Los pelirrojos, ya tiren a rubio, ya tiren a castaño, siempre llaman la atención en este país nuestro, ya paseen sus flamígeras cabezas por la escena o por la vida. En la escena española, hubo uno, gigantesco, colosal, eterno, que nos dejó a los espectadores huérfanos de padre (y muy señor mío) en el otoño del 2007. Hoy estamos aquí para despedir a otro gran cómico, Vicente Haro, quien, de dimensión más modesta que el titán Fernán- Gómez (como no podía, naturalmente, ser de otro modo), participaba también de la cobriza pigmentación de su pelambrera. Vicente Haro Marón, el actor del que hablamos y cuyo reciente fallecimiento lloramos hoy, nació en Madrid el 1 de noviembre de 1930, hijo de Juan y de Concepción, y a lo largo de una larga y prolífica trayectoria profesional pobló con su frecuente presencia los escenarios teatrales y, de manera especialmente relevante, la mejor televisión española jamás producida, aquellos programas dramáticos de los años sesenta y setenta. Tuvo además, Vicente Haro, la generosidad de perpetuar su estirpe de cómico en la persona de su hijo, Quique San Francisco a quien legó en vida el timbre de su cascada, profunda y bien modulada voz, la transparencia de unos ojos claros y el amarillo rojizo de sus guedejas.
Debutante, como galán joven, en la compañía del gran Ernesto Vilches, tal como hemos aprendido leyendo la necrológica que Gregorio Belinchón ha publicado hoy en el diario El País, Vicente Haro (seguimos bebiendo de la misma fuente) formó compañía con Ana María Vidal (su pareja de entonces, también presencia constante en los espacios dramáticos de Televisión Española ) y con el galán Javier Escrivá tras haber consolidado su carrera teatral a través de su paso, en sucesivas temporadas, por los escenarios de los madrileños teatros Infanta Isabel, Lara y María Guerrero. Representado en el primero obras de corte policíaco, como las debidas a la imaginación de Agatha Christie, “La ratonera” y “Testigo de cargo”, estrenadas en 1958, a las que hay que añadir, del mismo año, su trabajo en “Un trono para Christy”, de José López Rubio, en el segundo, y clásicos instantáneos como “Los verdes campos del Edén” (de Antonio Gala, en 1964) o pretéritos como “Eloísa está debajo de un almendro” (1961), en el tercero. En 1959, además, intervino en la representación de “Panorama desde el puente”, de Arthur Miller y, al año siguiente, demostrando con un brusco viraje la amplitud de sus registros actorales, participa en la revista escrita y protagonizada al alimón por Tony Leblanc y Miguel Gila, “Este y yo, sociedad limitada”. El 3 de abril de 1961, en el Teatro Recoletos, pone su nombre en el cartel de “La señorita que pintó un biombo”, comedia de José Montoto de Flores que protagonizaron Mary Carrillo (que nos dejó el pasado 2009) y Ramón Corroto . En el curso de 1962, en los Festivales Nacionales de Teatro, actúa en “Melocotón en almíbar”, de Mihura, y en “Los maridos engañan después del fútbol”, de Luis Maté. Vicente Haro actuó junto a José Bódalo, María Dolores Pradera, Alicia Hermida, Rosario García Ortega, José Vivó, Rafaela Aparicio y Miguel Ángel en la representación de la obra “El rey se muere”, de Eugene Ionesco, estrenada en el teatro María Guerrero el 26 de enero de 1964 y dirigida por José Luis Alonso. En el escenario del Teatro Beatriz, el 27 de octubre de 1965, estrenó la obra distinguida con el premio Isaac Fraga de 1964, “Las monedas de Heliogábalo”, original de Marcial Suárez, al lado de su pareja de entonces, Ana María Vidal y de María Luisa Merlo, Carlos Larrañaga (también, curiosamente, unidos sentimentalmente), Miguel Armario, Francisco Casares, Francisco Cecilio, Erasmo Pascual, Antonio Requena y muchos otros, a quienes dirigió Modesto Higueras. Integrando, como en el montaje anterior, la Compañía de Teatro Nacional de Cámara y Ensayo, y sobre el mismo escenario, Vicente Haro participó también en el desdichado estreno de “Como un símbolo muerto”, una obra original de Pablo Villamar que fue víctima, el 10 de enero de 1966, de los reventadores profesionales, al decir de su autor. Otras obras en las que partició durante la década de los años sesenta fueron “El arzobispo Carranza” (1964), “Prohibido suicidarse en primavera” (1965) Es en esos años en los que Vicente Haro estaba actuando en los teatros nacionales, cuando da comienzo a una frenética actividad interpretando los más diversos papeles en el medio televisivo.
Compañero de fatigas de los aquí recientemente recordados en su hora del adiós, Blanca Sendino, Fernando Delgado, Pedro Sempson o Francisco Piquer, y de otros muchos sensacionales profesionales que se hicieron familiares a todos los televidentes españoles, como Lola Cardona, Amparo Pamplona, Irene Gutiérrez Caba, María Luisa Ponte, Berta Riaza, Jesús Puente, Pablo Sanz, Fernando Guillén, Joaquín Pamplona, Francisco Morán, Julio Núñez, Estanis González, Agustín González, José Bódalo, Luis Morris, Pedro Osinaga, Carlos Larrañaga, y un larguísimo etcétera, Vicente Haro pertenece ya a la memoria colectiva de una generación de españoles que creció al amor de la pequeña pantalla, cuando a ésta se le suministraba una única fuente de alimentación, a través de la exclusiva custodia del Ente Público. Cuando en Televisión Española se adaptaban clásicos universales y decimonónicos de la narrativa para el programa “Novela”, o piezas dramáticas de contrastada y reconocida calidad, que conformaban un repertorio que abarcaba desde los clásicos griegos hasta el teatro del absurdo pasando por el Siglo de Oro, deteniéndose con igual empeño en Ibsen que en Chéjov, que en Arniches, los Álvarez Quintero, Muñoz Seca, Jardiel, Esquilo, Shakespeare, Calderón, Tirso o Arthur Miller, Vicente Haro estaba allí, ofreciendo su profesionalidad, su eficacia y su brillantez rotunda para cabeceras míticas tales como “Estudio Uno”, “Teatro de siempre”, “Teatro de humor”, “Estudio 3”, “Tercer rombo”, “Primera Fila”, “Primera Función”, “Pequeño Estudio”, “Hora once”, “Cuentos y Leyendas” o “Curro Jiménez”. No faltaron en el amplísimo repertorio recogido en este programa, obras tan populares y estimadas por el público como “La venganza de Don Mendo” (en la que obtuvo papel en dos adaptaciones, una datada en 1964 -en la que coincidió, por cierto, con la hace tan sólo pocas fechas fallecida Blanca Sendino- y otra, con Tony Leblanc como protagonista, emitida en 1972). Pese al tiempo transcurrido y a haber mantenido una constante actividad posterior, fue de tal magnitud el impacto en la sociedad de estas emisiones, que aún hoy, innúmeros profesionales de la escena que participaron en ellas, son identificados con su trabajo de aquel tiempo. Así sucede con Vicente Haro, quien, con posterioridad a la multiplicación de su presencia en la pequeña pantalla datada entre la segunda mitad de los años sesenta y la primera de los setenta, continuó trabajando regularmente para el medio, con un significativo incremento de trabajo a partir de la instauración de las televisiones privadas. De sus últimos años televisivos son sus intervenciones en series tan populares como “Farmacia de guardia” (1994-1995)o “Médico de familia”(1996), así como en otras de menor resonancia popular, tales como “Colegio mayor”(1994-1996), “Pepa y Pepe”(1995), “Al salir de clase” (1997-1999), “Robles investigador”(2000-2001), y la más recientes como “El comisario” (2005), “Hospital Central”(2003-2007), o “U.C.O”, serie en la que aportó su última actuación en televisión, en el pasado 2009 .
El cine reservó a Vicente Haro un espacio quizá reducido, poco relevante, sin duda inadecuado a sus superiores merecimientos. Debutante en el film de Miguel Lluch, “Botón de ancla” (1960) versión “en colores” del clásico homónimo de Ramón Torrado que contaba con el “gancho” comercial de otorgar el protagonismo al dúo musical formado por Ramón Arcusa y Manolo de la Calva, Vicente Haro contó con papeles de reducida extensión en un buen número de films, a veces muy estimables, como el policíaco “El salario del crimen” (Julio Buchs, 1964), donde hacía un papel episódico de un delincuente común llamado “Chirlo”, en cuyo reparto coincidió con el recientemente fallecido Víctor Israel, y a veces irrelevantes pero con aspiraciones de comercialidad, como los productos de Pedro Masó “Las colocadas” y “Experiencia prematrimonial”, ambas de 1972; o también en películas tan curiosas como la levemente negra “Cerrado por asesinato” (José Luis Gamboa, 1962), donde daba vida al argentino Chucho Costa, en el atropello al ingenio de Jardiel Poncela que fue “Un adulterio decente” (de la que algo dijimos aquí al hablar de Manolo Gómez Bur), o la muy interesante “opera prima” (y única, en largometraje) de Juan Estelrich, “El anacoreta” (1976), en la que se encargaba de representar el papel de un “maître”. Más recientemente, Vicente Haro aportó su veteranía a películas tales como “Tierra” (Julio Medem, 1996), donde era un alcalde, “El tiempo de la felicidad” (Manuel Iborra, 1997), film en el que encarnaba a un médico, “Pepe Guindo”(Manuel Iborra, 1999), donde daba vida al productor de un espectáculo en el que Fernán-Gómez era el veterano protagonista; o “Bienvenido a casa”, película que le valió a su director, David Trueba, el premio Biznaga de Plata en la 9ª edición del Festival de cine de Málaga del 2006, y que reservaba para Vicente Haro un papel, que tenía algo de respetuoso homenaje, como “Don Vicente” .
En sus últimos años, Vicente Haro, que cosechó un merecido reconocimiento en forma del premio Pepe Isbert en la edición del 2006 del extinto Festival de Cine de Peñíscola, abundó en colaboraciones con su hijo Quique San Francisco (nacido de la unión del actor con Enriqueta Cobo), tales como la que se contenía en el espectáculo escénico “Francamente…la vida según San Francisco”, o en el programa radiofónico dirigido por Pablo Motos, “No somos nadie”, que le permitió protagonizar en solitario una sección que llevaba el evocador título de “El último samurai ibérico”. En estos días en los que, tardíamente, este burgomaestre le echa una carrera imposible al tiempo, tratando de rendir homenaje a los actores y actrices que le hicieron soñar y vivir cuando aún tenía intactos los deseos de hacerlo, hoy toca despedir, por desgracia para siempre, a otro gran cómico, al último samurai ibérico…pelirrojo.
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