasladaba al cine una obra teatral de su hermano Luis, mediante una adaptación llevada a cabo por Rafael Gil, y “La marquesona”, producción CIFESA adaptación a su vez de la comedia original de Quintero y Guillén, efectuada por el propio director. Tanto una como otra contaban con protagonistas femeninas : María Guerrero López (sobrina de la famosa María Guerrero) la primera, y Pastora Imperio, la segunda.

Eusebio Fernández-Ardavín (Madrid, 1898-Albacete, 1965) se inició en el cine realizando películas “amateur” desde los diecinueve años, hasta rodar su primer largometraje en 1925 que ya adaptaba una obra de su hermano Luis, “El reloj del anticuario” (o “Del rastro a la castellana”) en 1925. Este primer film, todavía no comercial, sigue la fundación de una empresa, “Producciones Ardavín” mediante la cual llevará a cabo la realización de tres largometrajes más sobre otras tantas creaciones de su hermano dramaturgo, “La Bejarana” (1925), El bandido de la sierra” (1926) y “Rosa de Madrid” (1927). Tras rodar en colaboración con Nemesio M. Sobrevila el mediometraje “El sexto sentido” (1929), viaja a París, contratado por los estudios Paramount de Joinville, para encargase de supervisar los diálogos y la producción de las versiones españolas de los films que allí se producen. De vuelta a España, en 1932 accede al puesto de director de producción de la nueva productora Sociedad CEA (Sociedad Cinematográfica Española Americana), donde inicia su carrera más profesional con “El agua en el suelo” (1934) sobre un argumento pensado para el cine de los hermanos Álvarez Quintero y protagonismo de la debutante Maruchi Fresno. Las dos películas producidas en 1940, precisamente con participación de Jesús Tordesillas, se cuentan entre sus más rotundos éxitos. La primera en estrenarse, concretamente, el 23 de marzo del año de su producción fue “La marquesona”, adaptación de una comedia de Antonio Quintero del mismo título, que se inscribía con toda naturalidad en la línea de trabajo de CIFESA de aquel tiempo, fácilmente reconocible si se tiene en cuenta que “La marquesona”, protagonizada por Pastora Imperio, se estrenó menos de un mes después de “La Dolores”, que contaba con Concha Piquer como protagonista, y cuarenta días antes de que la productora valenciana pusiera en las pantallas “La gitanilla”, con Estrellita Castro en la cabecera de cartel. Rodada en los Estudios Orphea, que, como veremos, el madrileño Jesús Tordesillas frecuentó en aquellos años, “La marquesona” tenía como jefe de producción a Aureliano Campa Morán (el habitual cuando el rodaje del film se verificaba en la Ciudad Condal), y contaba la historia de una antigua “cantaora y bailaora” de flamenco que consigue reverdecer los laureles del éxito y que trata de reconciliarse con su hija, Rosa (Luchy Soto), la cual le había abandonado. En el film, Jesús Tordesillas corría a cargo de representar el papel de “Julio Mendoza”, el primer papel masculino en importancia, lo que no comportaba, por otra parte, demasiada importancia. La película, que costó la friolera de 900.000 pesetas, no obtuvo el rendimiento esperado, en gran parte porque la censura no permitió su exportación al mercado sudamericano (donde Pastora Imperio se había hecho con un nombre), bajo la pintoresca acusación de “gitanismo”.

Estrenada ya recién comenzado el año 1941, “La florista de la reina”, que le valió a Eusebio Fernández Ardavín el premio del Sindicato Nacional del Espectáculo al mejor director, contaba la historia de Flora (María Guerrero López), una florista del Madrid de finales del XIX que, como el título indica, surte a su majestad Isabel II (Manolita Morán) de adornos florales. Por su oficio de florista (de modo y manera similares a la Elizah Doolitle, de “Pygmalion”) trata por igual con gente de postín, que acude a los fastos nocturnos madrileños, como con exponentes del mundo bohemio. De entre estos últimos, Flora recoge a un autor teatral famélico que se desmaya en plena calle, Juan Manuel (Alfredo Mayo) al que auxilia, apoya, y del que se enamora hasta el punto de casarse con él. Consigue emplear su ascendente con la reina para que ésta apoye al joven dramaturgo con el fin de que estrene. Logrado el éxito, una guapísima actriz, Elena Cortés (Ana Mariscal) seduce al pollo y le pone en el brete de abandonar a Flora. Ésta no se queda impasible ante la maniobra y lanza un violento ataque con herida de arma blanca incluida sobre la pérfida actriz. Flora es detenida, y al salir de su encierro va al encuentro de Juan Manuel, quien abandonado por Elena y gravemente enfermo, muere. El rol de Jesús Tordesillas en este film UFISA es el de “Paco”, un cliente habitual de la florista que luce elegantísimo en el fotograma de la película en el que hemos podido verle y que probablemente debe representar alguna influencia beneficiosa de las que procura Flora y que la mala cabeza del galán termina por malbaratar.

Marianela

1940 fue un año extremadamente prolífico en la trayectoria cinematográfica de Jesús Tordesillas. A los títulos previamente comentados, es ineludible sumar el de “Marianela”, un film que alcanzó la gloria de ser premiado en el certamen internacional que se celebraba en Venecia, que por aquel entonces se denominaba “Exposición de Arte Cinematográfico de Venecia” y que en 1941 celebró su novena edición.

Esta adaptación de la novela homónima de Benito Pérez Galdós debió gran parte de su éxito a la idoneidad en la elección de su protagonista, una joven y brillante actriz, Mary Carrillo, que estaba destinada a ser una de las grandes instituciones de la escena española. Su director (y adaptador del texto galdosiano), Benito Perojo, por sugerencia de Imperio Argentina, quien, acompañada por Rafael Rivelles, había visto a Mary Carrillo en una representación en el teatro Español de la obra de José María Pemán “La santa virreina” (donde hacía el papel de la india Zuma), le hizo una prueba, junto a otras aspirantes, en los Estudios Ballesteros, de Madrid, con resultado satisfactorio. Mary Carrillo, junto con su marido, Diego Hurtado, dejaron la obra del Español y se trasladaron a Barcelona, pues el rodaje del film se efectuaría en los barceloneses estudios Orphea, durante los meses de agosto y septiembre de 1940, con exteriores en un pueblecito de la misma provincia y en parajes de Mieres (Asturias). La melodramática historia de ”Marianela” es de sobras conocida, pues es una de las novelas más populares de su autor y conoció una versión teatral (de los hermanos Álvarez Quintero, de 1916, que la misma Mary Carrillo había representado de niña) y hasta dos adaptaciones al celuloide (la segunda, dirigida por Angelino Fons y protagonizada por Rocío Dúrcal). Se cuenta la historia de una chica fea, Marianela (Mary Carrillo) que vive, asilvestrada, un inocente y apasionado romance con un chico ciego, Pablo (Julio Peña), al que le sirve de lazarillo. El padre del chico, Francisco (Jesús Tordesillas), es un emprendedor individuo que aspira a que su hijo haga un matrimonio de conveniencia con su prima Florentina, cuando la oportunidad de curar su ceguera se presenta por mediación del eminente doctor Teodoro Golfín (Ricardo Calvo). Cuando Pablo es operado con éxito y logra el uso de la visión, se enamora de la guapa Florentina (María Mercader), a la que ve al serle retirada la venda y toma en principio por Marianela. Pablo ya no necesita a la muchacha que le guiaba cuando era ciego y vive con Florentina, cuya belleza es deslumbrante (la misma Marianela, cuando la ve por primera vez, la toma por la Virgen María). La desesperación se apodera de la pobre protagonista, que trata de suicidarse, pero Teodoro Golfín logra impedirlo y la lleva a casa de Pablo y Florentina, donde la desdichada expira tras oír las alabanzas que su adorado Pablo dedica a la hermosura de Florentina. Para los amigos de los chismorreos (aunque este no sea ciertamente muy fresco), digamos que en la vida real María Mercader y Julio Peña vivieron un romance, cuya duración desconocemos, pero que tanto Mary Carrillo en sus memorias (“Sobre la vida y el escenario”, Ed. Martínez Roca, 2001), como María Mercader en las suyas (“Mi vida con Vittorio de Sica”) parecen corroborar su existencia.

Dirigido por José López Rubio

José López Rubio (Motril, Granada, 1903- Madrid, 1996) pudo haber sido un cineasta sobresaliente en el panorama español de no ser porque, precisamente, los condicionantes propios de la idiosincrasia de nuestro cine le desanimaron totalmente tras una carrera breve como director de cine en España. Atrás quedaba su experiencia como humorista literario en, entre otras publicaciones, el mítico semanario “Gutiérrez” y su periplo en el Hollywood dorado de los años treinta que se prolongó a lo largo de siete años y pasando de la productora que le acogió inicialmente, la Metro Goldwyn Mayer, a la Fox (en cuyo seno, en la soleada California se refugió tan pronto como se inició la Guerra Civil en España, cuyo estallido le alcanzó cuando, habiendo regresado de América, había iniciado el rodaje de “La malquerida”). De la adaptación del drama rural benaventiano, que, tras concluir la cruel contienda, pudo finalizarse y estrenarse en 1940, añadiremos ahora a lo dicho en su día que Jesús Tordesillas consigue en ella una brillantísima actuación en un papel muy agradecido, como Esteban, el atormentado padrastro al que le consume la pasión por su hijastra, Acacia, y que es secundado por su despiadado empleado “El Rubio” en la tarea de eliminar a cuantos mozos ronden al objeto de su obsesión, llegando hasta al asesinato. En un registro radicalmente distinto, las dos entregas de las andanzas de Pepe Conde, basadas en la comedia original de Pedro Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernández “Pepe Conde o El mentir de las estrellas”, protagonizadas por Miguel Ligero en el papel titular, confiaban a Jesús Tordesillas el papel de Don Gaspar, un marqués ocioso y amigo de la broma que sugería en el primer film (“Pepe Conde”, estrenado en Madrid en el cine Avenida, el 10 de octubre de 1941) el juego de simulación que hacía tomar a Pepe Conde el lugar de Juan José (Antonio Casal), hijo de la condesa de Arco Luengo, para evitarle la obligación de atender a don Crótido (Francisco Hernández) y su hija María Luisa (Pastora Peña), unos visitantes con fines matrimoniales. La cosa se complica con la intervención de Mari Gloria (Maruja Tomás), una amiga de Juan José, que quiere impedir el progresivo enamoramiento de éste por Maria Luisa, para lo que no duda en poner en entredicho la reputación de ésta, poniéndola en situaciones comprometidas con Pepe Conde. En la segunda entrega de la serie, estrenada el 28 de octubre de 1946 en los cines Paz y Calatravas de Madrid, el don Gaspar de Jesús Tordesillas hacía creer a Pepe Conde, desesperado por su necesidad de dinero y de ganar el amor de la bonita Reyes (Antoñita Colomé), que había vendido su alma al diablo, paraa lo que se valía de la colaboración de un mago hipnotizador, Satán López (Arturo Marín) y de la complicidad de su servidumbre. El truco funciona a la perfección, engañando completamente a Pepe Conde, que hasta llega a rechazar a Reyes sinceramente temeroso de haber perdido su alma. Finalmente, el marqués, que ha sido estafado por el mago y está arrepentido, revela el engaño y asegura el porvenir de Pepe Conde nombrándole su administrador. El film le valió a José López Rubio el premio del Círculo de Escritores Cinematográficos al mejor argumento original.

La tercera película de José López Rubio con Jesús Tordesillas en su reparto, estrenada entre los dos títulos protagonizados por Miguel Ligero sobre el personaje creado por Muñoz Seca y Pérez Fernández, fue “Eugenia de Montijo”, muestra de cine “de época” algo falta de brío y calor, con su mayor atractivo patente en las caracterizaciones de los actores, émulos de figuras históricas. Estrenada el 16 de octubre de 1944, fue considerada “de interés nacional” y premiada por el Sindicato Nacional del Espectáculo con 250.000 pesetas. En ella, Jesús Tordesillas encarnaba a Próspero Merimée, algo así como el narrador del film, un testigo privilegiado del crecimiento y ascensión de la protagonista, Eugenia de Montijo (Amparo Rivelles, más guapa que nunca) de cuya familia es amigo, lo que le permite haberla conocido desde muy niña hasta, al final del metraje, el momento de su coronación y casamiento con el emperador Napoleón III (Mariano Asquerino). Así, Próspero Merimée es quien, al inicio del film nos introduce en él, como personaje que recuerda haber asistido a los primeros pasos de Eugenia de Montijo. En la primera secuencia le vemos con la niña sentada sobre sus rodillas. Al anunciarle que, de mayor, se casará con el marqués de Santacruz, la pequeña le replica que se desposará con el emperador de Francia, a lo que Merimé objeta que en el país vecino ya no hay tal cosa, una vez derrocado y desterrado Napoleón Bonaparte. Tanto la pequeña Eugenia como su hermanita, Paca (que, en su versión adulta, incorpora Mercedes Collado) muestran un gran interés por el emperador destronado y por su estirpe, lo que parece marcar el devenir de sus existencias. En el reparto de “Eugenia de Montijo”, asumiendo roles destacados, Guillermo Marín era un príncipe Jerónimo melenudo, y el gran Ricardo Calvo, el rey Jerónimo, mientras que Fernando Rey se conformaba con ser el duque de Alba, que prefería a la hermana de la protagonista, Paca, en lo que suponía su debut ante las cámaras cinematográficas. En papeles destacados, eficacísimos actores genéricos como José Prada, Aníbal Vela, María Cañete, José Villasante o Joaquín Burgos. Responsable en gran medida del buenísimo aspecto formal del film, el creador de los figurines no fue otro que José Luis López Vázquez, quien, como sabemos, estaba destinado a ser una de las mayores estrellas del cine español y uno de sus mejores actores.

Bajo otras direcciones

Estrenadas de manera casi simultánea, en octubre de 1944, “Lola Montes”, dirigida por Antonio Román, guarda no pocos puntos de contacto con “Eugenia de Montijo”. Rodadas ambas en los estudios CEA, de Ciudad Lineal, en las dos nuestro protagonista de hoy cuenta con un papel relevante y otro tanto puede afirmarse de Guillermo Marín y de Ricardo Calvo, además de las también coincidentes presencias en papeles de inferior duración de Joaquín Burgos o José Villasante. En lo tocante a sus respectivos elencos, la diferencia fundamental entre ambas películas se halla en que mientras el film de López Rubio contaba con la más cercanas belleza y personalidad de Amparo Rivelles, el de Antonio Román, primera (super)producción de “Alhambra SA”, discurría bajo el influjo de la distante hermosura de Conchita Montenegro, la estrella más glamourosa del cine español, quien, habiendo catado las mieles del más divino olimpo hollywoodiense, se retiraría de la profesión, precisamente, tras el estreno de “Lola Montes”. Por lo que sabe este burgomaestre, la sofisticada Conchita Montenegro no sentía gran estima por su condición de estrella de la pantalla, no dándole mayor importancia a su actividad como actriz. No es extraño que la cambiara por un matrimonio “de altura” con el diplomático Jiménez Arnau y que pasara a convertirse rápidamente en ex- diva. En su última y deslumbrante aparición en pantalla, Conchita Montenegro daba vida a la triunfante artista Lola Montes, a la que, en sus comienzos, enseñó a bailar el maestro Pepe Montes (Antonio Calero) y quien, en pos de la fama y la fortuna, abandonó a su amor de juventud, Carlos Benjumea (Luis Prendes). En su vertiginoso ascenso hacia la cumbre del éxito, Lola Montes hará enloquecer de amor al mismo Luis I de Baviera (Jesús Tordesillas), que llegaba a concederle un título nobiliario. Involucrada en la compleja situación política, Lola Montes se hallará en el epicentro de una revuelta estudiantil. Para salir de la encrucijada, la bailarina recibirá la ayuda del conspirador Walter (Guillermo Marín, que había hecho el mismo papel en teatro, en una obra de Ardavín), su primer protector, de cuando se abría paso en la profesión del espectáculo, en forma de un cheque de abultado valor, pero Lola Montes tomará la decisión de cambiar de vida. Entregará el cheque a la Iglesia y volverá junto a Carlos Benjumea, su primer amor.

Superando en éxito y prestigio a las dos películas comentadas previamente, “El clavo”, adaptación de un relato de Pedro Antonio de Alarcon dirigida por Rafael Gil (que ya comentamos someramente en este weblog con ocasión de la entrada dedicada a Camino Garrigó), se estrenó igualmente en octubre de 1944, haciendo de tales días una verdadera confluencia de super-producciones “de época” excepcional. Compartiendo con “Eugenia de Montijo” su estrella femenina (Amparo Rivelles), la producción CIFESA “El clavo” acaparó elogios ditirámbicos por parte de la crítica y también premios y recompensas oficiales. Considerarada “de interés nacional”, procuró a su productora 5 permisos de importación y un crédito de 951.853,70 pesetas, además de un primer premio del Sindicato Nacional del Espectáculo a la mejor película, dotado con 400.000 pesetas. La historia del desdichado juez, Javier Zarco (Rafael Durán) que se ve burlado por su prometida poco antes de contraer matrimonio al ser destinado al juzgado de Teruel, para, transcurrido un lapso de cinco años, reencontrarla cuando investiga el misterioso hallazgo de un cráneo atravesado por un clavo en la pequeña ciudad castellana a la que ha sido destinado y descubrir que la asesina responsable de tal crimen no es otra que Blanca (Amparo Rivelles), su amada, con la que había renovado su promesa de matrimonio, a la cual se ve obligado a juzgar y condenar a muerte. En una precipitada carrera contra reloj, Zarco buscará el indulto salvador, para lo que recurrirá al presidente del consejo (Jesús Tordesillas), quien, en plena “soirée”, le hará poco caso. Finalmente, con sus últimas fuerzas, el juez logrará el indulto salvador, que conmutará la pena de muerte por la cadena perpetua. El papel de Jesús Tordesillas, no del todo irrelevante, pero muy breve, no es comparable en importancia a los de los otros dos films estrenados en Madrid aquel mes de octubre de 1944, en cambio, la película de Rafael Gil obtuvo un éxito mucho mayor y ha quedado de manera más perenne impresa en la memoria colectiva. Se beneficia de un argumento mucho más emocionante que el de sus dos compañeras en cartelera y también de unos diálogos de Eduardo Marquina que crujen como recién almidonados en las bocas de sus protagonistas y también de sus estupendos secundarios, tales como Juan Espantaleón (como el secretario de Zarco, Juan), Manuel Arbó (don Eduardo), José María Lado (como la víctima de Blanca, el indiano Alfonso Gutiérrez de Romeral –por cierto, que este papel de víctima de mujer hermosa le iba de perlas al señor Lado, como demostró en “La corona negra”, de Luis Saslavsky, muriendo entonces a manos de María Félix), Milagros Leal, Joaquín Roa, José Ramón Giner, Irene Caba Alba, Ramón Martori o Félix Fernández. Asistiendo voluntarioso al éxito total de la empresa se hallaba un ayudante de dirección excepcional, llamado a “surcar” muy pronto elevadas cimas cinematográficas: José Antonio Nieves Conde.

De las restantes películas que contaron con la presencia de Jesús Tordesillas que encuadramos en este primer periodo de su carrera, nos limitaremos a ofrecer alguna pincelada. Así, poco podemos añadir a lo dicho sobre “Idilio en Mallorca” (dirigida por Max Neufeld y estrenada el 25 de enero de 1943) en la anterior entrada dedicada a Luis Arroyo. Digamos que se trataba de una comedia romántica de enredos familiares y amorosos protagonizada por Antoñita Colomé y José Nieto, con Luis Arroyo y Jesús Tordesillas en los principales papeles de apoyo. Aportando su maestría habitual, encontramos en esta producción SAFE, distribuída por “Hispania Tobis” a secundarios de fuste como Juan Calvo, Antonio Riquelme, Manuel Arbó, Félix Fernández o Julia Lajos hacían pasable un flojo argumento que contaba los manejos de dos familias, los Bellver y Villar que concertaban un matrimonio de conveniencia entre sus hijos Magdalena (Antoñita Colomé) y Francisco (Luis Arroyo). La novia no está de acuerdo con el futuro que le han programado y se da a la fuga, robando en la huida el coche de Raúl Villar (José Nieto), el hermano del novio, que ha vuelto a España desde la Argentina para asistir a la boda, sin saber que el vehículo que ha birlado pertenece a su presunto futuro cuñado. La fuga se complica aún más cuando la resuelta moza roba una moto de un policía. Más adelante, Raúl, acompañado de Francisco, visita a los Bellver y allí descubre la identidad de la muchacha que le robó el utilitario, lo que le saca de quicio. Este enfurecimiento acaba de enamorar a la chica, que para darle celos acude a una fiesta en un yate que ofrece el libidinoso millonario Alfredo Ríos (sospechamos que es el papel de Jesús Tordesillas). La virtud de Magdalena se pone en peligro en la fiesta y sólo la decidida intervención del galán, que se peleará con el ricachón y con toda la tripulación del yate, la pondrá a salvo. Al final, Raúl y Magdalena quedan juntos y para que el despreciado Francisco no sufra demasiado, se resuelve que esté, en realidad, enamorado a su vez de la hermana de Magdalena, una tal Mercedes (Teresita Arcos) que será con quien se case.

Dos directores italianos, Primo Zeglio y Raffaello Matarazzo, firmaron, respectivamente, “Fiebre” y “Dora la espía”, dos películas de 1943 en las que actuó Jesús Tordesillas. La primera, era una producción UFISA, la siguiente ocasión en la que el productor Saturnino Ulargui le daba un papel a Mary Carrillo, a la que tenía contratada en exclusiva, tras el prestigioso éxito de “Marianela”. Nuevamente el rodaje se realizó en Barcelona, en los estudios Orphea, y nuevamente Jesús Tordesillas obtuvo un papel en ella, pero ahí terminan las semejanzas. Al parecer, la relación entre el productor y la joven y talentosa Mary Carrillo se había deteriorado gravemente, según cuenta la actriz en sus memorias, porque el productor no aceptó de buen grado la maternidad de la artista que interrumpió su trayectoria profesional. Favoreciendo a la italiana Paola Bárbara, Ulargui hizo disminuir el papel de Mary Carrillo (transformando el guión para que el doble papel que iba a interpretar quedara reducido a uno solo y pasando esa parte a su favorita, la protagonista italiana). Ante los repetidos desplantes que sufría la actriz toledana, parece que sólo el actor protagonista, el italiano Carlo Tamberlani tuvo la debida consideración. Este rodaje enrarecido dio como fruto un film que se estrenó en el cine Imperial de Madrid el 29 de marzo de 1944 y que obtuvo un modesto 8º premio de los del Sindicato Nacional del Espectáculo. La historia narrada en “Fiebre” es la de la traición sufrida por un ingeniero de una empresa de explotación de madera en Guinea, Javier Mendoza (Carlo Tamberlani), a manos de socio, Pablo Arellano (Jesús Tordesillas), que se ha servido de seducir en su ausencia a su esposa, Marga (Paola Bárbara) para vender la empresa común, a la que también engaña para darse a la fuga, huyendo al extranjero con una cupletista. Las ansias de venganza, combinadas con unas fiebres que se ha traído de Guinea, ponen a Javier en una situación límite de la que, afortunadamente, sabrá sacarle una muchacha inocente y sencilla (Mary Carrillo) que impedirá que lleve a cabo el crimen que se proponía ejecutar. En el reparto, presencias tan gratificantes como las de Juan Calvo, José María Lado, la guapísima Mery Martín o el inefable Antonio Bofarull (propietario entonces de un popular restaurante barcelonés, “Los caracoles”, que, por cierto, sigue abierto y a pleno rendimiento, que se metería a productor y que seguiría con sus “actuaciones”). Al igual que Jesús Tordesillas, también Joaquín Bergía y Mery Martín habían aparecido también en “Dora, la espía”, una producción SAFE que se había estrenado un poco antes que “Fiebre”, el 30 de noviembre de 1943, en el cine Rialto de Madrid, en una sesión a beneficio de las Obras Asistenciales del Sindicato Nacional del Espectáculo. Basada en una obra del francés Victorien Sardou ( “Dora”, 1877), autor de cuya obra se había estrenado recientemente otra versión cinematográfica (“Fedora”, de Camilo Mastroncinque, con Amadeo Nazzari), “Dora, la espía” contaba con el protagonismo destacado de Maruchi Fresno, hija del dibujante y actor Fernando Fresno (con quien Jesús Tordesillas había trabajado en “Currito de la Cruz” –1926-, y en “La marquesona”-1940-, y con el que volvería a coincidir en “El crimen de Pepe Conde”), sensacional actriz de misterioso magnetismo que hacía el papel de Dora, la hija de la marquesa de Río Zares (Guadalupe Muñoz Sampedro) en una historia situada en La Riviera, en 1875. La acción se inicia con la boda de Dora con el multimillonario Andrés (Adriano Rimoldi), hombre influyente al que también ama la condesa Zeicka (Anita Farra). La despechada condesa tiene mal perder, lo que, unido a su condición de espía al servicio del maquivélico barón Vender Kraft (Jesús Tordesillas) le impulsa a tejer una trama en complicidad con el barón para desacreditar a Dora ante su marido, haciéndola pasar por espía. A punto están de lograr el objetivo de la ruptura matrimonial, pero finalmente la verdad resplandece y la pérfida condesa debe darse a la fuga, cosa que hace con tan poco acierto que resulta atropellada por una locomotora. El film lo distribuyó CIFESA y obtuvo un premio del Sindicato Nacional del Espectáculo dotado con 100.000 pesetas.

Epílogo a la primera parte:

En un reportaje del número 108 de la revista “Radiocinema”, publicado en enero de 1945 (momento en el que cerramos este capítulo), que firmaba Bonifacio Arrabal, se les pedía a dieciséis actores españoles que definieran una categoría o una cualidad determinada de su oficio con la que el autor del reportaje, evidentemente les identificaba. A Jesús Tordesillas, que se encontraba entonces rodando “Espronceda” (que dirigía Fernando Alonso Casares “Fernán”), le correspondió definir al “genérico”. No pareció gustarle mucho que le hubieran asignado tal condición, porque contestó algo desabridamente (en contra de su natural que, nos consta, era cordial y afable), aunque con corrección. Su discurso, si se lee con atención, parece contener cierto tono reivindicativo: “Ser genérico es el todo. Decir “es un genérico” es decir “es un primer actor”. Saber hacer reír, hacer llorar..., entregarse el actor al papel, en una palabra... Eso es un genérico. ¿Algo más?”

Por el momento, no, don Jesús.... (Continuará en la segunda parte)

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lunes, abril 20, 2009

El libro de este Sant Jordi: “Yo, Curtis Garland”

...de este Sant Jordi y para siempre, porque “Yo, Curtis Garland” es un libro eterno desde el momento en que su autor, Juan Gallardo Muñoz, ha puesto su vida en él.

Ilustrado con exquisitas imágenes debidas al arte del dibujante José Antonio Troya, el libro que acaba de editar Morsa recoge las memorias de uno de los escritores más prolíficos y populares de todos los tiempos, uno de esos héroes de la literatura, que ha ejercitado el músculo de la imaginación hasta convertir a esa caprichosa entelequia en una dócil herramienta. De su fértil mente han surgido más de dos mil títulos, argumentos, tramas e infinitos personajes que han poblado los quioscos y librerías a través de innumerables colecciones de todos los géneros posibles, firmando con distintos seudónimos, y bajo el sello de diversas editoriales: Bruguera, Rollán, Toray...

“Yo, Curtis Garland” es el libro de un hombre, Juan Gallardo Muñoz, hijo de actores y actor a su vez, que formó parte de la compañía del prestigioso Alejandro Ulloa; de un hombre que, desde niño, vivió con naturalidad el mundo de la farándula, que fascinado por el cine, fue redactor en revistas temáticas del Séptimo Arte. Alguien a quien el famoso actor George Sanders, o el reconocido dramaturgo Antonio Buero Vallejo animaron a dedicarse profesionalmente a la literatura. También es el libro de su compañera de toda la vida, su difunta esposa Teresa Asensio (a quien dedicó su vida y, en consecuencia, el libro), que estuvo a su lado en todo momento, tanto en la escena, como junto a la máquina de escribir, respaldándole en la difícil lidia de los editores y sus leoninas condiciones.

Felizmente en activo (en enero pasado Ediciones B publicaba su novela “La conjura”), Juan Gallardo Muñoz repasa en “Yo, Curtis Garland” sus experiencias vitales más personales desde el año de su nacimiento (1929), y las profesionales en el mundo teatral, el editorial y en el cinematográfico, que incluyen giras por toda España, en el primero, la absoluta entrega a la llamada literatura de quiosco, en el segundo, y la redacción de diversos guiones, en el tercero (y hasta una actuación para la pantalla grande en una de sus películas, “No dispares contra mí”, tal como comentamos en una entrada anterior, la dedicada a Fernando Cebrián). Articulado su periplo vital por sus alternativas estancias en Madrid y Barcelona, las dos ciudades entre las que ha repartido su existencia, Juan Gallardo dispone a lo largo de las páginas de “Yo, Curtis Garland” un desfile de personajes famosos a los que conoció y admiró, de muy diversos ámbitos (juzguen si no, por las muestras: los dibujantes José Peñarroya, Escobar, los escritores Frank Caudet, Lou Carrigan, García Lecha, el cineasta José María Nunes, los actores José Bódalo, Tyrone Power, George Sanders, Rafael Durán, Antonio Vico, Manuel Alexandre y muchos otros), y también de alguno al que tuvo que sufrir, como el productor Alfonso Balcázar.

Amigos de Lady Filstrup, “Yo, Curtis Garland” es un libro que no se debe contar, hay que leerlo, encontrar en sus páginas el testimonio de un hombre excepcional por muchos motivos, el primero de ellos, su bonhomía. Lean el libro y conozcan al hombre que hay detrás de tantos nombres, nombres tales como Curtis Garland, Donald Curtis, Juan Viñas, Johnny Garland, Kent Davis, Lester Madox, Adisson Star, Dan Kirby, Elliot Turner, Frank Logan, Glenn Forrester, Javier de Juan, Jason Monroe... Léanlo y conozcan a Juan Gallardo Muñoz, alguien a quien este torpe burgomaestre se enorgullece de llamar amigo.

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miércoles, abril 01, 2009

"¡Fue él!" (Fernando Fernández de Córdoba)

Aceptando que algo en su soniquete declamativo nos ha hipnotizado un tanto, alguna vez, no es desde la admiración que podamos hablar de Fernando Fernández de Córdoba. Y es que su personalidad fílmica coincide frecuentemente con la del traidor, en muchos dramones de ambientación histórica, proclives a la propaganda del promocionado “Imperio Español” cuyos laureles se pretendían reverdecer en el franquismo. Similar rol le correspondía en otros títulos, también de raíz histórica, que tenían voluntad de exaltar el patriotismo del pueblo español con pretendidos paralelismos entre la revuelta popular contra el invasor francés del XIX y el alzamiento de los rebeldes comandados por Francisco Franco contra “las hordas rojas internacionales”. Esta adscripción no permitía que Fernando Fernández de Córdoba se ganara la simpatía del espectador, fuera éste de la filiación que fuese, pues encarnaba a menudo al “enemigo de la causa”, para unos, y, al tiempo, se prestaba eficazmente al juego al que jugaba el cine franquista, para otros. Pero es que, aún más que eso, el actor será para siempre, en el amargo recuerdo colectivo de todo un pueblo, el que prestó su voz y su entonación enérgica y alucinada a la lectura del último parte de guerra de la sangrienta, ruin y cruel contienda civil que costó la vida a un millón de personas y la felicidad de muchas más. Hoy hace 70 años de aquella lectura, que se quiso hacer pasar por la certificación de la paz y que fue, en realidad, el preludio de la aplastante represión del bando victorioso sobre una nación asolada.
Quizá ser el locutor de tan estremecedor telón final fue uno de los méritos más decisivos que Fernando Fernández de Córdoba contrajo en el ejercicio de su profesión para poner en sus manos la dirección/gerencia de los Teatros Nacionales, allá por los años sesenta, cuando quedaban lejos sus tiempos de galán. En todo caso, hoy, setenta años después, es sin duda aquella su actuación más recordada.

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