Félix Fernández, la elocuente calvicie.
Sin temor a resultar exagerado, puede afirmarse que, entre los años 1941 y 1966, resulta difícil encontrar películas españolas en las que no intervenga Félix Fernández. Ciento sesenta y cinco títulos lista IMDB, pero se trata, en este caso, de una relación incompleta, pues, especialmente en los primeros años de su carrera, hallamos omisiones. El caso es que un actor tan excelente, tan capacitado como él, resulta insustituible a la hora de confeccionar un hipotético reparto ideal de la Historia del Cine Español. Su fisonomía, marcada por una refulgente calvicie, que daba a su cabeza el aspecto de un huevo de avestruz en su nido, dibujado por Coll, muy semejante a la de Donald Meek (o la de su doble, el Melitón Pérez de Benejam) o a la del escritor Manuel Vicent, veíase transformada en innúmeras caracterizaciones al servicio de otros tantos personajes incidentales a los que su genio de actor otorgaba categoría principal, por breve que fuera su presencia en pantalla. Dotado de una voz algo rasposa, que hizo crecer en los escenarios, y favorecido con la cristalina dicción que da el acento astur, que le permitía hacer admirablemente sonoras todas las consonantes (fenómeno especialmente destacable hoy día, cuando los actores de las nuevas generaciones consiguen el asombroso efecto contrario, es decir, hacer que no suenen ni las vocales), Félix Fernández García (Cangas de Onís, Oviedo, 21/7/1899- Valdetorres del Jarama,Madrid, 6/7/1966) fue el gran relator del cine español, aquel actor que, si había que leer para el espectador un periódico que apareciera en la ficción o dar cuenta sucinta de la biografía de alguien, avanzaba un paso y desgranaba con voz sonora aquello que hasta el espectador menos despierto debía conocer. Así sucedía, por ejemplo, al comienzo de “La pródiga” (1946), uno de esos melodramas (en el que, por cierto, debutó como figurante “con plano y sin letra” el posteriormente famoso Paco Rabal) que cimentaron el prestigio del luego meticulosamente desprestigiado Rafael Gil (por la crítica progre y por su propia ejecutoria en su última etapa), al exponer las vicisitudes de la titular de la película ante un prematuramente interesado Rafael Durán, o en la también “giliana”, “Una mujer cualquiera”(1949), en la que da lectura de los titulares en los que se relata el crimen de su huésped, la increíblemente bella María Félix, o cuando, en el papel de buhonero, tal como vimos en la primera entrada de esta nueva etapa de “Lady Filstrup”, cuenta en “La laguna negra” (Arturo Ruiz Castillo, 1952) el romance (momento cinematográfico que sirve un estimulante híbrido de representación teatral y de tebeo) del crimen de los dos hermanos cometido contra su propio progenitor. Los ejemplos serían tan numerosos como gozosos, pero serán, sin duda, los más conocidos aquellos que unieron su arte interpretativo con la dirección de Luis García Berlanga, por lo que bastaría para identificarlo ante el aficionado medio al cine como Don Emiliano, el médico de Villar del Río en “Bienvenido Mister Marshall” (1953) a cuyo cargo corre el excelente monólogo que podríamos denominar como de “la fuente con chorrito”, o bien como Rafa, el charlatán que, vestido de romano, tima a Fernando Fernán-Gómez en “Esa pareja feliz” (1953) con su latiguillo-cebo: “Sentido comercial, hay que tener siempre sentido comercial”. O como el anciano, pobre de solemnidad, que asegura, tranquilamente, estar enfermo de cáncer y que se atiborra compartiendo mesa con una estrellita del cine en la cena retransmitida de las que se han organizado dentro de la campaña “Siente a un pobre a su mesa” en “Plácido”(1961). Probablemente, estos tres momentos hayan sido suficientes para otorgar a Félix Fernández el inmarchitable galardón de la inmortalidad, pero estos tres momentos, situados los dos primeros en el ecuador de su carrera en el cine, estuvieron precedidos y continuados por muchísimos otros, hasta sumar bastante más de ciento cincuenta títulos, amén de estar cimentados por unos sólidos comienzos constituidos por más de dos décadas de trabajo continuado en los escenarios de España y América. Casi nada.
Asombroso arranque para una biografía
Con tan sólo cuatro añitos, Félix Fernández posaba ante el fotógrafo para este retrato en el que todavía lucía una hermosa cabellera. Faltaba aún que transcurrieran diez años para que una injusta reprimenda escolar (con golpes incluidos) le empujara a abandonar subrepticiamente el hogar paterno y a dejar su Cangas de Onís natal para ir a Gijón a embarcarse nada menos que rumbo a Argentina, con tan sólo una peseta en el bolsillo. En aquellas lejanas tierras, valiéndose del amparo de un compatriota “de la tierruca”, se colocó temporalmente en un negocio de coches de alquiler. Localizado por su padre, obtiene auxilio suyo en forma de envío de dinero durante un breve periodo, pero pronto tiene que emplearse en las más diversas actividades para ganarse el sustento. Mientras se dedica a la venta de tabaco y otros géneros diversos, es abordado por un compatriota que le sugiere unirse a una compañía de teatro ambulante. Félix es todavía un muchacho, pero no duda un momento e inicia una itinerante actividad teatral uniéndose a la compañía en la que estaba empleado su recién adquirido amigo. De inmediato se siente infectado por el virus del escenario y rápidamente obtiene la experiencia y conocimientos necesarios para ser llamado a desempeñar papeles importantes, hasta ser reclamado nada menos que por la mítica María Guerrero que le hace debutar siendo un chaval. Pasa en las filas de su compañía dos años y luego se enrola sucesivamente en las de Catalina Bárcena y Ricardo Calvo por periodos similares de tiempo. En el transcurso de los lustros cruza hasta seis veces el océano en un constante ir y venir de los escenarios españoles y americanos.
Al principio de la década de los años treinta se afinca en París, dedicándose al doblaje, actividad que esporádicamente retomará en el futuro. Es en ese medio donde conoce a la que hace su esposa en 1931, Irene Guerrero de Luna, la voz española de Marlene Dietrich, Claudette Colbert, Edwige Feuillére, Merle Oberon, Ann Sheridan, Bette Davis, Billie Burke y, de manera exclusiva, Tallulah Bankhead.
Adueñándose de un prestigio creciente, Félix Fernández es convocado por José López Rubio, quien le da su primera oportunidad en el cine en el gran éxito (basado en el sainete de Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernández), con protagonismo de Miguel Ligero,“Pepe Conde” (1941), dándole el papel de mayordomo. Se inicia así la carrera cinematográfica de nuestro protagonista, quien encuentra en este medio la seguridad y la estabilidad que desea. En sus propias palabras: “El cine se ha portado muy bien conmigo: dinero, fama y seguridad. Las tres cosas que ansiamos los actores para poder ir tirando”. Ese “ir tirando” al que se refería en unas declaraciones de abril de 1949 podemos sustanciarlo en cifras, gracias a un reportaje de la revista“Cámara” de 1947. En él se explicaba que el actor había intervenido en la friolera de 16 películas durante el año anterior, por las que había percibido un total de 60000 pesetas (al cambio actual: 360 euros) a razón de unas de quinientas a mil pesetas por sesión de rodaje. Estos números y la satisfacción mostrada por el artista nos dan dimensión exacta de su condición de trabajador honrado y carente de pretensiones, virtudes que adornan a un talento natural de orden superior que, sin duda, se vio fecundado por largos años de labor.
Félix Fernández sólo regresa esporádicamente al teatro, como en 1942, cuando en el Teatro María Guerrero representa dos obras de Eduardo Marquina bajo la dirección de Luis Escobar: “El estudiante endiablado” en febrero y “Teresa de Jesús” en abril, acompañado en ambas piezas por Carlos Muñoz, Manuel de Juan, Carmen Seco o José María Seoane. O como, posteriormente, en 1949, para hacer dos temporadas, estrenando, junto a Blanquita de Silos, “Llegada de noche”, o como cuando, ya anciano, interviene en dos estrenos de la Compañía del Teatro Español, bajo la dirección de Cayetano Luca de Tena. Es el primero, realizado con motivo del IV centenario del nacimiento de William Shakespeare, el 16 de enero de 1964, la representación de “Sueño de una noche de verano”, con escenografía de Sigfrido Burmann y con Pastor Serrador, Paco Valladares, María José Fernández, Armando Calvo, Juanjo Menéndez, Ricardo Merino y María José Goyanes, entre otros, como compañeros. El segundo fue “El arrogante español o caballero del milagro”, de Lope de Vega, con escenografía de Emilio Burgos, y se produjo el 29 de marzo del mismo año, con Alfredo Landa, Carmen Bernardos, Irene Gutiérrez Caba y María Fernanda d’Ocón integrando el reparto.
Primeros años en el cine. La inmediata posguerra (1941-1946).
Apenas dos años después de terminada la guerra civil, el panorama en España es desolador y doloroso. A la cruel y despiadada represión del bando vencedor se suma una situación de carencia absoluta. El cine español, en consecuencia, vive con precariedad en el momento en el que Félix Fernández se suma a las filas de sus actores. Y, no obstante, como ya hemos visto, vive la experiencia con satisfacción. La verdad es que el trabajo para él no escasea. Entre su primera intervención en las pantallas, ya referenciada, y su secuela, “El crimen de Pepe Conde”, igualmente dirigida por José López Rubio y protagonizada por Miguel Ligero, estrenada en Madrid en octubre de 1946, Félix Fernández mantiene una constante actividad que le lleva a participar en un número creciente de películas, algunas de ellas tan populares como “Canelita en rama” (1942), el mayor éxito de su director, Eduardo García Maroto (de la que hemos tomado un fotograma, en el que aparece junto o Luis Peña Sánchez, el padre del hoy más recordado Luis Peña). Se trata de un film de “gitanilla hija natural de marqués”, trama manida donde las haya que obtiene, sin condiciones, el respaldo popular continuado en toda Andalucía, siendo objeto de reposiciones constantes en todos los pueblos de la región, durante años. Repite experiencia con Eduardo García Maroto al año siguiente, actuando en “Mi fantástica esposa”, película de la que procede la imagen adjunta en que el actor luce monóculo y gorra de cuadros. Tan pintoresca como la precedente, es la caracterización que lucía en “El secreto de la mujer muerta” (1942, Ricardo Gutiérrez), película por la que “a pesar de ser muy malita”, el actor sentía un cariño especial y de la cual hemos subido una fotografía, en la que tiene a un compañero de plano cuadrúpedo. Al año siguiente, le encontramos en el reparto de la que, probablemente es la primera superproducción presentada por CIFESA, “El clavo” (1944) la adaptación de la novela homónima de Pedro Antonio de Alarcón llevada a cabo por Rafael Gil, una película de una relevancia histórica innegable, tanto por la ambición del proyecto, como por los resultados obtenidos. La magnificencia del film precedente es excepcional, en estos años de penuria. Lo más habitual se corresponde más bien con las proporciones de títulos tales como “Castañuela”, producción de Cesareo González para Suevia Films, dirigida por Ramón Torrado en 1945, donde Félix Fernández intenta educar al analfabeto Fernando Freyre de Andrade, entre trino y trino de la cantaora Gracia de Triana. De esta época es también “Se vende un palacio” (1944, Ladislao Vajda), en la que compartía escena (tal como podemos comprobar por el fotograma adyacente) con la grandísima Julia Lajos. Un año más tarde interviene en “Noche decisiva” (1945) en la que vuelve a hacer de mayordomo, esta vez, sirviendo a Julio Peña, tal como aparece bajo estas líneas, en la actitud de aspirar el perfume de unas cartas.
Los años de las superproducciones CIFESA (1947-1951)
A partir de 1947, Félix Fernández aumenta todavía en mayor medida su relación profesional con Cifesa, la más importante productora española de los años 30 y 40, que en ese momento concreto apuesta por elevar la apuesta de sus realizaciones ofreciendo algo parecido al sistema de trabajo hollywoodiense, poniendo en pie proyectos a base de mantener contratos con personal artístico y técnico de carácter fijo. con su pequeña intervención en “La princesa de los ursinos” (Luis Lucia, 1947), donde su papel de cochero sólo tiene unas cuantas frases. Su presencia se hace prácticamente constante en todos los largometrajes producidos por la empresa de los Casanova, incluyendo títulos señeros de la cinematografía española como “Noche de reyes” (1947, Luis Lucia), “La duquesa de Benamejí” (1949, nuevamente a las órdenes de Lucia), “Don Quijote de la Mancha” (1948, Rafael Gil), “Currito de la Cruz” (1948, Luis Lucia), o “Pequeñeces” (1950, Juan de Orduña).
No obstante la trascendencia de la producción CIFESA para el conjunto del cine español del periodo, evidentemente, las ansias laborales de Félix Fernández no se satisfacían con ella. Simultaneando sus colaboraciones con la productora valenciana, intervino en muchas otras películas. Como muestra de una de ellas, la producción independiente de Antonio de Obregón,”Revelación” (1947), hemos colocado un fotograma en el que nuestro homenajeado se encuentra entre Carlos Muñoz (quien veinticinco años después gozaría de la máxima popularidad al encarnar en televisión al patriarca de “La casa de los Martinez”) y Francisco Hernández (con quien Félix Fernández había coincidido también en “Pepe Conde”).
Algunos “tipos”
Félix Fernández fue un sensacional Tío Paloma en la adaptación de “Cañas y barro” que llevó al cine Juan de Orduña en 1954 para la productora CIFESA, componiendo admirablemente un personaje entrañable que, con el correspondiente trasplante al tipismo valenciano, tenía la fuerza y el hechizo que Walter Brennan, en el dorado Hollywood, conseguía para sus composiciones de “vieja atrocidad” en los westerns de Howard Hawks. El asombroso envejecimiento del personaje, logrado, en su mayor medida, por la excelente actuación de Félix Fernández, que consigue aparentar unos treinta años más de los que contaba entonces, resulta paradigmática y puede comprobarse contemplando el fotograma extraído y colgado junto a estos renglones. Otra memorabilísima creación del actor asturiano (de la cual él mismo se manifestaba satisfecho) la constituye su interpretación en “La calle sin sol”(1948), una película con argumento de Miguel Mihura que dirigió Rafael Gil dotándola de un ritmo narrativo de fluidez hollywoodiense, en la que la acción avanzaba con paso ágil, en lugar del más habitual paso solemne o incluso renqueante del cine español. En ella, Félix Fernández incorporaba el papel de Basilio, tío de la guapa Amparito Rivelles y dueño de la fonda en la que se refugia el fugitivo Antonio Vilar. El rápido diálogo que, mientras se está afeitando, sostiene con su sobrina, en el curso del cual se decide la suerte del misterioso extranjero que ha llegado a su establecimiento constituye un magnífico ejemplo de maestría, oficio, gracia y seguridad. La foto que acompaña este párrafo recoge el momento en que Félix Fernández le lanza una elocuente mirada de escepticismo al intruso que está pendiente de acoger y que, ingenuamente, le ha sonreído.
En “El emigrado” (1946), de Ramón Torrado, una película de factura bastante torpona, llena de tipismo vasco y lugares comunes (incluyendo un fracasado intento de Manolo Morán de imitar el acento de aquellas tierras) Félix Fernández consigue, no obstante, merced a la excelencia de su actuación, una creación ejemplar de don Vicente, el cura tío de los dos hermanos protagonistas enfrentados (Raúl Cancio y Alfonso Estela) por conseguir el amor de María Asquerino.
En la versión de 1951 de “El negro que tenía el alma blanca”, dirigida por su protagonista, el actor cantante argentino Hugo del Carril, la actuación de Félix Fernández se sobrepone limpiamente a la carga melodramática y francamente delirante (especialmente vista hoy, medio siglo después de su realización) de la trama. Su interpretación de don Lucio, el comprensivo, protector y humanísimo padre de la remilgada María Rosa Salgado, la cual siente un rechazo visceral por el astro protagonista debido al color de su piel, es todo un milagro de convicción.En el fotograma adjunto vemos el azoramiento del personaje al oír la increíble oferta laboral recibida: "¿Ha dicho usted doscientas pesetas diarias?".
Y hablando de hechos milagrosos, sin lugar a dudas, la cabellera que luce en “La señora de Fátima” (Rafael Gil, 1951) podría calificarse de tal, si no fuera por que dicho fenómeno se debe al uso de un sencillo postizo capilar. Con la misma sencillez, Félix Fernández deja boquiabierto al espectador con la calidad de su interpretación del papel de padre de los pastorcillos Jacinta y Francisco, los primos de Lucía, la niña capaz de entenderse con la Virgen María en esta cinta “de estampita”. Su labor, como la de Julia Caba Alba en el papel de su mujer, Olimpia, como la de José María Lado, en el rol del padre de la “iluminada” Lucía alcanza alturas tales que las apariciones de criaturas celestiales resultan, por comparación, insignificantes.
Félix, bueno para todos
Luis García Berlanga es el director de cine español que, desarrollando su labor en España, más reconocimiento ha obtenido de público y crítica y, en consecuencia, son sus películas de entre las más de ciento cincuenta en las que participó Félix Fernández, las más recordadas. Además de las comentadas más arriba, don Luis recurrió a la solvencia actoral de don Félix para que le hiciera el Don Félix de “Calabuch” (1956) y también el Don Evaristo de “Los jueves, milagro” (1957), donde prácticamente, se repetían los habitantes del Villar del Río de “Mr. Marshall” en la nueva localización, Fuentecilla. Todavía una vez más, para hacer una pequeña colaboración en “El verdugo” (1963). Por mucho que el actor se prodigara tanto, es inevitable concluir que existía un interés especial del director por contar con él. Pero si bien es cierto que Berlanga contó en repetidas ocasiones con Félix Fernández, no lo es menos que esa confianza en su capacidad la demostraron otros competentísimos directores y en número parejo de ocasiones. Rafael Gil, un director especialmente prolífico, contó con él independientemente de la productora para la que estuviera filmando. Así, lo dirigió para títulos producidos por Suevia Films (caso de “La pródiga”,“La calle sin sol” o “Una mujer cualquiera”), también para películas de Cifesa (“Don Quijote de la Mancha”), para Intercontinental Films (“El gran galeoto”1951), para Cesáreo González, y, finalmente, para la productora de Vicente Escrivá, Aspa Films (“De Madrid al cielo”1952, “La señora de Fátima”1951 “Cincuenta años del Real Madrid”). También su descubridor para el cine, José López Rubio, le convocó para los repartos de sus películas: en las dos entregas de las aventuras de Pepe Conde, ya citadas. Otros directores, ya citados, como Luis Lucia(para quien hizo, entre otras, una de sus películas favoritas, "Noche de reyes" (1947), de la que podemos ver al lado de este párrafo la caracterización de Félix Fernández en el papel de tío Sildo), Eduardo García Maroto o Ramón Torrado, contaron en diversas ocasiones con los servicios de Félix Fernández.
Félix, bueno para todo
En sus veinticinco años de carrera cinematográfica, Félix Fernández puso su arte al servicio de todas las corrientes y tendencias que dominaron el cine español. No hubo género que no cultivara y su versatilidad careció de limitaciones. Pasó con dignísima profesionalidad e innegable brillantez por las comedias de mejor raíz humorística, por los dramas históricos (“Locura de amor”,1948; “La princesa de los ursinos”,1947), por los géneros de inspiración religiosa (“La señora de Fátima”, 1951), taurina (“Currito de la Cruz”,1949; “Aprendiendo a morir”1962), folklórica (“El ruiseñor de las cumbres”, 1958; “Esa voz es una mina”, 1956), el western, (“Tierra brutal”,1961) el peplum (“El coloso de Rodas”,1961), las aventuras de capa y espada (“Las tres espadas del Zorro”, 1963), y hasta por el film social con intención renovadora, ejemplificado por “El espontáneo” (Jorge Grau, 1964).
Como prueba fehaciente de la capacidad camaleónica del gran Félix Fernández, qué mejor muestra que su encarnación del mítico personaje de tebeo creado por Hergé, el profesor Tornasol, en la co-producción hispano-francesa “El misterio de las naranjas azules”, película dirigida por Philippe Condroyer y estrenada en París en diciembre de 1964 y en Barcelona algo más tarde, en abril de 1966. En Madrid, ciudad quizá algo menos aficionada a la magia de Tintín, el estreno se produjo todavía con mayor retraso, en la primavera de 1967, cuando, lastimosamente, Félix Fernández ya había fallecido.
Calidad humana
En el reportaje del ejemplar de la revista “Cámara” de fecha 1 de abril de 1949, del que hemos tomado las fotografías que ilustran esta entrada, firmado por Alfredo Tocildo, se da cuenta de la felicidad del matrimonio formado por Félix Fernández y su esposa, la actriz, especializada en doblaje, Irene Guerrero de Luna (a los que podemos ver. paseando por las calles de Madrid, en la instantánea adjunta) culminada con el aquel entonces reciente (y ya inesperado) nacimiento de su hija, tras dieciocho años de unión conyugal. Por la calidez y tremenda humanidad (un punto humorística) de los sentimientos que se traslucen en ellas, reproducimos las palabras del actor a propósito de su paternidad. Imaginar su entrañable y penetrante voz diciéndolas nos transporta a una de sus felicísimas intervenciones en cualquiera de sus mejores películas:
(Interior. Félix Fernández, en presencia del reportero que le entrevista le da una de sus mejores corbatas al bebé de seis meses para que juegue con ella. Ante el asombro que se vislumbra en la faz del periodista, el actor exclama):
-“Sí, sí; claro. Todo lo que quiera. Mire usted, no queremos ser hipócritas. Nosotros pensamos educar muy mal a nuestra hija. ¿Qué nos dice un día que nos tiremos por el balcón? Pues nos tiramos... Si es un caprichito de la niña, ¿Por qué vamos a contrariarla?”
Una muestra del arte de convencer interpretando:
Para terminar esta entrada-homenaje a Félix Fernández, más voluntariosa que lograda, este burgomaestre propone ver una breve secuencia de “Esa pareja feliz”, en la que nuestro protagonista de hoy tiene la oportunidad de lucirse, haciendo un alarde de dominio del plano, con un magnífico “solo”. Por añadidura, el bueno de Félix Fernández tiene ocasión de hacer una referencia a su propia (y fecunda) biografía, al citar “sus años de actor dramático en Argentina”. Se trata, de alguna manera, de un merecido homenaje a su figura que los guionistas, Berlanga y Bardem, incluyeron, con mucho gusto, en su obra. ¿Cómo no rendir tributo a alguien como él, un cómico que era capaz de hacer absolutamente de todo de forma absolutamente convincente?
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